
Zaragoza en las fiestas del Pilar es vivir en plena
ebullición en unas calles rebosantes de gentes vestidas con sus trajes
regionales y sonando jotas por todos los rincones. Alegría, devoción, pasión,
flores, ofrendas y sobre todo, ver millares de gente en procesión dirigiéndose
hacia la basílica del Pilar, no tiene absoluto desperdicio.
Como tampoco lo tiene el colofón de estas fiestas de
2024, en la que uno de sus platos fuertes era el regreso al Auditorio Princesa
Leonor del más grande intérprete que haya dado el mundo de la música, claro
está que me estoy refiriendo ni más ni menos que al inigualable PLÁCIDO
DOMINGO.
A estas alturas de su carrera y de mí vida, no voy a
descubrirle ni voy a presentarme. Aquellos a quien quiero, saben cómo vivo y
siento cada una de las funciones del Maestro, y el Maestro también sabe ahora y
de primera mano cómo las siento y las vivo, pues fue testimonio directo de mi
entrega total y sin reservas a su arte.
Una entrega intensa y pasional, llena de pulso y de
alegría y además, con la tremenda ilusión cual si fuera una principiante que
asiste por primera vez a un concierto suyo. Plena satisfacción, pues esa entrega y
alegría, y esas ganas es lo mismo a su friolera de 83 años aún me sigue
brindando y ofreciendo. Verle y escucharle en directo es siempre una
experiencia única y mágica, y siempre nueva, siempre hay algo con lo que
Plácido te sorprende, algo que, aunque tengas todo planeado, con el gran
Domingo tienes que dar margen a la improvisación, porque el improvisar es algo
connatural en él.
Auditorio lleno hasta la bandera
No sé dónde había más gente el domingo por la tarde, si
en el Auditorio Princesa Leonor o en las calles culminando la ofrenda de frutos
a la Virgen de Pilar. Zaragoza se vestía de gala para clausurar la presente
edición de las fiestas con un concierto de absoluto lujo y de gran calibre. PLÁCIDO
DOMINGO no cantaba en Zaragoza desde 2018. Su última actuación allí era la
segunda de un ciclo de conciertos dedicados a la zarzuela que había iniciado
justo dos días antes en el Liceu y al que tuve la enorme suerte y privilegio de
poder asistir, una de aquellas tardes imborrables en mi memoria.
En esta ocasión el concierto era una gala de ópera y
zarzuela, y en la que contó con el acompañamiento a la batuta del maestro MARCO
BOEMI y que estuvo al frente de la ORQUESTA CLÁSICA SANTA CECILIA.
Quiero destacar varias cosas de este director, al que
acabé disfrutando muchísimo durante todo el concierto. Tengo que confesar que
cuando empezó la Obertura de “I vespri siciliani” de Verdi me dije que algo iba
a marcar enormemente diferencias entre otras interpretaciones que había
escuchado de esta gran, grande, grandísima y colosal música. Inicio lento y con
una percusión muy concentrada, muy solemne que precedieron al inicio de la furia
verdiana con todo el metal a pleno pulmón para dar rienda suelta a la cuerda
que entona una melodía de ensueño y acaba culminando con un delirio de violines
y metal que te dejan completamente extasiado.
Sí, marcó diferencia con ello y porque en ningún momento
de la actuación cogió la batuta, detalle que me pareció curioso.
En segundo lugar me gustó mucho la complicidad del
director con los cantantes, sobre todo con Plácido Domingo. Atento, al servicio
de la música, de la voz y del artista, entendiendo perfectamente aquello de que
el director y la orquesta acompañan, no al revés, huyendo siempre del
protagonismo absoluto para cederlo a los cantantes.
Pero si hay algo que quiero destacar es lo feliz que fue
durante todo el evento, siempre con una sonrisa en la boca, disfrutando,
cantando con Plácido y con Mónica, fijándose en sus gestos, atendiendo sus
necesidades. Y todo ello sin olvidarse que al frente tenía una orquesta a la
que dirigir. A MARCO BOEMI no tenía el placer de conocerle y fue un
total descubrimiento.
Su dirección fue clásica, sin complicaciones ni grandes
matices, pero a mi gusto fue buena, con un tempo correcto y un sonido bien calibrado
que en ningún momento sobrepasó a los cantantes.
De las cuatro piezas orquestales, la citada de “I vespri
siciliani”, el Intermedio de “Las bodas de Luis Alonso” y el Intermedio de “La
leyenda del beso”, fue precisamente esta última dónde alcanzó el punto de
máximo interés, no logrando lo mismo con el bello Intermezzo de “Manon Lescaut”
al que le eché de menos esa intensidad que requiere Puccini y que solo hoy en
día dos directores son capaces de dar, claro está estos son Antonio Pappano y
Marco Armiliato.
È in sol baccio, e abraccio tutte le genti, amar
Creo que no hay mejor pieza para empezar un concierto que
ese tan fantástico “Nemico della patria” de la “Andréa Chénier” de Giordano.
Y es que antes de ver aquel cabello cano y abundante que
tanto me gusta, antes de que pudiera ver su frente despejada con alguna arruga
por el paso inclemente de los años, antes de ver aquella gran presencia en el
escenario, ya había escuchado los primeros aplausos y estaba ansiosa por verle
aparecer. No se hicieron esperar los bravos ni la gente puesta en pie rindiendo
su más sentido tributo al Maestro PLÁCIDO DOMINGO. Y fue cuando sin
pensarlo, me puse de pie a aplaudir a aquel que con tan solo 10 años en mi
haber cambió por completo mi vida de la noche a la mañana poniéndola del revés
como un calcetín.
Un Nemico bien entonado, bien fraseado convierten a esta
gran aria de barítono, que por años quedó ensombrecida por la popularidad de la
“Mamma morta” o del “Improvviso”, en un completo talismán, una gran aria
verista al que un artista mayúsculo como es Domingo, aprovechó para meterse de
lleno ya a todo el público del auditorio nada más empezar.
Y es que teniendo en cuenta sus años, y no me voy a
cansar de repetir que son 83, nos da lo que aún le sale del corazón, lo que
tiene, sin reservas porque continúa siendo un cantante tremendamente generoso.
Con todo ello, puedo decir que aunque el instrumento está gastado por el paso
inexorable del tiempo, conserva aún una muy buena saludo vocal, yo diría que
envidiable, y su timbre, aquel color chocolate con leche que tanto me gusta
continúa estando allí. Abre la boca, emite dos notas y dices, sí,
indudablemente este es PLÁCIDO DOMINGO.
Y en este tipo de arias Domingo sabe lo que da y lo que
provoca en el público cuando la volada más melódica de ese Nemicco llega a la
parte de “La belleza del cuor ridestar delle gente, racogliere le lagrime
dei vinti, e i sofferenti, ¡fare del mondo un Pantheon! gli uomini in dei
mutare e in un sol bacio e abbraccio tutte le genti amar! Sabe
almenos lo que me hizo sentir a mi.
Se presentaba junto a él la soprano de origen cubano
estadounidense MÓNICA CONESA que, casualidades de la vida, había sido
prefinalista en la última edición del concurso de Operalia de este año celebrado
recientemente en Mumbai.
De figura espectacular, y amanerado gesto excesivamente
teatralizado y arcaico, es una voz fresca y joven, a la que, en una primera
escucha, seamos sinceros, en una breve escucha, crees que estás ante una voz
interesante, con color más bien oscuro y centro-grave poderoso, y agudo a veces
un tanto excesivo y estridente. Sin embargo, esa voz adolece a mi gusto de un
engolamiento terrible y fácilmente audible. La voz en el centro-grave se le
queda atrás en la nuca, afeando sonido en una voz que ya de por si no tiene un
timbre homogéneo y que según en que notas parece imitar el color de la Callas,
que tampoco tenía esa homogeneidad, pero la Callas era la Callas. Punto final.
Escogió para la primera parte dos piezas del repertorio
pucciniano, melódicas, pero para nada fáciles. Un “Vissi d´arte” de la “Tosca”
al que le faltó emoción e interpretación, le faltó creerse el texto y sentir la
música tan maravillosa que sale de la inspiración del de Lucca.
Poca cosa aportó a la genial aria del segundo acto de la
Butterfly “Un vel dì vedremo” al que optó por entonar el “sull´estremo,
confin del mare” de la forma tradicional cometiendo el gran pecado mortal de ir
corta de fiato, rompiendo el legato de la frase afeando y quebrantando la
expresividad del momento cuando respiró justo después de su “confin”. Y es que
ya había empezado la pieza un poco antes en lugar de atacar directamente ese
dificilísimo “Un” de la partitura pucciniana.
Bien la orquesta al mando de MARCO BOEMI. Estaba
esperando que resonara la percusión en el “romba” y sonó, pero siempre
lo he dicho, si una intérprete no te provoca un escalofrío con esta aria,
entonces es que no es la voz adecuada para cantar Puccini. Ni Puccini ni nada.
O, casi nada.
“Macbeth” de Verdi se ha convertido en estos últimos años
en uno de los caballos de batalla de PLACIDO DOMINGO. Su voz actual de
tenor con tintes de barítono hace que puedas escuchar a un Macbetto de timbre
más broncíneo y para nada oscuro que hacen más agradable y plausible al
personaje.
Si bien es cierto que a estas alturas Plácido necesita
las letras cerca, y a pesar de algunos desajustes en las entradas, le escuchas
y lo primero que te sorprende al oír ese torrente de voz en directo y sin micro
es, con su edad, ¿de dónde saca esa voz? Su cara canta relajada cosa que le
permite no afear sus ataques de las notas con movimientos y espasmos
innecesarios de los músculos de la cara. Cubre notas, claro que las cubre, y no
decirlo ni reconocerlo no sería justo. Pero, aun así, sigue transmitiendo con
su arte, con su voz y con su entrega. Y eso le permite marcar la gran
diferencia, aún, con los cantantes actuales. Y no se trata de una fina raya que
se difumina, no, es claramente una de continua y gruesa que dice aún prohibido
el adelantamiento.

Culminó la primera parte con el gran dueto de “Il
trovatore” de Verdi “Udiste… Mira d´acerbe lagrime”, otra de las piezas
que vienen formando parte de su repertorio habitual y que ahora mismo al gran
Domingo le van como anillo al dedo. Quien sepa de ópera y quien conozca de “Il
trovatore” e incluso aquél viajero que no sepa ni de la primera y no conozca a
la segunda pero que, peregrine a Zaragoza sabrá que, a tan solo unos quilómetros
del Auditorio se alza el majestuoso y bien conservado Palacio de la Aljafería,
sede actual del Gobierno de Aragón, en cuyas murallas, precisamente en la
llamada Torre del Homenaje, más bien conocida como Torre del Trovador,
transcurre este último acto de la ópera verdiana al que pertenece este genial
dueto al que, un ducho Domingo rebosante de experiencia y sabiduría dotó de
gran solemnidad en una pieza que de por si levanta pasiones sobre todo en la
parte final del dueto, donde se desata todo el genio de Verdi. Su saber estar,
su faz expresiva – de enfado al principio que se torna esperanzada ante la
posibilidad de poseer a la mujer que tanto desea- junto con una línea de canto
acurada y ajustada, hacen que artista y público entren en una comunión difícil de
explicar y sentir, al menos que estés allí viviendo y cantando cada una de las
frases del Comte di Luna.
Una vez más la soprano MÓNICA CONESA destacó en volumen,
pero su canto fue para mí totalmente inexpresivo y excesivamente engolado y al
que vinieron absolutamente grandes y pesadas las coloraturas de la cabaletta
final con la que culmina un dueto en la que la voz de Domingo se impuso invadiendo
el escenario y arrancando unos fervorosos aplausos de un público deseoso de una
segunda parte dedicada a la zarzuela.
Delirante segunda parte
Allí donde esté PLÁCIDO DOMINGO no puede faltar un
sentido homenaje a la zarzuela, la música con la que creció, la misma que hizo
que yo hoy ame la ópera de la manera que la amo. Domingo se siente cómodo con
ella, a la par que canta en su lengua, y eso, le facilita mucho la retención de unas letras simples pero que a sus años, a
veces, embrollan su mente.
Poca gente es capaz de en un concierto tener en mente y
de forma clara las letras como las tenía yo, tanto de la parte de ópera como de
la parte de la zarzuela, no en vano llevo pues toda una vida nutriéndome de
ellas. Junto con el Maestro, respirando con él, canté primera y segunda parte.
Su primera intervención fue con su sensacional “Ya mis
horas felices” de “La del soto del Parral” de Soutullo y Vert, romanza de
la que, junto con “No puede ser”, Plácido Domingo ha convertido en todo
un clásico. Y es que no es una romanza para demostrar facultades canoras, sino
que es para revelar al público que se sabe cantar, y de eso, créanme que el Maestro,
sabe un pozo.
Fue después de una muy buena ejecución del Intermedio de “Las
bodas de Luis Alonso”, Plácido Domingo abrió con fuerza esta segunda parte
claramente de tintes españoles para deleitar a todos aquellos que amamos el
género.
Siguió también la “Petenera” de “La marchenera” de
Moreno-Torroba a cargo de MÓNICA CONESA con la cual obtuvo muchos bravos.
Demasiados para una ejecución sin brillo y pobre de espíritu a la que supo
rellenar y maquillar con un disfraz infalible: una espectacular figura, una
gestualidad recargada y un agudo final totalmente innecesario que provocó y
encendió unos inflamados bravos por parte del público. Un recurso manido de
aquellos que saben que jamás van a ser lo que quieren llegar a ser y se ganan las
primeras filas de platea a base de truco y mímica.
“Mi aldea” de “Los gavilanes” en la voz de PLÁCIDO DOMINGO volvió
a deleitar nuestros oídos, una romanza que me encanta por su música, por el
especial apego familiar y sentimental que le tengo, pues mí abuelo que fue el
artífice de mí amor por la zarzuela y posteriormente por la ópera y siempre
está presente cuando la escucho, pero, también por la letra que le cae como un
guante a Plácido cuando entona el “no importa que el mozo fuerte vuelva
viejo, si alegre el corazón salta en mi pecho”. Quién ha visto y escuchado
al Plácido de antaño añora lo que ha sido a pesar de que acepta y ama lo que
ahora es, pero, cada vez que oigo pronunciarle estas palabras, en cierto modo
es como si él en aquellos momentos estuviera pensando precisamente esto. Su bella
voz de timbre intacto arrolló el auditorio y aquel Plácido mozo regresó mayor y
más sabio para brindarnos su penúltima pieza en solitario de esta segunda parte
oficial.
Siguió a “Los gavilanes” el Intermedio de “La leyenda del
beso” que para mi fue sin lugar a dudas la mejor ejecución orquestal de la
tarde, al único dueto de zarzuela del programa oficial. “El gato montés” y su “Me
llamabas Rafaelillo” al que a Plácido le gusta, y lo canta con placer y
ganas permitiéndole sacar su alma fallida de torero al cantarse aquello que
todo el mundo sabe y que en alguna vez de su vida ha cantado como es el famoso
pasodoble de esta ópera del maestro Penella, “Torero quiero ser”. Hubo por su
parte un desajuste en una entrada que solventó con inteligencia y acelerando el
ritmo como solo aquellos grandes saben hacer cuando se han metido la pata sin
que la mayoría del público que llena recintos se de cuenta porque ni se fijan
en estas cosas. Y qué volada melódica y qué bien cantado aquello que consigue
arrancarme una sonrisa y hace que un escalofrío recorra mi cuero y que solo él es
capaz de hacerme sentir eso con su “Qué graciosa es mi gitana… qué preciosa…
qué bonita…”
Y de Penella pasamos al gran Barbieri y “La canción de
Paloma” de “El barberillo de Lavapiés” en una interpretación de MÓNICA
CONESA que no me gustó ni en la voz, ni en el gesto queriendo imitar el
vuelo de una paloma, exagerado y rococó y nada refinado, en una romanza que
requiere más de picardía que de pasarse de ademán. Lo más bonito y logrado de
su exagerada teatralidad fue cuando entona la segunda estrofa “Como está mi
ventana cerca del cielo…” en la que
apoyada en la barandilla del atril del director cual si fuera un ventanal,
empieza a cantar mientras la complicidad de un entregado MARCO BOEMI como
si fuera un espectador único marcó un momento simpático y original. Me gustó.
Sobraron sus vueltas, su vuelo y su voz que quedaba en la parte de atrás de la
nuca.
Y allí donde esté PLÁCIDO DOMINGO no puede faltar
su gran “No puede ser” de “La tabernera del puerto”. Emocionante, con un
texto tan bien fraseado y una interpretación tan sentida y antológica que es
inevitable que, la que suscribe, y con mi personal historia con el “No puede
ser” no acabara levantada de la silla lanzándole un bravo colosal. Pero, ¡qué
grande que es, Maestro!
Y de nuevo el Auditorio literalmente a los pies del
intérprete.
Tres, solo tres
Quién asiste a los conciertos de Plácido Domingo sabe de
antemano que el programa no finaliza donde oficialmente la gente cree que tiene
que culminar, porque Domingo, continúa siendo un artista entregado, generoso y
agradecido. Y eso, en el capítulo de las propinas es dónde queda perfectamente
demostrado.
Sin embargo, y tratándose del final de las fiestas del
Pilar pensé que habrían un poco más de bises. Pero no, solo tres. Y después del
concierto entendí el por qué, pues había después una recepción oficial con autoridades
y un encuentro con sus admiradores, e imagino, que tampoco era para demorar más
ese momento. Ni para los artistas, ni para las autoridades, ni para los ansiosos
admiradores venidos de todas partes principalmente de Alemania y Austria, junto
con una minoría de españoles, ni tampoco para el personal del Auditorio que
aguantó estoicamente hasta muy pasadas las 11 y media de la noche o quizás más.
Fue “La morena de mi copla” el primero de los bises
en sonar, una pieza que ha convertido en una de las más esperadas en sus
conciertos, por sus aires de copla populares, de melodía sencilla y a compás de
pasodoble todo muy, muy español, con la que una vez más Domingo hace estallar
unos estruendosos aplausos, la gente en pie entregada a lo que acababa de
escuchar y de tararear, y me di cuenta que no era la única que se arrancó con
la Copla.
Los dos finales
La gran entrada de Cecilia Valdés de la zarzuela cubana
del Maestro Roig fue la pieza escogida por MÓNICA CONESA, una romanza
que está debiendo popular y que tiene una melodía muy bonita y ritmos cubanos
sabrosones que invitan al baile de la intérprete y del público que, después de
dos horas, el cuerpo ya le pide fiesta. La he escuchado mejor cantada, e insisto,
a pesar de que convida a mover caderas, si quieres hacer un espectáculo de
baile, eso al Molino o a Pasapoga, no en ese lugar.
Arrancó lógicamente unos estruendosos bravos sobre todo
por parte del público masculino. Pero eso es ir a lo fácil. Lo siento, pero,
valga la redundancia, lo siento así.
El último de los bises fue precedido de una explicación emanada
de los labios del propio Domingo. Nos entonó a capella ese “Por fin
te miro, Ebro famoso” de la zarzuela “Gigantes y Cabezudos” que además le
hubiera gustado cantar de haber allí coro, pero no fue posible. Alguien gritó
desde el público “La jota de la Dolores”, pero estaba claro que eso Domingo no
lo cantaría, así es que, apostó por el dueto de “El dúo de la Africana” por eso
de que en su letra dice… “Ay baturro fogoso, nacido muy cerca del Ebro
famoso…” en el que nuevamente la experiencia y el saber estar aplastó a la
inexperiencia y juventud.
Lo que no podía pensar era que allí finalizaba todo. Ni
un solo bis más. Ni aquel “Los de Aragón” en su romanza “Cuántas veces solo”
que se cantó en 2018, ni cualquier otra mención a la verde llanura aragonesa
que el Ebro riega a su paso.
Nada. Y partitura en mano, Plácido abandonó el escenario dejando
atrás dos horas de música que transcurrieron en un suspiro.
La anécdota de la tarde
Encima del escenario he visto a Plácido luchar con los
micros, con las partituras, con el tremendo oleaje de una orquesta pasada de
decibelios… pero hasta el día de ayer no le había visto tan pendiente del molesto
atril que sostenía su carpesano con las letras. Para adelante, para abajo para
que no le tapara la cara, sorteándolo en sus entradas porque lo dejaron tan
cerca del de Mónica Conesa que Plácido no pasaba por el medio. En fin, fue una
sucesión de entradas y salidas en las que ibas diciendo, vamos a ver que no
tropiece con esto o con lo otro. Y digo yo, pero ¿para qué sirven los ensayos? ¿Es
que nadie es capaz de poner un atril bien, con la separación necesaria y a la
altura pertinente para que no tape a los intérpretes? Ya no recordamos los
tiempos de pandemia en que teníamos que guardar… ¿cuánta distancia de seguridad
entre las personas…? Ni lo recuerdo. Y si yo no lo recuerdo, está claro que, en
los teatros, tampoco. Y así van las cosas.

Con pocos días de diferencia, han salido publicados los
dos últimos álbumes de los tenores JONAS KAUFMANN y ROBERTO ALAGNA.
El orden de nombres no responde a la calidad de los intérpretes, ni por
supuesto, a las preferencias personales de la que suscribe, sino al simple
orden de salida de sendos trabajos al mercado.
No podía faltar en el año en que se conmemora el
centenario de la muerte de Puccini un homenaje dedicado al compositor de Luca.
Esta es la fuerte apuesta del alemán Jonas Kaufmann; mientras que, alguien que
llega a la madurez vocal y vital, como el caso de Roberto Alagna, tampoco puede
dejar de congratular sus 60 años personales y los 40 de profesión. Por tanto,
ambos cantantes pugnan una vez más en su carrera por la lucha de una hegemonía
en los teatros y en los mercados que hace años empezaron en una época – y ya
dura demasiado- en que las buenas voces de tenor, la de los grandes artistas
que emocionan con su canto, escasean, y de qué manera.
Va de pulsos, pues. De dos “rounds”. Combate a muerte, si
se me permite.
Primer puñetazo
JONAS KAUFMANN, cuyo disco salió antes, apuesta por un título muy
sugerente y con una portada atractiva bañada de colores azulones y púrpura que
sugieren poderío cesariano, y en el centro, junto al tenor, la cara de Giacomo
Puccini. El pasado, tan presente en nuestros días, en azul, y el presente que
añora el pasado, a todo color.
En cuanto al título “Puccini Love affaires” (“Puccini
asuntos de amor”) nos da una pista de por dónde irá el disco. Sin duda, nadie,
absolutamente nadie como Puccini ha tratado el amor como él. Desde la inocencia
más sutil de una Butterfly pasando por el lirismo poético de Rodolfo hasta la
más absoluta desbordada pasión de un Luiggi o un Des Grieux. El gran mago del
amor y del sentimiento, Giacomo Puccini, es suficiente atractivo como para no
dejar pasar la oportunidad de escuchar esta propuesta que nos brinda el tenor
alemán.
Hasta aquí hay elementos suficientes que invitan al
oyente apasionado de Puccini a emocionarse con este álbum, y el repertorio,
valga la redundancia, invita a su vez a que así sea.
Otra cosa es el efecto y resultado que produce.
Acompañado por varias sopranos actuales, Jonas Kaufmann
apuesta por papeles que nunca ha cantado en vivo y otros que forman parte de su
repertorio habitual cuando no cancela, valga a decir.
Personajes que 10 años antes eran abordados y aprobados
con nota ahora se convierten en molinos de viento cual Quijote luchando para
que no se vuelvan en su contra. Pero vamos por partes porque en este disco, y
muy a mi pesar, no funciona absolutamente nada.
Empezando por un sonido deficiente, una Orquesta, la del
Teatro Comunale de Bologna bajo la batuta de ASHER FISCH imprimen un
Puccini soporífero vacío de matices al que no sabe en ningún momento sacarle el
cariz necesario para que el oyente se emocione con la magistral orquestación
del compositor italiano. No hay crescendos, no hay pasión, no hay una lectura
profunda de lo que es interpretar Puccini. Cuán de menos se echa en falta a las
dos grandes batutas que, hoy en día, hacen brillar este tipo de repertorio. Y
me estoy refiriendo al grandísimo Antonio Pappano y a Marco Armiliato. Invito a
todo aquél a que no conozca sus obras que hagan incursión en sus lecturas de
las partituras puccinianas, absolutamente magistrales.
Y no funciona tampoco Jonas Kaufmann, que en su primera
incursión en el dueto de “O soave fanciulla” de “La bohème” suena como
afónico, velado y raro al lado de la bella voz de PRETTY YENDE que firma
una muy buena Mimí y que concluye con un neto agudo secundado por un “Amor,
amor” de Kaufmann a caballo entre un pianissimo y un falsetone,
que no acabo de adivinar el por qué se saca eso de la manga cuando el
instrumento sube – o debería subir – con facilidad al agudo, no escrito, pero
por tradición siempre cantado y esperado.
Y la cosa se desinfla en el dueto que sigue, uno de mis
preferidos, el “Tu, tu, amore tu” de la “Manon Lescaut”. Una pareja,
aparentemente de lujo, junto a Kaufmann la que dicen, la gran diva del momento,
la rusa ANNA NETREBKO. Pero lo cierto es que, de todas las incursiones
de este disco, esta es y con diferencia abismal, una de las menos acertadas,
para no decir la peor, que es una palabra muy grande.
Las voces no pegan, ni con pegamento como popularmente se
dice, y el dúo construido sobre una embriaguez total musical en la que Puccini
despliega todas su mejores armas como el sentimiento al límite de sus fuerzas,
el desprecio, la rendición, el éxtasis total y la desenfrenada pasión de los
amantes, no funciona. Ni por una parte ni por la otra, con algún lapsus de
dicción por parte de Netrebko y algún desajuste vocal de ambos.
Da la sensación de haber sido grabado con prisas, sin
haber sido repasado, sin la meticulosidad del que busca emocionar a través de
la espontaneidad que parece fácil, pero tras la que hay un cuidado trabajo y
una depurada técnica y conocimiento del repertorio.
La irrupción de la “Tosca” en este disco abre un
paréntesis a las dos anteriores piezas. En principio, Cavaradossi es un
personaje que frente a Rodolfo y Des Grieux, sobre el papel, es más adecuado
para la vocalidad de Kaufmann. Lejos está de firmar un gran Cavaradossi como
los que proponía hace 10 años, y afea su línea de canto y dicción con estas
constantes uves aspiradas como efes tan alemanas que te llevan al hastío en
todo el disco. Nada aporta tampoco la Tosca de SONYA YONCHEVA que roza
un tanto el grito y, ambos consiguen no expresar nada, en un dueto que dice
mucho. La volada melódica de “Qual occhio al mondo, può star di paro,
all´ardente occhio, tu nero” extrañamente ralentizada respecto del resto
del dueto, no consigue emocionarme. Está
simplemente cantado, pero no interpretado. Magna diferencia entre ambos verbos
en participio masculino singular.
Con “La fanciulla del west” llega la primera gran
incursión del disco por parte de Jonas Kaufmann que, a diferencia de otras
grabaciones, propone el casi nunca cantando dueto del final del primer acto “Mister
Jonhson siete rimastro indietro”. Este es un dueto largo, precioso, con
altos momentos de tensión, de pasión y de lirismo. Junto a él, una para mi
desconocida MALY BYSTRÖM, poseedora de una voz extraña, no especialmente
bella, pero más que adecuada para solventar con descarada solvencia y facilidad
una agudísima partitura que Puccini escribió para el personaje central de esta
ópera, Minnie, la chica del oeste que regenta La Polca. Aquí las voces se
funden bien, y consiguen sacar su máximo momento expresivo, aunque a Kaufmann
se le echa de menos la pasión de coetáneos suyos cuando ataca ese “Ah non
temere, nessuno ardirà…. Come mi piace sentirvi parlare così….”, así como
una voz un tanto más dulce en su “Quello que tacete, me lo ha detto il cor,
quando il braccio v´offersi allá danza con me…”, pero aún así su timbre
oscuro y de cuerpo pesado, lo hacen ideal para encarnar este gran role pucciniano,
el bandido que acaba redimiéndose ante la inocencia de una Minnie por primera
vez enamorada.
Y Jonas coge empuje y se centra a partir de este dueto,
porque lo que viene a continuación, es, para mi sin lugar a dudas lo mejorcito
del disco, el gran dueto de “Il Tabarro”, por otra parte, muy olvidado y poco
prodigado a pesar de que tiene una melodía, tensión, y pulso dramático sin
precedentes.
Si alguien no conoce a estas alturas a ASMIK GRIGORIAN
les invito personalmente a que escuchen esta voz, bonita, bien timbrada y de
una expresividad de absoluto descaro que hacen que el verismo cobre vida, que
creas que realmente no están cantando sino hablando. Su fraseo es de absoluta
matrícula de honor, y el recurso expresivo del cual hace gala a cada una de sus
respiraciones, hace que sientas realmente viva al personaje de Giorgetta, un
personaje lleno de vida y luz, apagado sin embargo por una vida errante al lado
de un hombre mayor a quién no ama y con quién no conoce la pasión.
A pesar de que a Kaufmann le falta ese sello latino que
tanto ayuda en estos personajes de calado dramático, consigue firmar un buen Luiggi, aunque echo en
falta la pasión desbordada del amante en su “E bacci senza fine” on en
el tramo final “Io te lo giuro, lo giuro non tremo, a vibrare il coltello, e
con gocce di sangue frabicarti un gioiello”.
Cierra el recital de dúos, y como no podría ser de otra
manera el “Viene la será” de la “Madama Butterfly” junto a la soprano MARIA
AGRESTA que nos brinda unos detalles expresivos al principio de auténtico
manual. Para muestra, fíjense en como dice “Si, si noi tutti soli” este
“tutti” está tan bien fraseado que una dice o piensa que lo que va a venir a
continuación solo puede acabar pañuelo en mano, porque, si una Butterfly no te
enternece hasta el llanto, entonces es que no sirve para cantar Butterfly. Y acaba
por no llegar a este punto.
Lejos está el Pinkerton que años ha grabó Kaufmann al
lado de la Gheorghiu bajo la batuta de Pappano. Pero en su actual personaje no
hay la prisa del amante que compra una noche de pasión, no hay la sutilidad
previa a la consumación del acto, ni la envolvente seducción del que es ducho
en el arte del amor.
En este dueto, y a diferencia del de “O soave fanciulla”
Kaufmann apuesta por el finale en forte, que me gusta y el efecto
de su “Sei mia” por encima de Butterfly una vez a acabado su dueto.
Sigue, para culminar el disco, una “Che gelida manina”
de “La bohème” que no aporta nada nuevo y un “E lucevan le stelle” para
mi, muy bien ejecutado con una demostración de su exhuberante legato que
recuerda el porque Jonas está ahí en primera fila, pero, qué lejos queda su
voz, su línea y sus recursos vocales de aquél Jonas que nos sorprendió con su
gran Werther en la Bastilla de París.
Siempre nos quedará ese Jonas, el de París.
Y, como colofón a estas líneas, quizás acabo con algo con
lo que hubiera tenido que empezar estas palabras, y es que… cuando Puccini no
consigue emocionarte y no aparece la carne de gallina que recorre el cuerpo con
escalofrío, es que algo no funciona. O, alguien no funciona.
El estado vocal de Kaufmann es más que discutible, y su
canto vacío de emoción. Siempre lo he dicho, para cantar Puccini se necesita
otra cosa, pasión, belleza vocal, sentimiento, éxtasis… algo de lo que Jonas
Kaufmann va muy escaso.
El duro revés de Alagna
Llegado a la madurez vocal, el tenor francés ROBERTO
ALAGNA al igual que han hecho muchos de sus antecesores al llegar a su
edad, saca nuevo trabajo sin caer en el error de, a sus 61 años, cumplidos el
pasado junio, republicar viejas grabaciones de hace 30 años, que le hacen favor
a quién escucha, pero que absolutamente nada aportaría al artista en cuestión.
Por tanto, creo aquí Alagna juega con la inteligencia del
que sabe que ha envejecido y de quién conoce perfectamente su estado vocal,
sacando el máximo provecho de ello, con más o menos acierto, pero, arriesgando.
Y eso, dice mucho de un intérprete. Matizo, intérprete.
Para seguir con la misma línea del disco anterior, la
portada que Alagna escoge para su nuevo álbum, sin embargo, no me parece para
nada inteligente, teniendo en cuenta lo que decía en el párrafo anterior. Un
Alagna retocado por Photoshop o por IA no favorece para nada a un artista que,
a pesar de su edad, conserva la fotogenia intacta aunada por una madurez serena
que hacen aún atractivo al hombre.
En cuanto al título, si “Puccini Love Affairs” es muy
sugerente y curioso, el “Roberto Alagana:60” no tiene ningún tipo de atractivo
o gancho marquetiniano. Y si a eso le sumas la portada en la que Alagna parece
salido de la película de “Los intocables”, aparentemente, son elementos más que
suficientes como para no despertar la curiosidad.
Pero, siempre hay un pero, y dos lanzamientos en una
distancia de tiempo tan breve, y, de las dos voces que actualmente, cortan algo
más que el bacalao en los teatros de ópera, es motivo más que suficiente para
la que suscribe como para darle una primera oportunidad.
Y valga a decir, también una segunda, pues el estado
vocal actual de Alagna es también igualmente discutible.
La voz está más velada, y ha perdido brillo y esmalte, al
igual que sucede con las uñas que ya llevan tiempo pintadas. La voz es menos
redonda e inclusive hay momentos en que puede sonar un tanto astillosa. Los
años, no pasan en balde, pasan para todos, como él mismo dirá en su propuesta final
“Sognare”, que compuso al principio de su carrera.
Pero si hay algo que por lo que Alagna sigue enamorándome
es por su apabullante belleza vocal, un timbre mediterráneo hermosísimo que
hace las delicias de quienes le escuchan, manteniendo además aquél gusto innato
para el canto y la expresión, y la sonrisa en la voz de aquél que disfruta
cantante y así lo transmite y llega.
La inteligencia de Alagna en este disco salta a la vista
a medida que una va escuchando su propuesta. No cae en la tentación de cantarse
roles con los que fascinó al mundo entero, al menos, no cae totalmente en esta
tentación, solo hay un pequeño desliz en su incursión al “Faust” con un “Salut,
demère chaste e pure” con una ascensión al agudo discutible y a caballo entre
el forte y el falsete que queda tirante en la que se aprecia un
pequeño trémulo, que, de otro lado, y siendo disco, se hubiera podido corregir.
Alagna hace un viaje operístico tocando todos los
estilos, ópera italiana, francesa, polaca, rusa, barroca e incluso guiña el ojo
a Wagner con dos arias de “Lohengrin” que se le hacen un tanto pesadas para su
vocalidad. Pero aporta algo con este trabajo, y es el frescor de piezas
totalmente para mi desconocidas que hacen brillar aún a una voz que de por si
es poseedora de una belleza que, gracias a Dios, conserva intacta.
No hace falta decir que continúa siendo un auténtico lujo
y placer escucharle en francés, una lección de canto cada vez que incursiona en
este tipo de repertorio, y consigue emocionar con piezas tan poco frecuentes
como la “Sadko” de Nikolai Rimski Korsakov o el lamento barroco de Pergolesi, “Ogni
pena cchiu spietata” de la ópera “Lo frate ‘nnamorato”.
El equilibrio del disco es magistral a pesar de que la
pieza escogida para abrir un generoso recital de 1 hora y media de duración es
la que menos en estilo le va a Alagna. Ese “Sento avvampar nell´anima…
Cielo,pietoso rendila” del “Simon Boccanegra” de Verdi, para mi demasiado acelerada
en la que echo en falta una voz más spinto que la que posee el francés
para cantar este ròle.
Difícil y comprometida en agudos “Le Postillon de
Lonjumeau” en la que hace alarde de una zona aguda aún bien conservada,
un tanto más tirante que años ha, pero que llega a los tremendísimos agudos que
dejó impresos el compositor Adolphe Adam. Es disco. No puedo saber si hay o no
trampa y si hubo o no repeticiones, pero la valentía de Alagna en abordar este
tipo de piezas merece sin duda una ronda de aplausos.
Su flirteo con el idioma polaco, claro homenaje a su
esposa, la también soprano Aleksandra Kurzak, hacen patentes una vez más la
capacidad camaleónica de un Roberto Alagna que parece no tener límites.
Y en la parte final del disco, serenatas, músicas más
populares, compás de vals, y crossover culminan una excelente propuesta de la
que destaco, sin lugar a dudas ese “Le millions d´Arlequin” de Riccardo Drigo,
que nos recuerda una vez más, con un nuevo puñetazo, el por qué sigue -me
sigue- gustando tanto Roberto Alagna: por su belleza tímbrica, por su gusto,
por su fraseo, por su sonrisa en la voz, porque expresa… porque simplemente, me
emociona. Me llega.
Muy recomendable su versión de “La Spagnola” y “Be my
love”, y ese “Sognare” final que él mismo compuso, es una declaración de
principios e intenciones, de un hombre inteligente y comprometido (la letra no
tiene desperdicio).
Soñar, esto es lo que he vuelto a hacer con Roberto. Con
Robertíssimo…
Final round
Y creo que a estas alturas del combate, Alagna le está
ganando nuevamente el pulso a Jonas sin lugar a dudas. Quedan los últimos
segundos antes de que suene la campana, pero creo que el resultante es
aplastante: Jonas no puede competir con Alagna ni en belleza de voz, ni en
estilo, ni en salud vocal. Aquél que emociona, aquél que hace que tu cuerpo se
estremezca con un escalofrío cuando emite notas, es quien gana.
Suena la campana, ahora sí.
Se acabó el asalto, el árbitro -o sea yo- que a estas
alturas lleva a sus espaldas los dos discos y vario rato de crónica levanta por
fin victoriosa la mano de Alagna. Roberto, campeón.

Uno se puede imaginar que, después de dos años sin verle
en directo, la ilusión que tenía por escuchar de nuevo al grandísimo PLÁCIDO
DOMINGO, era enorme. Y es que dos años son mucho tiempo, pero desde 2019,
las actuaciones del tenor escasean en nuestro país. Por ello, cualquier atisbo
de oportunidad para disfrutarle es altamente aprovechable y recomendable.
Después de su concierto en la Plaza de Toros de la Real Maestranza
de Sevilla en septiembre de 2022 y aún con los resquicios en el ambiente de una
pandemia que parece no tener nunca fin, PLÁCIDO DOMINGO regresaba de
nuevo a España, y por segunda vez consecutiva, en tierras andaluzas para
brindarnos una de esas noches que quedan de por siempre en nuestras retinas y memoria.
Las primeras, gracias a las grabaciones de estranquis que todos, en algún momento,
optamos por hacer porque, ya se sabe que en España tiene que tronar y llover
mucho para que se retransmita por televisión un acontecimiento similar. Y
claro, en los últimos años, de lluvia y truenos, vamos bien escasos. Y, las
segundas, porque hay cosas que no necesitas tener grabadas en tu móvil para
recordar siempre, ya que cada una de las actuaciones de Domingo son únicas y
especiales. Al menos, para mí.
El telón de fondo que PLÁCIDO DOMINGO escogió en
esta ocasión para regalarnos de nuevo su voz fue el Festival Starlite Occident
que hace ya varios años se celebra en Marbella. El entorno, una cantera de
piedra elevada a varios metros que alberga, a parte del espectáculo principal
varias ofertas paralelas de ocio y diversión, a parte de gastronomía.
Discoteca, buenas mesas regadas por excelentes vinos malagueños sirven de
acompañamiento y relleno adicional al concierto para aquellos que, después de
una noche de éxtasis, el cuerpo aún les pide fiesta hasta altas horas de la
bien entrada madrugada del día siguiente.
Bravo para Starlite
Nunca creí que un recinto tan sumamente masificado en el
que se aúnan un sinfín de disciplinas, estuviera tan bien organizado.
Me lo dijeron, e incrédula de mí, lo dudé. Pero lo cierto
es que pudimos acceder al recinto a pie del Festival en el que, desde las 8 de
la noche, la maquinaria ya funcionaba a tutiplén. Restaurantes, bares,
discoteca… todas las piezas del engranaje avanzaban juntas sin necesitad de
aceite. Todo estaba perfectamente calculado y medido. Los accesos al auditorio
al aire libre, con una hora de antelación se hicieron paulatinamente y sin
prisa, llegando a llenar, diría que casi al completo, todas las incómodas
medio-sillas del Festival. Esto último fue, la única nota discordante de la noche,
dado que el recinto no está pensado para que el espectador aguante dos horas
sin solución de continuidad un espectáculo como al que asistí, sino que, me da
la sensación que son asientos de apoyo y tregua para aquel público que asiste a
bailar y a corear las canciones de su artista o grupo favorito. Pero no están
preparadas para estar sentado dos horas, sin que puedas hacer el pertinente
descanso, porque a las 12 de la noche empezada de nuevo el espectáculo en la
discoteca.
Lo segundo que no me gustó es el hecho de que la organización
permitiera entrar a los rezagados de última hora una vez ya había empezado el
concierto. Distraen al público que ya se ha concentrado y está en comunión con
el artista, y supone una falta de respeto para el cantante y para el resto de
público que ha hecho los deberes y estaba allí a una hora prudencial.
Sin embargo, sí que aplaudo la organización del Festival
a la hora de abandonar el recinto. Buena coordinación con los autobuses
lanzaderas que bajan hasta la esplanada para recoger tu coche o para coger el
autobús. Filas separadas por vallas y dirigidas por el “staff” del Starlite. Y
es que si no fuera así, aquello que horas antes era una balsa de aceite, se
hubiera convertido en una selva donde siempre la ley del que tiene más cara,
acaba triunfando.
Así de esta manera, una persona, una camiseta oficial del
Startlite y un móvil contando la gente para encabirla en los autobuses
lanzadera, se convierten en un total acierto organizativo que evita el lío para
dar paso al orden.
Mis felicitaciones.
Como los ángeles
Así es como sonó la ORQUESTA SIMFÓNICA DE MÁLAGA
bajo la batuta del director JORDI BERNÀCER. Y es que ya desde la primera
de las piezas orquestales que sonaron durante la noche, ya se adivinaba el gran
trabajo hecho por el director y todos los matices que le supo sacar a esta
orquesta. Creo que fue una opinión de común denominador. Todo el mundo lo
destacó.
La orquesta sonó ágil, con pulso, con un tempo siempre
adecuado y correcto. Y brilló. Brilló tanto sola como cuando acompañaba a los
intérpretes, y JORDI BERNÀNCER estuvo siempre más que atento a las
interpretaciones de los cantantes. Sabiendo recuperar entradas fuera de tiempo
y cambios imprevistos de tempi.
Disfruté mucho de su trabajo ya desde el “Intermedio” de “LAS
BODAS DE LUIS ALONSO”, pasando por el “Preludio” de “LA REVOLTOSA” o
el no menos aplaudido “Intermedio” de “LA LEYENDA DEL BESO” o el siempre
recurrente “Fandango” de la “DOÑA FRANCISQUITA” ó “EL SOMBRERO DE
TRES PICOS”.
No me extraña en absoluto, después de tener la
oportunidad de verle trabajar en directo que JORDI BERNÀCER sea uno de
los directores con los cuales PLÁCIDO DOMINGO esté trabajando más
últimamente. Y es que esto fue de Maestro a Maestro.
El más esperado de la noche
Sin duda hablo por mí. Con una ilusión tremenda por
escuchar de nuevo a la voz que me acompaña desde hace muchos años, emprendí el
día anterior viaje rumbo a Andalucía, una tierra que nunca deja de sorprenderme
y agradarme. Sus gentes, su saber hacer, su saber vivir, y su carácter y buen
humor, predisponen todo, absolutamente todo, para que, lo que vives allí junto
a ellos, sea imborrable.
Mil quilómetros me separaban de Marbella. Mil quilómetros
que hicimos con enormes ganas. Y es que cuándo lo que te aguarda sabes que va a
hacerte muy feliz, la distancia no importa, no es barrera física para aquellos
que amamos el arte y la voz del incombustible e inigualable, y también, ¿por
qué no? irrepetible PLÁCIDO DOMINGO.
PLÁCIDO DOMINGO, la voz que me llega al alma y que me hace sonreír, la
voz que me hace feliz y que me da vida. Gracias Maestro por, a sus 83 años darnos
todo lo que nos da. Somos realmente afortunados y felices de poder disfrutarlo
aún. Y mientras esto siga así y pueda, allí estaré acompañándolo. Porque lo
disfruto y porque aún tengo aquel gusanillo en el estómago de esos nervios tan
bonitos previos y durante el concierto. Porque la euforia dura una vez pasado
el espectáculo, y porque al finalizar, siempre me quedan ganas de una vez más.
Y siempre me da la sensación de que la anterior será la última. Pero siempre
llega una más, y una más, y siempre hay últimas veces. Siempre digo… y si esta
fuera la última vez… yo quiero estar allí.
Pero el inagotable PLÁCIDO DOMINGO siempre me
regala otra. Gracias Maestro Domingo. Y me va a perdonar, pero, egoístamente, regáleme
aún muchas más, por favor.
Dicho esto, todo lo que pueda decir acerca de lo que se
vive cuando una va a un concierto de este inconmensurable artista es poco. Poco
es también todo lo bueno y grande que se ha dicho ya de este artistazo, si se
me permite el tono coloquial. Lo de menos en estos casos es su edad. 83 primaveras
cuenta ni más ni menos el tenor madrileño. Y sí, es verdad que no es ni una
sombra de lo que fue, pero, su valentía, su arrojo, su pasión, su entrega y sus
ganas, su saber cantar y el timbre cálido de su voz siguen intactas, con las
mismas ansias del novillero que se tira al ruedo por primera vez. Y eso, señoras
y señores míos, es digno de escribirse con letras de oro en los libros de
historia de la ópera.
Noche española
Siendo el programa enteramente dedicado a la zarzuela,
era atractivo más que suficiente para mí para estar allí. Adoro la zarzuela
porque son músicas que he escuchado desde que era una niña. La amo también
porque era la música de mí abuelo. Él me la enseño y con el aprendí a quererla
y a valorarla como género que va en paralelo a la ópera, nunca por debajo como
música inferior. Y si a todo esto añadimos que es PLÁCIDO DOMINGO quien
me ofrece una versión de “Mi aldea” de “LOS GAVILANES” o un emocionadísimo
“Luche la fe” de la “LUISA FERNANDA” entonces ya, a estas alturas y con
lo que llevo escrito, ¿hay alguien a quién no le hayan entrado de ganas de
haber ido al concierto? O… ¿de repetir? (Lástima que no pueda poner aquí algún
emoticono ahora).
Bien es cierto y para ser justos, PLÁCIDO empezó
un poco flojo con las dos primeras romanzas, quizás la exigente “Mi aldea” y “Ya
mis horas felices” de “LA DEL SOTO DEL PARRAL” fueron sus incursiones
menos acertadas de la noche. Sin embargo, fue a partir del dueto de “Hace
tiempo que vengo al taller” de “LA DEL MANOJO DE ROSAS” en que Domingo
cogió volada y, aquello que 10 minutos antes había sido un tanto titubeante, se
convirtió en un “aquí mando yo” y poco a poco, su seguridad se acrecentó y el
artista se relajó para ofrecernos un concierto de un muy buen nivel, siempre
teniendo en cuenta la edad que tiene.
Y esto me gusta recalcarlo. No se le pueden pedir peras
al olmo, pero sí que se puede disfrutar de lo que el olmo te ofrezca y dar las
gracias a Dios por ello, ¿no? Pues yo le doy las gracias y disfruto de lo que
nos da ahora que, aunque parezca poco, para mí, es mucho.
Apoteósico como siempre su “No puede ser” de “LA
TABERNERA DEL PUERTO” que levanta pasiones por ahí donde la canta, así como
su “Amor, vida de mi vida” de “MARAVILLA” del maestro Federico Moreno
Torroba.
La zarzuela, al igual que para mí es la música de mi
abuelo, para PLÁCIDO DOMINGO es la música de sus padres, y para ellos
claro está, hubo un momento de recuerdo, a partir del cual, un emocionado hijo
homenajeó a sus progenitores con un “Luche la fe por el triunfo” de absoluto
manual. Gracias PLÁCIDO.
Artistas invitados
Se cayó del cartel el tenor donostiarra Xavier Anduaga,
quizás debido a su reciente paternidad, y fue sustituido por el jerezano ISMAEL
JORDI que brindó páginas de la “LUISA FERNANDA” como “De este
apacible rincón de Madrid” o la bellísima “Flor roja” de “LOS GAVILANES” de
Jacinto Guerrero, donde Gustavo,
enamorado de Rosaura, le canta todo su amor. Siendo enamorado, y siendo además
un personaje joven, eché en falta un canto más refinado en el que el uso de
recursos como las mezza voci o los piani brillaron por su
ausencia. ¿Tu le chillas a la mujer de la cual estás enamorado, o por el
contrario, le hablas o susurras con dulzura al oído? Pues queda todo dicho.
No tiene una voz excesivamente expresiva ni atractiva.
Cumple, pero no me convence. Ni por estilo, ni por fraseo, ni por timbre ni por
su lenguaje corporal.
Cantó un único dueto con SERENA SÁENZ, la otra
artista invitada de la noche, “Caballero del alto plumero” de la “LUISA
FERNANDA” en el cuál, ambos intérpretes estuvieron más preocupados de la
parte escenificada que de la vocal. No puedo decir que lo cantaran mal, pero no
pasará a mi memoria como interpretación sublime de ambos.
La soprano SERENA SAÉNZ, salida del concurso de
ópera “Operalia” cuyo mentor es PLÁCIDO DOMINGO tiene buena madera de
artista, pero, creo que debe concentrarse más en la parte vocal que en la
estético-escénica. Si bien me fijé que tiene intención en el fraseo y deja muy
buenos detalles y matices en este sentido, no estamos hablando de una voz especialmente
bella, y sin embargo bella es ella físicamente.
Pienso que, si sabe explotar esos atisbos de expresión,
el material es bueno. Pero, necesita rodaje, aunque aparentemente, la ves
moverse en el escenario y puedes llegar a pensar que está muy rodada.
Siempre he pensado que siendo tan joven como es ella (y
hablo en general) a nadie engaña una cara bonita, unos ojos expresivos o un
bailoteo sensual en un ambiente en que el cuerpo pide más juerga que no arte.
El arte vocal se demuestra cantando, no falseando. Pero, para gustos, los
colores.
SERENA escogió un repertorio muy afín y adecuado a su voz
ligera, en el que sorteó el sinfín de coloraturas de “Me llaman la primorosa”
de “EL BARBERO DE SEVILLA” de Gerónimo Giménez o los picados de “En un
país de fábula” de “LA TABERNERA DEL PUERTO” del maestro Pablo Sorozábal.
Su único dueto con el Maestro DOMINGO fue el pasodoble
de “LA DEL MANOJO DE ROSAS” de Sorozábal, “Hace tiempo que vengo al
taller”, realmente bien cantado por ambas partes.
Y acabó sus intervenciones con un bis de la zarzuela cubana
del maestro Roig, “CECILIA VALDÉS” en la que la música ya por si sola invita
al baile y que se lo marcó como si fuera una cupletista. Un ejemplo de aquello
que decía antes, quieres bailar, baila, pero vete a bailar al Molino, no en un espectáculo
de zarzuela. No está reñido el saber moverse en el escenario con ser artista,
pero todos los extremos pican y personalmente me sobró. Fue un poco como disfrazar
el sabor del calamar con un buen rebozado.
El bis de ISMAEL JORDI fue mi queridísimo “Bella
enamorada” de “EL ÚLTIMO ROMÁNTICO” de Soutullo y Vert, al que le pasó
algo similar que lo ya explicado en el “Flor roja”. Y me va a perdonar, y con
todos mis respetos para el artista jerezano, pero, nunca jamás he escuchado
esta romanza tan bien cantada como a PLÁCIDO DOMINGO. No le quiero quitar
méritos a JORDI, para nada, simplemente téngase en cuenta que las
opiniones vertidas aquí, todas ellas, son cuestión de gustos.
Con el Maestro cantó el dueto de la “MARINA” de
Arrieta, “Se fue, se fue la ingrata” donde contrastaron bien las voces en las intervenciones
conjuntas, y, los tres artistas al unísono, concluyeron el programa oficial
cantando el dueto de “EL GATO MONTÉS” a tres voces, de aquellas cosas
que, solo pueden salir de la cabeza de PLÁCIDO DOMINGO. Y JORDI dejó que el
Maestro se luciera con su arranque “Torero quiero ser”.
El bis de Domingo
Había cantado ya el “No puede ser”, por tanto, como bis
ya no procedía.
Se cantó “Maravilla”, otras de las que, junto con la
anterior, siempre están presentes en sus conciertos.
¿Qué sorpresa nos tenía preparada PLÁCIDO DOMINGO?
Mentiría si dijera que no había especulado con posibles
opciones de bises… Siendo en Andalucía, y cuando en Andalucía se está en la provincia
de Málaga, lo lógico era pensar que, aunque muy lejos de la zarzuela, PLÁCIDO
nos ofreciera una versión del bolero-mariachi “LA MALAGUEÑA”, pero no… Decepción
por parte de alguna persona del público, fue alguno de los comentarios que
escuché cuando nos dirigíamos a la salida una vez finalizado el espectáculo.
Creí también que podría cantar “LA MORENA DE MI COPLA”
con la que dos años atrás en Sevilla se vino abajo la Real Maestranza. Pero
tampoco… Entonces… ¿cuál? ¿Cuál quedaba de las que a PLÁCIDO le
apasionan?
Y si, los que le conocemos bien sabemos que hay otra que
está entre sus predilectas, porque nada más oír los primeros compases confirmó
lo que estábamos pensando. “El granado” sobrenombre por el cuál sus compañeros
de colegio le bautizaron por cantar “GRANADA” de Agustín Lara siempre y
por todos los rincones, como la zarzamora, fue la guindita que coronó el pastel.
Qué bien que la cantó y cómo desplegó todos los recursos vocales y expresivos,
y de fraseo que tanto me gustan y, que correspondí con un estruendoso y
emocionado aplauso.
“Granada” puso punto final a dos horas cortas que me dejaron,
como no podía ser de otra manera, con ganas de otra. Otra, a lo mejor -y esta
vez sí podría ir de veras- que podría sería la última. Recemos para que no sea
así.

“Il trovatore” de Verdi es una ópera ya de por sí oscura.
Y no solamente porque la mayoría de sus escenas se dan durante la noche, sino
porque sus roles predominantes son precisamente los que se mueven en las notas
medias y centrales. Claro que hay soprano y tenor y con páginas absolutamente
brillantes que salieron del genio del de Busetto, pero, sin lugar a dudas,
Verdi confiere una vez más enorme protagonismo al barítono y a la mezzosoprano
como ningún otro compositor hizo.
Ayer por la tarde en Sabadell se daba cita a la tercera
función de la última ópera de esta temporada 2022-2023 que empezara en el mes
de octubre con “Don Giovanni”. A los intérpretes, no obstante, aún les aguarda
un largo periplo por diferentes localidades catalanas, pero, con la de ayer, se
cerraba el círculo en la capital vallesana, a la espera de la nueva e
interesante temporada que ya se ha anunciado para el año que viene. Empezará
con un “Romeo et Juliette” seguida de una “Doña Francisquita”. De esta forma en
la FUNDACIÓ D´ÒPERA A CATALUNYA recupera mi muy querida zarzuela después
de unos cuantos años sin que tuviera presencia. Aplaudo pues la iniciativa y
bienvenida sea de nuevo a casa.
En el mes de febrero podremos disfrutar de “Manon Lescaut”
de Puccini y finalmente, dentro de un año, la que ahora suscribe cuatro
palabras sobre “Il trovatore” hará lo mismo con la “Turandot”. Dos óperas de
repertorio clásico, arriesgadas y difíciles y que los que adoramos Puccini
disfrutaremos sin lugar a dudas.
Austero Trovatore
Sabemos de los medios y los recursos de los cuales
dispone la FUNDACIÓ D´ÒPERA A CATALUNYA, por tanto sería de dementes
esperar un decorado recargado y suntuoso, así como un vestuario más vistoso.
El equilibrio entre la seriedad del negro, la oscuridad
de la obra y la época en la que se enmarca este Trovatore hacen que, escena y vestuario
nos sitúen más o menos en la época. Por tanto, no hay nada que decir acerca de
esto, y destaco como siempre la excelente iluminación para crear ambiente a
cargo de NANI VALLS.
Con un mismo motivo conductor a nivel escenográfico
salpicado de grises y columnas, CARLES ORTIZ y JORDI GALOBART, otorgan,
a este Trovatore sencillo una notoriedad absoluta sin salir del contexto. El
resto de ambientación, como en otras ocasiones, lo dejan al libre albedrío de
los asistentes. Soñar es gratis, y de momento, imaginar, también.
Equilibrio vocal y coral
He de reconocer el gran trabajo y mejor resultado de la ORQUESTRA
SIMFÒNICA DEL VALLÈS y el COR DELS AMICS DE L´ÒPERA DE SABADELL a
cargo del Maestro DANIEL GIL DE TEJADA que supo mantener el volumen justo
y adecuado que requiere esta gran ópera verdiana. Gil de Tejada imprimió
notoriedad y tempi adecuados, quizás a mi gusto en alguna ocasión un
tanto ralentizado sobre todo el momento coral de la “pira” con esos “all´armi” más
lentos que el propio ritmo del aria más esperada de la noche.
Pero a pesar de este pequeño contraste, el maestro llevó
muy bien la función de la tarde, atento en todo momento, cantando con el coro,
concentrado en la escena y en total comunión y entendimiento con los cantantes.
Reparto
MARIBEL ORTEGA regresaba una vez más al role de Leonora. Su voz es más
que suficiente para abordar sin problema el papel verdiano. Los agudos son
claros, limpios y seguros, bien colocados y sin estridencias de las que, otras
habituales en este papel, suelen adolecer.
Empezó en su primera escena quizás algo titubeante en
emisión. Me daba la sensación que la voz se quedaba un poco atrás aunque sin
embargo, finalizada su aria “Tacea la notte placida” afortunadamente, lo dejó,
valga la redundancia, atrás. Bien ejecutada esta primera pieza que culmina con
una cabaletta criminal como es el “Di tale amor” de la que solo cantó la
primera estrofa. Lástima.
Sin embargo, fue en su gran scena del cuarto acto
cuando la jerezana escuchó los atronadores aplausos y bravos del público tras
escuchar su “Damor sull´ali rose”. Cantada sin prisas, con matiz y pianos
bien matizados y ejecutados fue uno de sus mejores momentos que acabarían con el
espectacular dúo con el perverso Conde de Luna.
El tenor argentino GUSTAVO PORTA no fue Manrico en
ninguno de los sentidos. Su voz es suficiente para cantar el role, si, pero con
esto no basta. No basta con ejecutar una buena “Di quella pira” (dicho sea de
paso, con agudos bien asentados tanto en el “o teco all meno” y el “all´armi”
final seguro y dilatado que hacen las delicias de aquellos que, desgraciadamente,
hoy en día continúan pensando que la ópera es tener un buen agudo, o lo que en
catalán diríamos “un bon pinyol”).
No, Manrico no es cantar “Di quella pira” de una forma
solvente y reservarse para ese instante. Manrico es un papel, quizás no tan
agradecido para el tenor si lo comparamos con otros roles verdianos, pero, no obstante
el personaje tiene otras posibilidades expresivas. Y a tal efecto Verdi le
escribe un aria sensacional como es “Ah si ben mío”, momento en que el tenor
tiene que desplegar todos sus recursos expresivos.
No está dotado de una voz especialmente bella ni de un
fraseo que brille, aunque hubo momentos en que imprimió buenos matices, pero,
no acaba de funcionar a pesar de que intentó asentar piani que en algún
momento me dio la sensación de que la voz se tornaba un poco ronca. No se le puede
negar que lo intentó después de un inicio con “Deserto sulla terra” más que prescindible
y cantado con demasiada ligereza muy lejos del canto de un trovador.
Luz en la oscuridad
Sí, quizás un poco rebuscada la frase o parafraseada de
otra que se ha hecho famosa en Catalunya, pero lo cierto es que la oscuridad de
las voces del Conde de Luna y de Azucena fueron la que dieron, a este Trovatore
sabadellense, la luz y el equilibrio a esta magna ópera de Verdi.
No miento si digo que el gran triunfador de la noche fue
sin lugar a dudas CARLES DAZA que regaló su voz al Conde de Luna. Un
volumen y corporeidad más que suficiente para abordar un papel como éste.
Su voz suena bien, sana, robusta y tajante, acompañada de
una excelente dicción, cosa que siempre he destacado del interprete catalán (y
eso tanto si canta solo como si se trata de duetos o de concertantes). Con Daza
no hace falta que sigas la subtitulación porque se entiende perfectamente todo
lo que está cantando, y eso, para mí es muy importante, y es otro de los
grandes recursos expresivos a los que, un cantante inteligente, puede dar a un
personaje y hacerle justicia.
Ya desde su primera entrada en escena con su “Tace la
notte” se pudo presentir cómo avanzaría en el resto de la obra. Supo dar al Conde
autoridad y austeridad avaladas ambas por un volumen que resonó en todo el teatro
de La Faràndula ayer por la tarde.
Serio en su gesto, autoritario sin rozar el despotismo
que otros intérpretes se empeñan en darle a este papel superó con creces mis expectativas
para con Carles en este role.
Su gran escena del segundo acto fue muy aplaudida y
agradecida por el público y con su voz, con su matiz, en escenas conjuntas en
las que las voces de Daza y Porta se medían, ganaba el catalán respecto del argentino
en autoridad y en volumen.
Para mi fue un enorme placer escucharle en tan espléndida
forma y ver su sin duda notable evolución en todos los sentidos. Aquel a quien
descubrí con un ya lejano Silvio de “I pagliacci” y al que ya auguré a mi
salida del teatro que allí había una buena voz a seguir y de la cual oiríamos a
hablar, ver ahora donde está y lo que ha ido cosechando, es sin lugar a dudas,
como aficionada una auténtica satisfacción.
No quiero no obstante dejar de comentar otro de su grandes
momentos, en esta ocasión al lado de Maribel Ortega y que fue el apabullante
dueto del cuarto acto “Mira d´acerbe lagrime” en las que la voz de Maribel hizo
más buenas migas con la del barítono que en otros pasajes que aún estaban por
venir junto al Trovador.
Enhorabuena, Carles.
De los intérpretes principales, de los 4 intérpretes
principales mejor dicho de este Trovatore, quiero hacer, por supuesto, una
mención especial para la mezzosoprano catalana LAURA VILA que afrontó
uno de los papeles más exigentes salidos de la pluma del gran Verdi.
Y es que Laura es muy bien conocedora de sus medios vocales,
de sus posibilidades y de su capacidad como cantante y artista.
Valga por delante que aplaudo que no presentara una
Azucena escénicamente pasada de vueltas como hacen otras de las que hemos
considerado grandes Azucenas con el simple y vulgar objetivo de erigirse, sin
lugar a dudas, en el centro de las miradas durante una representación operística.
Y recordemos que una ópera es un trabajo de equipo.
Laura dotó a Azucena de inteligencia. Cantó lo que tenía
que cantar sin exagerar un ápice la parte vocal y sobre todo la escénica. No sobreactuó.
Simplemente actuó. Y eso, a nivel personal, yo se lo agradezco. Mucho.
Azucena es, a la par que Anmeris, un bombón de papel. Oscuro,
perturbado, con pulso. Y esto se nota en su ejecución.
Su “Stride la vampa” ya fue un claro ejemplo a nivel
vocal y artístico. ¿Por qué poner los ojos fuera de órbita para cantar esto?
¿Por qué exagerar el gesto cuando tienes los recursos para hacerlo con la voz?”.
¿Por qué desviar al público con esos recursos manidos si el recurso lo tienes
en tu garganta?
Brava Laura porque su voz sonó como tuvo que sonar, sus
graves, sin ser la suya una voz de gran dramatismo es más que suficiente para
esta Azucena.
Genial como paseaba su voz por las zonas más altas y exigentes
que se puede encontrar en la escala de la mezzosoprano, y el gran contraste –
aquel que a mi me hace estremecer cuando se lleva la voz del agudo al grave en
dos segundos – estuvo presente ya desde el principio de esta aria.
Quiero destacar también, porque para mi es muy importante
que, al igual que comentaba para Carles Daza, que Laura Vila tiene un fraseo
impecable y completamente inteligible. Tampoco necesitas seguir la subtitulación
cuando ella está cantando. Y eso es más que meritorio dado que, de por sí, es
mucho más difícil entender las voces femeninas que las masculinas cuando están
cantando.
Tanto en el dueto del segundo acto “Non son tuo figlio”
como en el del cuarto “Madre non dormi”, ambos con el tenor, estuvo realmente
fantástica. Me sorprendió sin embargo, en el primero, en el “Non son tuo figlio”
el cambio de tempo en el “Ma dell´alma dell´ingrato non parlò dal cielo
un detto” respecto al que se había llevado todo el dueto. No acabé de
entenderlo aunque si el objetivo era remarcar la autoridad de la madre y las
instrucciones que con ello daba a su hijo, pues bueno, de acuerdo. Personalmente
estos cambios bruscos, marcados obviamente fruto de un trabajo previo con
dirección, no acaban de convencerme. Pero es simplemente mi opinión.
Quiero decir también que, a pesar de que las páginas más
famosas para Azucena sean acaso ese “Stride la vampa” o el demencial “Condotta
era in cepi”, a nivel personal para mí, Azucena tiene otro momentazo si
se me permite usar esta expresión popularizada años ha. Y este momento es el de
“Deh, rallentate, o barbari, le acerbe mie ritorte...Questo
crudel supplizio è prolungata morte...” Si, el clímax final de
esta primera escena del tercer acto es para mi cuando Verdi, cuando el genio de
Verdi y todo el infierno que arde en su imaginación, brinda a la zíngara una de
las mejores y más emotivas páginas jamás escritas para ella. Y aquí si que
Laura hizo que se me pusiera la carne de gallina con ese arrebato tan típico y
tópico de las obras de Verdi.
Brava!!! Brava Laura.
No fue sin embargo aplaudido el dueto del cuarto acto con
Manrico “Madre non dormi” pero fue ejecutado excelentemente al igual que su fulminante
“Sei vendicatta, o madre” que concluye la obra.
Roles secundarios
De los cuales destaco el Ferrando de JEROBOAM TEJERA y la Inés de MARIYA MELNYCHYM, el
primero por tener una voz de aquellas que, en cuanto emiten la primera nota ya
ves que son de aquellas que inundan por completo el teatro y porque la difícil
partitura que Verdi le encomienda, la hace sin titubeos. La segunda, por
calidez de voz y fraseo completamente inteligible, que insisto, para mí es muy
importante.
Sin duda una tarde de ópera la de ayer recomendable si lo
que se busca no es la espectacularidad de los agudos en “Di quella pira” o los
pasajes más populares de la ópera de Verdi como lo son el coro de los gitanos del
segundo acto, o el coro de soldados del tercero.
Si lo que se busca es disfrutar de unas buenas voces que
tienen sentido de la interpretación y que les prestan atención al texto y a
cuán importante es la expresividad que se le puede dar a un personaje
operístico, sea de la cuerda que sea, entonces, este, es vuestro “Trovador”.

Cuando
alguien sale de un teatro de ópera y piensa en lo afortunado que es de poder
disfrutar la música hasta extremos indescriptibles, es por la mera razón de
que, lo que acaba de escuchar, le ha llegado hasta el rincón más lejano de su
corazón.
Esto
bien podría ser simplemente el resumen o preludio de lo que viene a
continuación, pero, emocionarse hasta tal punto en el teatro, llorar con la
música, sentir como llegan las voces y estar durante la ópera completamente
metida ella es algo que cuesta de consiguir, pero, que cuando se logra, no hay
palabras ni poder humano suficientes como para describir la avalancha de
sentimientos que desfilan delante de una.
Pocas
veces salgo del teatro con esta sensación, y cuando de manera excepcional la
comunión entre el artista y el público van de la mano, entonces es, y reitero, cuando
digo, que soy una persona afortunada. O a mí me lo parece.
Y
ayer tarde lo fui.
No
solamente porque “Madame Butterfly” invita a serlo, sino porque es una ópera
cargada de fuerza emocional, de sentimiento, con una historia de trasfondo que
conmueve y con una música con la cual, se tiene que ser muy insensible – o cantarla
muy mal- como para no sentir nada de nada en las casi tres horas, intermedio incluido,
que duró la función.
Qué
música tan excelsa escribió mi querido Giacomo Puccini para su amada
Cio-Cio-San. Un mago del sentimiento, de la emoción, de las reacciones, del
matiz, de todo lo más profundo que un ser humano pueda llegar a sentir. Todo
ello está intrínsicamente ligado a su música.
Buttefly
remueve el cuerpo porque enseguida empatizas con la joven e inocente japonesa víctima
de un engaño vil por parte de un oficial de la marina de un país llamado Estados
Unidos de América, donde todo vale, donde todo se compra inclusive el amor, la
inocencia y el dolor. El poder que pisotea al débil. Una clara exhibición de lo
que hoy en día podríamos llamar turismo de explotación sexual donde Butterfly
es la víctima de un sistema podrido y corrupto.
“Badate,
ella ci crede” le
masca Sharpless a Pinkerton al principio del primer acto.
Ella
lo cree. La niña lo cree. Y la niña hecha mujer también, hasta que por conciencia,
el cónsul la desengaña y la niña Butterfly se convierte en adulta de golpe con
el estruendo seco de la percusión que la saca de su sueño pueril y la sitúa en
la realidad de un mundo donde solamente va a poder encontrar la paz a través
del sacrificio y la muerte. “Con onor muore chi non può serbar vita con onore”.
Giacosa e Illica no lo hubieran podido escribir mejor.
Si
hay alguien que no se emociona con esto, con todos los respetos para aquellos
que no lo logran, pues, es que hay mucha insensibilidad esparcida por este
mundo, o, también, es que hay mucha gente que va a la ópera porque toca, y nada
más.
Nunca
he podido hacer eso. A la ópera se va a disfrutar, a emocionarse, a vivir la música
y a disfrutar de las voces. Lo siento, pero no me lo puedo mirar desde otra perspectiva.
Fue
Madame Butterfly
Demos
gracias a Dios ya que en los tiempos que corren, lo habitual no es encontrar
una puesta clásica si no una fumada del director de escena que quiere explicar
lo que se escribió hace más de 100 años. Que quiere explicarme, y me
dirijo a mi misma, qué es Madame Butterfly y qué representa…. Ummmm… quizás si
que se necesite explicación cuando ves que la pobre Cio-Cio-San te la visten de
astronauta y el granuja de Pinkerton pilota una nave espacial. Pero no, gracias, no quiero explicaciones. Quiero una
Madame en Japón. ¿Tanto cuesta entender esto?
Y
ayer, afortunadamente, y como viene siendo marca de la casa el tándem CARLES
ORTIZ y JORDI GALOBART entienden a la perfección la obra y lo que le
gusta al público que, entre los cuales me encuentro, vamos a gozar de la
música, de las voces y de la historia, en el contexto que le toca. Voy a sentir,
no a pensar. Que para eso, ya trabajo toda la semana.
Poco
atrezzo y a penas sin decorado su Madame funciona. Las puertas corredizas
típicas de las casas japonesas, un vestuario cuidado y una soberbia iluminación
de NANI VALLS completan una Butterfly sencilla, muy bien ambientada en
la que no se necesita cargar el escenario para hacer creíble la historia. Una
bandera de los Estados Unidos en el primer acto, una rama de cerezo en el
segundo, ceden el paso a la desolación de la protagonista en el tercer acto,
donde se ve despojada de todo: del amor, de la maternidad y de la vida.
Me
gustó la dirección de SERGI ROCA, atento al cantante y a la orquesta. Si
que al principio la fricción de los arcos de los violines sonaban un tanto
ásperas, demasiado enérgicas, y quizás en algún momento el volumen orquestal
fue demasiado forte, pero, en un Puccini, las crecidas orquestales son
lo habitual y lo que hace que la música del de Luca tenga en el oyente el
efecto devastador de un tsunami.
Estuve
pendiente de algo que para mi es esencial en una Butterfly. En el segundo acto durante
el aria de Buttefly, “Un vel dì vedremo”. Los que me conocen saben perfectamente
lo que viene ahora a continuación. Los que no, pues bueno, espero de alguna manera
que, con el comentario, en su próxima Madame, lo puedan apreciar.
Es
sabedor que Puccini nunca escribía una nota que no tuviera sentido musical ni
concordancia con el texto. No había ni una nota de más ni una nota de menos.
Podríamos decir, de una forma jocosa y con todo mi respeto, que en sus óperas
hay momentos de psicopatía en los que el propio Giacomo se cercioraba de buscar
el sonido verdadero, la realidad. Muestra de ello, las campanas que acompañan
al amanecer romano en el último acto de su “Tosca”.
En
Butterfly, hay un momento como este, psicopático… “Poi la nave bianca, entra
nel porto, romba il suo saluto… vedi? Egli è venuto…” y ese “romba”
ese estruendo del cañón del puerto que anuncia la llegada de las naves a Nagasaki
Puccini la describe magistralmente.
Lo
esperaba, quería oír ese “romba” ese cañón lejano del puerto que se aprecia
con un sutil, pero audible golpe de timbal. Me fijé en el gesto del director, y
segundos antes de este matiz, se gira, busca al timbal, y con un ojo en el
escenario y otro en el músico, le marca que lo ejecute. Pasa el examen.
Inspirado
también en el coro a “boca chiusa” y en el preludio del tercer acto, Sergi Roca
firmó una muy buena versión de Butterfly, mientras que el coro, dirigido por DANIEL
GIL DE TEJADA alcanzó momentos extraordinarios.
Grandes
voces
Habituales
de la casa como ENRIQUE FERRER que hubiera podido firmar un muy buen
Pinkerton si en ocasiones su canto no fuera tan engolado. Ha corregido mucho su
emisión y tiene la voz para Pinkerton aunque le falte un pensamiento de belleza
en ella. Da el personaje y es creíble en el escenario y es en sus escenas
conjuntas, con Sharpless o la misma Butterfly, en las que su voz brilla más
quizás porque queda equilibrada – aunque debería decir, un tanto camuflada. Sin
embargo, tengo que decir que alcanzó su mejor momento, y contrariamente a lo
que acabo de decir dos líneas atrás, en su “Addio, fiorito asil” donde a
mi gusto faltó un poco de aquel squillo que otros Pinkerton tienen,
pero, fue de lo mejor que le pude escuchar durante la tarde-noche, con un
volumen más que suficiente y ejecutado con mucha sensibilidad.
Cuando
la voz de MANEL ESTEVE irrumpe en el escenario, una no deja de decirse a
si misma que debería estar haciendo grandes teatros. Una voz muy bien timbrada,
con un volumen más que suficiente para abordar el breve, pero no obstante
difícil papel de Sharpless, el cónsul que permite a Pinkerton que actúe como un
canalla. Y, aunque tiene un poco más de moralidad que el marino, deja que pase.
Y pasa lo que nadie puede evitar.
Rotundo
en su dueto del primer acto con Pinkerton y sublime en la lectura de la carta,
además de un fraseo y expresión cuidados, y, un sentir de la actuación marca de
la casa. Cantar lleva unido el actuar, el lenguaje corporal y facial. Saber
escuchar y reaccionar a lo escuchado es ser también un buen cantante y artista,
en mi opinión.
La
Suziki de ANNA TOBELLA cumple con creces el cometido. Una voz con cuerpo
aunque a veces me da la sensación de que se queda un poco en la garganta, sin embargo,
cuando esto no ocurre, y la voz corre bien, se puede apreciar un bello timbre.
Ideal
para esta representación fue una de las más aplaudidas, junto a Manel Esteve y Tina
Gorina.
Sorprendente
el Goro de JORGE JUAN MORATA. Una voz y timbre realmente bonitos que
contrastaba muy bien con la de Enrique Ferrer y Manel Esteve.
Destacable
también la breve intervención de JOAN CARLOS ESTEVE como el tio Bonzo.
Cio-Cio-San
Siempre
he dicho, y perdonad quizás la brusquedad de mis palabras, pero, una ópera como
lo es Madame Butterfly, como decía al principio, tiene que estar muy, pero que
muy mal cantada para que no te emocione. Si la primera entrada de Cio-Cio-San
ya no te llega, ya no te hace emocionar ni sientes que tu cuerpo no se remueve,
entonces eso significa que la soprano que la canta no sirve para cantarla. Ya puedes
guardar el pañuelo que hasta este momento has tenido en la mano en previsión de
enjugar lágrimas, porque una Butterfly que no te hace saltar las lágrimas ya en
su entrada, me reitero, no sirve para cantar esta ópera.
A
la Buttefly yo siempre voy preparada, pañuelo en mano, y el resto en el bolso,
porque si la cosa funciona, vas a utilizar más de uno.
TINA
GORINA, ya desde el
momento en que escuché su timbre de voz supe que la iba a disfrutar mucho. Tina,
y permíteme la franqueza, me hiciste llorar y emocionar ya desde el principio.
Una
voz dulce, un gesto cuidado, un buen fraseo y una sensibilidad para el
personaje que me transportó a Japón, y que me hizo sentir totalmente afín y en
concordancia con el personaje que interpretó.
Ella
fue, sin lugar a dudas, la triunfadora de la tarde. Una Butterfly que invita a
amarla. Sensible, pero para nada pueril, segura y firme con una proyección de
voz de auténtico manual y todo ello, sin que su voz sonara estridente y
perdiera belleza, dado que Butterfly es un papel muy agudo para la voz de
soprano. Nunca rozó el grito, no tuvo ningún momento de dar la sensación de que
estaba al extremo de sus posibilidades, y eso, es de agradecer, porque hay “grandes”
que no lo logran.
Su
Butterfly no es desagarrada al extremismo que a veces exige el verismo. Es una
Butterfly fina, educada, sumisa y su actuación escénica complementa y refuerza
su visión del personaje. Es decir, su gesto no es exagerado, no es una Butterfly
histriónica, como no lo es su voz y tiene la inteligencia de no traspasar la
barrera de la elegancia para lograr el efecto teatral de desgarro que a veces
buscan y no encuentran otras Buttefly.
No,
ella, lo hizo todo con la voz. Lo dominó. Se podía apreciar que sus ojos se
humedecieron en algún momento, sobre todo al final del tercer acto antes de
ejecutar su “Tu, tu, piccolo iddio” con un control y dominio vocal de lo
emocional y lo canoro verdaderamente impresionante.
¿Quién
es capaz de cantar Buttefly y que no se llenen sus ojos de lágrimas? Yo no
puedo, me llega demasiado esa música que brotó de la sensibilidad de alguien que
cogía notas, las ponía encima del pentagrama y… zas… magia.
Muy
aplaudida en su “Un bel dì vedremo” y no fue para menos, como aplaudido
fue su dueto del primer acto “Viene la sera” en la que su voz, con la de
Enrique Ferrer, se fundieron hasta su “Vien” final con todo el oleaje de
la orquesta pucciniana pasándoles por encima. Sublime.
Gran
momento de contraste de voces también en el dueto de “Tutta la primavera
voglio che olezzi qui” con Anna Tobella.
Sold-out
Y
no es para menos. Puccini, Madame Buttefly… era de prever, título clásico,
puesta clásica. Un lleno total más que justificado, una sesión de ópera de un
gran nivel de la cual salí completamente emocionada, eufórica y contenta, tanto…
que hoy lunes, los efectos aún me duran y, retendré en mi memoria por mucho tiempo
esta fantástica y muy recomendable Madame Butterfly que nos han propuesto en
Sabadell desde la FUNDACIÓ ÒPERA CATALUNYA”. Si hay alguien que se lo
está pensando…no penséis, decidiros simplemente y abogad por una más que magnífica
tarde de ópera y estad dispuestos a dejaros envolver por algo que puede llegar
a conmover tanto como es una de las más grandes óperas jamás compuestas por el
grandísimo Giacomo Puccini. “Madame Buttefly”, apuntad, confiad en la calidad
de los artistas, y simplemente dejaros llevar y disfrutad… “Un bel di
vedremo…”

Tuvo que ser en Sevilla, en esta ciudad que embruja al que la visita, la que fuera testigo de mi reencuentro con la voz que hace más de treinta años que acompaña mí día a día.
Bajo la luna plateada de un casi ya final de verano largo y cálido por que sí, las infernales temperaturas del día dieron paso a una agradable brisa que acarició la noche sevillana en un enclave icónico como es la Plaza de Toros de la Real Maestranza. Allí, en esa plaza por la cual han pasado los más importantes toreros, allí donde Bizet la escoge como marco en el final de su “Carmen”, allí, precisamente allí fue donde se presentó de nuevo ante el público sevillano y el venido de fuera el gran PLÁCIDO DOMINGO.
La noche era especial. Había chisporreos de magia en el ambiente. Tenía un sabor especial. Como en todos los conciertos en que este gran artista ofrece. Siempre así y sin excepción.
Plácido, de 81 años, sí de 81 años, el dato es importante y relevante, saltó al ruedo y nunca mejor dicho, ofreció, como siempre todo lo mejor de sí mismo. Todo aquello que puede ofrecer a sus años. Disfrutarlo y aceptarlo en esta etapa final de su carrera está en cada uno de nosotros, y como siempre depende de los ojos con los que se mire y con los oídos con los que se escuche.
¿Por qué aún?
Esta pregunta me la han hecho muchas veces. Muchas. Me la ha formulado la gente que me conoce y sabe de mi trayectoria y de mi admiración por Plácido, y gente que se sorprende de que tantos años después esté aún intacta mi pasión y la ilusión con la que empecé a admirar a este gran artista siendo aún una pre adolescente. Y mi respuesta continúa siendo la misma e inalterable 32 años después.
Pues porque Plácido con su voz me hace sonreír, así de tajante y real. Porque su voz y su arte aún conservan el poder para arrastrarme allí donde tenga la oportunidad de irle a escuchar. Porque su fraseo, su gusto, su decir continúa estando intacto. Porque su voz me llega hasta el fondo de mi alma y me da bienestar. Porque cuando canta, notas perfectamente que disfruta y eso a mí me hace disfrutar a la par viendo cuán feliz es Plácido encima de un escenario. Porque cuando emite las notas, aún y a su edad, sigue produciéndome escalofríos. Porque logra que me emocione, que nazcan las lágrimas en mis ojos cuando le escucho y revuelva agradablemente mi cuerpo con un sinfín de sentimientos que mezclan emociones, recuerdos, nuevas sensaciones y también nostalgia. Porque cuando lo explico, revivo el momento y me emociono por todo cuanto sus actuaciones me proporcionan. Porque he aprendido a aceptar y disfrutar lo que ahora nos puede dar – y desengañémonos- que aún es mucho teniendo en cuenta la edad que tiene. Porque no le exijo lo que sé que no me puede dar. Porque a mí me vale lo que me da. Porque aprecio su valor, su coraje, su valentía y sus ganas de subirse aún encima de un escenario. Porque da generosamente lo que tiene y lo que no. Porque le admiro y le respeto profundamente. Pero, sobre todo, y por encima de todo lo anterior, y que no es poco, porque escucharle y verle me hace inmensamente feliz. Y eso, no tiene precio en la vida de una persona.
Que un artista tenga la capacidad, y a sus años, de hacerte sentir todo esto, es de aquellas cosas tan raras y remotas que solo grandes como lo es Plácido Domingo, logran. Cante ópera, cante zarzuela, cante tango o cante rancheras. Lo que está claro es que a nadie deja indiferente. Que alguien con esta capacidad de remover sentimientos haga que durante 2 horas y media de espectáculo solo haya música, solo haya buen ambiente, que solo haya felicidad es absolutamente para destacar. Y lo digo así de claro y alto porque es como lo siento. ¿Quién sino Plácido Domingo te hace salir de un concierto con una sonrisa que no cabe en la cara? Que de Plácido Domingo solo hay uno, y que no existiera, tendrían que inventarlo porque el mundo de la ópera sería muy aburrido sin y pobre de espíritu sin él.
Lástima que no le tuve delante ni tuve la oportunidad de poderle decir todo esto en persona. Una vez más, no se pudo dar un encuentro. Pero, de todo corazón y humildemente, se lo digo aquí: Maestro, fue Vd, únicamente Vd. con su voz y su saber hacer quien hizo que fuera la persona más feliz de todas las que el sábado llenaban la Real Maestranza. Gracias por su arte. Gracias por darnos tanto. Gracias por hacerme tan feliz. ¡Larga vida, Maestro!
Festival “Noches de la Maestranza”
Plácido Domingo puso punto y final a este recién inventado festival de verano en Sevilla. A él le precedieron artistas como Joan Manuel Serrat, Eros Ramazzotti o Niña Pastori, entre otros.
El marco, inmejorable. Una plaza vestida con la mejor de sus galas para acoger a aquel a quien, años ha, tan vinculado ha estado con la ciudad. Fue precisamente Plácido Domingo quien impulsó una temporada de ópera estable en Sevilla. Fue asesor artístico durante la Expo’92 y muchos de los que lean estas palabras, recordarán sin lugar a dudas, la gala de inauguración del Teatro de la Maestranza por la que desfilaron, en 1991, casi todas las leyendas de la ópera española. Muchos de ellos, ya no están desgraciadamente entre nosotros, otros, están ya retirados. De todos ellos queda en activo solo Plácido.
Me gustó como vistieron la Plaza de Toros. La arena se cubrió de césped artificial, y el amarillo desierto del ruedo vestido ahora de verde, albergaba una platea generosa con varias hileras de sillas blancas impolutas con el numerito de la localidad colgado detrás. Dicho sea de paso, por el precio al que se pagaban las entradas en platea, no eran para nada cómodas, ni tan siquiera un pequeño cojín o algo que amortiguara la dura madera. Tan pobre fue, que por no haber no hubo ni programa del concierto ni tan siquiera en código QR, como ya viene siendo habitual en muchos sitios en la época post-Covid.
Pantallas gigantes a los dos lados del escenario y una megafonía que no siempre iba muy fina. Lo único que atestiguaba que aquello es una Plaza de Toros, pues las graderías iluminadas con una luz amarillenta y las barreras protectoras del ruedo. En cuanto al resto, daba la sensación de estar en un festival de verano cualquiera, pero no en Andalucía, porque como he dicho por la noche, el bochorno cansino del día dio tregua hacia una noche realmente mediterránea y para nada húmeda. No se vieron abanicos. No hacían falta. Y eso amenizó el espectáculo siendo la agradable temperatura un cómplice perfecto de los artistas.
Sabor sevillano
Como ni podía ser de otra manera, la primera parte estuvo dedicada enteramente a la ópera, y tuvo a Sevilla como telón de fondo, exceptuando dos momentos.
En esta ocasión, la REAL ORQUESTA SIMFÓNICA DE SEVILLA estuvo dirigida por el maestro EUGENE KOHN, un habitual en la carrera de Plácido Domingo y especialista en esta clase de eventos multitudinarios.
La obertura de “Carmen” abrió una noche que presagiaba ser inolvidable. Habría sido un condenable delito si en Sevilla, si en la Real Maestranza, no hubiera sonado esta manida y preciosa obertura para situar al espectador. Aquello era Sevilla. Señores, están en Sevilla y Sevilla ya se sabe – dicen – tiene un color especial. Sevilla tiene magia y eso se percibe en el aire, en sus calles, en los más recónditos rincones de Santa Cruz. Allí, en ese laberinto de callejones distintos se respira un ambiente diferente y único.
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La primera aparición de PLÁCIDO DOMINGO en el escenario despertó ya los primeros atronadores aplausos y bravos. Escogió el aria “Nemico della patria” de la “Andrea Chernier” de Giordano, que nada tiene que ver con Sevilla, pero que interpreta fantásticamente bien. Y la cosa no había hecho más que empezar. Plácido venía fresco y reposado después de un parón vacacional y se notaba. Eso ya hizo que en mis ojos aparecieran las primeras lágrimas de emoción. Su “La coscienza nei cuor ridestar delle genti” ya te pone en aviso. La orquestación de Giordano cambia completamente en ese tramo final y se vuelve mucho más sentida que en el resto de la propia aria para culminar con un “e in un sol bacio e abbraccio tutte le genti amar” que con la fuerza del libreto, de su significado (y en un solo beso y abrazo, amar a toda la gente) y con la emoción que Plácido le pone, es imposible que no te emociones, valga la redundancia, con él. Tengo debilidad por esta aria, sí, confieso mi delito.
Entramos después en un tramo dedicado a “La forza del destino” de Verdi. Hecho expresamente, claro, ya que la obra transcurre obviamente en Sevilla. Fue un desigual JORGE DE LEÓN quien, después de la introducción orquestal pertinente atacó con “La vita è inferno a l´infelice”. Una voz la suya que no es especialmente agradable en la zona central, demasiado oscura y tosca – para mi- y que alcanza quizás un poco más de belleza en la zona más alta, en la que también allí encuentra sus puntos de dificultad.
Tiene volumen y registro, nadie lo niega, y yo tampoco. Pero le falta matiz, dulzura, sentido del fraseo y seguridad en la zona alta que siempre da la sensación de rayar el accidente vocal.
Seguidamente la soprano uruguaya MARIA JOSÉ SIRI, que viene siendo desde hace una época habitual en los conciertos y espectáculos de Plácido Domingo, abordó la segunda pieza dedicada a “La Forza del destino”, el “Pace, pace mio Dio” que empezó muy bien la voz con un efecto regulador en el volumen de primera. Siempre lo he dicho y continuó pensando, y más por lo que le he escuchado recientemente, que Siri tiene una gran voz y tiene un talento especial para la expresión, para el fraseo, para el saber decir, para marcar el texto, y esto me gusta. Porque lo intenta, porque lo hace y porque lo consigue, sin embargo, es una voz con mucho cuerpo y con mucho volumen que no siempre sabe dominar. Y es en estos momentos cuando desde mi punto de vista pierde el control de la situación, y ya no percibes voz, ya se encamina al grito y eso sin tener para nada un timbre estridente. Creo sinceramente que, si consigue dominar esto, Maria José llegará más lejos de lo que ha llegado ya.

Temiendo que sonara la clásica, en este tipo de conciertos, obertura de “La forza del destino”, PLÁCIDO DOMINGO nos sorprendió con el imponente dúo de tenor y barítono de esta misma ópera al lado de JORGE DE LEÓN.
“Invano Alvaro ti celasti al mondo” la misma pieza que, 31 años antes sonó en la inauguración del Teatro de la Maestranza al que días antes del evento, como aquél que dice, le habían puesto la última piedra. 31 años antes, aquel 10 de mayo de 1991, Plácido compartió escenario con otro gran español ilustre, el barítono Joan Pons. Barítono, claro, porque allí Plácido cantó de tenor.
Años después el gran Domingo, como un guiño a ese concierto cambió de role y se puso en la piel de Don Carlo y desafió a un Don Álvaro, antaño soldado, ahora convertido en monje.
Es verdad que hubo momentos de lapsus en la letra por su parte. Me dio la sensación que fue una pieza escogida para la ocasión y la cual no tiene para nada rodada, como barítono. Y es normal. Que son 81 años. Bueno…¿y qué? ¿Disfruté menos debido a esto? No, para nada. Porque no salía de mi asombro por su capacidad camaleónica y por su valentía, arriesgando en un programa operístico difícil, porque no fue un concierto de trámite para nada. Fue una primera parte muy exigente y no un simple bolo de verano en el que hubiera podido escoger cualquier otra pieza mucho más cómoda y fácil y que no le exigiera la concentración que requiere la ópera, una concentración que ahora mismo le empieza a pasar factura. Pero es lógico. ¿Quién canta de manera más que aceptable a los 81 años? Pues evidentemente solo 1. Y ese uno, tiene un nombre y apellido bien bonitos.
¿Vamos a juzgar a un cantante con 81 años por lo mismo que exigimos a uno de 40? No se puede hacer esto porque se puede salir lastimado en el intento.
Finalizado este dueto, llegó uno de los momentos inesperados para mí. De repente las notas de la Obertura de “Le nozze di Figaro” de Mozart, que, por ende, también transcurre en Sevilla. Esos compases inconfundibles que dan la sensación de movimiento en las estancias, en los pasillos, de enredo, de vodeville… Mozart no podía faltar en la noche sevillana. Su personaje más famoso, Don Giovanni, el seductor español, cedió su sitió a un pícaro Figaro que logró captar la atención de todo el público.
Finalizó la primera parte del concierto con otro dúo que transcurre en España, pero sorprendentemente muy lejos de Sevilla. “Mira d´acerbe lagrime” de “Il Trovatore” de Verdi, otro de mis duetos preferidos, y donde un PLÁCIDO DOMINGO mucho más centrado y tranquilo que en el dueto anterior cantó junto a una más que acertada MARIA JOSÉ SIRI.
Los momentos dubitativos de atención y concentración que se habían sucedido en la Forza, dieron paso a uno de los momentos más especiales de esta primera parte. Es un dúo que ha cantado mucho y popularizado mucho y con el que obviamente, Plácido, encontró la comodidad que le daba lo conocido y rodado. Impresionante las dos voces al unísono.
Fue el propio Maestro Konh quien anunció un breve descanso de entre 15-20 minutos. Eternos.
Y con la zarzuela hemos topado
Después de la danza de “La vida breve” de Manuel de Falla se sucedió un programa dedicado íntegramente a la zarzuela, con piezas muy conocidas y habituales en los conciertos de homenaje a este género, pero también de romanzas menos frecuentes, no por ello menos conocidas por aquellos, que, entre los cuales me encuentro, amamos tan profundamente esta música tan nuestra.
“Luche la fe por el triunfo” de la “Luisa Fernanda” de Moreno Torroba, fue la romanza con la que PLÁCIDO DOMINGO abrió la segunda parte. Con voz poderosa, que sorprende por volumen, por un volumen que impone aún y que imprime su sello personal y distintivo como es ese saber cantar, ese fraseo y ese timbre bellísimo que conserva intacto aún con el paso del tiempo.
Y no es para menos decir, ni le quita mérito al arte del Maestro Domingo que, es precisamente en este género, en el que ahora se encuentra más cómodo.
Lo conoce, lo ha sentido y vivido desde niño, y le requiere ahora mismo – entiéndaseme bien- menos exigencia y concentración. Y eso se nota. Él la disfruta cuando la canta. Y nosotros, aquellos que, al igual que él, amamos la zarzuela, nos transmite ese amor y ese disfrute. Y con estas condiciones, obviamente, todos salimos ganando.
Qué momento de expresión y matiz tuvo MARIA JOSÉ SIRI en la romanza de Rosa de “Los claveles” de José Serrano, “Qué te importa que no venga”. Es que es de loar su acento, y su fraseo, e incluso el timbre de voz cuando dosifica el volumen.
Cabe decir que era la primera vez que la escuchaba en directo. Su voz, como anteriormente he dicho impresiona y su actuación en el escenario es seria y respetuosa. Pero el torrente de voz que tiene, o la emoción que le pone detrás, le traiciona.
Y de nuevo PLÁCIDO DOMINGO junto a JORGE DE LEÓN interpretando su segundo dueto de la noche. En esta ocasión viajamos a las costas catalanas de Lloret de Mar, pueblo pesquero donde transcurre la “Marina” de Emilio Arrieta. “Se fue, se fue la ingrata” uno de los momentos más bellos de la obra y en el que sucedió un poco lo mismo que en el dúo de la Forza, a pesar de aquí Plácido estaba a sus anchas, permitiéndose incluso poner cara y gesto a lo que Jorge iba cantando. No, definitivamente la voz de Jorge de León no es bella. Cumple, sí, pero para cantar, para emocionar, para que te hagan sentir que aquello que cantas es especial o que con tu voz lo haces especial, hace falta mucho más.

Y sin salir del escenario, una vez Plácido ya lo había abandonado, llegó para JORGE DE LEÓN uno de los momentos más exigentes de esta segunda parte, con una romanza bellísima que no suele prodigarse mucho en los conciertos. “Hecho de un rayo de luna” de la zarzuela “La leyenda del beso” de Soutullo y Vert. Permítanme… qué geniales compositores… Tenía que decirlo.
Una romanza difícil, bella, poco cantada porque es de una dificultad extrema y a la que su voz – perdóneme el artista – no le hizo, a mi parecer justicia, haciéndosele bastante cuesta arriba.
Otro de los momentos más españoles, y también más aplaudidos, y sorprendentemente, al que no se le había puesto voz, fue cuando la REAL ORQUESTA SIMFÓNICA DE SEVILLA bajo la dirección del maestro KOHN interpretó el intermedio de “Las bodas de Luis Alonso” de Gerónimo Giménez. ¿Quién no conoce este pasaje orquestal? ¿Quién no lo ha escuchado alguna vez en su vida? Y, ¿cuántas personas del público, no siguieron ese compás tan característico con pies y manos? La respuesta, pues fácil, a mi alrededor, todos.
Las filigranas y castañuelas que salieron de la pluma de Giménez dieron paso al dueto que sirve como telón de fondo a uno de los pasodobles más famosos en todo el mundo y que, si no voy equivocada, siempre se toca en las corridas de toros. El dueto “Me llamabas Rafaelillo” de la ópera del maestro Penella “El gato montés” con su final “Torero quiero ser…” y encima interpretado en la Real Maestranza, levantaron ya por primera vez al público hispalense que el sábado por la noche se dio cita en este recinto. Agradecí que MARIA JOSÉ SIRI no le palmeara ni taconeara el “Torero quiero ser” a PLÁCIDO DOMINGO. ¿Y por qué digo esto?
Pues porque por lo conocido de la pieza, porque en Sevilla las palmas es algo connatural en sus habitantes, y en una plaza de toros y en una zarzuela claramente de ambiente taurino, aquello hubiera podido ser todo un festival que, a pesar de contar con una megafonía atronadora, hubieran ensombrecido el arranque torero de Plácido.
Y el programa oficial terminó con una “No puede ser” de “La tabernera del puerto” en una interpretación de PLÁCIDO DOMINGO que en los días que corren, es difícil de escuchar con este sentimiento y pasión, pero también con una voz que sorprende y que no puedes evitar preguntarte, ¿pero vamos a ver… de dónde saca la voz este señor?
El segundo momento de la noche en la que Plácido me hizo llorar y en una romanza que para mí significa mucho, que me trae muchos recuerdos y que me vincula aún más estrechamente a personas que ya no están conmigo pero que siempre me las llevo a mis conciertos.
El momento en el que la Real Maestranza se le pone de pie
Ducho como es en su arte, PLÁCIDO DOMINGO aún guardaba varias sorpresas para la tanda de propinas. Cuando le vimos entrar con una gran sonrisa y una partitura en la mano, ya dijimos… “a ver la que lía ahora”… Lejos de liarla, si aún no había tocado lo suficiente el talón de Aquiles del público sevillano con un repertorio que fue un pedal continuo de guiños a Sevilla, el grandísimo Domingo se arrancó con, quizás, una de la coplas más bellas y bonitas de todo el repertorio, “Morena de mi copla” de Alfonso Jofre de Villegas.
No hizo falta presentación, porque todos los ahí presentes, sevillanos, españoles, e incluso los extranjeros que habían cruzado medio mundo para estar allí, la reconocieron.
La música, independientemente del género que sea, digamos ópera, digamos zarzuela, digamos tango o bolero, o lo que sea, si es bonita, la cante quien la cante llega al corazón del público.
La copla tiene todos los ingredientes necesarios y suficientes para gustar, claro está, al público que esté dispuesto a ello: explica una historia generalmente de amor o desamor, de traición, de celos, o de nostalgia -cuál ocurre en la ópera, ¿nos suena, verdad?- con diferencia de que Verdi o Puccini, necesitan 2 horas y un poco más (Wagner… pues bueno…unas 4 por lo bajo), y en cambio la copla, con dos minutos, remata la faena con unas letras bien construidas, fáciles y que llegan y con una música realmente en muchas ocasiones talentosa y envidiable.
Además, y hecho que también influye, la copla siempre hace alusión a este nuestro gran país que es España y eso, a los españoles, nos toca y nos hace vibrar, lo mismo que un francés cuando escucha “La marsellesa”.
Y pensaba yo, si siendo española, y en esta ocasión estando en España aunque a muchos quilómetros de mi casa, eso a mi como española me llega, me emociona, no me quiero ni imaginar escuchando esa “Morena de mi copla” fuera de nuestras fronteras, porque aún removería muchos más sentimientos. Un poco como también se canta en el pasodoble “En tierra extraña” que ya había cantado Doña Concha Piquer y que narra la vida de unos emigrantes españoles en Nueva York durante una cena de Nochebuena y que bebiendo vino en una reunión de españoles haciendo eco de la nostalgia hacia su país dicen, “que bien sabe este vino cuando se bebe fuera de España”… Si una escribiendo esto se emociona, cómo no tenía que emocionarme teniendo a Plácido delante de mí cantando esta belleza de copla.
Y esta “Morena de mi copla” reúne todos estos elementos. Plácido lo sabe. Y fue un disfrute verle tan cómodo, tan feliz cantando, verle como su expresión cambiaba y se tornaba realmente tan placentera y de satisfacción cuando sus labios arrancaban ese… “Morena… la de los rojos claveles…” Qué bien se lo estaba pasando… Esa cara, esa sonrisa, esa voz… Creo que no hubo nadie, nadie que no le hiera los coros el sábado. A mi lado una pareja que la tarareaba, a mis espaldas, uno de los integrantes de “Los del Río”, también hacía lo propio, y yo… que acostumbro a hacerlo siempre, pues también.
Los olés cuando llegaba el citado pasaje eran impresionantes. Fue uno de los “momentazos” de la noche, como alguien popularizó y sinceramente pienso que si Plácido hubiera pedido “colaboración” al público como a veces suele hacer, nadie se lo niega, y la Real Maestranza se le pone en pie y le acompaña. El final, pues ya se puede imaginar. La Real Maestranza enloquecida y lanzándole bravos “a grito pelao”.
Pero lo más importante es que, como digo, es que a Plácido se le veía extraordinariamente feliz cantando a sus anchas algo que para él no presenta la menor dificultad. Y con toda sinceridad también puedo decir y testimoniar que pude ser partícipe de esa felicidad. Porque en ese momento era lo único que podía sentir, y el resto del mundo no existía.
Un momento que tampoco olvidaré
Por lo especial y por lo que me sorprendió y que, sin ir conmigo, hizo de nuevo que se me pusiera la carne de gallina.
Eso se produjo cuando JORGE DE LEÓN estaba cantando un “Júrame” que sin duda no pasará a la historia de este concierto, ni mucho menos, pero creo que lo sucedido en ese momento, a mi sí que me acompañará siempre.
Hay un momento muy bonito de esta bella canción en el cual se dice “Bésame, con un beso enamorado como nadie me ha besado”…
Aquí, yo creo que se produjo magia. A mi lado tenía sentada una pareja joven, entre 35-40 años. Sevillanos ambos de pura cepa, y vale decir, los dos muy atractivos. Justo cuando Jorge entona esto, el chico que estaba justo a mi derecha, se inclinó hacia su pareja y le dio un beso, largo, como manda la canción “un beso enamorado”. Un beso limpio, bonito. Un bonito beso de amor.
Sí, no iba como decía lógicamente conmigo, pero me pareció muy bonito y estremecedor. No dije nada, ni les comenté nada, lógicamente, fue un momento muy íntimo pero que ellos compartieron sin el menor pudor. Un acto de amor, sin lugar a dudas. Solo desear que este amor, les dure.
Tramo final
Plácido aún tenía cuerda para un rato más. Y cantó de Agustín Lara una canción que en su momento prodigó bastante en el disco dedicado a este compositor mexicano, “Bajo el cielo español”. De nuevo como decorado, Sevilla, con “Clavel sevillano” partitura en mano, algún pequeño desliz que dejó al desempolvar una partitura de la que seguramente debe hacer más de 25 años que no canta.
Seguidamente fue MARÍA JOSÉ SIRI la que interpretó “Tres horas antes del día” de la zarzuela “La marchenera” de Moreno Torroba y, cerró el concierto, otro de los clásicos del inmenso repertorio que atesora el grandísimo PLÁCIDO DOMINGO, y que no podía ser otra canción que “Granada”. Y de nuevo la Maestranza de pie rendida a aquella voz que acababa de darlo todo a un público completamente en comunión con el artista madrileño. Ya no hubo más bises, a pesar de que las inconfundibles palmas sevillanas pedían a Plácido más.
Declaración de intenciones
No miento, y la gente que me conoce lo sabe porque lo he comentado en más de una ocasión, que iba completamente convencida y con muchas ganas a este concierto después de un lapsus de dos años de Covid y porque no se había dado la oportunidad de poderle escuchar antes.
También iba pensando, debido a su edad, que 81 no son pocos, de que esta vez en Sevilla, y más después de sus últimas actuaciones y reportes en los que se lo ha machacado mucho si se me permite usar esta palabra, de que esta sería sin lugar a dudas mi última vez. Mi despedida. El final. Mi final, lógicamente, de poderle ver en directo, aunque estaba segura que él seguiría un poco más aún, pero no tenía la esperanza de volver a verle.
Sin embargo me encontré a un Plácido en forma – siempre valorando y teniendo en cuenta su edad- un Plácido Domingo que como viene sucediendo va a tener días mejores, y días no tan buenos, claro está, pero un Plácido que – Dios le guarde la salud- va seguir quizás mucho más de lo que yo me pueda imaginar.
No sé si sea ya o no la última, ya que esto vengo diciéndolo desde el año 2008 y en cada función me digo “puede ser la última”, “esta será la última”, “ya no le veré más”… Pero bueno…después de lo del sábado, tengo mis dudas – agradables dudas, claro- y eso me abre las puertas a la ilusión de podría haber una próxima vez y de que a lo mejor, y ojalá así sea me he vuelto a equivocar y a anticipar, y ésta, la del sábado, no sea la última.
Vamos a dejarlo en que Sevilla fue… la penúltima.

Un
año y medio sin pisar un teatro de ópera es mucho tiempo y con pandemia o sin
pandemia la vida continua. Y la cultura también, dentro de lo posible y lo
permitido, que viniendo de donde venimos, eso ya es mucho. Hace tan solo un
año, disfrutar de una ópera en directo hubiera sido del todo imposible e
inadmisible.
Ayer
por la tarde, el Teatre de la Faràndula de Sabadell levantaba de nuevo el telón
con una obra de grandes dimensiones y dificultades, vocales y escénicas, como lo
es la gran “Aida” del maestro Giuseppe Verdi.
“Aida”
es para Sabadell la última obra de esta temporada convulsa marcada por
restricciones y toques de queda que han obligado a limitar el aforo de la sala
y adelantar horarios para cumplir con la normativa vigente anti-Covid. Y aún así,
la entidad sabadellense ASSOCIACIÓ AMICS DE L´ÒPERA DE SABADELL y FUNDACIÓ
ÒPERA CATALUYA han logrado mantener los cuatro títulos de la temporada, con
sus más y sus menos, aunque se cambiaron fechas de las funciones de “La flauta mágica” durante
el mes de octubre pero llegaron a hacerse todas aún estando inmersos en plena segunda ola Covid.
Cartón
piedra y telones transparentes
Con
una escenografía completamente reciclada de versiones anteriores, Egipto
desembarcó en Sabadell en forma de grandes escalinatas rojas llenas de motivos
y jeroglíficos egipcios, que funcionan y ambientan bien los espacios; de
telones transparentes en blanco y negro simulando columnas de los templos y
grandes colosos. Todos esto fue perfectamente secundado con un gran
protagonista que fue, como ya viene siendo desde hace muchos años, la brillante
iluminación de NANI VALLS que tan bien recrea la escena del Nilo en una
noche egipcia bajo las estrellas, como el fulgor de la gran escena de la Marcha
Triunfal.
El
vestuario, también reciclado, estaba dominado por el color rojo, el blanco y el
negro. Faltaron más dorados, aquel color que tanto amaban los egipcios. Un
dorado que apareció tímidamente en la peluca de Amneris o en la capa que luce
espectacularmente en el segundo acto casi cegadora al ojo humano.
Una
vez más los habituales de la casa, CARLES ORTIZ y JORDI GALOBART demostraron
lo mucho que se puede hacer con tan poco. Que se tiene que recortar los
ballets, pues se recortan. Y la cosa funciona. Que se tiene que reducir masa en
la escena del desfile triunfal de Radamés, pues se reduce, y se sustituye lanzando
pétalos blancos de manos de muchachas egipcias con túnicas blancas. Y la cosa
funciona. Y funciona porque detrás hay un buen trabajo, horas de esfuerzo,
dedicación y sobre todo de ilusión, de ganas, de compromiso y de talento.
Ligero,
como el río que fluye
Mención
especial para el maestro DANIEL GIL DE TEJADA en la ejecución de una
obra tan difícil e inconmensurable como es la “Aida”. ¿Por qué mención
especial? Pues porque el maestro supo en todo momento dominar a una orquesta en
una obra en que la orquesta tiene que sonar fuerte, portentosa, a toda
potencia, porque Egipto lo requiere y todo es a lo grande. Pero Gil de Tejada
conoce la orquesta y conoce el Teatro, y que en una obra como “Aida” y
escuchada desde la segunda fila deje que los cantantes se escuchen y no se vean
sobrepasados por el volumen de la orquesta es un hito importantísimo.
Sus
“tempi” fueron ligeros y para mi perfectos, sin caer en el error de ralentizar.
“Aida” es lo suficientemente larga y Gil de Tejada lo suficientemente inteligente
para arrastrar esa gran ópera como si fuera una pluma y no un gran bloque de
piedra.
Estuvo
atento y comprometido con la orquesta y coro -dicho sea de paso que a pesar de
cantar con mascarilla estuvo a la altura- y fue cómplice con cada uno de los
cantantes, respirando con ellos en cada momento.
Los
protagonistas
ALEJANDRO
ROY fue el encargado
de dar vida a Radamés. Es una voz más que suficiente para cantar este
comprometido role verdiano cuyo inicio en la partitura es de auténtico
suicidio, ni más ni menos que un “Celeste Aida” y en frío, es como para salir
por patas.
Roy
tiene una voz corpórea y espesa, amplia, no especialmente bonita pero que resulta,
con mucho metal y con mucho volumen, cosa que para el personaje le viene bien sobre
todo en las escenas corales y en los dos concertantes del segundo acto. Sin duda
fue un Radamés loable y a la altura de la producción, pero, le eché en falta
momentos más sutiles, cambios de estilo en su ejecución sobre todo en el “Celeste
Aida” que está bien que lo empiece afrontando como un aguerrido soldado y con la
rudeza del que ha luchado en mil batallas en el campo, pero, cuando habla de
Aida su canto tiene que ser dulce, más íntimo evocando a la mujer que ama. Lo mismo
sucedió en la última escena del cuarto acto.
En
esta ocasión MAITE ALBEROLA fue quien se puso en el papel de Aida, la
esclava etíope que está al servicio de la hija del Faraón.
Al
igual que Roy, tiene volumen y voz para cantar Aida, sin lugar a dudas, pero le
falta un poco de dulzura, a mi gusto, en algún pasaje. Claro ejemplo en el “Numi
pietà” o en el dueto final con Radamès, “O terra addio” y lógicamente en su “La
tra foreste vergine” su gran escena de seducción a Radamès para obtener el
secreto que tan celosamente éste debe guardar.
Tuvo
gran notoriedad en las escenas concertantes y la seguridad que imprime al role,
en una cantante tan joven como Maite, es para quitarse el sombrero.
Amneris
es para mí el bombón de la ópera. Siempre lo he dicho y nunca me voy a cansar
de repetirlo. Es un personaje que evoluciona a lo largo de la ópera. Ama, traiciona,
suplica y se arrastra como un gusano por el amor de Radamès sin importarle
casta ni dinastía. Es tan grande su pasión que la lleva a la demencia extrema
en el último acto, su gran, grandísima escena. A LAURA VILA le tocó ayer
este cometido, humanizar a este gran personaje para llevarlo a la locura, y
todo por amor.
Fue
para mí, la gran triunfadora de la noche. Si bien empezó un poco floja en el primer
acto, en el que se vio un tanto abrumada por las voces potentes de Roy y Alberola
en el terceto del primer acto y con un “Ritorna vincitor” que necesita a mi
gusto, un poco más de potencia o cuerpo. Su voz es más que suficiente para un
personaje como el de Amneris, pero estamos ante una obra en que la ola de
sonido orquestal es muy, muy grande.
Sin
embargo, fue a partir del segundo acto en su dueto con Aida en el que Laura
Vila les ganó el pulso. Su voz iba del agudo al central-grave, con las inflexiones
propias en la voz que solo pueden hacer las mezzos cuando cantan y que tan
anillo al dedo van como complemento para expresar sentimiento de rabia, de
venganza y de desesperación. Brava Laura.
Pero
aún no había acabado, faltaba la escena final del segundo concertante del
segundo acto, y allí a pleno rendimiento junto con las voces de Roy, Alberola,
Daza, coro y orquesta todos a tuti plen, Laura Vila se hizo escuchar de forma
notable. Algún día le preguntaré, cuando todo esto del Covid pase y se pueda volver
a las salidas de artistas, cómo lo hizo!!! Sorprendente.
Como
abrumadora fue su escena última en el cuarto acto. Una Amneris demente que no
cae en el manido recurso de demostrar a Radamés, ni tan siquiera en este momento,
la desquicia que le corroe por dentro. Y eso denota el carácter y origen noble
del personaje. Es la hija del Faraón, y si, suplica, llora, y se arrodilla
hasta perder la dignidad, pero, aún así conserva ese espíritu triunfador hasta
el momento en que los sacerdotes decretan “Traditor”.
De
gran efecto fue su final “Empia raza, anatema su voi”, que le hizo merecedora
de los “brava” más sentidos que se escucharon durante toda la tarde.
Del
cuarteto protagonista queda tan solo hablar del Amonasro de CARLES DAZA, que
debutaba este role y además, lo hacía en casa. Es un papel corto y con poco
lucimiento vocal. No tiene grandes momentos, pero, se nota en su voz como la evolución
del tiempo ha jugado en su favor. Una voz baritonal de timbre bello y generoso
que además cuenta con una de sus mejores bazas, ese fraseo nítido y noble que
no le ha abandonado a lo largo de todo este tiempo. Lástima que el role sea corto
y poco lucido para una voz como la suya que merece más minutos. A ver si
podemos disfrutarle próximamente de nuevo… quizás con este “Rigoletto” que se
anuncia en el programa de mano. Ojalá. Dicen que soñar es gratis. Pues, vamos a
soñar y a cruzar los dedos. Después de su Fígaro en el Barbiere ya hace unos
años, sería para Carles Daza, su segunda y gran confirmación en Sabadell.
Del
resto del elenco, destacar la primera intervención del Ramfis de JEROBOAM
TEJERA que fue de gran efecto en su breve escena con Radamés. Una correcta EUGENIA
MONTENEGRO en el papel de Sacerdotessa y un más que suficiente Re de ALEJANDRO
BALIÑAS.
En
conjunto una muy buena apuesta en estos tiempos que vivimos ejecutada con
seriedad y la profesionalidad que son ya marca de la casa en Sabadell.
Ópera
en tiempos de pandemia
Quiero
hacer una reflexión y quiero ser muy clara para no levantar ampollas ni que
haya lugar a tergiversaciones en lo que digo.
No
hay mal que por bien no venga. Dicho esto, y directo a la vena, más de uno se
me podría tirar a la yugular. Y lo entiendo. Por eso decía que quiero ser muy
clara en este aspecto en el sentido de que, de las situaciones desfavorables,
siempre hay algo de lo que se puede aprender. Y ayer me pareció que asistimos a
una de estas mejoras en la gestión de los teatros y que debería perdurar más
allá de la era Covid. Me refiero a las entradas escalonadas, a la puntualidad
del horario fijado y al orden de la salida sin el típico tapón humano en el
vestíbulo.
Bien
es cierto que había la mitad del aforamiento. Si, cierto, pero, si en época
Covid se abren las puertas ¾ de hora antes para garantizar distancias y
seguridad, ¿por qué no mantener esto cuando se vuelva a la normalidad?
Si
en épocas de Covid -reitero- somos capaces de empezar la ópera a las 18h y
garantizar que todo el mundo esté en casa cuando empiece el toque de queda, ¿por
qué no mantener esto cuando se vuelva a la normalidad? Que la falta de puntualidad
es fatal en nuestro país.
E
insisto de nuevo, si somos capaces de seguir directivas de evacuación de un teatro
de manera ordenada, sin pisarnos los unos a los otros, y cruzar los vestíbulos
en 10 segundos, ¿por qué no mantener esto cuando se vuelva a la normalidad?
Creo
que de la experiencia de ayer los teatros y el público deben tomar buena nota
de ello. Reflexionar y cambiar hábitos. Si lo podemos hacer porque así nos lo
exigen, ¿por qué no seguir haciéndolo luego por el bien de todos? Si volvemos a
lo anterior, entonces es que no habremos aprendido nada de nada durante todo
este tiempo, y como se suele decir, vamos a tropezar de nuevo en la misma piedra
cayendo en los mismos errores.
¿Qué
cómo es ir a la ópera en tiempos de pandemia y con mascarilla? Pues, excepto
por lo contado anteriormente, la fórmula no cambia, es lo mismo y se puede
disfrutar igual, aunque en mi caso, no pude cantar la “Aida” con ellos porque
con la mascarilla se me empañaban las gafas y tuve que desisitir en mi intento
de sentirme Ameris, Radamès, o Aida.
Por
lo demás, id a los teatros, es seguro si se hacen las cosas bien hechas. No
dejemos que muera la cultura, uno de los sectores también muy afectados por el Covid,
y, demos gracias a estos valientes que se suben a un escenario a cantar sin
mascarilla para ofrecernos su arte, para hacernos disfrutar y para distraernos
un buen rato de todo lo que hay allí a fuera. Por todo esto y por todo lo que
me hicieron disfrutar, muchas gracias a todos.

Plácido
Domingo tenía 49 años cuando salió a cantar bajo el manto de estrellas del
cielo romano y ante el tímido estío que empezaba a apuntar ya maneras en la
capital italiana. Pisaba fuerte el escenario, con seguridad, desafiando con su
voz a un público heredero de batallas ganadas y de territorios conquistados, de
disciplina y de orden. De un público cuyos antepasados se habían hecho amos y
señores del mundo entero a base de ejércitos, corrupción, poder, estrategias,
oro y comercio. Roma sin duda nos ha dejado un legado poderoso en política, en
Derecho, en arte, en escultura, en arquitectura, en literatura y en religión. Y
de nuevo, Roma, la ciudad eterna, nos dejó en 1990 el más grande regalo que haría
girar por completo al mundo de la ópera y a sus aficionados habidos y por
haber.
Aquella
noche, en su primera aparición, Plácido emitió las primeras notas del “Oh
Paradis” de “L´Africaine” de Meyerbeer, y las Termas Romanas de Caralla
vibraron con la onda expansiva de su voz, lo suficientemente poderosa como para
derrumbar el recinto, una voz en plenitud cual río con el caudal desbordado y
que, finalmente llega al mar en calma.
Aunque
ya hacía décadas que Plácido Domingo se había hecho un nombre en el mundo de la
ópera fui consciente de él por primera vez en ese concierto que marcó el pistoletazo
de salida de mi afición a la ópera. Sin embargo, su nombre, el nombre de
Plácido Domingo no me era desconocido en absoluto. Mi primer contacto inconsciente
con él fue ni más ni menos que a los dos años, y quién había de decirme a esa
tierna edad que ese nombre, ese artista, esa voz sería la que me acompañaría de
por vida y la que estaría a mi lado en los momentos más felices, pero también en
aquellos más tristes.
Plácido
Domingo entró a formar parte de mi vida de lleno.
49
años tenía en aquel momento y el paso del tiempo, el peor de los enemigos entre
los humanos y contra el cuál se lucha, pero al que nunca se le ganan disputas,
hace que hoy estemos aquí celebrando los 80 años del Maestro. Los 80 años de la
mejor y más bella voz de tenor que ha dado la historia de la ópera.
Plácido
Domingo ha cantado, y ha cantado mucho. Ha cantado de todo, desde una ranchera
hasta Wagner, flirteando entre medio con boleros y canciones latinoamericanas. Se
ha enamorado del crossover y también de los tangos, y ha frecuentado la
zarzuela, la opereta y el musical y, todo ello sin desatender su compromiso con
la ópera.
Sin
duda alguna estamos delante de un titán, de una fuerza sobrehumana de la
naturaleza que ha resistido en el mundo de la ópera durante más de 50 años,
algo realmente prodigioso e increíble y tan infrecuente en el mundo de la
música. Ha sobrellevado críticas, vendavales, terremotos y tsunamis. Ha
recogido las mieles del éxito y ha probado la hiel de las críticas, pero, si de
algo puede regocijarse el gran Plácido Domingo es de tener un público fiel que
le adora, que le admira, que le apoya, y que sobre todo le respeta y le quiere
de manera incondicional y sin reservas.
Se
ha dicho que quizás haya hecho un pacto con el diablo. Puede…No lo sé. Pero lo
cierto es que me inclino más a pensar que de artistas como Plácido Domingo no
hay y que simplemente no hay porque como dijo en su momento Birgit Nilsson,
otra grande entre las grandes, “Dios tuvo un día inspirado cuando creó a
Plácido Domingo”. Y aquí, añado de mi propia cosecha, que ese día, el 21 de enero
de 1941, se rompió el molde. No habría nunca otro igual. Y los años, nos dan a
ambas la razón.
Hoy
celebramos sus 80 años. El mundo de la ópera celebra en pleno los 80 años de
Plácido Domingo. Nada más y nada menos que 80.
Pronto
se dicen… 80 y en activo, porque las ganas y la ilusión de Domingo continúan estando
allí y mientras estén, y la salud le respete, nosotros sus admiradores continuaremos
gozando de su arte, de su saber cantar, de su bella voz, y esto – permitidme-
no se paga ni con todo el dinero del mundo.
Si
nos damos un paseo por su agenda, atención, tiene programadas actuaciones hasta
2022, pero antes se dejará ver, si las condiciones sanitarias lo permiten, en
Viena, en Rusia, en París, en Alemania, en Italia, en Suiza….y no continuo
porque el viaje es vertiginoso. Pero añado también que en España le echamos de
menos. Y sobre todo, en Barcelona le echamos aún mucho más de menos.
Volviendo
a su calendario, me pregunto que, a su edad, quién si no Plácido Domingo podría
realizar tal hazaña… La repuesta es tan sencilla como decir que nadie. Algo así
solo está al alcance de sus manos porque no es un simple tenor, no es un simple
artista, simplemente es Plácido Domingo, el más grande entre los grandes sin
lugar a dudas.
Amado
por muchos y discutido por otros, lo que no se puede negar es que el nombre de
Plácido Domingo va a perdurar a lo largo de los años y de la historia, por los
siglos de los siglos, porque el legado que nos deja lo hacen imperecedero y lo
hará siempre actual. Su nombre no se reducirá nunca a polvo porque se ha cimentado
con esfuerzo, con trabajo, con talento y con inteligencia, al igual que los
imponentes monumentos romanos o, anteriormente a ellos las colosales pirámides
egipcias que aún siguen en pie. Lo grande, lo bien construido siempre dura. Y
lo bueno, también.
Muchas
serán las felicitaciones que reciba en el día de hoy, a todas ellas, uno la
mía. Felices 80, Maestro! O como le gustaría más a Plácido, felices 4 veces 20.

Hoy, 12 de diciembre de
2020, es el día en que giro la cabeza hacia atrás y recuerdo con cariño
aquellos tiempos en los que estaba en plena adolescencia y sumergiéndome
vorazmente al mundo de la ópera. Hoy, día 12 de diciembre de 2020, hace
exactamente 25 años, veía por primera vez en directo a este gran artista y
cantante que responde al nombre de PLÁCIDO DOMINGO.
¿Quién podía imaginar tan
solo la mañana anterior, que ese día acabaría de la forma en que acabó? Nadie,
absolutamente nadie. Y soy consciente de que muy probablemente, si el 31 de
enero de 1994 no se hubiera quemado el Liceu – gran tragedia para los aficionados
a la ópera - no habría tenido la oportunidad,
hasta muchos años después, de poderle ver por primera vez en un escenario.
Sigo pensando que mi
encuentro con el gran Maestro fue único, mágico. El cómo llegué hasta allí fue
arduo y farragoso, pero no importa, porque llegué y en una época en que los
recursos eran escasos y precarios.
Aquel 12 de diciembre de
1995 fue una noche inolvidable para mi familia – que me dio apoyo en todo
momento- y sobre todo para mí. Estaba
hecha un manojo de nervios y acabé viviendo un puñado de emociones a la misma
altura que la del artista que tenía delante mío. Ver por primera vez a Plácido
Domingo y como aquel dice, jugando en casa, te marca para toda la vida.
25 años después, muy probablemente
el Maestro con todo lo que tiene en la cabeza no recuerde aquel nuestro primer
encuentro, pero para mí aquel día continúa estando intacto en mi memoria.
Gracias Maestro, por su voz,
por su amabilidad, por permitir que pudiera acercarme a Vd. de la forma más
cordial, sencilla y sincera. Gracias por estar allí y gracias por seguir
permitiéndonos que disfrutemos todavía de su voz, de su arte, de su carisma de
su entrega y de su emoción e ilusión. Hoy, en este día, como siempre, solo
tengo palabras de elogio para Vd. y le agradezco de nuevo su gesto conmigo.
Hoy -y permítame Maestro que
me tome la siguiente licencia verbal-, hoy, celebramos nuestros primeros 25
años de directo. Gracias por hacerlo posible.

Lo primero que me viene a la
mente cuando escucho un nuevo cd del gran ROBERTO ALAGNA es lo bonita
que es su voz, en lo bien que suena y sobre todo que, a lo largo de más de 30
años de carrera, lo sana que se conserva. Todos los harmónicos de esta bella
voz mediterránea están ahí, intactos, resistiendo con elegancia el paso inexorable
del tiempo. Una voz que te lleva a soñar y a disfrutar. Sin duda alguna, la mejor
y más bella voz de tenor actual posterior a la generación de los tres tenores.
Grabado en pleno
confinamiento, en este nuevo disco “Le Chanteur” Roberto Alagna nos propone un alentador
viaje dentro y fuera de Francia a través de melodías populares francesas
rellenas de letras impactantes, potentes, sufridas y en ocasiones también
azucaradas. Sin lugar a dudas, con este “Le Chanteur” invita al oyente a
desplegar su imaginación, su posibilidad de crear imágenes y lugares, y con ambas
a trasladarse desde los barrios de Montmatre y el patetismo de los años 20-30
hasta la Argentina de Carlos Gardel para regresar, al final, a ese París de
Alagna que ha sido fuente de inspiración de tantas canciones, de tantas
películas y de tantas óperas.
Si hay algo que tiene la
música popular francesa, es que, con tan solo los primeros acordes, eres capaz
de reconocer París, de sentir como surcas el Sena y cómo son los paseos por sus
grandes boulevares e inclusive, de oler el ambiente de los antros de bajo fondo
de Montmatre.
Y es que para mí, el viaje
empieza precisamente allí, en Montmartre con la canción que da título al disco.
Esto es, con “Le Chanteur”. Ya con las primeras notas quedas mentalmente
situado y, se adivina tras su discurso que es el cantante-actor, Roberto
Alagna, quien personalmente nos invita a cada uno de nosotros a ese recital
explosivo de sentimientos y recreación de lugares que escucharemos a
posteriori.
Cuál Tonio en Pagliacci en
su prólogo, veo a Roberto convertido en Canio, y, enharinando su cara deja
entrever al cantante, aquél que reirá y que llorará a lo largo del cd, ya nos
lo dice. Con estas bien colocadas y encontradas palabras – que serán fundamentales
en este recorrido- Alagna comienza su recital en París y lo culminará también
en la ciudad de la luz después de haber dado la vuelta al mundo, igual que
cualquier cantante-actor. “Venid esta noche a ver al cantante, el cantante que
os hace ver a aquél que ríe a aquel que llora”.
Escuchad con qué elegante
fraseo, con que dominio de las palabras, de los silencios y del buen gusto,
Roberto Alagna nos deja en esta primera canción. Soberbio. Magistral. Y eso,
solo es el principio.
Empieza la función
Sin movernos de Montmartre.
Cualquier local, una noche
como tantas otras de las noches que se viven en ese barrio. Finales años 20,
principios de los treinta, quizás. Humo y aire sofocante dentro, y frío
invernal fuera. El ambiente está muy cargado y las copas de alcohol servidas en
vasos raídos por el tiempo y el uso han dejado ruedo en las pegajosas mesas de
madera. Llega la locura y la obcecación con ese “Padam, Padam”. Me alegro de no
entender el francés al 100%, porque ello me permite dar rienda suelta a mi
imaginación y a la creación de imágenes en la mente a partir de una música que es
lo suficientemente descriptiva. “Padam, padam, padam…” una y otra vez, como
alguien que da vueltas de forma descontrolada después de haberse pasado un
tanto por las copas. “Padam, padam, padam” y cada vez más fuerte e intenso. Y
cada vez más subido de tono. La música que acompaña ambienta la canción y los
personajes. Ojos excesivamente maquillados y labios rojos hasta la exageración.
El ambiente de un cabaret barato, de los bajos barrios. El cabaret patetizado y
agobiante de Liza Minelli.
Pero seguidamente, Roberto
abandona por un momento Montmartre y, sin dejar aún de lado París nos propone
conocer una cara más amable de la ciudad.
Un domingo en París. Los
domingos en París los imagino tristes y más en tiempo de pandemia. Junto con el
otoño – estación a la que siempre he asociado esta ciudad-, el cielo gris y los
nubarrones amenazadores de tormenta vacían las calles, unas vías en las cuales
solo cobran vida las alfombras de hojas muertas que caen sin piedad sobre el
cemento urbano.
“Les feilles mortes”. Así es
como imaginas a Roberto, solo, caminando por alguno de sus amplios boulevares.
A ambos lados, hileras de árboles que se van deshojando. El ambiente, húmedo.
Triste y melancólico. La soledad del cantante y la tristeza del amante aunadas
en esta canción le permite un canto relajado y suave en ese París tan suyo, y que
gracias a su voz, ahora tan nuestro.
Pero Roberto no se conforma
con esto. Si al principio hueles los atolondrados y malolientes años 20, luego,
desciende de Montmatre hasta el centro de París, con su “J´attendrai”. Ves unas
calles en las que empiezan a titilar las primeras luces del amanecer y el aire
que respira, mucho más limpio, deja atrás la cargada noche que muere.
Aquí imaginas al
actor-cantante en una época muy posterior. Años 50, una sala elegante. El
vestuario caro y el ambiente lujoso de una sala de fiestas de postín. Un cóctel
que combina a la perfección con la línea canora de Roberto. Y aquí deja
entrever de nuevo que su fraseo no es bueno por casualidad, al igual que su
gusto innato por la belleza. Y eso, se tiene o no se tiene. Y Roberto, lo
tiene. Y muy agudizado, además.
“J´attendrai” empieza
haciendo un guiño al coro de “bocca chiusa” de la “Madame Butterfly” de Puccini
y en la que Roberto está absolutamente fantástico. Y allí es donde sale una vez
más lo que yo llamo “tener la sonrisa en la voz”. Alagna la tiene, y te das
cuenta de ello por su manera de cantar. No hace falta que le veas para saber cómo
el cantante interpreta al personaje, como el cantante hace de actor. Su voz nos
lo dice.
Y habiéndonos mostrado
diversas caras de París, Roberto, ahora sí, hace sus maletas y abandona su
Francia para irse a otro país.
Tengo que reconocer que
cuando escuché la canción “Adieu mon pays”- la pieza más exótica del disco- el
primer país que me vino en mente fue Afganistán. El estilo de música
árabe-musulmana que me sugiere me hace ver a un Roberto en medio de un desierto
bien protegido del abrasador beso del sol, lamentando haber dejado toda su vida
en otro lugar y, a su hija, en otro país que le puede dar una oportunidad mejor
de vida. Los ecos de su hija pequeña MALÈNA, en esta primera
colaboración con su padre, nos llevan al desgarro y al dolor de un padre que
está lejos de ella. Aunque tiene sentido, para mí, es la canción que me
descuadra de este disco en una primera escucha, pero que luego, me he dado cuenta
de que es una pieza clave para entender la idea de “Le Chanteur”.
Necesito una brújula
Una de las características
que me llaman más la atención de este trabajo es que las piezas se van
ejecutando sin solución de continuidad y ya desde la primera de las canciones.
Seguramente esté hecho a posta para que el oyente entre dentro de la función
que Canio, el actor-cantante, el que ríe, el que llora, nos invita a disfrutar.
Me gusta, pero a la vez me
provoca un poco de caos. Hasta ahora el recorrido ha estado muy bien marcado,
por estilos, por ambientes, y por fraseo.
Abandonamos Afganistán y
maleta en mano Roberto aterriza en un barrio cualquiera de Argentina.
En “Un jour je te dirai” es
indiscutible el estilo del tango porteño, y una vez más, Roberto Alagna
despliega toda la belleza de su voz, y con el toque justo de tristeza y del
desgarro del tango, hace de esta pieza una interpretación magistral,
aprovechando todos sus recursos expresivos y el gran uso y el partido que saca
a aquellos silencios de los que una vez la gran Teresa Berganza dijo que
“también eran música”. Y cuánta razón tenía.
Seguidamente, del tango
Argentino, Roberto sigue trazando su ruta con la canción “Mayari” que canta a
dúo con su hija mayor ORNELLA. “Mayari” es para mí uno de los bombones
del disco y situada estratégicamente justo a la mitad del recital. Recordemos
que de Afganistán viajamos, más o menos, en línea recta a Argentina, y desde
Argentina, Alagna de nuevo en línea recta nos traslada a Cuba. Al menos es lo
que me sugiere cuando escucho los primeros compases de esta canción. Puedo
reconocer claramente el estilo de Lecuona, pero me generó duda en uno de los
momentos de la canción en los que unas simples palabras pusieron en jaque mi noción
del tiempo y del espacio. ¿Era Cuba o era África? Los balbuceos de Ornella
simulando la esclava Mayari, ininteligibles para mí me hicieron dudar. ¿Cómo
podía ser que desde Argentina reculara a África? No tenía sentido ir de nuevo
sobre los pasos ya dados.
Pero no, cuatro vocablos en
español de Roberto Alagna simulando el estilo y acento cubano me reafirmaron
que no había errado a la hora de adivinar en qué país estábamos.
Decía que en esta ocasión es
su hija Ornella la que le da la réplica a su padre. Una voz afinada y muy bien
entonada, que junto a la de su padre luce de forma extraordinaria y sin duda la
hija, ha heredado de su progenitor el gusto y el fraseo claro. Ya lo dicen,
¿no?... De tal palo…tal astilla. Fijaros en los adornos que padre e hija se
marcan en su “oh, Mayari, esclave…”. Lo dicho un bombón.
Y de Cuba, me da la
sensación de que Alagna continua su camino hacia América del Norte pero con
algún eco español. El tema del destino de Carmen es el que escuchas cuando
sales de Cuba, y su “Bohémienne aux gran yeux noirs” empieza a sonar, quizás
con un ritmo de swing. No tengo muy claro el estilo, pero lo que si tengo claro
es que en estas 5 palabras está presente de nuevo el estilo de Lecuona
apuntando un tanto descaradamente a la canción “Siempre en mi corazón” pero con
diferente ritmo, y también, por qué no, un toque al tercer acto de “Los cuentos
de Hoffman” con el “Oh mon Antonia” que canta el poeta que da nombre a esa
ópera. A estas alturas del viaje se mezclan ya canciones y melodías, óperas y
palabras. Un símil al caos de un aeropuerto.
“Nuages”, o lo que es lo
mismo en español, “Nubes”, me llevan a la película “Sabrina” a la escena del
baile en que Audrey Hepburn hace pareja con William Holden. Una melodía que me
recuerda y me sitúa en los años 50 de nuevo. Una música que probablemente, de
haber vivido en Francia, quizás la hubieran bailado mis abuelos con toda seguridad.
Pero la plácida fiesta que
me sugiere “Nuages” se opone con un toque espectral en la canción “Domino” que
canta a dúo, de nuevo con su hija pequeña, MALÈNA y en la que puedes
adivinar ya su estilo propio a pesar de su corta edad. La canción y el dúo te
hace poner la piel de gallina cuando es la niña quien da la réplica al padre,
como si fuera un eco, una voz del más allá que le viene a la mente a su
progenitor al recordar primaveras vividas con ella.
Podría estar situada en
cualquier lugar, en cualquier país, pero mi mente se traslada a una feria. Una
noria dando vueltas tristemente, y los árboles desnudos en otoño. El incipiente
frío y un cielo gris ayuda a darle un toque de tristeza, y, mientras la noria
gira, el padre evoca el recuerdo de su pequeña Domino. Algodones de azúcar que
acaban enganchados en la naricita de Malèna y, el recuerdo de aquellas tardes
infantiles con ella y padre e hija de la mano, es lo que aparece en la mente Roberto.
Seguramente la letra no hable de nada de eso, pero, de tener que ponerle una
imagen a esa canción, sin duda alguna, esta es la que escogería.
Quizás las tres siguientes
“Mon pot´le gitan”, “Il pleut sur la route” y “C´est un mauvais garçon” me
quedan un tanto más lejanas después de haber quedado bastante tocada al
escuchar “Domino”, y no haber tenido aún tiempo de sobreponerme. Sí que adivino
el retorno de Roberto a Argentina y después de un batiburrillo musical deja sus
maletas en Polonia con la canción divertida y simpática y espumeante “Maniusiu,
ach” que canta a dúo con su esposa ALEKSANDRA KURZAK.
Y escuchándola me viene en
mente la opereta “El murciélago” o quizás una fiesta de fin de año. El ambiente
alegre y jovial de esta canción polaca se cuela en esta penúltima pieza para
culminar con “La Chanson des vieux amants”.
Y aquí claramente hemos
llegado al final del recorrido exhaustos tras un extenso viaje. Le chanteur,
el cantante-actor acaba su función dónde la ha empezado. En París, en el
gris París otoñal en el cual se escuchan melodías del bandoneón en las barcazas
del río Sena. La bruma matinal sorprende a dos viejos amantes caminando al alba
por los puentes de París. Se quieren. Se quieren hasta el fin de sus días.
¿Algo en contra del disco? Solo
una cosa y es terminar esta desgarrada canción en italiano porque me mezcla sin
piedad la tristeza del gris París con la luminosidad mediterránea de esa
Italia, que, dicho de paso, amo tanto.
On est venu, ce
soir, voir le chanteur…
Fijaros todos los estilos
que nos comparte en este trabajo Roberto Alagna y que permite que un disco
enfocado totalmente en francés consiga alejarte de ese París en el que empieza
y en el que acaba el recital. Y eso tiene mucho mérito, por los ritmos y
estilos, pero también por la recreación que hace Roberto. Por tanto, la
sensación que tienes cuando te dispones a escuchar el disco de que va ser algo
muy nacional, se rompe con “Adieu mon pays”, y te das cuenta que, aunque
disonante en estilo, es del todo imprescindible para entender este trabajo como
el viaje del cantante-actor, que ofrece una noche de diversión a los que han
decidido irle a ver.
Reitero sus palabras… “On
est venu, ce soir, voir le chanteur”… y disfrutad de la extraordinaria voz y
del fraseo del grandísimo Roberto Alagna. Un buen regalo en tiempos de
confinamiento que, con imaginación, ya que no podemos viajar físicamente, Roberto
nos permite hacerlo de pensamiento, y de momento, tanto soñar como pensar, es
gratis. Soñad, vivid, viajad con él, y sobre todo, disfrutarlo tanto como lo
estoy disfrutando yo.

Sí,
efectivamente, de la generación en que tres voces de tenor mundialmente
conocidas, decidieron unirse bajo la sofocante noche del estío romano y que,
sin pasarles por la cabeza ni tan siquiera un segundo, cambiaron el mundo de la
ópera poniéndolo patas arriba de un día para otro. ¡Qué digo en un día…! En
dos horas, y en ese intervalo de tiempo tan reducido, resquebrajaron por
completo los cimientos de la ópera sacudiéndolos como un brutal terremoto.
Los
tres tenores fueron tres revolucionarios. Tres innovadores. Tres fenómenos.
Ajenos
y totalmente inconscientes a la magnitud que tomarían los hechos, José
Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti se sucedieron uno por uno
desfilando de manera superlativa por las milenarias Termas de Caracalla a lo
largo de dos horas.
Habría
podido ser un acontecimiento cualquiera, uno más de tantos otros conciertos, pero,
no lo fue. Transgredieron las reglas del decoro operístico cantando al unísono arias
de ópera, napolitanas, rancheras, tangos y fragmentos de opereta. Y es que, lo
que hasta entonces había estado prohibido, mal visto y considerado como un gran
pecado capital, quedaría plenamente legalizado a partir de la noche del 7 de
julio de 1990. Una noche en que todo valió, lo serio y lo más ligero y, lo
elitista, se convirtió en popular. Y nada
jamás volvería a ser lo mismo porque la ópera ya no se entendería de igual
manera. La liaron. Vaya si lo hicieron.
Desataron
pasiones y avivaron otras. Convencieron a muchos, pero también decepcionaron a tantos
otros, y gracias a la difusión en soporte cassete, disco compacto y VHS, acercaron la ópera a la gente y nacieron
muchos aficionados a ella en todo el mundo. Se vendió una barbaridad ingente de
copias -más de un millón en todo el mundo- realmente una proeza siendo un álbum
de música clásica, pero, lo más curioso y emotivo es que, hoy en día, los tres tenores,
treinta años después, aún siguen vendiendo.
Han
intentado copiarlos. Pero no ha funcionado. Han probado de explotar la fórmula
de muchas maneras distintas, pero… ¿cómo puede obtenerse el éxito sin saber del
todo cierto cuál fue la fórmula mágica que desencadenó el éxito de ese
encuentro?
No
hubo fórmula, simplemente estaban allí, en el momento adecuado y en la época
correcta, en una noche mágica. Vivieron el momento y lo disfrutaron. Solo
ellos, los bautizados en ese momento como los tres mejores tenores del mundo
podían lograr un hito similar. Y repito, ni tan siquiera ellos mismos fueron
capaces de prever ni de medir sus consecuencias cuando las Termas de Caracalla,
aún calientes por el magnetismo de sus voces, empezaban a recuperar la calma
después de una noche diferente y llena de emociones. Una noche sin precedente.
Solo
puede entenderse la dimensión de su éxito si se ha vivido el fenómeno de cerca.
En este punto, pero, me permito hacer una reflexión.
Nunca
pude verlos a los tres juntos, pero, me aficioné a la ópera con ellos. Viví
todos sus mundiales al otro lado de la televisión aguardando impaciente cada
uno de sus reencuentros. Y, treinta años después, hoy se cumplen precisamente,
el concierto de Roma, lejos de anticuado, continúa siendo fresco, válido, emocionante,
sorprendente. Mágico.
Pero
pienso un poco más allá, y lo hago poniendo foco en las generaciones
posteriores a las mías, los que ahora cuenten con 10 u 11 años. Cuando sus
padres o abuelos les muestren quién eran esos tres hombres y lo que aportaron a
la ópera, me asalta la duda de si serán o no capaces de vivirlo o apreciarlo
como hicimos nosotros en su momento que fuimos contemporáneos al fenómeno tres
tenores.
Decía
Nerón en la película “Quo Vadis” que para escribir una gran epopeya, tenía que
vivirse previamente, tener un modelo o una experiencia, que solo así podía
comprenderse el auténtico valor de una obra de arte. Gran monstruosidad la
suya, quemar la ciudad de Roma llevando al límite el principio del arte por el
arte. Vivir, para crear. Vivir para entender.
No
he necesitado ir tan allá, pero treinta años después, y con toda una vida llena
de bagaje musical a mis espaldas, tengo el deber y compromiso moral de dar encarecidamente
las gracias a estos tres grandes artistas por haberme permitido vivir tantas y
tantas noches de música. Gracias por existir. Gracias por regalarnos sus voces.
Gracias por descubrirme el maravilloso mundo de la ópera. Me considero una
persona afortunada, porque -valga la redundancia – 30 años después de aquel 7
de julio de 1990 a las vísperas de jugarse la final del mundial de Italia 90,
continúo emocionándome con sus voces y reviviendo sensaciones.
¿Casualidad?
No. No lo creo. Tan sencillo como que simplemente estaba allí, en el momento
adecuado y en la época correcta, en una noche mágica. Como ellos.
¡Feliz
30 aniversario!

Porque no todos los días un gran artista, permítanme que matice, un
grandísimo artista, tiene la oportunidad de celebrar 50 años, y en activo aún, en
un teatro con la solera de la Scala de Milán, el gran templo de la ópera por
antonomasia.
Y porque tampoco todos los días una celebra el comienzo de una nueva década
en su vida.
Dicen, y así es, que cuando entras en una nueva década es propio y casi de
obligado cumplimiento, celebrarlo todo lo alto. Pues, haciendo caso de la
tradición y las buenas costumbres populares, esto es precisamente lo que hice.
No me lo pensé. ¿Qué mejor regalo de cumpleaños podía soñar que celebrar los 50
años de mi admirado PLÁCIDO DOMINGO en
la Scala de Milán, en una ciudad que adoro y pronta a la navidad, con miles de
luces en la calle y en la mejor de las compañías posibles?
Regalazo.
Sin lugar a dudas. Un lujo de fin de semana en Milán que tardaremos en
olvidar. El haber podido disfrutar una vez más del Maestro Domingo, en esta
ocasión, fuera de casa, y quizás la última, quién sabe, es algo de lo cual me
siento afortunada de haberlo podido vivir. Pasarán años, muchos años, quizás
más de mil como dice el bolero, pero, sin lugar a dudas, esta experiencia me
acompañará vaya donde vaya y hacia donde me depare la vida. Y siempre podré
decir “yo estuve allí” cuando en años venideros lea libros de ópera y llegue al
capítulo de los 50 años de Domingo en este teatro. Y me emocionaré, y su voz,
sana y en un estado vocal a la altura de las circunstancias, volverá siempre a
resonar en mis oídos. Su gesto agradecido y su elegancia se presentarán de
nuevo ante mis ojos. Y recordaré una vez más como todo el público de la Scala,
de pie, rindió su particular homenaje a nuestro tenor. A la voz que me acompaña
y me ha acompañado desde que era una niña. Esa gran voz. La mejor. La que más
me emociona. La que más sentimientos aflora en mi cuando empieza a lanzar notas
al aire. Sin duda, la mejor voz de tenor de la historia de la ópera.
Tutto Verdi
Y cuando se piensa en la Scala, una no puede dejar de ligarlo a la figura
del gran Giuseppe Verdi. El teatro en el que tantas óperas estrenara, en una
ciudad que le acogió en sus principios de forma hostil, pero que acabó
rindiéndose al genio y al talento del maestro de Busetto.
Imposible no acordarse de que, por esos pasillos de color crema y luces
amarillentas se pasearon grandes nombres y que el escenario de la Scala ha sido
testimonio de noches gloriosas con las voces de tantos grandes artistas….
Callas, Di Stefano, Tebaldi, del Mónaco, Caballé, Kraus, Carreras, Capuccilli,
Freni, Pavarotti…por citar a grandes leyendas que han escrito sus carreras
musicales con letras de oro.
Y lógicamente muy presente aquel lejano 7 de diciembre de 1969 con un
jovencísimo Plácido Domingo de tan solo 28 años que se enfrentaba al papel
protagonista del “Ernani” verdiano al lado de la gran Raina Kabaivanska y
Nicolai Ghiuarov.
50 años después, y con muchas posteriores visitas al teatro italiano,
Plácido Domingo regresaba con un programa totalmente verdiano, comprometido y
nada fácil con el que se metió al público de la Scala en el bolsillo.
No fue necesario que emitiera ninguna nota del “Pietà, rispetto, amore” del “Macbeth”. El público que llenaba la
Scala rindió ya su primer homenaje al Maestro con un estruendoso aplauso,
emocionante, que si bien no paralizó a la orquesta ni al cantante, fue lo
suficientemente sonoro para casi apenas percibir las dos tres primeras palabras
del aria.
Antes había sonado la obertura del “Nabucco”.
En esta ocasión, la Orquesta de la Scala de Milán, estuvo al cargo del
maestro EVELINO PIDÒ si bien cada
una de sus ejecuciones fueron buenas, eché en falta la garra, el nervio, el
genio de Verdi. Su fuerza, su sentimiento, su pasión. Aquél carácter que,
incluso alguien que no sabe del tema, lo escucha e inmediatamente dice “eso es
Verdi”. Sí, esto es lo que me faltó, tanto en esta pieza como en la obertura de
“I vespri sisciliani” en la segunda
parte del concierto.
Con el gran Domingo en el escenario de la Scala y un montón de sillas rojas
vacías en las que nadie se sentó (y a las que no encontré más sentido que
llenar un espacio enorme de una forma muy pobre) la noche no había hecho más
que empezar. Si bien esta pieza de “Macbeth” tiene dificultad ya para un
barítono de 40 años, Domingo estuvo inmenso en su intervención. Toda la noche.
Sin atisbos de cansancio en su voz su “Pietà, rispetto, amore” fue emocionante (aunque
venía de cantarse 4 Nabuccos en el Palau de les Arts de Valencia, el último el
pasado miércoles día 11, y con 78 años) y su voz sigue conservando su timbre y
su belleza, ahora en tesitura baritonal, pero sigues reconociendo en ella al
tenor que fue.
Era su primera actuación de la noche, pero ya despertó pasiones. Bravos,
griterío y aplausos desmesurados aunque nunca suficientes cuando estás ante un
gran artista como él.
En esta primera parte dedicada enteramente a “Macbeth”, la segunda
intervención de la noche correspondió al tenor canario JORGE DE LEÓN quién encarnando a su lógico papel de Macduff nos
ofreció el aria del cuarto acto “O
figli… A la paterna mano”. Una voz que no es especialmente bonita, que
cumplió su cometido pero que no me emociono como sí que lo hizo las
intervenciones de la soprano madrileña SAIOA
HERNÁNDEZ, una voz descubierta en la cantera de cantantes del teatro de la
Faràndula de Sabadell años ha, y que ahora pasea su arte por los mejores
escenarios, y comparte cartel, ni más ni menos que con el gran Plácido Domingo.
Sin duda también para ella una noche especial y llena de emoción.

“Sappia la sposa mia” el gran duo entre Lady Macbeth y Macbeth fue la tercera
pieza que sonó la noche del domingo en la Scala. Deslumbrante y espectacular
con un vestido dorado y brillante Saioa apareció junto a Domingo. Un precioso dúo, con pasajes muy difíciles y comprometidos para ambos, que en sus voces
sonó fácil.
Después de una emocionante introducción, al más puro estilo de recitativo
por parte de Plácido Domingo, escuchamos la voz de Saioa, por primera vez, en
un teatro de enormes dimensiones. La voz y el matiz intactos y bellos. Dicción
perfecta. Bello timbre y gran fraseo.
Se rio de forma prudente hace años cuando en Sabadell, hablando con ella,
le auguré que ella sería la gran ganadora del Concurso Jaume Aragall después de
haberle escuchado en la final, que en aquella edición se celebró en nuestra
ciudad. Y así fue. Saioa venció. Quizás no se acuerde de ese momento, pero, allí
ya supe que Saioa llegaría alto.
Quién le iba a decir que casi 10 años después su voz emocionaría en la
Scala y al lado de la leyenda que es Plácido Domingo. Me alegro mucho por ella.
Otro de los grandes nombres de la ópera que estuvo al lado de Plácido
Domingo fue FERRUCCIO FURLANETTO. Para
su primera intervención de la noche, escogió “Come dal ciel precipita”. Su timbre de voz reconocible desde las
primeras notas dio paso a un apoteósico final de la primera parte.
Desfiló el coro por el escenario, pero curiosamente, no se sentó en las
sillas dispuestas. Uno a uno, Jorge de León, Ferruccio Furlaneto, Saioa
Hernández, Toni Nezic y Caterina Piva, ambos solistas de la casa, y finalmente
Plácido Domingo, todos juntos y preparados para el gran brindis del final del
acto segundo de Macbeth “Salve, o Re!”, una
pieza que pasa de la alegría del festejo de un banquete real, al remordimiento
de los crímenes de Macbeth y sus visiones dementes, hasta el concertante final.
13 minutos emocionantes, de bellas melodías, de coloraturas muy comprometidas
para la soprano y que SAIOA HERNÁNDEZ supo
sortear y salvar con elevado nivel.
Qué decir de DOMINGO en un papel
que le va como pintado. Su desespero en las escenas de las visiones de Banquo
son emocionantes. Allí rememoras sus grandes Otellos. Y ahora su Macbeth arroja
ese carácter que imprimen los personajes shakesperianos que han pasado por el
cedazo de Verdi y sus libretistas, adaptándolos quizás mejor que en sus
homónimos originales. Su voz emocionó de nuevo al público. Estaba como siempre
en el papel a pesar de ser un concierto. Y el público así se lo reconoció. Allí
ya empezó la primera y larga ovación de la noche, casi inusual en un concierto
al finalizar la primera parte. Lo mejor estaba por venir, aún.
Grandes noches en la Scala
Si la primera parte fue enteramente dedicada a “Macbeth”, la segunda se
repartió entre “Don Carlo”, “I Vespri siciliani” y “Il trovatore”.
Para ser sincera, “Don Carlo” era el repertorio que peor llevaba del
programa, quizás por mi poca afinidad con esta gran y monumental ópera.
Con un cambio de vestuario respecto a la primera parte y luciendo un
vestido de noche espectacular de flores rojas sobre fondo rojo y negro, SAIOA HERNÁNDEZ tuvo su gran
intervención en solitario. Y permítanme que recalque el “gran” porque abrir la
segunda parte con el “Tu che la vanità” del
“Don Carlo” es jugárselo todo en una pieza. Sé y sabía de la voz de Saioa. La
conozco. Y sabía que estaría a la altura. Más que a la altura, para ser
sinceros a juzgar por lo escuchado y por la reacción del público.
Cuando alguien, en un aria que no te gusta, hace que acapares la atención
de la manera que lo hizo ella, es para quitarse el sombrero. Cuando una pieza de
9 minutos no se te hace interminable, es sencillamente debido a que el cantante
en cuestión la está ejecutando muy bien. Volumen. Potencia. Cambios de registro
impolutos del agudo al más grave. Brava, Saioa! Brava.
La misma sensación tuve con el consiguiente dúo “Restate!... Penso alla mia persona” entre Felipe II y el Marqués
de Posa, o lo que es lo mismo, entre FERRUCCIO
FURLANETTO y PLÁCIDO DOMINGO. Un
dueto de 13 minutos. Una eternidad si la pieza no te convence y tampoco es de
las más conocidas de la obra.
Sin embargo, el camino encauzado por Saioa en su intervención anterior hizo
las cosas fáciles con este magno dúo, de una nobleza y elegancia tal aunque
siempre ha quedado eludido por la popularidad del gran dueto entre Carlo y
Rodrigo de Posa “Dio che nell´alma infondere”.
Siempre metidos en sus papeles y personajes de la alta alcurnia española,
Domingo y Furnaletto acallaron la Scala. El silencio se podía cortar. Ambos
estupendos de voz y para Domingo momentos de gran lucimiento personal en una
pieza que tiene ecos musicales a otros grandes momentos y pasajes de la ópera.
Fue curioso porque, a pesar de mi reticencia inicial a estas dos piezas del
“Don Carlo”, escuchándolas, saboreando las emociones y la nobleza de los
personajes, me dio la sensación de retroceder en el tiempo. Al tiempo de las
grandes noches de ópera en la Scala que jamás he vivido, e imaginé cómo debería
ser escuchar aquel dueto dentro de toda la representación. De lo que debía ser
escuchar un “Don Carlo” en directo. Y de pronto pude imaginar la platea de la
Scala reluciente de preciosos vestidos de noche de las damas y los caballeros
vestidos de rigurosa etiqueta. Me transporté al tiempo que me hubiera gustado
vivir y al tiempo en que los decorados te situaban en la época. Al tiempo de
las grandes voces. De las grandes carreras. Al tiempo al que se iba a la ópera
a sentir, a disfrutar, a dejarse llevar y no a pensar en lo que el regista de
turno quiere decirme.
Estaba viviendo una gran noche en aquel momento. Al mismo nivel, quizás
superior, de la que paralelamente estaba imaginando, porque en mi realidad
estaba la voz del tenor que deseaba que estuviera.
El “Ti guarda dal Grande Inquisitor” de un extraordinario Furlanetto me
devolvió a la realidad del momento, al presente. El dueto estaba finalizando y
en mis oídos aún resonaba la voz de un Posa altivo que me emocionó en la voz de
Domingo, por nobleza y por sentimiento. Pero, el gran momento del dúo, el que
me causó más impacto vocal y visual fue el “Sire!”
final de Domingo acompañado de la genuflexión al rey. Un momento
extraordinario que cerraba sin duda, uno de los mejores de la segunda parte y
hasta entonces, de los vividos allí.
Tras la Obertura de “I vespri
siciliani”, en la que se afloraron muchos recuerdos de mi vida como cuando
conocí esta obra en el concierto de los Tres Tenores en Caracalla, el cómo le
gustaba a mi abuelo – que estuvo muy presente en el concierto, al igual que mi
abuela-sonó de nuevo la voz de FERRUCIO
FURLANETTO en una “O patria … O tu
Palermo” en el que quizás el cansancio, aunque prefiero pensar que era la
emoción, le traicionó un poco en un pasaje.
Y el gran broche final, oficial del concierto, vino de la mano de nuevo de
un grandísimo dueto, que adoro, y que disfrutamos muchísimo. SAIOA HERNÁNDEZ y de nuevo PLÁCIDO DOMINGO en la que era su quinta
intervención de la noche, y ojito, que cuenta con 78 año. Nos regalaron el
tremendo duo de la primera escena del cuarto acto de “Il trovatore” que cantan
Leonora y el Conde de Luna “Udiste?...Mira,
di acerbe lagrime”. Emocionante, trepidante, otro gran Verdi resonaba en la
Scala, y las dos voces estaban acopladas extraordinariamente bien. Fue también
uno de los momentos más aplaudidos, pero también más gozados de la velada, que,
desgraciadamente, tocaba a su fin, aunque que se me hizo sorprendentemente corta.
A pesar de que el público no paraba de aplaudir, el bis no se hizo de
rogar, y, entró el coro y el resto de intérpretes para culminar la noche de
nuevo con “Macbeth” la ópera que había sido la gran protagonista indiscutible
de la jornada. “Mal per me che
m´affidai” la muerte del protagonista en la voz de PLÁCIDO DOMINGO, un presagio que anunciaba que allí ya se había
dicho y cantado todo.
Después de dos horas de música y de emociones intensas, aquello había
acabado ya. ¿De verdad?
El calor del público frente a la
frialdad del teatro
50 años son 50 años. Y la Scala es la Scala.
Como no es mi teatro, desconozco la política que tiene la casa cuando se
trata de celebrar un aniversario con cantantes de la misma talla de Plácido
Domingo. De un Plácido Domingo en un estado vocal sorprendente dada la
longevidad de su carrera. De un Plácido Domingo completamente entregado. De un
Plácido Domingo emocionado y agradecido con las muestras de cariño de su
público venido de muchas partes del mundo.
Sin embargo el teatro pareció olvidar que celebrar 50 años con un artista
como él debe compartirse y no reservarse para unos cuántos afortunados. Y no
estoy hablando de catar un trozo de pastel de aniversario ni beber un sorbo de
cava con autoridades y demás personalidades del mundo de la cultura, de la
moda, del diseño o de la política. No.
Me estoy refiriendo a que esperaba que la dirección del Teatro dijera
algunas palabras a Domingo y que lo hiciera con su público presente. Que
recordara su trayectoria en el teatro. Que montara algo con un poco de cara y
ojos. De que Domingo se sintiera querido rememorando aquel 7 de diciembre de
1969, y otras grandes noches, como su debut en “Die Walküre” en 1994, y tantas,
tantísimas otras funciones… El “Otello” del centenario, la “Turandot” de
Zeffirelli, la “Fanciulla del west”, su último “Otello”….
Nada. Absolutamente nada. Nada para compartir con su público y que su
público pudiera vivir con él. La celebración fue a nivel privado, después de la
función. Y me disgustó, dejándome un regusto amargo en la boca. La expectativa
por los suelos. Hubiera sido, de haberse hecho, otro momento mágico de la
noche.
Como otra opción, quizás hubieran podido echar un poco la casa por la
ventana y adornar más el escenario. Un único ramo de flores, austero y serio,
presidía el centro del escenario. Nada más. A parte de las sillas, claro. Y
todo esto estando de celebración… vaya….
Lo que Plácido se llevó
Aún así, a pesar de que Plácido no tuvo el reconocimiento oficial del
teatro y compartido con su público, sí que tuvo el nuestro. De todos aquellos
que llenábamos la Scala el domingo por la tarde.
Finalizado el concierto no cesaron los aplausos ni los bravos. Una y otra
vez sin parar. Sin descanso. Mis brazos estaban dormidos de tanto aplaudir y mi
garganta casi afónica de tantos bravos que salían de ella.
Y los intérpretes iban saliendo al escenario y recogiendo los aplausos del
público, sabedores ellos que los compartían con el más grande tenor de la
historia.
Y así iban pasando los minutos. Y el público de la Scala en pie. Estaba
completamente emocionada y con los ojos húmedos. Y de allí no se movía nadie.
Absolutamente nadie. Nadie hasta que por fin, después de dos o tres rondas de
aplausos, finalmente Plácido salió solo al escenario, que era lo que el público
esperaba.
Y allí llegó el delirio. Nuestro particular y sentido agradecimiento a
todos sus años de carrera – más de 50- pero también por lo que nos acaba de dar
hacía tan solo 15 minutos. En la sala, aún caliente de emociones, aún retumbaba
su imponente voz.
Pero no fue suficiente. Algunos ya marchaban, con prisas, un poco
atropellados. Otros, como yo, allí seguíamos al pie del cañón sin dejar de
aplaudir. Y más, y más y más…. Rondaban ya casi los 20 minutos de aplausos
cuando por fin de nuevo, el grandísimo Domingo apareció otra vez en el
escenario con un par de rosas amarillas en las manos que minutos antes le
habían lanzado. Ante el estallido de aplausos y bravos, con sus manos hizo el
gesto de acallar al público.
Órdenes del Maestro. El público se silenció y, Domingo, generoso y
agradecido donde los haya, “a capella” nos cantó el “No puede ser” de “La
tabernera del puerto”. Emocionante, sin palabras, con lágrimas en los ojos. Así
es como viví toda la ronda de aplausos y especialmente ese momento y con la
pieza que, además, significó mi pistoletazo de salida en el mundo de la ópera y
mi amor por su voz.
El teatro se vino abajo. ¿Dejamos de aplaudir? No. Absolutamente no. ¿Para
qué? Sabíamos que ya no habría más, y Plácido también. Pero ese momento no
debía tener fin.
Plácido volvió a entrar, pero los rezagados que aún estábamos allí no
dejábamos de bravear. “El més gran de tots”, en catalán, en mi lengua, tal como
lo sentía, es lo que salió de mi casi afónica garganta cuando su “Porque no
sé…. Vivir”… ponía punto y final a esa noche. Porque no hay nadie, ni habrá
nadie como él. Solo espero que Dios le de mucha salud y que en la medida que
nos sea posible, podamos volver a disfrutarlo.
Palmas conjuntadas. Todas al mismo ritmo reclamando de nuevo la presencia
de Plácido en el escenario. Me estaba poniendo ya el abrigo y pronta a
abandonar mi localidad, cruzando ya el umbral para dejar la sala, fue cuando de
pronto, unos fervorosos bravos rebelaban de forma indiscutible que Plácido
había vuelto al escenario. Reculé, y con todo mi cuerpo apoyado en la
barandilla del palco, me tumbé entera en él para darle mi último aplauso al
Maestro. Mi adiós y mi agradecimiento a una noche tan especial para mí. Un
sueño hecho realidad.
Ese es el gran Plácido Domingo.
Agradecimientos
Todos los acontecimientos tienen detrás nervios, ilusiones, compromisos y
sacrificios. Y en esta ocasión, ha habido un cóctel de todos ellos.
He de decir que para que yo cumpliera el sueño de disfrutar estos 50 años
en la Scala de Plácido Domingo hay alguien que ha hecho un enorme sacrificio.
Me hacía ilusión, por lo que significaba musicalmente pero también para
celebrar la década que acabo de empezar, que mi madre y mi hermano estuvieran a
mi lado en esta noche tan especial.
Si no hubiera sido por el temple de mi hermano, quizás a estas horas, yo no
estaría finalizando estas líneas. Fue gracias a él, a su entusiasmo, a su
generosidad y bondad, lo que me ha permitido vivir lo que jamás olvidaré. Pero
también por su sacrificio, tragándose su miedo a volar, pasándolo mal, para que
yo pudiera estar allí y contribuir a la celebración, pospuesta, de mi
cumpleaños. Esto es de agradecer y de reconocer públicamente. No todos estarían
dispuestos a algo así. Sin un ápice de egoísmo y con toda generosidad por su
parte, Joan, aguantó lo que para él era lo inaguantable. Gràcies Joan, sense
tu, no hauria estat posible aquest cap de semana ni hauria estat el mateix.
También a mi madre, compañera de mis andanzas con Domingo. Siempre allí
aguantando estoicamente, y con un programa muy lejos de su repertorio ideal. A
ambos, a los que yo quería que estuvieran allí conmigo, un gracias enorme. Sois
los mejores cuando de Plácido Domingo se trata.
¿Se puede celebrar mejor un cumpleaños? Con mi familia, a un lado, y al
otro Plácido. Creo encarecidamente que no.
Jaque al Rey
18 Aug 2019 9:59 AM (5 years ago)

“Metiendo
David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la
tiró con honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en
la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con
honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David
espada en su mano”. (Samuel 17, 49-50).
Reza en la Biblia que, en tiempos
inmemoriales, David solo necesitó una única piedra para vencer y matar al
gigante filisteo Goliat.
Todos somos conocedores de esta historia
y de lo que significa: la victoria del pequeño frente al grande, del desvalido
frente al poderoso y el tener consciencia de que, aunque todo juegue en nuestra
contra, siempre habrá posibilidad de salir triunfante. Por mísera y poco
probable que sea esta posibilidad.
Han pasado miles de años y parece ser
que las cosas no han evolucionado mucho. Hoy en día nos seguimos encontrando
con Davides y con Goliats. El último caso reciente, tan reciente que está
inflamando desmesuradamente todos los medios informativos, es el de Plácido Domingo.
El tenor madrileño ha sido acusado de
un presunto delito de acoso sexual por 9 mujeres del mundo de la lírica y una
bailarina. Sólo una de ellas da la cara.
No quisiera convertir este texto en
una apología hacia la figura del tenor porque harto se ha hablado y escrito
sobre ello, y menos cuando el mundo de la lírica, de la música y del arte, y
también de los aficionados, se ha alzado en la defensa y apoyo del astro
madrileño.
Solo pretendo que lo acontecido estos
días nos haga pensar. Que dediquemos unos minutos a razonar.
Estamos en 2019, en una versión
avanzada de la era digital. Se supone que llegar aquí no ha sido fácil, como
tampoco lo fue civilizar al hombre y enseñarle los principios básicos de la
convivencia. Tampoco debió ser cosa de coser y cantar adiestrar la mente humana
y acostumbrarla a pensar por sí misma.
Nuestros sabios filósofos griegos
invirtieron horas en sus alumnos para enseñarles precisamente a defender la
libertad, a inculcarles que tenían derecho a pensar por sí mismos y a sacar sus
propias conclusiones, que eran y debían ser valedores del derecho a cuestionar
y cuestionarse a la vez, a sí mismos. Que tenían el don y la gracia de poder dudar
de todo aquello que contraviniera su manera de ver las cosas, no obstante,
pues, nuestros antepasados de la Antigua Grecia, como en nuestra moderna época,
no estaban exentos de sucumbir y decantarse hacia un lado u otro, en función de
cuáles fueran los intereses de aquel que en medio del ágora osaba alzar más la voz.
Han pasado los años como decía al
principio, pero creo, y lo reafirmo cada vez más, que, a pesar de todos estos
esfuerzos de nuestros antiguos sabios, de nuestros ilustrados pensadores, de
sus ideas y enseñanzas, nuestra sociedad, lejos de haber cambiado o
evolucionado, está dando un gigantesco paso atrás. No ha aprendido nada. Y eso
es muy preocupante.
No hablo de estancamiento, que sería
quizás lo menos gravoso, no. Hablo de retrocesión, del regreso a la sumisión. De
bajar la cabeza. De anulación del criterio y del raciocino, de la falta de
juicio. De manipulación. De aquello que se denomina fenómeno de masas.
¡Cuán fácil es dejarse arrastrar!
Evitamos el pensar porque otros se creen en el derecho de hacerlo por nosotros.
Dejamos de dudar porque creemos que lo que se escribe y se dice es palabra de
ley. Damos por bueno y válido algo simplemente por su repercusión mediática. No
reflexionamos porque en el mundo en el que vivimos y nuestras exigencias
diarias no nos permiten dedicar un tiempo a organizar o reorganizar nuestras
ideas. Y muchas veces encontramos una justificación válida a esta actitud,
mientras no nos afecte directamente a nosotros. Creemos casi ciegamente,
asentimos y consentimos. Somos pasivos y para nada activos, a no ser que sea,
muchas veces, para lastimar a otro.
La
gran epidemia del siglo XXI
Siempre que pienso en el ser humano me
asalta el miedo de constatar hasta qué punto alguien o algo puede llegar a manipular
nuestra mente, nuestros pensamientos. El comprobar cómo nos cambiamos fácilmente
de camisa cuando lo que se está buscando es beneficio propio es realmente
demoledor, aunque ha sido así desde la creación del mundo.
Me preocupa, de esta misma forma, que la
envidia, los celos, el afán de poder, el dinero, la venganza –todos ellos
viejos conocidos nuestros- envenenan al hombre y pisotean las relaciones entre
ellos. Las enloda. Las pudre. Y los humanos nos vendemos al igual que Judas
vendió a Cristo por treinta monedas de plata. Quizás ahora necesitemos algo más
que treinta monedas. Meditemos.
Esta es nuestra triste y cruda
realidad y un claro ejemplo de que la sociedad, en su mayoría, no cree, no
piensa, no reflexiona, no arriesga, sino que simplemente se deja llevar
mientras se saque algún provecho de ello. Esta actitud evita muchas veces tener
que tomar decisiones difíciles y, si cuando lo hacemos nos equivocamos, la
culpa siempre será del otro, de aquél que supuestamente nos arrastró, jamás
nuestra porque, además, somos incapaces de reconocer nuestros propios errores y
aprender de ellos. No en vano se dice que el hombre es el único animal que
siempre tropieza con la misma piedra. La historia está llena de estos ejemplos.
Si, cuán fácil es arrastrar y dejarnos
arrastrar, insisto. Cuán fácil es sucumbir. Qué fácil es ser débil. Cuando el
odio y el interés ajeno se anclan en un asunto y divide partes, nadie recuerda
el bien, los buenos actos y formas de los años pasados o, ni tan siquiera, del
día anterior. La exaltación de las masas, en cualquier sentido o por cualquier
medio, todo lo puede y destruye.
Indiscutiblemente la pandemia que nos
sacude y acecha en nuestros digitales días apunta a las redes sociales, que se
han convertido en el mortífero y moderno cáncer de nuestra sociedad.
Un cáncer que lejos de consumir,
corrompe. Un cáncer, que enfanga a quien quiere, cuando quiere y cómo quiere. Un
cáncer que mata las ideas, la opinión, la reflexión. Un cáncer, que no deja
espacio para la duda, para el examen de conciencia de uno mismo y que no se
erradica con ningún tratamiento de quimioterapia, por agresivo que pueda llegar
a ser. Un cáncer al que solo se le puede plantar cara y vencer si el ser humano
está dispuesto a hacerlo y está en predisposición de cambiar e intentar
reconducirse y evolucionar de nuevo hacia los pilares básicos de la sociedad, y
que nunca debería haber perdido, si más no, olvidado. Unos pilares que están
seriamente amenazados por un terremoto que parece, de momento, no tener quien
lo pare, quien lo remita, quien lo controle, como si de un grave incendio
forestal se tratara y al que se intenta controlar y sofocar pero que es enormemente
difícil extinguir sus crecientes, incesables y destructivas llamaradas.
Antaño eran los grandes líderes quien
hacían y deshacían a su antojo. Ahora, y esto es aún más peligroso, es la
tiranía desmesurada de las redes sociales y de los artículos periodísticos.
Ambos medios se han convertido en la nueva palabra de ley eliminado desde la
raíz y de cuajo, la figura del juez. La sociedad se erige como juez y verdugo
al mismo tiempo, y ejercita conscientemente estas funciones. Y es así porque muchos
ciudadanos secundamos y dejamos hacer. Este es otro gran momento para
reflexionar.
Tiemblan pues los cimientos de nuestro
ordenamiento jurídico, de la ley, de nuestros derechos constitucionales y
fundamentales a nivel civil y penal. Y no ante clarividentes pruebas, no, sino
ante rumores, calumnias, ante un “un amigo, de un amigo, de un tío mío que
tenía un sobrino que le dijo que…”.
Las habladurías van pasando de boca en
boca. Bueno, de red en red tendría que decir haciendo eco al marco de nuestra
era digital. Se va armando inevitablemente el jaleo y van tomando fuerza por
inverosímiles que sean. Se van metiendo en nuestra cabeza de una forma sutil,
hábil, sigilosa, roen nuestros cerebros hasta que finalmente, ¡boom! estalla el
gran petardo. Nuestro oído retiene el estruendo y ante nuestros ojos luces
multicolor se desmayan en el cielo. Este es el momento en que todo se desmorona
al igual que lo hace el árbol llorón. Se ha abierto la caja de los truenos. Del
mal.
Europa
abofetea a América
Ardieron y aún arden las redes. Los
telediarios se hicieron eco de la noticia. Los periódicos en papel hicieron funcionar
sus rotativos de día y de noche, y Plácido
Domingo apareció en casi todos ellos en primera plana de las ediciones de
este pasado miércoles 14 de agosto, un día después que la agencia AP News
dejara que estallara una bomba atómica a nivel internacional cuyas
consecuencias, se están aún conociendo y midiendo.
De lo que no cabe lugar a duda es que
la sociedad, a través de las redes sociales, se ha erigido, nuevamente como
hacía referencia, en juez y en verdugo. Lo que está claro es que, para poner en
jaque a alguien, como se ha puesto en esta ocasión a Plácido Domingo, el disponer o no de pruebas es irrelevante por la mera
repercusión mediática de la que goza el personaje. Está claro que, las
denuncias, el pasar a disposición judicial y el enjuiciamiento posterior es
innecesario porque la sociedad, parece, ya ha emitido su veredicto. Al menos,
por lo que respecta a América.
Por mi formación profesional conozco
perfectamente el principio del “in dubio pro reo”, aunque, es un principio tan
mamado que no es necesario saber de normativa para entender uno de los pilares
básicos del Derecho y de nuestro Estado y sobre los cuales debe apoyarse la
sociedad. Si incluso un niño nacido ayer sabe que, hasta que no se demuestre lo
contrario, un individuo tiene derecho a ser considerado inocente.
Debemos ampararnos en la duda y creer
en la inocencia y buena intención del ser humano. Debemos entender y defender
que todo el mundo tiene derecho a una defensa, inclusive si se es culpable.
Tenemos la obligación moral y social de creer firmemente en el principio de la
presunción de inocencia. De la nuestra. Y, sobre todo, de la de los demás.
Hoy en día, es fácil acusar y extirpar
al otro este derecho. Alguien es culpable porque otro alguien lo dice, y
viceversa. No hay principio que valga. Pero, aquellos que acusan y se olvidan
de los derechos de los demás son los primeros de apelar a la ley para que, un
día u otro, si se llegaran a sentar en un banquillo de acusados, los
representantes legales de la ley hagan constar y constatar y, hacer prevalecer que
ellos (como los que ellos mismos condenaron, condenan y condenarán sin piedad)
tienen derecho a no ser considerados reos hasta que los hechos y las pruebas y,
una sentencia judicial firme, diga que son culpables.
Tenemos que hacernos preguntas. No
resolverlas, que para esto están los jueces. Los jueces de verdad.
Y los auténticos jueces son aquellas
señoras y señores que van vestidos con una toga negra y mangas largas adornadas
con puñetas blancas y que han pasado muchos años de su vida estudiando leyes y
teorías sobre la criminalidad en cualquier forma de su expresión. Son aquellas
señoras y señores que tienen encima de su mesa la enorme responsabilidad y el arduo
trabajo de tener que decidir sobre conceder la absolución o, por el contrario,
castigar. Aquel colectivo que inspira respecto cuando se entra en una sala de lo
penal y sabes que entre sus manos tiene una vida de un hombre en juego, una
reputación, un nombre. Son ellas y ellos quien deciden si el presunto reo continua
como antes o les sentencia a que su vida de súbitamente un giro radical. El ser
humano y su situación pende del hilo en el que se sostiene la capacidad de
razonamiento y de análisis del juez, de sus dudas resueltas, de sus decisiones.
Sólo los jueces, y únicamente ellos pueden convertir sus conclusiones en
palabra de ley. La auténtica palabra de ley. La inquebrantable. La justa.
¿Alguien se ha planteado los múltiples
conflictos morales, las dudas, la incertidumbre que pueden a llegar a tener las
juezas y los jueces cuando se les plantea un caso de acoso sexual en una sala
de lo penal, y sobre el cuál, sí median pruebas que pueden incriminar o no a un
imputado de este delito?
¿No dudan al caso ellos incluso ante
pruebas fehacientes? Sí, lo hacen. Porque su profesionalidad les obliga
moralmente a ello. ¿Qué se equivocan? Seguramente, son seres humanos, no lo
olvidemos.
¿Podemos imaginar lo que podría ser enjuiciar
y decidir sin pruebas lo suficientemente claras?En Europa, quizás si, y me
atrevería a decir que jamás llegaría a un tribunal.
En América, y volviendo al caso
Domingo, quizás tampoco llegara por la simple cuestión de que no ha sido
necesario ni un juez para señalar a Plácido
Domingo como culpable de este presunto delito. Se ha bastado solo con tener
en cuenta un artículo periodístico que relata la experiencia de 9 mujeres y 8
de ellas no dan la cara- insisto-. ¿Para qué colapsar sus cortes de justicia
cuando, sin pruebas, y sin presentar testimonios, ya son capaces de emitir un
veredicto que comporta la cancelación de un concierto en Filadelfia y en San
Francisco? En América lo tienen claro y galantean con el dicho popular de
“cuando el río suena…”, bien, o el equivalente en su idioma. ¿Para qué molestar
a los jueces, que deben estar de vacaciones tumbados en las playas, probablemente
de otro país, para escapar de su asfixiante y nada racional sistema de
justicia, cuando la denuncia anónima se antoja más valuosa que una prueba
fehaciente o que un testimonio de cargo? Bah…. Esto lo dejamos para Europa
deben pensar los americanos. Qué aprendan cómo de rápido trabajamos y que no
nos estamos con contemplaciones, vamos a ver: la noticia es conocida por la
mañana. Muchos nos desayunamos con ella, y, voilá,
durante la misma tarde del martes 13 de agosto, Filadelfia ya ha destruido
la presunción de inocencia. Ya ha aniquilado el nombre, la reputación y la gloriosa
carrera de Plácido Domingo. Jaque, mate.
A la de Filadelfia se le une
posteriormente la ópera de San Francisco. Los teatros americanos hacen entre sí
piña, mientras en Los Ángeles se abre, inmediatamente una investigación
rigurosa a la conducta de Plácido. Como si se tratara de un criminal.
Y luego en Europa nos quejamos de que
los juzgados están colapsados y de que la justicia es lenta. Pero al menos en
Europa, se estudia todo y se aplica, al menos de momento, el sentido común.
Desconozco el sistema de derecho penal
en América, pero pienso que no debe distar mucho del principio universal de
presunción de inocencia que se aplica en el resto del mundo. Pero, América es
América. El continente moderno, el continente que domina y doblega al mundo
entero y que en el caso que nos ocupa parece ser que, como queda evidenciado, se
ha saltado las leyes y los procedimientos. Con lo aparecido en prensa y sin
haber constancia de ninguna denuncia en la policía o en el juzgado y sin haber
ninguna causa abierta contra el tenor, ya le ha juzgado cargándose el sistema y
la presunción de inocencia bajo el halo de “vamos a esperar acontecimientos”
que es lo mismo que considerar como reo antes de que un tribunal impute
cualquier clase de delito a Plácido
Domingo.
Sin embargo, aún sin dejar de creer
que estamos en una sociedad corrompida por las redes sociales, en Europa hemos
sabido mantener la calma. Recordemos que somos herederos de los grandes
filósofos, de los sabios y de los pensadores griegos, y esto en el juicio de la
historia pesa. En nuestro continente hemos sabido apelar correctamente a la
teoría del “in dubio pro reo”, un principio que además acarrea la responsabilidad
y la exhortación al acusador para que demuestre la culpabilidad del acusado y
no al revés. En Europa, en el viejo continente, se ha alzado un movimiento tan
grande jamás visto en estos últimos años a favor de la insigne figura de
Plácido Domingo. Y esto nos honra, como personas, como ciudadanos, como
europeos que somos, como gente que apela a la justicia en lugar de impartirla
sin ton ni son.
El grito de defensa y de apoyo es tan
grande que ya no tiene quien lo detenga porque son decenas, centenares, miles,
millones de personas que creen en Domingo y que le secundan.
De esta situación también tenemos que
aprender, reflexionar y actuar en consecuencia y sobretodo no dejar que Europa
y los teatros europeos sucumban ante el poder y la influencia de lo que los
patriotas americanos llaman los Estados Unidos de América.
Una
última reflexión
Cuando un asunto como el que nos ocupa
sale a la luz, y más cuando el presunto culpable es conocido y popular como es
el caso, se produce una situación de miedo a las represalias personales o
artísticas que pueden derivarse cuando alguien, haciendo gala de la moral, de lo
correcto, y del valor, decide tirar adelante con todas las consecuencias.
Creemos que lo mejor es nadar entre
dos aguas, o esperar que estas se calmen. Otra opción es hacer como el avestruz
y esconder la cabeza bajo tierra en lugar de dar un paso firme adelante y
colaborar con la justicia y a desatascar estos asuntos.
Es un acto de valentía. Sí. Pero
también de justicia. De ética. De moral. ¿Estamos preparados física y
mentalmente para ello? Creo que sí, siempre y cuando demos un giro radical a
nuestra manera de pensar.
Como ya he dicho, el mal ya está hecho
y no habrá poder humano que restaure con dignidad el nombre, la reputación y la
presunta actitud de Plácido Domingo.
Esto solo lo puede hacer un juez.
Pensemos antes de hablar. Mesuremos
nuestras palabras antes de lanzarlas al aire. Tengamos clara la terminología
que utilizamos al hablar, o al escribir. Alguien dijo que la pluma hiere más
que una espada, y no equivocaba.
David necesitó una piedra para vencer
a Goliat. En el caso de Plácido una sola palabra, acoso.
Pensemos, insisto. Delimitemos y
definamos la fina línea que puede hacer decantar la balanza ante una actitud
acosadora o simplemente aquella que está permitida y aceptada dentro del arte
del flirteo entre un hombre y una mujer. Cierto es que cada hombre es cada
hombre y cada mujer es cada mujer, y lo que para mí es negro para el otro es
blanco. Sí.
Pero cuando alguien acusa, y acusa de
algo tan serio y delicado como lo es el acoso sexual se le debe invitar previamente
a analizar los actos del presunto acosador.
¿A cuántas mujeres se les han robado
besos? ¿A cuántas mujeres se les ha dejado algún o varios mensajes en un buzón
de voz o en un whatsaap un tanto subiditos de tono, una y otra vez? ¿A cuántas
mujeres no las han rondado repetida e insistentemente hasta que aceptan o
escupen un claro “no”? Sentirse acosada por alguien no es lo mismo que un hecho
pueda calificarse como acoso delante de un tribunal. Dependerá de quien
tengamos enfrente.
Pensemos. Razonemos. Y volvamos a
pensar en qué tiempos vivimos, en qué tipo de sociedad. En una sociedad que, a
día de hoy está muy sensibilizada con estos temas. Temas escabrosos que deben
aflorarse para corregir y castigar esta clase de conductas y que nos permita
mejorar nuestras leyes, pero, hagamos examen de conciencia antes de señalar con
el dedo. Estemos seguros porque de nuestras palabras, de nuestros escritos, de
nuestros actos y consecuencias pende la libertad o la privación de ella. Pende
la vergüenza. Pende el ser considerado a los ojos de la ley como delincuente o
criminal. Pende la duda, pende la confianza que jamás se recupera totalmente.
Con una acusación destruimos a aquel
que nos molesta. Pero también derrocamos su vida personal y familiar. Sus
hijos, hermanos, padres, abuelos, primos… Los ponemos en la cuerda floja. A
todos.
Pensemos en las consecuencias y
actuemos luego libremente y con la mente clara. Y aprendamos a mordernos la
lengua cuando con nuestras palabras, pensamientos o dudas infundadas podamos
hacer daño al prójimo. Es difícil, pero me parece y creo que vale la pena
intentarlo.

Por fin pude escuchar, con más de un mes de desfase el debut del tenor ROBERTO ALAGNA en el papel de Chénier,
en un marco incomparable como lo es la ROH Covent Garden de Londres.
No sé a qué día corresponde la grabación, a qué función en concreto de las
6 representaciones que interpretó, pero lo cierto es que Roberto Alagna está
increíblemente soberbio en ella.
Es una lástima que BBC solo haya retransmitido el audio. La puesta en
escena de la ROH, firmada por DAVID McVICKAR
y estrenada hace unos años es clásica aunque salpicada de modernidad dándole un
aire antiguo, pero fresco a la vez. El apoyo visual en este caso hubiera
significado el disfrute de ver a sus protagonistas, pero, cuando el nivel es
tan alto, como en la citada función, la necesidad de la imagen, lógicamente,
pasa a un segundo plano y bien discrecional.
La orquesta de la ROH con DANIEL
OREN al frente ofrece lo mejor de sí misma en una actuación que se puede
calificar de irresistible. Buen tempo, en algún que otro pasaje un tanto lento
quizás por alguna imposición vocal, pero los matices en cada uno de los actos
fueron extraordinarios. Dinámica y bella es cómo sonó en esta ocasión.
Reparto
“Andréa Chénier” es una gran ópera, la más importante que salió de la pluma
de Umberto Giordano. Si bien “Fedora” es otra de su lista y de las que perviven
hoy en día en los escenarios, es la primera la que abarrota teatros y arrastra
al público hacia ellos. Una ópera verista que tiene de todo: amor, sufrimiento,
poesía, desesperación y triunfo. Y además, por propia connotación de la acción que se
desarrolla, patriotismo y muerte.
“Andréa Chénier” además, requiere de un trío protagonista de campanillas, y
creo, que en esta ocasión, se cumple tal cometido.
Dejaré mis comentarios acerca de Roberto Alagna para el final, precisamente
porque requieren, por mi parte, una especial atención.
La Maddalena de SONDRA RADVANOVSKY es
sencillamente exquisita. Quizás no sea un timbre de lo más bello o uniforme en
todos los registros, pero lo que canta, lo canta muy bien. Con matiz, con
sentimiento, con fuerza y con sentido. Cabe escuchar su “Mamma morta”, pausada,
bien fraseada y con una línea de canto excelente que hace que se te ponga la
carne de gallina.
Su volumen, más que suficiente, quizás y con todo el sentido positivo,
exageradamente suficiente, aunque ni aún así, ahogó la voz de Robertíssimo en
sus dos grandes momentos conjuntos “Ora soave” en el segundo acto y “Vicino a
te” en el cuarto.
Su voz unida a la de Alagna, hicieron las delicias de los afortunados
espectadores que pudieron gozar de ella en directo. Pero también a aquellos
que, como yo, percibimos todo esto a través de las ondas.
DIMITRI PLATANIAS, barítono griego al que no tenía el placer de haber
escuchado antes, me sorprendió favorablemente. Poseedor de un instrumento
amplio y bien dotado exhibió sus dotes vocales en un “Nemico della patria” bien
cantado, fraseado y, consecuentemente, muy aplaudido por el público londinense.
En su canto hay atisbos de pasión, de fuerza y de mediano dramatismo. Una voz
interesante que vino, junto a las otras dos, a completar un reparto de ensueño
para una gran ópera como es “Andrea Chénier”.
Roberto Alagna, un verdadero poeta
Sin duda una de los mayores atractivos de estas funciones de la ópera de
Giordano era el debut del tenor francés ROBERTO
ALAGNA en este role y en un teatro como la ROH.
Si de entrada puede parecer que Chénier no sea un papel para una voz como
la de Alagna, el francés ha ensanchado su voz a lo largo, ya, de una dilatada
carrera como tenor, abordando roles más “spinto” que “líricos” en los últimos
cinco o seis años. Este ensanchamiento le permite ahora tomarse la licencia de
ponerse las vestiduras del poeta revolucionario francés.
Alagna propone, y realmente consigue crear un Chénier extraordinario relleno
de matices, de legatos, de gusto, de sentimiento y de sensibilidad. Un Chénier
que brilla con luz propia ya desde su minuto uno, construyendo su propio
personaje y sin caer – inteligentemente- en el error de imitar a predecesores
suyos, entre otras cosas, porque no lo necesita ya que Alagna tiene,
indiscutiblemente, carta de presentación propia.
No necesita exagerar frases veristas, porque no es su estilo. Él lo sabe y
no lo hace. No necesita hacer de su fraseo el fraseo de otros, precisamente
porque el suyo está dotado de una gran personalidad propia. Con ello, acerca el
personaje a su contexto, pero el Chénier de Alagna nunca olvida que sigue
siendo siempre un poeta. En todos los actos y en todas sus intervenciones.
Bien es cierto que para el “Si, fui soldato” se echa un tanto de menos una
liviana agresividad o desprecio en las palabras y las verdades que escupe al
tribunal que le juzga en un país inmerso en plena revolución.
Sin embargo, su “Improvviso” es sereno y efectivo. Noble. Para nada
desquiciado. Sin una palabra más alta que la otra. Arrebatador su “Credo a una
possanza arcana”, con una voz que fluye a la perfección en el escenario y con
un gran dominio de la palabra cantada.
Una vez más sale el poeta, un poeta con inspirada poesía, tal y como deben ser
los poetas. Como muestra, su “Come un bel dì di maggio” comedido y sentido.
Contenido pero a la vez exultante.
Encuentra también su especial línea de canto en el dueto “Ora soave” con
Maddalena, con un tempo justo y ensoñador, lo mismo que en el “finale” del
cuarto acto, con un “Vicino a te” que roza el delirio y con un estado vocal aún
fresco y sano a pesar de todo lo que ha cantado durante la ópera, y que no es
poco ni especialmente fácil.
Y todo ello lo hace, y quiero resaltar este punto encarecidamente, con una
voz bellisima, de principio a fin y como siempre nos tiene acostumbrados este
gran tenor. Una voz llena de luz, de brillo. Una voz mediterránea y cálida.
Roberto Alagna es sin lugar a dudas, y por mérito propio y más que
merecido, el último gran tenor de su generación.
Y ahora…¿qué?
Pues para aquellos que creen o piensan que Alagna no puede con estos
papeles, pero que a pesar de ello, insiste y persiste en cantar, yo les
recomendaría que escucharan este Chénier. “Su” Chénier. Que lo hagan con
cariño. Que disfruten de su voz y de su interpretación, porque es absolutamente
excepcional. Y estoy segura que encontrarán su qué en su canto, en su
personaje. En su voz. En su bella y extraordinaria voz.

Mucha emoción la que se
vivió ayer en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Anoche se rendía un
sentido homenaje a la figura de la tristemente desaparecida MONTSERRAT CABALLÉ. Un acto hilvanado
con inteligencia y sazonado con profundo amor. Con el amor de aquellos que
conocieron y amaron, y aman, a una de las voces de soprano más bellas y
conmovedoras que haya dado el mundo de la ópera, por no decir, que la mejor.
Conducido y dirigido
artísticamente por LLUIS PASQUAL
quien no cayó en la trampa de hacer de una celebración un melodrama, la reunión
de ayer entre amigos resultó ser un rotundo éxito, sencillo y sentimental, en
el cual la protagonista absoluta fue quien tenía que ser. Y nadie más que ella.
Montserrat Caballé hubiera
cumplido precisamente ayer 86 años, y qué mejor fecha para hacerle un regalo como
el que recibió ayer. Su familia, marido, hijos y nietos que estaban entre el
público, y también del resto de personas anónimas que llenaba la preciosa sala
del Liceu se reunieron para gozar del último momento con ella.
De un fondo celeste y
brillante, como si del cielo bajara para estar entre nosotros por el intervalo
de las dos horas que duró el homenaje, Montserrat Caballé nos dio nada más
llegar sus buenas noches. Un efecto realmente mágico y conmovedor que llenó el
teatro de luz, de paz, de humor y de sentimiento. De lágrimas. Montserrat estaba
allí con todos nosotros, de nuevo.
Acertada también la
proyección de fotografías en la pantalla de vídeo. Fotos fijas de aquella
mujer, de aquella artista que con la belleza y calidez de su voz nos regaló
tardes y noches de gloria en el Liceu. Allí estaba su imponente figura, su
majestuosidad y su franca sonrisa como centinela aguardando todo el elenco de
artistas que quisieron compartir con ella esas dos horas.
A lo largo de este intervalo
de tiempo fueron muchas y muy variopintas las voces que pusieron su granito de
arena y rindieron su particular tributo a la gran Montserrat, pero sin duda,
las más emotivas fueron las de sus compañeros de su propia generación: un
emocionado Josep Carreras, un sentido Joan Pons y un sentimental Jaume Aragall.
Qué grandes todos, y qué mayores, pero, aún mayores, si, conservan aquella
forma de cantar tan serena, tan bonita, tan especial. Aquella forma que solo
los más grandes saben cómo sacar encima del escenario.
Desfile
de voces
Un emocionado JOSEP CARRERAS, y como no hubiera
podido ser de otra manera, abría el concierto con la preciosa “Dicitencello
Vuie”, una preciosa napolitana, una especie de himno al amor y a la veneración
que encajaba perfectamente con lo que en aquellos momentos debía estar
sintiendo este otro gran artista. Un Carreras conmovido y especialmente
emocionado. Serio, elegante y con porte mayestático. ¡Cuántas noches
compartieron estas dos grandes, grandísimas voces!
Siguieron las voces de la
soprano BEGOÑA ALBERDI y el tenor CARLES COSÍAS con el dueto “Un dì
felice, etérea” de “La traviata” de Verdi. Sin duda, Cosías, y lo he dicho en
más de una ocasión, y así de nuevo lo reitero, es una de las voces de tenor más
bellas que tenemos y al que, por lo que sea, no se le dan las oportunidades
adecuadas para que su voz luzca en los grandes teatros, tal y como ayer lo hizo
en el Liceu. La voz conserva un rico timbre y color adecuado y una línea de
canto excepcional que supo fusionar muy bien con la de Begoña Alberdi. Solo un
matiz, y no musical. Siendo una noche de homenaje, una noche informal pero aún
así especial, Montserrat Caballé, por respeto, se merecía un cuello de camisa
abotonado y una corbata.
“Nulla! Silenzio” de “Il
tabarro” de Puccini fue la pieza que afrontó el barítono menorquín JOAN PONS, si bien se echó en falta
aquella voz tan amplia y profunda de antaño, no se puede negar que nos emocionó
con su canto.
Y entre actuación y
actuación, en la pantalla se iban proyectando fragmentos muy bien escogidos de
la vida y la carrera de Montserrat Caballé, e intercalando, además, las
intervenciones de aquellos que, por problemas de agenda no pudieron estar
físicamente en el teatro. Entre ellos, la gran TERESA BERGANZA que dijo que algún día se volverían a encontrar allí
dondequiera que estuvieran; PLÁCIDO
DOMINGO quien destacó el increíble y sensacional fiato de la soprano
catalana y sus risotadas sinceras y alentadoras, AINHOA ARTETA y también ROBERTO
ALAGNA. Todos ellos conmovieron con sus palabras.
Y seguía el concierto con el
contratenor ANTHONY HARUTIAN con “Lascia
chio pianga” de “Rinaldo” de Händel que dio paso a otro de los profundamente
emocionados ayer noche, el tenor JAUME
ARAGALL, quien escogió una apropiadísima pieza para homenajear una vez más
a Caballé: “Non ti scordar di me” (No te olvides de mi). Me sorprendió,
realmente me sorprendió su intervención. Recordemos que Jaume Aragall este
próximo 6 de junio cumple ni más ni menos que la friolera de 80 años, y, para
ser justa y ecuánime, comparando con las voces de su generación que ayer
llenaron el Gran Teatre del Liceu, su intervención fue la de más alto nivel.
Para cerrar una hipotética
primera parte, fue la recién debutante en nuestro teatro SAIOA HERNÁNDEZ quien nos hizo emocionar con su voz entonando “Ecco
l´orrido campo” de “Un ballo in maschera” de Verdi. Montserrat Caballé creyó en
su voz y fue una de sus mentoras junto a la sabadellenca Mirna Lacambra. Y
Saioa no podía faltar ayer en el Liceu para rendirle agradecimiento y devoción.
Casta
Diva
Sin duda la más de las
populares piezas indisolublemente ligadas a la figura de nuestra gran MONTSERRAT CABALLÉ. El teatro enmudeció
cuando empezaron a sonar las primeras notas ondeantes de esta pieza que
escribió Bellini para su “Norma”. La mítica representación de aquella “Norma”
en el teatro romano de Orange en 1974 inundó de magia el Liceu. La brisa
nocturna hacía flotar los velos del traje que Montserrat vestía al compás de
una voz que fluía hasta el cielo. De diva a diva. Una Montserrat majestuosa y
con una coloratura bella, emocionante. Con su precioso timbre y en un estado
vocal de gracia. ¿Quién no se rinde ante semejante arte? Es imposible no
emocionarse. Con la piel de gallina y completamente entregados ante tanta
grandeza.
“Mattino”, para mi, “Mattinatta”
de Leoncavallo fue la especial intervención de AL BANO que dio paso a uno de los más bellos dúo de la historia de
la ópera, “Il se fait tard, adieu” del “Faust” de Gonoud. Las voces, MARÍA GALLEGO y JOSEP BROS. Bros, otro de los grandes y dotado con una de las voces
más bellas que haya dado la lírica española. La voz conserva aún belleza y un
timbre rico y una acurada línea de canto. Sin duda una de las mejores
aportaciones de la noche.
Y sin dejar el repertorio
francés, JORDI GALÁN nos brindó un “Je
crois entedre encore” de "Los Pescadores de perlas” de Bizet al que siguó “Voce
di donna” de “La Gioconda” de Ponchielli en la voz de la mezzosoprano AGOSTINA SMIMMERO.
El broche final lo puso el
tenor PENE PATI, con la misma pieza
con la que ganó la edición de 2014 del concurso Montserrat Caballé, “Ah!
Lève-toi soleil” del “Romeo et Juliette” de Gounod.
Se sumaron también desde la
distancia para recordar a Montserrat el director de orquesta ZUBIN METHA, el director general del
MET de Nueva York PETER GELB, el
director de la ópera de San Francisco MATTHEW
SHILVOCK, JUAN DIEGO FLOREZ e inclusive la directora general del Teatro
Colón de Buenos Aires, MARÍA VICTORIA
ALCARAZ.
Tal
como vino, se fue
Y la gala llegó a su fin. El
último acto de respecto a la diva catalana por parte del público vino
acompañado con un minuto de silencio y con la gente de pie en todo el teatro.
Pero el último adiós lo puso, como no podía ser de otra manera, Montserrat. Con
una última nota. La estrella que hacía dos horas había descendido de nuevo al
teatro, se alejó, y la luz celeste y cegadora fue alejándose hasta recuperar el
lugar que, desde el pasado 6 de octubre ocupa en el oscuro firmamento lleno de
estrellas. Y jamás una metáfora fue mejor representada que ayer noche.
Con mis últimas palabras
reitero mis gracias a la voz, al arte, a la figura de Montserrat Caballé, una
gran dama en el escenario y una de las mejores intérpretes catalanas y
españolas que haya dado el mundo de la ópera quien afortunadamente, nos deja un
grandioso e inmenso legado musical. Gràcies, Montserrat.

Con el sentido homenaje al Dr. Xavier Gondolbeu, vicepresidente y marido de
la presidenta de la AAOS tras su fallecimiento el pasado miércoles 13 de
febrero, toda la entidad le ha querido dedicar estas funciones de Elisir
d´Amore. Así empezaba la tarde de ayer cuando Carles Ortiz dirigía unas
palabras al público que ayer por la tarde llenaba el Teatro de la Faràndula de
Sabadell.
Pero, como reza la canción “Show must go on”, el espectáculo debe
continuar. Y si nos zambullimos en terreno operístico, terreno en el que nos
sentimos mucho más cómodos vale decir, nuestro querido Canio lanzaría al aire
su “Recitar, mentre presso dal delirio, non so più quel che dico è quel che
faccio, eppur è duopo, sforzati… va…”
Y así fue. El espectáculo continuó. Debía continuar.
La tristeza, paradójicamente, dio paso a la alegría de una ópera bufa, una
de las mejores y más geniales que jamás se hayan escrito y, de este modo,
transcurrieron dos horas y media que pasaron volando.
La producción, reciclada de la temporada 2011-2012 ambienta la función en
un pueblo marinero sin determinar, y en el escenario predominan los blancos
secundados por una iluminación realmente genial, tal y como nos tienen
acostumbrados en esta entidad, y que se ensombrece un tanto haciendo la escena
más íntima en los momentos más serios y profundos de la ópera como en el de
“Adina, credimi” aunque no tan marcado en “Una furtiva lacrima”.
Y funciona.
La atemporalidad en esta ópera es completamente irrelevante porque la
historia subyuga y enamora desde el minuto uno, así como todos sus personajes y
con su correspondiente cariz.
CARLES ORTIZ y JORDI GALOBART,
un tándem que, a estas alturas, no necesita presentación, proponen una historia
coherente, sin alejarse en demasía de la esencia de la obra original y en la
que todas sus piezas encajan perfectamente. Ambos convierten a este Elisir en una
obra fresca, juvenil, alegre y desenfada con genial uso del lenguaje corporal y
excelente trabajo escénico, y con una notabilidad que salta a primera vista y
que da mucho resultado sobretodo en la parte masculina del reparto, excluido,
Dulcamara.
Componen a Nemorino, el muchacho enamorado de Adina, como una chavalín
espontáneo, sentido, alegre y cordial sin caer en el tópico de atontarlo
demasiado. Y enseguida conecta con el
público. Nemorino siempre es la cara amable de la película.
Por otro lado, la línea que separa el carácter del joven rústico es muy
gruesa en comparación con el altivo, presumido, chulo y sobrado sargento
Belcore. Ambos dan el pego. Ambos saben lo que quieren y como conseguirlo: con
bondad y amor, el primero y, con astucia y malas artes, el segundo.
Y lo curioso, es que, a la par que Nemorino, Belcore conecta también desde
un buen principio con el público. Polos opuestos ambos personajes, pero los dos
atractivos y más teniendo en cuenta que, por norma general los Belcore quedan siempre
un poco a la sombra de los Nemorino, pero también de los Dulcamara, por
afinidad vocal en cuerda baritonal.
Dulcamara, un personaje crucial en esta ópera de dos actos intensos y
llenos de momentos maravillosos, pasa completamente desapercibido. La vis
cómica, o burleta, o aprovechada de este charlatán que vende vino de Burdeos
como elixir de amor, es completamente nula. No creo que sea un mal trabajo a
nivel de escena, sino más bien de su propio intérprete.
A Adina le falta la picardía de una pueblerina rica, caprichosa,
enamoradiza. Un personaje que chincha por el simple hecho de chinchar y al que
le gusta ser el centro de atención en todo y con todos.
A pesar de ello, en conjunto, la representación fue bastante redonda.
Dirigir con el alma
Siempre he dicho que ver dirigir al maestro SANTIAGO SERRATE es un auténtico lujo. Primero porque sabe sacar lo
mejor de la OSV y nunca cae en el
error de abusar de volumen. Pero también lo es porque es un director entregado,
que respira con el cantante, y que canta con el cantante además, y, ayer por la
tarde, Santiago Serrate fue el alma que alentaba y daba aire al Dulcamara que
interpretaba JOAN CARLES ESTEVE. Le
marcó entradas, le marcó texto, estuvo pendiente todo el rato de él, inclusive
en los concertantes y los duetos. Allí estaba su punto de mira, dar confianza a
quien ayer por la tarde lo necesitaba más.
La dirección me pareció buena y adecuada, marcando mucho el sector de la
cuerda, que sonó, excelente. Un buen tempo
en general a lo largo de toda la obra, quizás un tanto ralentido en los
momentos en que impera y se impone, de fábrica, el canto sillabato. Esto se hizo patente en la gran entrada del “dottore” su “ei muove i paralitici…” que
a mi juicio debió ser más vivaz, más alegre. Es el gran momento de Dulcamara y en
el que el bajo bufo de turno puede echar a relucir el dominio de este estilo
tan propio de las óperas bufas. Pero
ayer poco sillabato escuchamos.
Hubo algún momento de desajuste entre la Orquesta y Dulcamara, sobretodo
durante el dueto con Adina “Quanto amore”, no obstante, su dirección “engancha”
y me permite disfrutar de su trabajo a la par que el de los cantantes. El cómo
se entrega en cada nota, en cada compás. Es impresionante, además de un regalo,
verle trabajar.
Victoria masculina
Sí, y por goleada.
Ayer por la tarde quienes se llevaron al gato al agua fueron, sin lugar a
dudas, el tenor colombiano CÉSAR CORTÉS
y el barítono catalán MANEL ESTEVE,
ya conocido de la casa.
El primero posee una bonita voz de tenor lírico ligero. Muy bien timbrada.
Y además con una excelente y elegante línea de canto. Me sorprendió, y lo hizo
muy gratamente. Por voz, por sentimiento, por actuación y por su
caracterización de un personaje al que cuesta darle el punto justo de ternura y
de inocencia sin caer en el tópico de pintarlo como un payaso. Ya lo dice Adina
“lo compadite, egli è un ragazzo, un malatorto, un mezzo pazzo”… Pero no,
Nemorino no está medio loco, tan solo está profundamente enamorado. Es un chico
joven. Es un niño. Joven y perdidamente enamorado.
Y así lo dibujó ayer tarde César Cortés con su voz limpia y dicción
perfecta, con coloraturas marcadas estupendamente, y que culminó con su
“furtiva lagrima” impecable y por la que se ganó un estruendoso aplauso por
parte del público sabadellense.
El segundo en discordia, y nunca mejor dicho, porque bebe los vientos
también por Adina, es ni más ni menos que el sargento Belcore al que ayer puso
voz y físico MANEL ESTEVE, absolutamente
inmerso en un personaje en el que nada más salir a escena y sin abrir la boca
ya se te hace antipático.
El barítono catalán está en un excelente estado de forma. Una voz muy bien
timbrada, potente, con cuerpo, de aquellas que salen al escenario y dicen “aquí
estoy yo”. El trabajo escénico-artístico de Manel Esteve está, en el mismo
nivel desde el minuto que entra en escena hasta el final.
Al igual que el tenor, su dicción es impecable. Decir solo que fue, junto
al tenor, el segundo más vitoreado en la sala.
Y además, tiene esa vis cómica más que suficiente y que hace al personaje
encantador y antipático a la vez. Su Belcore es, resumiendo, de traca y
petardada multicolor. Inmenso.
Toda esta comicidad, que derrochaban a raudales los dos anteriores, fue lo
que le faltó a JOAN CARLES ESTEVE, y
que, en un gran personaje como Dulcamara, es casi un pecado capital no hacer
gala de ella.
Sin duda el cantante debe trabajar más esta parte para hacer un Dulcamara
creíble. El “dottore” es un personaje
clave en esta historia y debe hacer creer a Nemorino con sus tracas y mañas que
lo que es vino, en realidad es elixir. Y no, no te lo crees.
Entiendo que no es que desde escena estuviera mal marcado, sino que, estaba
demasiado pendiente de la parte vocal mientras actuaba. Nunca apartaba los ojos
del maestro Serrate, y esto, le mermaba espontaneidad, frescor, improvisación.
Volviendo a lo que decía al principio, su canto sillabato justo y casi inexistente. Su gran escena necesita de un
canto più vivace, ahí está la gracia
del bajo bujo. Repetición, rapidez y marcar bien cada sílaba a una velocidad
considerable. Y esto no sucedió ayer por la tarde a excepción de una sola
ocasión, y en la que acabó derivando en un claro desajuste entre el cantante y
el foso orquestal. Toda las revoluciones estaban en el escenario y la orquesta
tuvo que correr para atrapar, sin éxito, al cantante.
Banqueta femenina
La Adina de NÚRIA VILÀ fue
irregular. Si bien en su escena final “Prendi, per me sei libero” la sorteó
bien, no acabé de encontrar a la pizpireta, coqueta, caprichosa y enamoradiza
Adina. La voz y el timbre no destacan ni por bella ni por especial, pero es un
tanto pesado para un role como el de Adina que requiere más ligereza que
cuerpo, aunque cumplió vocalmente, a pesar de que las coloraturas se le
hicieron un poco cuesta arriba, pero, en conjunto vocal defendió una Adina
aceptable.
LAURA OBRADORS como Gianetta, pasó, al igual que Dulcamara, un tanto
desapercibida. Muy concentrada siempre en la parte vocal, pero apelmazada en lo
escénico, demasiado rígida.
Ei corregi ogni diffetto…
Así culmina, triunfal, Dulcamara, casi ya cayendo el telón. El charlatán
abandona el pueblo, Nemorino se queda con Adina, mientras que Belcore, se lleva
tan solo como premio de consolación a Gianetta.
Pero, a pesar de todas las cosas que se puedan corregir de estas funciones,
y que estoy segura que, a medida que avance la gira por toda Cataluña será así,
lo más importante es el mensaje que, temporada tras temporada, dan desde la
AAOS, y que no es ni más ni menos que, con ilusión, con inteligencia, con
pasión por lo que se hace y con profesionalidad, a pesar de tener un bajo,
bajísimo presupuesto, se puede hacer buen trabajo. Se puede hacer buena ópera.
Y buena ópera es lo que vimos ayer por la tarde.
Por esto, nunca dejo de quitarme el sombrero ante ellos, porque esta gran
casa que es la AAOS dispone de grandes profesionales que hacen gala de todo lo
mencionado en el párrafo anterior.

Estaba anunciada de antemano
la presencia de la soprano portoriqueña Ana María Martínez, pero se cayó del
cartel. Ante la perspectiva, y viendo que en lugar de dos cantantes la velada
contaría con cuatro, las posibilidades de que PLÁCIDO DOMINGO cantara muchas piezas eran poco alentadoras para
aquellos que nos habíamos desplazado hasta Valencia.
Pero, con Plácido Domingo
nunca puedes dar nada por hecho, porque, cuando se trata de sorprender, el
tenor nunca defrauda.
Ayer tampoco.
He de confesar que cuando
abrí el programa de mano y conté 8 intervenciones suyas, la verdad es que salté
de alegría. Y, algo parejo con el repertorio, porque el gran Plácido Domingo no
se limitó a hacer un mero concierto de trámite. No. Para nada. El caso es que
nos encontramos con un repertorio inteligentemente escogido, variado y
sobretodo, difícil y arriesgado, cuando, en un concierto como este, otros se
hubieran limitado a pasar por el escenario, cuatro piezas, hartón de oberturas,
preludios e intermezzi para hastiar al más conformista y transigente y, todo
ello, para finalmente acabar cantando cuatro cosas sencillas y sin importancia.
Por esto el título de esta
crónica se titula, en esta ocasión, como se titula. Plácido fue generoso y
abordó un repertorio comprometedor, y a sus años, hacer esto, y hacerlo bien,
no es fácil.
Iba con entusiasmo, pero
media hora antes de dar comienzo el espectáculo, esa ilusión se había, por lo
menos, quintuplicado.
Por muchos motivos ajenos al
espectáculo, sabía de antemano que sería una noche especial. Y así fue. Pero
quizás no calibré bien la balanza a la hora de hacer tales estimaciones. Ayer
noche, en el Auditori del Palau de les Arts de València, viví una noche realmente
única. Una noche que empezó con un escalofrío simplemente en el momento en que
Plácido Domingo asomó su plateada cabeza en la sala. Y aún no había abierto la
boca.
Sentí y presentí que la
conexión con este gran artista sería extrema. Sabía también que sería
inevitable emocionarme hasta lo más profundo de mi ser. Sabía, en definitiva,
que era una de esas veladas en la que el artista y el público están en plena
comunión. Perfectamente conectados y respirando uno y otros al mismo compás.
Sabía que cuando esto sucede la situación va repitiéndose a lo largo de toda la
noche. El frío desapareció ante la calidez de su voz y la emoción llevada al
máximo.
Que un artista de su
trayectoria consiga hacer sentir todo esto, con más de 50 años encima de un
escenario y más de 3.900 funciones a sus espaldas, y todo ello contando que
tiene 77 años, es realmente increíble. Pero con Plácido Domingo parece no haber
límites. Único e irrepetible. Una figura de aquellas que sin la cual no podría
entenderse el mundo de la ópera.
Es de quitarse el sombrero.
El
programa
En la velada de ayer, junto
con los cantantes, el maestro ÓLIVER
DÍAZ, acompañaba la ORQUESTRA DE LA
COMUNITAT VALENCIANA. La orquesta sonó. Y sonó, además, mucho. Quizás en
demasía en algunos momentos en el que apenas se hacían audibles algunos de los
cantantes. Quizás era problema de la propia acústica de l´Auditori, o de que el
maestro no supo frenar a tiempo la sección de cuerda y metales.
A pesar de ello, su
dirección fue buena, quizás en algún momento, para mi gusto, lenta en demasía,
sobretodo en el brillante y precioso “Intermezzo” de “Manon Lescaut”, para mí
ralentido, o más vivo en el “Paxarín tu que vuelas” que probablemente requiera
otro tipo de discurso, más lento, más pastado. Pero esto son cuestiones de
gusto.
Arrolladora fue la melódica
obertura de “Nabucco” donde ahora sí, cuerda y metal brillaron como nunca, y
con elegancia abordó el preludio de “La Torre del Oro” del maestro Giménez y el
intermedio de “La pícara molinera” de Pablo de Luna.
La velada de ayer contó con
dos partes claramente diferenciadas. La primera, dedicada exclusivamente a la
ópera y en la cual se hizo un viaje que empezó en Francia con la “Andrea Chenier”
y concluyó en España con “Il Trovatore” de Verdi, habiendo hecho escala, no
obstante, en el repertorio francés más inspirado de los sensacionales Bizet y
Gonoud.
La segunda, y mucho más
relajada, se dedicó enteramente a la zarzuela. Ello, sin menospreciar el
capítulo de las propinas, que fue breve, pero directo e incisivo y justo en su
medida.
La noche empezó fuerte con
el difícil “Nemico della patria” que viene siendo uno de los recientes caballos
de batalla de Plácido Domingo, una pieza con mucho discurso y que le permite
muchas posibilidades: reflexión, introspección y un estallido de emoción que
transmite toda la pasión de este gran artista. Si bien el aria es un poco
desigual y en ocasiones rompe la melodía apostando por un fraseo casi más
hablado que cantado, Plácido, se lleva el gato al agua, lógicamente, con su “Un
di m´era di gioia pasar fra gli odi e le vendette” frases que anteceden al
punto más brillante de esta aria “La cosciendza nei cuor ridestar delle genti…”.
Palabras y música que parecen escritas para ser lanzadas por un artista como
él.
Una aria por la que tengo
especial predilección y que arrancó en mí escalofríos, calor y cómo no,
lágrimas. Y solo había hecho que empezar. La noche aguardaba muchos momentos
como ese. Y era consciente de ello.
Junto a Plácido domingo,
pudimos también escuchar la voz de la soprano rusa IRINA LUNGU que empezó por una emotiva aria de uno de los
compositores más queridos del mundo de la ópera. No logró emocionarme su “Donde
lieta uscì” de “La bohème” de Puccini. La voz es atractiva pero Mimì requiere
algo más. Más volumen, más pasión, más sentimiento.
Es curioroso, pero ayer
escuchamos sin palpar la pasión a uno de los compositores más apasionados. De
un frío “Donde lieta uscì” pasamos a un Intermezzo de “Manon Lescaut” que no
acabó de arrancar.
De las tres voces que
acompañaron al maestro Domingo, la de Irina Lungo era la más hecha, prueba de
ello es que el concierto fue un toma y daca entre ambos. A su lado, dos
promesas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo: VICENT ROMERO y CAMILA
TITINGER.
Y precisamente fue con el tenor
VICENT ROMERO con el que Plácido
Domingo volvió a compartir escenario, esta vez para interpretar el afrodisíaco
dueto de “Au fond du temple saint” de “Los pescadores de perlas” de Bizet. Un
tenor que está aún entre fogones y que intentó, con dignidad, dar la réplica a
uno de los más grandes.
Su voz no es especialmente
atractiva ni arrebatadora, y la línea de canto puede y debe mejorar, pero
brillar al lado de alguien como Domingo es imperiosamente muy difícil, hito al
alcance de muy pocos. Su luz es cegadora y no evita el deslumbramiento a su
público.
De la isla de Ceilán, nos
trasladamos a la Verona de Shakespeare con el dificilísimo “Quel frisson court
dans mes venes” del “Roméo et Juliette” de Gounod, en esta ocasión, de nuevo en
la voz de IRINA LUNGO. La pieza es
soberbia. Difícil y llena de matices. No obstante, sorteo y bien todas las
coloraturas que rellenan esta fascinante aria.
Y de Gonoud a Gounod, y del
Romeo al “Faust”. Con esta ópera hacía su primera incursión en el escenario la
soprano CAMILA TITINGER abordando la
bella y complicada “Ah, je ris de me voir si belle”. La voz al igual que el
tenor, también está por hacer, pero el timbre es bello, la línea exquisita y
apunta cosas realmente buenas.
Y de Faust vamos a las
orillas del río Jordán con una espectacular intervención de la Orquestra de la
Comunitat Valenciana al cargo de OLÍVER
DÍAZ para acometer la bella Obertura de “Nabucco”, una pieza llena de
fiebre pasional, melodía, tensión y calma. Parece contradictorio, pero todos
los movimientos son incorporados por la magistral pluma de Giuseppe Verdi.
Escuchas este estilo y aún sin saber a qué ópera puede pertenecer sí que
siempre hay algo que te identifica al maestro de Busetto. En ese momento,
buscas la mirada cómplice de tu acompañante y al unísono, como si ambos leyeran
el cerebro de uno y otro, y acabas rindiendo la siguiente frase: “esto es Verdi”.
Fúria y pasión desbocada. Inspiración y melodía. Pulso. Sí, este es Verdi, sin
lugar a dudas.
Y con Verdi entramos en el
bloque final de la primera parte, primero con una sentida interpretación del
gran Domingo con su “Dio di guida”, muy aplaudida y braveada, aunque no tanto
como su inspirado Gerard; siguió un “È strano… Ah forse lui” de “La traviata”
al cargo de IRINA LUNGO quien de
nuevo se enfrentó plantando cara a las difíciles coloraturas y a la que un
lejano y no demasiado acertado VICENT
ROMERO dando la réplica a la escena más famosa de la cortesana más famosa
del París contemporáneo de Verdi, Violeta Valery, finalizando con un “Pensier” más
pensado que espontáneo – nunca mejor dicho- a juzgar por su breve y casi
irreconocible silencio para abordar el final en forte y no en reposo.
Pero el broche de oro de la
primera parte estaba por venir, ya que para cerrar, PLÁCIDO DOMINGO escogió una pieza para nada fácil porque de
sencillo el dueto entre el Conde de Luna y Leonora, “Udiste?... Mira di acerbe
lagrime… Vivrà!” no tiene nada. Ni tan siquiera, la intención. Este dúo, quizás
a mi gusto, uno de los más bellos de “Il trovatore” de Verdi, es especial para mí
dado que fue mi abuelo – como en tantas otras ocasiones- quien me hizo fijar en
él. Si ayer lo escuchaba desde el cielo, y de ello estoy completamente segura,
es fácil de adivinar que se emocionó y también derramó, lágrimas como yo. De
esto, sin lugar a dudas y valga la redundancia, estoy segura.
Sentir toda esta pasión y la
tensión que tiene este dúo es arrebatador, como lo es la voz de PLÁCIDO DOMINGO.
Balance
de la primera parte
Si me preguntáis el por qué
de este breve separador… Sencillo.
Llegados aquí, vamos a poner
las cartas sobre la mesa antes de continuar.
¿Qué hemos dicho? Pues que
el repertorio fue equilibrado y bien escogido. Sí, hasta aquí creo que todos
podemos estar más o menos de acuerdo. Es cuestión de gusto, y en la variedad,
allí está.
Pero a donde quiero llegar
es al punto con el que iniciaba este escrito, y que no es ni más ni menos que
la generosidad de PLÁCIDO DOMINGO.
Fijaos: Chénier, Pescadores, Nabucco y Trovador.
Alguna de ellas es fácil
para un artista de… vamos a poner, ¿45 a 50 años? No, para nada.
¿Y para los de 30 a 35…? ¿Tampoco,
verdad? Podríamos decir que la voz aún está en fase de construcción para
enfrentarse a piezas tan brutales.
¿Y para Plácido Domingo? Cuenta
77.
Tampoco lo es, quizás menos
que para todos los anteriores. Por esto decía que su generosidad no tiene
precio. Que alguien como él ofrezca tanto es de lo mejor que podemos tener en
el mundo de la ópera. Y tenemos que agradecérselo.
Zarzuela
al poder
Y de nuevo apareció DOMINGO al inicio de la segunda parte
con una de las más bellas romanzas escritas por el maestro Guerrero, “Mi aldea”
de “Los gavilanes”.
Plácido conserva aún,
intactos, en centro ese color chocolate con leche que tanto me gusta y su gran
saber cantar. Medias voces, matices y fraseo nítido que hacen estremecer. Y así
fue, ya que en el caldeado ambiente de l´Auditori, volvieron a mí de nuevo los
escalofríos, porque ya no se puede disfrutar más con una voz y con un artista.
Lástima que, el escenario
fuera tan pequeño y la mayoría de las piezas los cantantes las interpretaron al
lado izquierdo. Ello suponía que según su posición y el vaivén del director no
pudieras apreciarlos siempre.
Plácido, ducho y curtido en
esta clase de detalles, iba alternando lado izquierdo y lado derecho. Ahora
aquí ahora allá.
El preludio de “La Torre del
Oro” en la interpretación de la ORQUESTRA
DE LA COMUNITAT VALENCIANA con ÓLIVER
DÍAZ al frente dio paso al sensacional dueto de “La del manojo de rosas”
con las voces de CAMILA TITINGER y PLÁCIDO DOMINGO.
Me alegro que haya
incorporado esta inspirada pieza rellena de casticismo que retrata el Madrid de
los años 30, sus gentes, sus ambientes y sus clases. Es un dueto de aquellos en
que el cantante se te lleva y te hace levantar de la silla.
Tiene de todo. Diálogo,
intercambio de piropos, y música pegadiza y llevadera. Un momento en el que
solo tienes que dejarte subyugar por la voz, y simplemente, disfrutarlo.
“De España vengo” de la
zarzuela “El niño judío” de Pablo de Luna fue la primera intervención de la
segunda parte para la rusa IRINA LUNGO,
con un español perfecto, con coloraturas impecables en un fragmento
archiconocido, a la par que muy querido, y que defendió con mucha inteligencia
y una puesta en escena con uso de un chal simulando un mantón que resultó ser
fina, discreta, pero efectiva.
Tiempos
modernos, letras actuales
Y para aquellos que pensaron
que Plácido se había equivocado de letra porque ya está mayor e interpone una
por otra a su antojo improvisando “quereres” en lugar de “mujeres”... Para
todos aquellos que pusieron un grito al cielo… Plácido, otra vez PLÁCIDO DOMINGO, único e inigualable se dirigió al público
saliendo con una buena arenga, justificada, pensada, reflexionada.
“No, Plácido no se ha
equivocado” – dijo.
Acababa de cantar junto al
tenor VICENT ROMERO el dueto de “Marina”
de Arrieta “Se fue, se fue la ingrata”.
En los tiempos que corren, todos
estamos sensibilizados con las reiteradas ofensas machistas para con las
mujeres, y Plácido decidió en su momento poner un freno a una letra que,
escrita en tiempos ya inmemoriales, reza así “No más no más mujeres, que
iguales todas son”…
¿Cómo que las mujeres son
todas iguales?
Plácido dejó bien claro que
sus palabras iban especialmente dirigidas para todas las mujeres que llenábamos
la sala. Y no éramos pocas. “No todas las mujeres son iguales. Por eso, decidí
un día sustituir la letra adoptando quereres por mujeres. Los quereres pueden
ser iguales, las mujeres jamás”. Esto es lo que vino a decirnos.
Como también matizó un
detalle significativo de la comedia musical “My fair lady” explicando que en la
obra original Eliza Dolittle al final se queda con el profesor Higgins, y
después de hacerle durante toda la obra la vida imposible, le trae las zapatillas
para que se ponga cómodo. En la versión renovada, Eliza imprime su carácter, y
de traerle las zapatillas, nada de nada. Mejor se las tira a la cabeza. Ella
también tiene su dignidad de mujer.
Bravo. Bravísimo Plácido.
Gran artista y caballero.
Y como colofón final de la
noche, el “Intermezzo” de “La pícara molinera” dio paso a una de las más bellas
arias escritas para tenor: “Paxarín tu que vuelas” del maestro Luna, de la
misma obra. La voz de VICENT ROMERO
no lució en una interpretación demasiado rápida que, a mi gusto, requiere más
calma que brío, dejando lugar para que la orquesta te envuelva con la música
que acompaña a esta pieza, que es de una belleza realmente espectacular y que
en la que la voz debe secundar toda la pasión y sufrimiento de un hombre
enamorado, a la vez que doliente.
PLÁCIDO
DOMINGO cerró con una sentida “Maravilla” del maestro Torroba y
que en sus conciertos, nunca falla. La voz, claramente baritonal tintada de
tenor, te envuelve y apasiona con su “Amor, vida de mi vida”, y que, junto con
el “No puede ser” de “La tabernera del puerto”, es una de sus romanzas
talismán.
Llegados aquí, todos
sabíamos que aquello no había acabado. Continuaba aún sintiendo escalofríos a
cada una de las notas que salían de los labios del Maestro. Indescriptible.
Solamente se puede entender si se vive. Si se vive con pasión. Sino, más vale
dejarlo. Y pasión es algo que ni a Plácido Domingo, ni a mí, nos falta.
“Lippen schweigen” de “La
viuda alegre” fue la primera de las dos propinas de la noche. En esta ocasión,
el dueto lo interpretó con la rusa IRINA
LUNGU. Medio escenificado y con cuatro puntos de un vals lento, cauto y
prudente dio paso a una extraordinaria romanza que en la voz del más grande
luce y brilla como en ninguna “Ya mis horas felices” de “La del soto del parral”
de Soutullo y Vert. Y de nuevo, emoción en mis ojos y escalofríos en mi cuerpo.
Ronda de aplausos. Vítores.
Bravos. Y gente de pie inmortalizando el momento con el móvil. Un foto, un
recuerdo, una ilusión para que aquella noche fuera inolvidable y no efímera.
Y
sucedió así
Había presentido bien ya
desde el principio, desde el mismo momento en que entró en el escenario. Sí, la
de ayer tenía que ser una noche especial. Diferente. Y lo fue.
Diferente porque una
actuación de Plácido Domingo nunca es igual. Siempre aporta. Siempre sorprende
y siempre ilusiona. Pero ayer mucho más, y por un motivo personal. Ayer era la
primera vez que mi hermano veía y escuchaba en directo la voz que me cautivó
cuando era aún una niña.
Estaba feliz y contenta por
compartir con él semejante momento. Para que pudiera vivir como vivo un momento
así. Para que pudiera sentir como siento un momento así. Para que pudiera
entender, y en primera persona, el por qué Plácido Domingo aporta tanto a mi
vida.
Poder mostrarle todo esto me
hacía mucha ilusión a la par que feliz. Quizás mi hermano ya no tenga muchas
otras ocasiones para hacerlo, pues Plácido Domingo tiene la friolera de 77
años, y no son pocos, pero, asistir a un concierto suyo, ni que sea una vez en
la vida, es una de esas cosas que todo el mundo debería experimentar, y
sobretodo disfrutar.
Gracias Maestro por
brindarle esa oportunidad a mi hermano.
Gràcies Joan, per ser-hi!
Una del oeste
19 Nov 2018 7:41 AM (6 years ago)

Cuando se trata de beber un buen cóctel,
es imprescindible que todos los ingredientes sean los adecuados para que,
cuando nos acercamos la bebida a la boca, disfrutemos de esa mezcla hecha a
base de licores varios y sacudida con la máxima profesionalidad.
Cuando vas a un teatro a ver una ópera,
y los intérpretes, músicos, director y escena están bien escogidos y en su
papel cada uno, la sensación es que el cóctel funciona.
Que funciona y bien, tal y como ha
sucedido en “La fanciulla del west” que se representó en el Metropolitan a
principios de mes.
Será quizás porque nos atraen esta
clase de óperas salpicadas de exotismo y alejadas de los palacios, de las
brumas nocturnas, de los cementerios o del renacimiento y mitología clásica.
Será quizás porque por afinidad con el cine nos gusta ver en un teatro lo que
hemos visto en la tele, pero también por la originalidad de trasladar la obra al
“far west”, y esto nos seduce, nos interesa y nos hace disfrutar.
“La fanciulla del west” no será quizás
la obra más bella, musicalmente hablando, que salió de la pluma de Giacomo
Puccini, aunque tiene momentos inspiradísimos. Es una obra muy difícil y
alejada de tan acertadas melodías como “La bohème”, “Tosca” o “Manon Lescaut”,
sin embargo, en ella, Puccini volcó todo el exotismo de una época que no
conoció, lo que la hace aún mucho más meritoria por conseguir el efecto de
recrear una California lejana dominada por la fiebre del oro.
Lo
antiguo funciona
La puesta en escena de esta “Fanciulla”
no es para nada desconocida para el público neoyorquino, ni tampoco para
aquellos que, en su momento, adquirimos la grabación en vídeo, cuando aún había
el pleno auge de las cintas en VHS.
GIAN
CARLO DEL MÓNACO siempre, o casi siempre propone
escenografías como Dios manda. Clásicas, bonitas, de las que no molestan y de
las que ayudan a explicar la historia. Simplemente es un siervo del argumento,
y eso lo valoro y lo agradezco. No es de los que dicen “ahora quiero explicar….
Eso quiere decir… Yo interpreto que….”
No, no, no. La ópera ya nos explica. La
ópera, por si sola, ya nos dice y ya somos capaces de interpretarla y
entenderla. Gracias Sr. Director de escena por su buena voluntad, pero, ya me
sé el argumento, por favor, no lo tergiverse.
Y Del Monano no lo hace. La puesta es
antigua, está fechada en los inicios de los años 90. No es cartón piedra, los
decorados y la escena son completamente corpóreos. Los cantantes tienen que
cantar e interpretar, y lo hacen. El bar “La polka” es un verdadero
establecimiento del oeste, la cabaña de Minnie, de ensueño, y, la escena final
cerca de la mina y con la horca cerca es de matrícula de honor.
No se le escapa ni un detalle. Los
letreros de “Se busca”, la nieve en el segundo acto, los montes nevados, la
piel de oso, el ajuar de la casa de Minnie… todo funciona a la perfección, y de
entrada ya consigue el efecto deseado: el público se mete de lleno en ella. Se
traslada al oeste. Se huele el hedor a sudado en el bar de Minnie, se adivina
el hálito a whisky de los mineros, el incipiente olor a pólvora de las
pistolas, el aroma del pastel a la crema que Minnie le ofrece a Jonhson… En
fin, tiene todo lo indispensable para hacerte creer que tu también formas parte
de la historia.
El maestro MARCO ARMILIATO saca a relucir lo mejor de sí mismo y también de la
orquesta del Metropolitan. Un pulso intenso con un “tempo” ágil pero justo, que
acompaña en segundo plano a los intérpretes, pero sin perder protagonismo. Sabe
cuidar de las voces y mantiene siempre el volumen a raya para que sean los
cantantes los triunfadores de la noche. Pero cuando se da todo este cúmulo de
circunstancias es precisamente porque el director, al fin y al cabo, también
acaba siendo uno de los principales protagonistas, y no secundario, aunque el
efecto sonoro y óptico en un primer momento nos pueda engañar.
Minnie,
che dolce nome
Quizás así se lo debiera parecer al
bueno de Puccini. Minnie, un nombre dulce, quizás no sea el más bonito o
inspirado de todo el repertorio operístico y en concreto, del abanico
pucciniano, pero, es el que es.
Minnie, una mujer sola entre una
multitud de hombres que, con su dulzura y bondad, sabe mantenerlos a raya.
Quiere y es querida. Ayuda y es ayudada. Respeta, y es respetada.
No es un personaje de ensueño, y aun
siendo la protagonista de esta ópera, papá Puccini tan solo le escribe una
única aria en toda la ópera: “Laggiù nel Soletà…”, una aria que ya no sigue la
estructura de tal, sino que está incrustada en medio de un pseudo-dueto con
Rance.
EVA-MARIA
WESTBROEK es la voz que puso cuerpo y alma a esta Minnie neoyorquina.
Partiendo de la base de que este role es dificilísimo y con una tesitura muy
alta, demasiado, al extremo diría yo, Eva-Maria sabe imprimir carácter a esta heroína
del lejano oeste. Es dulce y bondadosa con los mineros, comedida con Rance.
Enamorada con Jonhson.
La voz es adecuada para este tremendo
role en el que es muy difícil, por la altura de las notas que le toca cantar,
que a veces no te dé la sensación de que está rozando el grito. Un grito que no
es tal, pero, que lo parece. Eva no lo grita y llega perfectamente y sin
dificultad a cada uno de los tremebundos agudos que rellenan esta complicada
parte.
Su Minnie es creíble desde que entra ya
en escena en el primer acto escopeta en mano. Sus ojos brillan cuando dialoga
con Jonhson y se apagan cuando se le acerca Rance. Su voz combina perfectamente
con ambos personajes. Es una Minnie segura y con aplomo. Ideal e impecable.
Como impecable que lo fue también el
Dick Jonhson de JONAS KAUFMANN en su
segunda producción como bandido en “La fanciulla del west”. El personaje ha
madurado y está mejor encajado que en la versión vienesa de hace unos cuantos
años.
Su visión del bandido es plana y sin
evolución. Siempre con el rostro sombrío, preocupado. Sin apenas ninguna mirada
dulce a Minnie que indique que la chicha le gusta, que la está cortejando, que
es un hombre ducho en esta materia y que
se interesa por ella. Nada. Nada de esto adivinas en la interpretación escénica
de Kaufmann aunque sí que consigue que veas al personaje y no al hombre en toda
la obra a excepción de la escena de baile en el primer acto. Allí saca al
Kaufmann payasete, y chafa un vals en lugar de darle la elegancia que este
baile – rey de los bailes – merece.
Jonas, acabas de conocer a Minnie, sé
un poco más dulce, más fino, más elegante. Y si no lo eres, por favor, fíngelo.
Te lo vamos a agradecer.
A nivel vocal su Jonhson es impecable
como decía. Todas las notas bien colocadas. Agudos lacerantes, seguros,
desafiantes. Eso sí, da lo que puede dar, no más. Su canto es comedido,
cerebral, para nada pasional. Le falta aquello que le falta siempre en todas
sus interpretaciones: dulzura, sangre, pasión. Eso no lo puede dar,
sencillamente porque no lo tiene.
Quizás debería haber trabajado más su
personaje a nivel escénico-interpretativo, pero, es lo que hay: el abundante y
estigmatizante temple germánico.
Estupendo en sus dos arias “Or son sei
mesi” en el segundo acto y en su “Ch´ella mi creda” en el tercero. Por
condiciones, por voz y por adecuación hace que en el panorama operístico
internacional se quede solo para afrontar estos roles tan difíciles y
seductores a la vez.
Solamente apostillar que, en el tercer
acto, el dueto final “Addio mia dolce terra, addio mia California” se vio
abrumado por el bestial volumen de Eva Maria cual río que se desborda después
de una intensa y copiosa lluvia y llega al mar. No se escuchó su voz.
ZELIKO
LUCIC fue quien puso voz al malvado sheriff Jack Rance. Quizás su
voz no sea precisamente bonita ni elegante, pero, para el papel sirve y de
sobras. Estático y poco trabajo a nivel de escena no supo dotar al personaje la
maldad que otros sheriffos saben darle. Y eso se traduce en que al público el
personaje no se le hace desagradable, y este punto, es precisamente crucial
para ofrecer un buen Rance. Pasa desapercibido en el primer acto y en el
segundo durante la partida de cartas en la que Minnie y el mismo, se juegan la
vida de Jonhson.
Mágico
Si. Mágico. Una buena velada de música
que hizo que, durante más de dos horas, y a pesar de los pequeños puntos
negativos o a mejorar pudiera meterme dentro de la ópera, con su música, con
sus personajes. Olía el perfume del frío que azotaba la cabaña de Minnie y los
cigarros-puros que fumaban los mineros. Sentí el compás del vals y la pasión de
la música de un Puccini semi-inspirado y a ratos. Toqué la barra pegajosa de la
Polka y mi boca se hizo agua con el pastel a la crema y una taza de café.
Retrocedí en el tiempo. Desconecté.
Estoy en el oeste. La arena de los caminos entró en mis botas, y justo paré
delante de la Polka. Yo también soy extranjera, al igual que Jonhson, y también
me apetece un whisky con agua.

“Sansón y Dalila” es sin
lugar a dudas una de las óperas más grandes del repertorio francés. Una magna
obra donde lo bíblico y lo místico se mezclan con lo carnal y terrenal. Es una
de aquellas óperas en las que, una vez más, se muestran las debilidades de los
seres humanos. Somos débiles con nuestros deseos carnales. Y débiles somos para
con nuestras aspiraciones económicas y de poder. No hay prejuicios, ni para
unos ni para otros.
Hombre y mujer sucumben ante
sus pasiones. Incluso ante aquellas que llevan más ocultas dentro de sus
corazones. El héroe vencido por el deseo. La heroína, por la riqueza y por la
venganza.
¿Quién pierde más? ¿Quién
gana más?
Pues ni uno ni otro. Nadie
gana. Nadie pierde. Somos esclavos de nuestros cuerpos y deseos. Todos. De una
manera u otra y con distintas manifestaciones en nuestras voluntades. Pero lo
cierto es que, si algo quieres, algo te cuesta. Y para alcanzarlo tienes que
tener claro que, por el camino a alguna cosa u otra, tendrás que renunciar.
Religión, deseo, poder,
ambición y traición son algunos de los elementos que se respiran en “Sansón y
Dalila” de Camille Saint-Saëns.
Con un argumento como este,
el de “Sansón y Dalila”, de sobras conocido es como arrancó la presente
temporada en el Metropolitan Opera House de Nueva York, a finales de
septiembre, y que justo hace una semana, la misma obra fue retransmitida a
través de las más importantes pantallas de las salas de cine de medio mundo.
Un
toque de fantasía
A pesar de que todos podemos
tener una idea preconcebida de lo que debe ser el envoltorio de una obra como “Sansón
y Dalila”, siempre he pensado que es una de esas óperas en la cuales el
director de escena puede dejar volar la imaginación. La puede salpicar de un
toque fantástico, colorido y atrevido, incluso. Con estos elementos, bien
trabajados, se consigue el efecto deseado: sacar “Sansón y Dalila” de un
decorado cartón-piedra, y, sin que se pierda un ápice de concordancia con el
argumento original, ser capaz de presentar al público algo atrevido, vistoso, con
tintes modernos, pero a la vez clásico, culminándolo con un vestuario de época.
Transgredir la escena sin traicionarla. Apostar por lo nuevo sin dejar atrás la
tradición.
Esto es lo que logra la
nueva producción para el MET de DARKO
TRESNJACK. La escenografía de ALEXANDER
DODGE es vistosa, casi minimalista, pero que recrea a la perfección el
ambiente. El decorado está relleno de infinitas celosías, que le dan un
ambiente intimidad, desde los fríos compases del lamento del pueblo hebreo,
pasando por el estallido rosa de la llegada de la primavera para acercarse a la
luz lunar del Valle de Sorek y al rojo pasión del tercer acto, primero en la
bacanal y finalmente en el momento del derrumbe del templo.
Todo ello está complementado
con un genial juego de luces de DONAR
HOLDER que sabe ambientar perfectamente como el pueblo hebreo exaltado por
la fe de Sansón ve la luz de la victoria ante los filisteos.
Del gris opaco con el que se
inicia la obra, la escena acaba culminando en un blanco cálido que vuelve a
teñirse de color oscuro durante el rezo hebreo y que se convierte en un rosa
casi fucsia cuando Dalila irrumpe en escena. Uno de los momentos visuales, sin
duda alguna, mejor logrados de la obra.
En el segundo acto, las
celosías cobran color azul y rosa y dan el ambiente relajado del Valle de Sorek
donde Dalila aguarda la llegada de Sansón. Éste, vencido por los deseos humanos
más íntimos y posteriormente despojado de su cabellera y de sus ojos, da paso a
la oscuridad de la celda en la que Sansón gira sin descanso la rueda de un
viejo molino mientras es burlado por su propio pueblo y por los filisteos.

Y, quizás uno de los
secretos mejor guardados de cuando se representa esta ópera es cómo va a
resolverse el derrumbamiento del templo. En esta ocasión domina la escena una
figura humana enorme que quiere representar al dios Dagon y que está revestida
una vez más de las innumerables celosías metálicas. Una imagen ya de por si
fraccionada que en un principio piensas que serán las dos columnas sobre las
cuales se apoya el templo filisteo. Pero no. No es así. Cuando Sansón recupera
la fuerza divina de su Dios, una vez más, tal y como ocurriera con la
producción que se hizo en Viena, es el fuego divino, el fuego de Dios, quien
culmina este pasaje bíblico que te ha tenido atrapado durante dos horas.
Tiene un efecto espectacular,
pero ya raído.
Y finalmente, contrasta con
toda esta innovación escenográfica, un vestuario clásico y elegante. Los
figurines como sacados de la película que en 1949 rodó Cecil B. de Mille
desfilaron por el escenario fantástico e imaginativo. Grandes y brillantes
pedruscos adornan tanto a Dalila como a las filisteas. Y, lógicamente, para los
que somos amantes de lo clásico, una producción como esta, la disfrutas ya
antes de verla solamente viendo las fotografías.
Es posible que entre lo
clásico y lo moderno, o quizás debería decir, con lo que resulta ser un poco
transgresor, es difícil encontrar un equilibrio. A algunos les parecerá
horroroso, poco adecuado. Para otros, entre los cuales me incluyo, me pareció
maravilloso. Un gran espectáculo visual, de colores encendidos, brillantes y
chillones, pero también una tarde de buena música y de disfrute de voces.
Otros
tiempos
Aunque musicalmente
impecable la dirección del maestro MARK
ELDER, a mí me pareció excesivamente ralentizada. Quizás es lo idóneo en el
lamento inicial del pueblo hebreo sumiso en las tinieblas del miedo y
descorazonados por la inalcanzable liberación prometida por su Dios. Un tempo
que, también le va en la escena del rezo, y probablemente también durante la
seducción que Dalila ejerce sobre Sansón con su “Mon coeur s´ouvre a ta voix”.
Y de forma obvia, en el arrastrado “Vois ma misère helás” de un Sansón que,
indefenso y cegado, sigue dando vueltas al molino sin cesar.
Pero… para nada favorece
esta excesiva lentitud en los momentos más heroicos, como pueden ser la entrada
de Sansón y su “Arretez, o mes frères”, la posterior exaltación del líder de
los hebreos y su pueblo plantando cara a los filisteos.
Destacar, a pesar de ello,
el excelente sonido que sabe sacar a la orquesta del Metropolitan, con una
sección de las cuerdas realmente inspiradísima, con lo que, el resultado global
que obtiene, lógicamente es satisfactorio.
Sansón
y Dalila
ROBERTO
ALAGNA hacía hace unos días una afirmación entre las bambalinas
del MET similar a esta cuando era interrogado acerca de la química que surgía
entre la mezzo letona ELINA GARANCA y él mismo.
Roberto decía que, la
química es algo que se tiene o no se tiene desde un principio.
Y estoy de acuerdo. Aunque los
cantantes no deben olvidar que son artistas. Que, en cierto modo son como una
especie de magos y que juegan con la ilusión de la gente. Un buen cantante tiene
las notas. Un artista tiene, además de las notas, un sentido de la actuación
innata. Ser un gran artista implica que, además de las notas y el profundo
instinto de la actuación teatral, seas capaz de dar vida al personaje, de
hacerlo creíble, de que el público vea el personaje y no al cantante, y que,
además, lo hagas de la forma más real posible.
No es creíble que dos
enamorados, o dos personajes que se dejan llevar por la pasión que marca sus respectivos
roles no se miren a la cara y no interactúen. Señores, si es así, o si tiene
que ser así en según qué parejas, apuesto por quedarme en casa, me pongo el cd,
me concentro en las voces y en el libreto, y no acudo a lo visual.
La ópera es un espectáculo
total: música, interpretación, y teatro. Es pura magia cuando todo funciona
encima del escenario.
Repetían en Nueva York como
pareja ELINA GARANCA y ROBERTO ALAGNA. Antes, ya se habían
cruzado en Viena hace unos meses con la misma ópera y una producción para
olvidar. Y para olvidar también era sin duda la poca química que hubo entre
ambos. Una Garanca muy fría ante un Sanson que intentaba encenderse sin llegar
a conseguirlo.
Pero, en esta ocasión, y con
la retransmisión a todo el mundo, la cosa mejoró bastante. Arrumacos y
arrumacos, más fingidos que veraces, pero que, al fin y al cabo, lograban el
efecto de deshielo entre ambos intérpretes. Sí que en alguna ocasión la Garanca
estaba más concentrada mirando al director que no a Roberto que lo tenía al
lado y abrazándola.
Abro paréntesis.
Francamente, no puedo entender que Elina Garanca haga esto. Pues tener al lado
a Roberto Alagna, no es moco de pavo presciamente. Por experiencia personal, lo
digo. Cierro paréntesis.
La voz de GARANCA quizás faltada de algún que
otro grave en momentos puntuales, fluye bien por el escenario neoyorquino. Su
discurso es elegante y seductor y su presencia escénica, arrebatadora.
Físicamente da en la diana como Dalila. Pero, a pesar de todo, su canto es
frío. Más cerebral que pasional. Y esto se traduce en una inadecuada entidad
dramática para hacer creíble a Dalila.
Cierto es que la imagen
imponente de la diva letona puede emborronar al oyente deslumbrándolo con su
presencia escénica y llevarle a hacer un juicio de valor sobre su actuación que
sería completamente injusto.
Escuchar al gran ROBERTO ALAGNA cantar en francés, es un
placer. Sublime. Roberto se entrega en cada palabra, en cada frase, en cada
aria, en cada acto. Durante toda la ópera. Es un artista completo con una
belleza de voz extraordinaria y un fraseo muy bien cuidado, y más, cuando canta
lógicamente en su lengua natal, el francés.
Alagna tiene 55 años y sigue
sobreviviendo en el mundo de la ópera. Es una de las últimas grandes voces de
la lírica, y por tanto, una auténtica proeza que alguien como él, cuyo
repertorio es más lírico que spinto, más romántico que heroico, pueda
ofrecernos una representación de este complicado personaje como es Sansón, con
una voz sana.
Sí que con el tiempo la voz
de Alagna haya perdido en la zona más alta un tanto de brillo, pero, la
belleza, el fraseo y la elegancia continúan intactas.
Retomo.
Decía que es una hazaña que
una voz como la suya que en los últimos años ha flirteado con una clase de
repertorio totalmente adecuado a sus posibilidades vocales (Trovatore, Otello,
Turandot…) nos brinde tan excelente función.
Todos sabemos de entrada de
que Alagna no es Sanson. Quizás no lo sea nunca. Falta un canto más heroico y un
poco más de robustez en los pasajes centrales. Y a pesar de que sigue
conservando una buena zona aguda, los pasajes más comprometidos como “Dalila,
Dalila, je t´aime” en el segundo acto y en su “En les écrasant en ce lieu!” en
el tercero, la voz roza la rascada. Sin duda, no se siente cómodo allí y es
donde la voz pone en evidencia las carencias que tiene para abordar un role
como el de Sanson.
A pesar de ello, Alagna
siempre acaba compensando y enamorando. No hay duda alguna de que estamos ante
una de las mejores y más bellas voces de tenor. Pero, en otra clase de
repertorio.
Discreto el gran sacerdote
de Dagon en la voz del barítono francés LAURENT NAOURI, con un timbre no muy agradable y que queda en
segundo plano ante la pareja protagonista.
Y para ella…
Escueto. Irrisorio. E
indignante.
Para mí esto es lo que
resume el pequeño – y tan pequeño- homenaje del Metropolitan a la figura de la
recientemente fallecida soprano catalana MONTSERRAT
CABALLÉ, en la que se proyectó un trozo del dueto de “Andrea Chenier” al
lado de Josep Carreras en la Centenial Gala del año 1983.
“È
tardi…” como diría Violeta Valery a punto de expirar en su lecho
de muerte. Un ridículo homenaje que llegó tarde, como digo. Fuera de lugar, porque
ni tan siquiera, el día de su fallecimiento, el pasado 6 de octubre, el teatro
se acordó de ella.
Tuvo que ser Roberto Alagna,
entrevistado durante la retransmisión de “Aida” quien, entre todos, hiciera una
breve mención a la gran diva catalana que ha enamorado con su voz a
generaciones y más generaciones. Y las que aún le quedan por enamorar.
Gracias Roberto. Todo un
señor. Ya quedan pocos de esta clase.
Señores del Metropolitan,
tomen nota por favor que han hecho el ridículo.

Si, las platearon. Pero su
arte sigue allí. Al pie del cañón.
Cuando PLÁCIDO DOMINGO publica un nuevo trabajo, lo primero que debe preguntarse
cualquier aficionado a la música que no sea un ferviente seguidor de este gran
artista es si aún aporta algo, dada su dilatada carrera y habiendo cantado de
todo y más, y, caso afirmativo, si lo que aporta a estas alturas, vale o no la
pena.
Dejemos que divaguen. Que se
lo piensen. Volveremos a ellos.
Una pregunta similar a la
anterior, también nos la podemos hacer aquellos que la voz de Domingo nos acompaña
desde hace muchos años. Pero en este caso, la pregunta es de muy fácil
respuesta. De hecho, no necesitaría de respuesta y podría concluir ahora mismo
este escrito. Pero, la haré.
¿Plácido Domingo aporta?
Lo primero que debo
contestar es que si, que realmente aporta. Esto, a su edad, ya de por sí, es
casi un milagro.
¿Y qué aporta?
Pues algo que no está al
alcance de todos. Algo que es muy difícil de conseguir, pero sobretodo, mucho
más de mantener, y es la capacidad de no dejar de sorprendernos nunca. Cante lo
que cante. Haga lo que haga. Con más o menos acierto, pero está claro es que Plácido
Domingo y Plácido Domingo, por una razón u otra a nadie deja indiferente.
Y que todo esto sea así
después de más de cincuenta años desde que iniciara su laureada carrera, es
como para quitarse el sombrero y agradecérselo. Como poco.
Cuestión
de imagen
Pocas veces había visto un
trabajo tan poco elaborado en su presentación. Una fotografía de Plácido
Domingo con el guitarrista PABLO
SAINZ-VILLEGAS sirve de portada a un disco en el que predominan los colores
naranja y verde. Rompiendo el ambiente bucólico, el color gris de la americana
de Sainz-Villegas y el beig-blanco de Plácido.
El libreto que acompaña,
pobre donde los haya. Vale la pena por una muy buena toma de una foto de ambos
artistas casi de perfil. Y nada más. El título de las canciones, una
explicación que firma Sainz-Villegas, y ya está. Ni si quiera se han molestado
a incluir las letras de unas canciones – sí, de sobra conocidas – pero que
nunca están de más.
Me extraña de un sello tan
importante como lo es SONY Classical y con el que Plácido ha grabado mucho.
Quizás sea un trabajo hecho como vulgarmente se dice “aquí te pillo, aquí te
mato”, que de entrada musicalmente no lo parece, pero quizás si un poco en
cuanto a diseño. Y hoy en día, todo cuenta y vale para hacer algo atractivo a
los ojos del consumidor.
Pero, la cosa no queda aquí,
dado que sí que es cierto que el envoltorio no es quizás el mejor conseguido,
pero, en lo que se refiere a la grabación, tampoco. Y con ello me estoy
refiriendo a que una puede controlar perfectamente, contar y escuchar casa una
de las respiradas que Pablo Sainz-Villegas nos regala cada vez que acaricia su guitarra con todo sentimiento.
Y acaba siendo molesto al
oído. Pesado. Llena de hastío.
Y la decepción llega cuando
en un disco de 45 minutos de duración, que ronda los 14 Euros y en el que
piensas que van a estar todas las piezas cantadas… resulta que tres de ellas
son simplemente solos de guitarra.
Que Pablo Sainz-Villegas es
un gran guitarrista, nadie lo pone en duda, pero ni tan siquiera en la
contraportada del disco se hace ninguna mención al respecto. Y tampoco en el librito.
Y es el co-protagonista.
“Volver”
Con este disco que lleva por
título “Volver” – muy acertado, por cierto – Plácido regresa al mundo de los
boleros y tangos, de la “bossa nova” y de la copla. Y lo hace en la mayoría de
este trabajo con una tesitura – para mí – extremadamente baja, demasiado
baritonal que afea unos bajos opacos que bien podrían haber sido centros si la
tonalidad con la que las encara fuera un poco más alta.
Esto puede apreciarse en
casi todas las canciones del disco, a excepción de las dos últimas “Gracias a
la vida” y “Volver” en la que el tenor, quizás con la voz ya más rodada, las
afronta con un tono más brillante y pasional en la que reconoces una vez más
los aún intactos ecos de tenor que su voz aún conserva sanos y bellos.
Sin duda, la perla del
disco, en una primera escucha, ha sido para mí precisamente este “Volver”, pero
hay otras dos piezas, inéditas para mí en su voz, que merecen la pena ser
escuchadas con detenimiento y cariño. Me estoy refiriendo claro está a “Dos
cruces” y a “Historia de un amor”.
Y es aquí, en ellas donde
Plácido Domingo, secundado por Sainz-Villegas, despliega una vez más todos sus
encantos. Su dominio excepcional de la palabra, en un disco en que parece estar
más recitado que cantado es demoledor en todos los sentidos. Ya me gustaría a mí
que todos aquellos que recitan cuando cantan lo hicieran con la misma elegancia
que como Plácido en este disco.
El
significado de la palabra escrita en la voz cantada
No hay duda de que Plácido
Domingo es un artista con mucha inteligencia y suple ahora sus carencias y
flexibilidad con un vertiginoso uso de la palabra cantada. Con ésta, es capaz
de que escuchándolo te haga entender lo que significa, por ejemplo, apagar una
vida, sin necesidad de que tengas que acudir a un diccionario. El mejor
diccionario es su voz y sus matices.
Simplemente hace sencillo
algo tan difícil como trasladar el significado de la palabra con el efecto de la
media voz. Del casi susurro y con una amalgama de recursos que, solo un grande
como él, sabe emplear y sacarles provecho.
Un apabullante dominio de su
instrumento que consigue el efecto de parecer cansado, de que realmente la
historia la está explicando un hombre de 77 años que lleva un importante bagaje
a sus espaldas. Y ahí se crea la magia y hace creíble su personaje maduro,
pero, en realidad – todos sabemos- que Plácido está más fresco que una rosa, y
sabe llevarse el gato al agua. Se personifica, y muy bien y encaja a la
perfección el discurso.
Comprobadlo. Escuchad “Historia
de un amor” y poner atención cuando expresa “apagándola después”. Imaginad la
escena, un hombre maduro, con sienes plateadas como reza el tango que da título
al disco. Está recordando una historia de amor pasada. Un hombre de 77 años
lleva mucho más cansancio en la vida que uno de 40. Y no lo puede cantar como
si tuviera 40. Plácido lo sabe, y no lo hace. ¡Y esta frase, con esa media voz,
es absolutamente para hincarse de rodillas y decirle “Gracias Maestro!
Y quién sino Plácido Domingo
es capaz de transmitir la intimidad más absoluta entre dos amantes que se
amaron. Y me permito matizar, que se amaron. Porque el término por sí mismo,
cobra un significado especial.
De nuevo. Comprobadlo.
Escuchad “Dos cruces” y fijaros como su voz recrea cuando ataca “y nos quisimos
tu y yo”. La más absoluta delicadeza envuelve la palabra cantada. Sutil. Rememorando
el dulce momento. Y cambia de tono de nuevo cuando evoca la realidad.
Y así, todo el disco está
lleno de estos matices que el gran Plácido nos regala para nuestro disfrute, un
disfrute que se esfuma cuando en medio de una canción, sin más, aparecen
improvisaciones de guitarra que rompen el ambiente que ha creado la voz de
Domingo y que, por mucho que quieras esforzarte en recuperarlo, es ya casi
imposible.
¿Aporta,
pues?
Cierto y bien cierto es que
el tiempo no pasa en balde. Ni tan siquiera para este extraordinario artista.
Empezaba el escrito haciendo
referencia a aquellos en que dudan de si Plácido, a estas alturas de su vida,
aporta o no algo.
Creo que, con lo explicado,
la respuesta de aquellos a quien hemos dejado pensando debería ser claramente
afirmativa. Pero si hay alguien entre ellos que aún está indeciso, si hay
alguien que aún duda, les invito encarecidamente a que, con un mínimo de
curiosidad, escuchen su último trabajo.
Plácido siempre es Plácido.
Es un gran artista. Y un gran artista siempre crea nuevo arte.

Cálido verano en tierras ampurdanesas y, como cada año, el Festival del Castell de Peralada amalgama lo bueno y mejor del panorama operístico internacional. Sin duda, este fin de semana pasado ha sido un atracón de tenores que aún estamos digiriendo. De grandes tenores.
El pasado viernes, Javier Camarena ponía inicio a esta maratón tenoril al que le siguió un Jonas Kaufmann con un estado vocal muy bueno, y que concluyó precisamente ayer mismo con el más grande de los tenores habidos y por haber, porque PLÁCIDO DOMINGO, el gran Plácido Domingo aún sigue levantando expectación y pasión por donde pise.
Su última visita fue en 2011 con un extraordinario concierto. Su postrero flirteo, su guiño final al público catalán fue hace escasamente unas 15 horas, momento en que estoy escribiendo estas líneas, y en plenas vacaciones de verano. ¡Qué mejor manera, no obstante, de empezarlas! con la voz de aquel que hace 28 años que me acompaña donde quiera que vaya.
Al Festival de Castell de Peralada aún le quedan unos cuantos días de duración para este 2018. A Plácido, le queda cuerda para rato sin embargo. Esperemos pues con ahínco otra visita de este gran artista, sin duda excepcional e irrepetible.
La noche plena de quietud y con perfume a humedad
Sí, cierto que parafraseo una letra de una vieja canción latinoamericana (Vereda Tropical), pero supongo que se me permite la licencia para hablar del milagro acontecido ayer en el Auditorio y Jardines del Castell de Peralada.
El asfixiante calor del día cedió en favor de una noche cálida que no llegó a ser agobiante. Para la que suscribe estas palabras, quizás sí, pues la emoción, los nervios y todo un cúmulo de sensaciones vividas al escuchar la voz del gran Domingo inevitablemente me hicieron sacar el abanico del bolso.
Era la primera vez que le escuchaba en Peralada. De pequeña siempre soñé con hacerlo. Ya desde esos primeros "Otellos" con los que obsequió al novel público de ese Festival que acababa de nacer.
Y, al cabo de los años, el sueño se hizo realidad. Esta vez, se cumplió rompiendo la sentencia drástica de Calderón de la Barca en que afirmaba que la vida es sueño, y que los sueños, sueños son. Y aquí dejó su vaticinio. Pero como todo en la vida, las reglas y las excepciones existen para romperlas. Ayer sucedió esto.
Escuchar una ópera al aire libre no tiene color. Quizás sea mejor y más recogido hacerlo en un gran teatro. Pero... el verano, las vacaciones, el relax y las altas temperaturas invitan a gozar de este espectáculo de arte total de manera diferente. Al aire libre y con unas voces que se elevan hacia el cielo, tal como hicieron ayer. Voces al natural. Potencia, pasión, misticismo y recogimiento. Sutilidad y abrasadora pasión. Todo un cúmulo de sentimientos que iban estallando uno detrás del otro a lo largo de las más de tres horas en que duró esa genial "Thais" de Massenet.
Y es que ayer todo se confabuló para salir plenamente satisfechos. Es tan bonita la música de Massenet... Fue un genial orquestador capaz de crear, y recrear, para esta ópera ambientes de recogimiento, turbulencias de pasión y seducción. Compuso de manera excepcional el deseo que corre entre las venas de Thaïs y también un pellizco de fiesta orgiástica con la que casi finaliza el primer acto. Recreó de manera sobrecogedora la convicción obsesiva de Athanäel para redimir a la cortesana más bella de Alexandría, pero también sabe describir la tempestad de contradicciones que habitan en la cabeza de este monje cenobita. La quietud espiritual entre Thaïs y la madre Albine en la escena final, contrasta con el apasionado dúo entre ella y Athanaël, donde la orquesta parece una ola gigantesca de pasión, de sensaciones, de amor, de seducción y finalmente, pasada la tormenta en un momento en que cantantes y orquestas llegan al clímax final de la pasión y dan paso a unos sentidos "Morte" del monje que hacen regresar al espectador al mundo de los mortales.
Otro de los grandes genios, sin duda, Jules Massenet.
Y luego vino el estallido del público y los bravos. Y los sonoros pataleos de público y orquesta. Rendidos. Todos rendidos por lo que acabábamos de escuchar.
En dos palabras no sabría resumirlo, bien lo sabéis. Sólo puedo decir que fue, sencillamente conmovedor y excepcional.
Misma orquesta. Mismo director
Tres días antes de la cita en Peralada, Plácido Domingo ya la había hecho en Madrid, con un gran éxito y con una ovación final de 18 minutos de aplausos (la tierra y los paisanos de uno, tiran, lógicamente).
Ayer en Peralada no se prolongó tanto, ni mucho menos. Ya lo sabía y era previsible, aunque los aplausos fueron intensos y los bravos se escucharon ya desde su primera área.
El maestro PATRICK FOURNILLIER cantó con los intérpretes toda la noche. Concentrado y respirando con ellos, dio lo mejor de sí en una difícil ópera, de línea melódica extraordinaria sacando lo mejor tanto del CORO como de la ORQUESTA DEL TEATRO REAL DE MADRID. Si bien en algún momento, solo puntual, la orquesta creció demasiado, pero no obstante supo reconducir para dejar que fueran los cantantes los que inundaran con su voz el Auditorio del Castell de Peralada.
No fue otro bolo más de verano. No.
No sucedió lo mismo con el concierto del día anterior que, por lo que rezan las crónicas que he leído, Jonas Kaufmann repitió programa y el maestro Rieder nunca supo tener bien atadas las riendas y dar lo mejor de sí con la Orquesta del Teatro Real de Madrid.
La discreción de Patrick Fournillier no pasó desapercibida. Supo cuál era su puesto y el de los cantantes. Y como reza el refrán, "zapatero a tus zapatos". Por lo tanto, aquí invento y reinterpreto el dicho, "maestro, a tu orquesta sin dejar de lado las voces".
Thaïs, la cortesana deseada y redimida
Un argumento que podría ser perfectamente sacado de una película. La prostituta más bella de Alejandría, la que seduce, la que se deja seducir, la que juega al arte del amar sin que en ella habite mala conciencia de pronto escucha las místicas palabras del monje Athänael que le prometen la vida eterna, y.... deja por ellos lujos, dinero, poder y fama para recogerse en medio del desierto en un monasterio. Pero no sabe que ello le va llevar a la muerte. A lo eterno.
Si, el argumento es conocido, reiterado y simplón, pero, para interpretar un personaje como Thaïs se necesita, además de tener la voz, una buena paleta de recursos artísticos para hacer creíble el personaje.
Si de algo hace gala la soprano albanesa ERMONELA JAHO es sin duda sus dotes artísticas y expresivas, que junto a una muy buena figura, le ayudaron a hacer creíble este role.
La voz es interesante y aunque brindó una Thaïs interesante en lo vocal y artístico, no llegó a ese punto de emocionarme hasta el último poro de mi piel. Cantó un "Dis-mois que je suis belle" haciendo alarde de un despliegue vocal lleno de sutileza, de expresión, pero... pero...aunque no puedo poner ningún reproche, no me conmovió.
Mucho mejor, para mi, en el final del concertante del primer acto cuando es ella misma la que entona "Qui te fait si sévère et porquoi démens-tu la flamme de tes yeux", que es uno de los momentos más bonitos y espectaculares de la obra.
Su teatralización, creíble donde las haya. En la primera parte el rojo pasión de su vestido levanta pasiones - valga la redundancia- a todo quien la vea. Nicías, Athanäel, los alejandrinos, o cualquiera del público con ojos en la cara. Sin embargo, la voluptuosidad cede al recogimiento en su vestido verde pastel muy claro, sobrio, sin escote, elegante y ligero.
Pero sin duda alguna escuchar una intérprete como ella no tiene desperdicio. Canta, actúa y expresa. Puede gustar más, o gustar menos, pero lo cierto es que brindó una buena interpretación que culminó con un tensional y apasionado dúo con Athanäel.
La voz del tenor MICHELE ANGELINI es bonita e incisiva. Cálida. Agradable de escuchar.
Es verdad que el papel es breve, pero sus fragmentos están dotados de una belleza y arrebato impresionante. Massenet, ducho en su oficio, escribe grandes momentos para el tenor. Escuetos, sí, pero excepcionales.
El brillo y templanza de su voz coordinó a la perfección en el concertante final del primer acto, a la que se añadieron las voces de ELENA COPONS y de LIDIA VINYES CURTIS, como Crobyle y Myrtale respectivamente, y una siempre más que correcta SARA BLANCH en su role de Encantadora, más breve aún pero para nada fácil al tener que sortear un sinfín de coloraturas a diestro y siniestro. Sin letra. Solo notas.
No debemos olvidar las correctas intervenciones de JEAN TEITGEN como Palémon, el jefe de la comunidad cenobita a la que pertenece nuestro gran Athanäel de ayer noche.
El más esperado
Como siempre que en un espectáculo se anuncia la voz de PLÁCIDO DOMINGO, que continua siendo el reclamo número uno en el mundo de la ópera, el aura que se crea es especial. Mágico.
Aquel que continua atiborrando plateas de teatros, estadios, auditorios... ¿Qué sería la ópera sin esta fuerza de la naturaleza humana que es sin duda Plácido Domingo?. El gran Plácido Domingo.
Afortunadamente el monje cenobita tiene un papel muy importante y muy dilatado a lo largo de la obra (para nuestra suerte). Plácido, conocedor de su voz y de su estado vocal, se lleva una vez más el gato al agua, con un personaje que tiene una partitura que se adecúa perfectamente a su estado vocal. Un barítono que se mueve en la zona central sin grandes compromisos en el agudo, lo que permite al madrileño una interpretación mucho más relajada y cómoda, y que le catapulta a una concentración sin parangón en lo que se refiere a la parte artística y movimiento corporal junto con una expresividad de matrícula de honor. Además la voz continua siendo bella. Los ecos del antes tenor aún resuenan encima del escenario.
Domingo seduce. Es un maestro seduciendo con su voz, con su fraseo, con su elegancia y con su porte. Basta una simple mirada, un simple gesto, el más sencillo de los movimientos para que te des cuenta - y te convenzas aún más- de que estamos ante el más grande intérprete de ópera. Una leyenda viva de la que aún podemos gozar, gracias a Dios, y gracias, también a su maestría y sabiduría.
En un buen estado de forma y de salud vocal. Un milagro sin duda. Así es cómo se presentó Plácido Domigo ante el público de Peralada. Los primeros bravos de la noche fueron para él. Después, tuvo que compartirlos con Ermonela Jaho, pero, fue el quien al final, una vez más, ganó el pulso en la ronda de aplausos final.
Plácido, nuestro gran Plácido lo volvió a hacer.
Emocionada, en el cielo... así es como me sentía cuando se inició el dueto final entre él y Thaïs. Un momento de pasión extrema. Todo un oleaje de ir y venir con el telón de fondo de una orquesta que no hizo sino que, emocionarse con ese gran genio. Con ese gran artista.
Gracias Plácido. Gracias por este gran regalo que nos brindó.
Una y otra vez, bravos y más bravos. Varias rondas de aplausos. Varios bravos. Emociones a flor de piel. Miradas. Mi mirada se cruzó una vez más con la del Maestro. Esto no tiene precio. Es emocionante.
Y sí, Maestro, allí estábamos disfrutando una vez más de su arte.
Vivir algo así es algo que no puede explicarse. Tiene que vivirse. Tiene que sentirse, y al menos, una vez en la vida, todo aficionado a la ópera debería hacerlo.
Quién no conozca a Plácido Domingo en directo, que se lo piense. El tren solo pasa una vez. Y este tren está a punto de llegar a su estación final de destino. Gracias a Dios no viaja en alta velocidad, prefiere cercanías. Sacad un billete y vivid una de las experiencias más grandes para cualquier amante de la ópera.
Gracias Maestro una vez más.

Ante
cualquier espectáculo al que puedas ir en directo, o bien seguirlo a través del
televisor, lo importante es la predisposición con la cual lo afrontas. Y para
ver un “Sansón y Dalila” bajo la escenografía que estos días firma ALEXANDRA LIEDTKE y RAIMUND ORFEO VOIGT en Viena, se necesita mucha. Pero mucha.
Una
producción totalmente y encarecidamente fría, sin pasión, sin seducción. Ni un
solo elemento nos chivaba que eso era un Sansón. Ininteligible e incomprensible
versión a nivel argumental.
Y no, no
voy a perder ni un minuto de mi tiempo en intentar averiguar qué quería decir
aquel disparate que estaba presenciando. Conozco lo suficientemente el
argumento y época de “Sansón y Dalila” como para esforzarme a entender una
nueva idea, si es que lo que subió a las tablas de la vienesa Staatsoper, se
puede concebir como idea y no como una brutal diarrea mental.
Predisposición, sí, de nuevo
Cuando vi
que en la próxima temporada del MET se espera un “Sansón y Dalila” cantado por
la pareja protagonista que está ahora en Viena, Garanca y Alagna, se me
dispararon todos los sentidos, las ganas, la curiosidad y la ilusión. Escuchar
a grandes cantantes de la talla de ellos dos es siempre un lujo. Y en el MET, lo
va a ser aún más.
Pero, un
pajarito del otro lado del Atlántico, atento a todo lo que pasa en el mundo de
la ópera me informó de este “Sansón” en Viena, con la misma pareja. ¿Casualidad?
Quizás sí… Por lo tanto, y para saciar mi ansiedad, tendría un adelanto de lo
que en Octubre podrán vivir unos cuantos de miles de aficionados en Nueva York.
Viena se
caracteriza por difundir sus óperas via streaming por internet, y asistir,
aunque fuera en diferido al debut de Garanca y Alagna en sus respectivos roles,
era una oportunidad que no podía dejar pasar.
La cosa
se desinfló al conocer obviamente el desastre de producción, pero, como reza el
separador, mi predisposición, pasado el disgusto inicial, se mantenía intacta.
Y ayer, por fin, pude zambullirme en esta ópera.
De detalles
escénicos sin sentido la ópera estuvo llena. Vestuario bastante contemporáneo,
Sansón en pantalón y camiseta de tirantes, Dalila, poco lucida en el primer y
tercer actos, y Dagón… no sé si era un juez, un religioso, o nada de eso.
Una rampa
inclinada domina el primer acto, y se mueve y coloca, supongo, para ambientar.
El segundo acto, puertas altas y blancas simulan el seductor y perfumado Valle
de Sorek (se necesita aparte de predisposición, mucha imaginación para ello).
Las puertas acaban ambientando un salón con una bañera en el medio, para dar
paso de nuevo a la insultante rampa donde se cuece una bacanal que no sabría
exactamente como definir.
Los
personajes, completamente ausentes, así como la química o la chispa entre la
pareja principal protagonista: Dalila, fría como un mármol, aún espero que se
mire a Sansón… ¡Por favor, qué es Roberto Alagna quien tienes delante, querida
Elina, míratelo, que vale la pena…! Alagna, siguiendo un poco el patrón también
de Elina, en un artista que siempre rebosa pasión, pero que intentó crear un
poco más de ambiente, el suyo, el que nos tiene acostumbrados, con un poco más
de acercamiento, pero en una inferior justa medida. Mientras, Carlos Álvarez,
no acaba de ubicarse. Deja detalles insinuantes como que se muere de ardor por
Dalila, pero esta se burla del Gran Sardote de Dagón, y ella, Dalila, al final
del tercer acto no sabes muy bien si está con Dagón celebrando el triunfo, o
bien, se duele un tanto al ver al amante vencido y abatido. Un poco híbrido
todo. No resulta, no avanza, no resuelve nada.
MARCO ARMILIATO dirige bien, pero no hay ni un ápice de sensualidad en
su interpretación. Una ejecución dominada por un “tempo” excesivamente lento,
que tedia, juntamente con la escena.
Que en la
primera escena sea así cuando Saint-Saëns nos retrata el lamento del pueblo
hebreo que se arrastra desde hace siglos en la esclavitud, lo entiendo, pero,
en los clamores de libertad y exaltación de Sansón junto con el pueblo – el levantamiento
del pueblo oprimido por los filisteos- no. Ahí el ritmo tiene que ser más
ligero, con más pulso. Más exultante. Lo intenta, pero no lo logra, y esta
lacra, acompaña durante toda la obra, y se repite, aquí acertadamente en el “Vois
ma misère, helàs” del tercer acto, para seguir con una bacanal, “de pa sucat
amb oli”, que pasa desapercibida, vaya.
¿Dónde está Sansón y dónde está Dalila?
Supongo
que con esta pregunta, no haría falta que continuara escribiendo. Pero lo haré
ya que lo más atractivo de esta producción era sin duda, las voces de ELINA GARANCA y de ROBERTO ALAGNA.
A GARANCA le fallan los graves, aquellas
notas que dotan de perversidad al personaje. La línea de canto es fina y
limpia, pero Dalila requiere otra cosa. Necesita de sensualidad, de malicia. Y
algo que eché en falta durante toda la obra: lo más importante en una Dalila es
la seducción de su voz. Necesita unos centros carnosos que no tiene aunque las
notas altas son brillantes. Necesita también un buen discurso, un buen fraseo.
Y, obviamente, es indispensable creerse el personaje y reflejarlo en la voz,
una voz que es bonita, pero que para Dalila, no es suficiente. Dalila, no
solamente se canta, debe, tiene, es imprescindible que se interprete. Y para ello se requiere también un trabajo
psicológico interior ausente en la interpretación de la mezzo letona.
ALAGNA tampoco es Sansón. La heroicidad requerida en los
exigentes fragmentos del primer acto que invitan al levantamiento del pueblo
hebreo, no están. La voz no tiene el suficiente empaque ni la corporeidad requerida.
Y eso Roberto Alagna lo sabe.
El tenor
francés conoce perfectamente cuáles son sus mejores bazas, y, el canto heroico,
no está entre las suyas, pero su discurso es impoluto, y es un goce escuchar
ese fraseo sensacional en francés, no obstante es su lengua. Esto lo aprovecha
y le saca partido en el primer acto, pero también en el segundo en la entrada “En
ces lieux, malgré moi” y en el resto de dúo con Dalila, que concluye una
de las mejores escenas de amor más bien compuestas de la historia de la ópera.
Alagna es un maestro en el fraseo. Y cierto, no acabas de ver a Sansón, no, es
cierto, aquí ves más al tenor que al líder hebreo, pero como, excepto en
momentos puntuales, el bloque central de la ópera no requiere sino que saber
cantar, Alagna, de esto sabe un rato. Y lo aprovecha.
Cierto es
que no hay entre ellos ni una coma de juego de seducción. Cero. Todo muy frío y
vacío. Aún así, Alagna es capaz de crear un destello de ambiente en una
producción sin encanto, permitiéndose incluso detalles de gran profesional
atento siempre a todo y a los compañeros, como cuando Dalila está apunto de
cortar su pelo, y antes del obligado revolcón – un tanto húmedo escenográficamente
hablando- separa un tanto el pie a Garanca, que está de rodillas frente a él,
para que el tumbarla en el suelo, no caiga todo el peso de su cuerpo y fuerza
sobre ella, de la misma forma que, la fuerza de los filisteos debería haber
caído sobre Sansón.
Alagna,
no es Sansón como decía. No. Y quizás no lo sea nunca, pero, se marca una
sensacional “Vois ma misère helas” en el tercer acto, donde toda la expresividad,
fraseo, discurso y sentimiento abren un tercer acto por el resto, bastante
deslucido. Conserva en su voz aquel sentido de la expresión, aquel justo llanto
en la voz que tanto se agradece en estos momentos sin que tengan que resultar hastíamente
patéticos.
CARLOS ÁLVAREZ quizás por voz era quien estaba más justamente encajado
en su role. La voz suena sana, y regular en todas sus intervenciones. Lástima
que Dagón no sea especialmente un role muy lucido.
Final bíblico
El derrumbe
del templo es quizás en una producción de “Sansón y Dalila” el secreto mejor
guardado. Lo que todo el mundo espera. ¿Cómo se soluciona un problema escénico
de similar calibre”.
Pues
desde lo clásico, tirando de decorados, o de efectos especiales que lo simulan;
otros acuden a la oscuridad atronadora del castigo del Dios de Sansón; otros se
apuntan al carro de los relámpagos…
Pero lo
de ayer fue totalmente inesperado. Sansón no es conducido a las columnas del
templo, por tanto, no podía haber ningún templo que se viniera abajo.
Un “otro
yo” de Sansón, el mismo del que se habían burlado en la bacanal se acerca hasta
nuestro Sansón-Alagna, y, se prende fuego en ambos brazos y espalda, ante la
mirada atónita del pueblo filisteo, vestido de gala, como si acudieran al
estreno de una obra en un teatro.
Las
últimas palabras de Sansón dirigidas a Dios imploran que éste se acuerde de su
servidor al que le han privado la vista para que le renueve la fuerza perdida e
invoca su venganza para aplastar a sus enemigos en ese mismo lugar, en el
templo. “Qu'avec toi je me venge, ô Dieu!En les écrasant en ce lieu!”.
Pronunciadas
estas palabras por Sansón, se levantan varias columnas de llamas rojas. El fuego
de Dios quema a su servidor y a los filisteos, demostrando una vez más que no
se puede desafiar al poder divino del Dios de los hebreos.
Cual
columna de fuego símil de la derrota del faraón Ramsés segundo en “Los diez
mandamientos” de Cecil B. de Mille, los filisteos entienden que Dagón es un
ídolo pagano de piedra, o de oro. Pero que respecto a Sansón, su Dios es Dios.
El fuego
purifica castigando a todos los presentes, quizás lo más aprovechable de todo
el montaje.

Enorme trabajo me cuesta a estas alturas encontrar un único
calificativo para describir, a consciencia, la maravillosa tarde que ayer
vivimos unos miles de afortunados en el Gran Teatre del Liceu.
Podría decir que, impresionante; podría decir que sensacional; podría
también decir que excitante; podría decir que especial; y podría decir
obviamente que muy sentimental. Podría decir tantas cosas… tantas… que
seguramente no acertaría nunca al 100% lo que en un soleado y radiante domingo
de mayo, el gran tenor PLÁCIDO DOMINGO
nos regaló. Por tanto, creo que el mejor de todos los adjetivos, quizás el más
adecuado, sería el de irrepetible, solamentte para ir a la par con el gran
artista y cantante que ayer pisaba el escenario de nuestro Liceu.
Plácido Domingo no necesita de presentación alguna. Todo lo que yo pueda
decir o escribir, manifestar o sentir cada vez que abre la boca lo he dicho y
escrito hasta la saciedad. Cantando ópera, cantando zarzuela, cantando boleros
o cantando rancheras. Da igual lo que sea porque Plácido Domingo es de aquellos
artistas, de aquellos grandes artistas – único en su género - con los cuales ya disfrutas, inclusive, antes
de que abran la boca.
Su aura, su porte, su sencillez, su pasión y su sensibilidad envuelven el
ambiente fuera, y dentro. Es algo que no se puede describir. Simplemente se
tiene que vivir, sentir, y sobretodo, disfrutar.
“No importa que el mozo fuerte
vuelva viejo”
Reza así una de las romanzas más emblemáticas de nuestra zarzuela y de la
que ayer gozamos en la voz de este titán incombustible.
Ambiente de fiesta y gala. Muchos nervios. Muchas sonrisas. Muchas
ilusiones. Y al final del todo, demasiado corto. O así me lo pareció a mí.
El gran Plácido Domingo regresaba de nuevo a Barcelona con un género que
adora, y que adoro.
La zarzuela ha sido y es muy importante en su vida. La zarzuela, ha sido y
es también muy importante en la mía. Plácido referencia a sus padres, ambos
cantantes de nuestro género. Yo sin embargo, tengo como punto de mira a mis
abuelos. A ambos, pero, sobre todo a mi abuelo que hizo que con su poca voz,
pero con un gusto y estilo realmente sobrecogedor, exquisito y extraordinario
yo amara –y ame de por vida – la música con la que él creció y disfrutó.
Era de justicia que Plácido se presentara, por fin, en el Liceu con
zarzuela. Lo había hecho en el año 1976 dirigiendo una “Doña Francisquita”
precisamente cantada por sus padres, pero, en concierto, era la primera vez.
Vive la zarzuela, le gusta, le motiva, la siente, la quiere. Vaya dulce
coincidencia con la voz que me acompaña desde que era muy pequeña. A mí, me
sucede lo mismo.
Se cumplieron todas mis expectativas. Piel de gallina, emoción, lágrimas…todo
un cúmulo de sensaciones que acostumbro a vivir siempre cuando es Plácido
Domingo quien está en el escenario, pero aumentan cuando la zarzuela está de
por medio.
No importa que regrese y lo haga con 77 años, pues el mozo que lleva dentro
está siempre presente en el escenario. Lo que importa es que regresa y no se
marcha, que nos brinda aún tardes gloriosas y nos hace gozar minuto a minuto
con su voz, con ese timbre maravilloso que arranca sonrisas en la platea y que
responde a un color chocolate con leche irresistible que edulcora y embellece
todo lo que canta.
Esa vocalidad, a la que tanto partido saca cuando su voz se pasea con
descaro por la zona central y que provoca escalofríos a quien le escucha, se
mantiene intacta. Su poder de seducción, también. Basta una sola palabra, o una
frase, o simplemente un silencio para darse cuenta de que – y no descubro nada-
Plácido Domingo es para todos los mortales que le admiramos, un regalo del
cielo.
Sorprendió, a todos, el estado vocal de gracia con el que se presentó. El
sentimiento de incredulidad ante lo que estamos presenciando era unánime.
Muchos comentarios en los pasillos tipo… “De dónde saca la voz…”; “Pero…¿Cuántos
años dices qué tiene…?”; “¿77?... Es imposible”; “Cómo estoy disfrutando…”; “Está
genial de voz”; “Qué tarde…”
Cualquiera de ellos, menos el que referencia a la edad podría suscribirlo
yo misma, pero sin duda yo le añadiría el de que aún provoca en mi cuando le
escucho un cúmulo de sensaciones que jamás he dejado de sentir. Grande… muy
grande… Embruja con su cantar, con su sabiduría, con su saber estar, con su
gesto, con sus tablas, con su sonrisa, con su porte… Con su genialidad.
Y así podría continuar llenando hojas, y hojas…y más hojas…
Plácido Domingo, un jovencito que, hace muchos años, muchos, muchos… cuando
empezaba, cuando era aún un mozalbete casi salido del colegio tuvo que escuchar
en boca de un crítico mexicano el siguiente dislate: “Plácido Domingo no tiene
nada que hacer en un escenario de ópera”.
¡Qué vaticinio! ¡Qué gran visionario! Hay críticos que siempre dan en la
diana, ¿verdad?
Medio siglo después de esto, el gran Plácido Domingo sigue levantando
teatros. Matizo… sigue “aún” levantando teatros. Increíble, pero cierto. Lo de
ayer, es solo una pequeña gran muestra del camino que este artista fuera de
serie está aún recorriendo. Sin un alto y a un ritmo completamente frenético.
Aún, frenético.
No se entiende, no se puede comprender. Nadie, excepto él, sería capaz de
algo tan prodigioso. ¿Quién es pues este señor? ¿Alguien de otra galaxia? ¿Ha hecho
un pacto con el diablo? ¿A qué se debe el secreto de su longevidad? Quizás la
única respuesta que me viene en mente es la siguiente: No es un extraterrestre,
no ha pactado nada de nada. El secreto es que, simplemente, es Plácido Domingo.
El concierto
Cuando en un cartel aparece el nombre de Plácido Domingo, el resto de
compañeros que forman parte del elenco tienden a quedar un poco rezagados. No
es justo, pero, es así. Sin embargo, tanto ANA
MARÍA MARTINEZ, como AIRAM HERNÁNDEZ
estuvieron a la altura del
acontecimiento y también de Domingo.
El programa escogido no podía haber sido mejor, aunque demasiadas piezas
orquestales, a mi gusto. El director RAMÓN
TÉBAR condujo a la ORQUESTRA
SIMFÓNICA DEL GRAN TEATRE DEL LICEU, sabiendo acompañar, agilizar y esperar
a los intérpretes des del primer minuto en que las notas del famoso “Intermedio”
de “Las Bodas de Luis Alonso” del maestro Giménez inundaron la sala con un
compás ligero y flotante, que sugería un ambiente festivo. Prueba de ello fue
sin duda la conformidad del público con un estruendoso aplauso, que quedó en
segundo plano cuando la imponente figura de PLÁCIDO DOMINGO salió de bambalinas, con paso firme, y seguro, y se
aproximó al público.
El momento sin duda más esperado de la tarde. El instante que hacía un año
que estaba aguardando y allí por fin estaba, enfundado en un frac sin pajarita que
luce como nadie y que le daba ese toque de elegancia masculina a la que nos
tiene acostumbrados, y a la vez le
dotaba de una informalidad apacible y serena.
“Ya mis horas felices” de “La del soto del parral” de los maestros Soutullo
y Vert fue la primera de las piezas escogidas por Domingo. Solo una nota. Una
única nota salida de su garganta hacía ya presentir su excelente estado vocal
para deleite nuestro y en una romanza que borda. Su discurso con “tempo” justo,
su fraseo… extraordinario…Su pasión, desbordante. Su primera intervención, ya
arrancó los primeros bravos de la tarde. Intensos y viscerales.
ANA MARÍA MARTÍNEZ, entró haciendo gala de su bonita y extraordinaria voz.
Debutaba en el Liceu, y hacerlo al lado de Plácido Domingo, con el que tantas
veces ha cantado, sin duda, debió de ser algo especial, como especial fue su
brillante “María la O” de la zarzuela homónima del maestro Lecuona. Una romanza
de latidos y ritmo cubano, bella donde las haya, y que se ajusta como anillo al
dedo a su vocalidad.
Sorpresa la mía con el tenor tinerfeño AIRAM
HERNÁNDEZ, buena y bonita voz, pero sobretodo un fraseo con estilo propio e
intención. Quizás la menos brillante de sus intervenciones – aunque realmente
intachable- fue este “Te quiero morena” de la zarzuela “El trust de los tenorios”
y en la que pudo lucir menos todo lo que admiré de él durante el resto del
concierto.
Primer dueto de la tarde entre ANA
MARÍA MARTINEZ y PLÁCIDO DOMINGO. El
bonito y resalado “No cantes más la Africana” de “El dúo de la Africana” del
maestro Fernández Caballero.
Escuchar este sensacional dúo y en directo fue indescriptible. La pieza da
mucho juego vocal, pero también artístico. La cara de Plácido a cada una de las
intervenciones de Ana María era como para ver de cerca. Plácido, ducho siempre
en el arte de la interpretación, supo poner el punto justo de picardía en sus
ojos y en su cara, y vocalmente, un placer escucharle al igual que a Ana,
excelente compañera para Plácido como siempre.
Después del “Intermedio” de la “Goyescas” de Granados, era el turno de otro
de los grandes “hits” zarzueleros. Una pieza realmente popular entre los
amantes del género, que no era sin duda otra que la romanza de entrada de Juan
de “Los Gavilanes” del maestro Jacinto Guerrero: “Mi aldea”. Y de nuevo todo el
poderío vocal de PLÁCIDO DOMINGO
repitiendo el mismo efecto que con su intervención en solitario precedente.
Aquel torrente de voz se imponía ante un Liceu extasiado. Allí mandaba. ¡Y
cómo! Este tipo de romanzas son para él. Cuando entonó su “Pensando en ti noche
y día, aldea de mis amores, mi esperanza renacía, se aliviaban mis dolores…” hizo
gala una vez más de su maravillosa zona central, con un fraseo sin prisas, con
una vocalización perfecta, con un entusiasmo sobrecogedor y el público se vino
abajo otra vez. Y es que yo misma no podía creerme el milagro que estaba presenciando.
Un Plácido Domingo tan cómodo como extraordinario era lo que estábamos
disfrutando. Y lo que quedaba… Lo qué quedaba, aún…
Magnífico el “Intermedio” de “La leyenda del beso” de Soutullo y Vert que
dio paso al exigente dúo entre Iván y Amapola de la misma zarzuela, en las
voces de AIRAM HERNÁNDEZ y de ANA
MARÍA MARTÍNEZ.
En este momento es cuando el tenor hizo gala de un fraseo estudiado pero
efectivo. Vocalizando y matizando ciertas consonantes, sobretodo, y con
especial énfasis, las “t”. Prueba de ello sus “Te quiero”, sus “Te juro”. Esto
para mí dice mucho de alguien que no se limita simplemente a cantar, sino que
además, quiere imprimir un sello y estilo propio. La voz es bonita y agradable
al oído. De tenor. De tenor lírico por excelencia. Quizás puede pulir algunas
cosillas, como el su a veces afán de sacar volumen, pero, el material está. Para
Ana María, sin embargo, es un dúo que se escapa de su estilo. No por ello dejó
de estar excelentemente cantado, y suple con interpretación y gesto –siempre refinado
y elegante- la parte más visceral y desgarradora de este tan poco interpretado
dúo.
Y de nuevo el teatro se viste gala para despedir la primera parte con el
raído “No puede ser” de PLÁCIDO DOMINGO.
¿Qué sería un concierto de Domingo sin el “No puede ser”? Más baja de tono.
Adaptada a su tesitura baritonal, Plácido Domingo deleitó de nuevo al público
de Barcelona con una interpretación que llegó a nuestros corazones.
Moreno-Torroba como hilo conductor
Prácticamente toda la segunda parte estuvo dedicada a la obra del gran
Federico-Moreno Torroba y quizás con su zarzuela más universal, la maravillosa “Luisa
Fernanda”, obra que Plácido Domingo cantó de tenor cuando aún no era nadie, que
grabó en disco, en el papel de Javier Moreno cuando ya era popularmente
conocido, y que, muchos años después interpretó al labriego extremeño Vidal
Hernando, paseando nuestro género por escenarios como la Scala de Milán, la
Ópera de los Ángeles, y en España, en Madrid y Valencia.
La “Farruca” de “El sombrero de tres picos” de Manuel de Falla nos llevó a
la primera pieza de la “Luisa Fernanda”, el extraordinario dúo entre Luisa Fernanda,
en la voz de ANA MARÍA MARTÍNEZ y de
Vidal Hernando al que daba vida PLÁCIDO
DOMINGO.
Una gran declaración de intenciones envuelta en una música extraordinaria,
el “Yo es que la quiero…” al que Plácido-Vidal ponía voz fue extraordinaria, amplia,
sentida, abarcando y abrazando a todo el público reunido ayer por la tarde en
el coliseo de las Ramblas. Fue un momento impresionante. “Los hombres de mi
tierra, cuando quieren, no pierden la esperanza de triunfar...”, qué momento
tan inspirado y tan bien interpretado al lado de la dulce y elegante Luisa de
Ana María.
Y no nos movemos, de momento, de Madrid. AIRAM HERNÁNDEZ, en su papel de Javier Moreno nos dejó también,
quizás, su mejor momento con su “De este apacible rincón de Madrid”, también de
la Luisa. Destaco a parte del estilo, los silencios tan bien definidos que
daban a la interpretación una expresividad muy emotiva en una romanza que
parece simplona, pero que por el contrario, requiere de gran envergadura.
Y de la Luisa a “La marchera” también de Moreno-Torroba. En esta ocasión, ANA MARÍA MARTÍNEZ nos ofreció una de
las piezas que en un concierto de zarzuela en el que haya de por medio Plácido
y Ana María, nunca falla. Ésta no es otra que la famosa “Petenera” que Ana
borda con su sencillez, estilo y gracia.
“Luche la fe por el triunfo”, cerraba en la voz de PLÁCIDO DOMINGO el capítulo dedicado a la “Luisa Fernanda”. Una de
las dos grandes romanzas que Moreno-Torroba dejó escritas para el barítono. La otra
claro está es la romanza de “Los Vareadores”, que probablemente sea mucho más
popular, pero el “Luche…” es más emotiva, serena, permite lucir mucho mejor la
voz del intérprete con serenidad del hombre que ama y que teme y duda ser
correspondido. “Y el ideal de mí ambición…. Es que la quiero”… Y de nuevo
Plácido hizo me hizo poner la piel de gallina. Qué estilo… Qué voz…
Siguió el “Preludio” de “El niño judío” de Pablo de Luna en el que se pudo
reconocer en su música una de las romanzas más cantadas y famosas del
repertorio, en “De España vengo…” y Luna dio paso al maestro Penella y al
archiconocido dueto entre Soleá y Rafael, “Me llamabas Rafaelillo” de la ópera “El
gato montés”, y de nuevo con las voces de ANA
MARÍA MARTÍNEZ y AIRAM HERNÁNDEZ.
Cuándo a una le arrebata el “Qué graciosa es mi gitana, qué preciosa, que
bonita…” en la voz del más grande de los tenores, es prácticamente imposible no
tomarle como referencia, pero Airam Hernández salvó y con nota este exigente
dueto, al igual que Ana María, que lo ha cantado tantas y tantas veces al lado
del Maestro Domingo.
De Sevilla a Lloret como cierre oficial de la segunda parte, PLÁCIDO DOMINGO y AIRAM HERNÁNDEZ, nos ofrecieron el dúo de la ópera “Marina” de
Emilio Arrieta, “Se fue, se fue la ingrata”. Años ha, se lo había escuchado a
Plácido den el role de tenor. Ahora le disfrutaba en la parte de barítono, tan
o más interesante que la de tenor.
Savia nueva mezclada con savia vieja. Otro de los momentos de la tarde, uno
de tantos otros, porque lo mejor, lo más emocionante estaba a la vuelta de la
esquina. Lo deseaba, con fuerzas, lo quería con toda mi alma, y… llegó. Gracias
a Dios, llegó.
“Dígame usted lo que quiera, porque
yo lo escucho todo…”
Todos éramos conscientes de que la fiesta aún no había terminado. Lo sabía
Plácido, lo sabía Ana, lo sabía Airam, y el mundo entero.
Plácido siempre generoso en el capítulo de las propinas, un episodio que
empezó de la única forma que podía empezar, tocándome lo más fondo de mi
corazón. Cuando le escuché decir, “Vamos a cantar un dúo de “La del manojo de rosas”…
en aquel instante fue como si el Liceu estuviera congelado porque de mi boca
salió un “Déu meu em moriré” (Dios mío me moriré). Plácido, simpático donde los
haya miró hacia aquella vocecilla emocionada que, para mitigar el momento
estruendoso de la frase, se estaba tapando la boca, y me sonrió. Como también
lo hizo una violinista de la orquesta al ver mi reacción.
Ese momento soñaba… Hacía tanto, tanto tiempo que quería escucharle ese dúo,
y en directo, que la emoción me invadió, separando solamente unos segundos de
tiempo para que aconteciera el milagro. Mi abuelo, desde el cielo, me daba la
mano y un dulce beso en la mejilla. Con una mirada, nos entendimos. Eso es lo
que habíamos estado esperando, y Plácido y Ana María nos lo regalaron.
El dueto de “Hace tiempo que vengo al taller, y no sé a qué vengo” por fin
estaba sonando en el Liceu, y por fin en directo en la voz del más grande. La
emoción fue tremenda, los nervios a flor de piel mientras podía observar la
picarona cara de Domingo a cada una de las palabras que iba mordiendo. Sus ojos
brillantes, su sonrisa encantadora y su voz envolviendo por completo la sala
del Liceu.
“Cariño, como el que yo siento, no habido ni habrá en la vida”…qué placer,
qué goce escucharlo, qué arte. Qué genialidad…
Fue tan emocionante que no pude contener mi emoción y me levanté a
aplaudir, en solitario, el momento, el dúo, para dar las gracias, para trasmitir
todo lo que en tres o cuatro escasos minutos, nos acababa de brindar. Que me
acababa de brindar.
Siguieron los bises. AIRAM HERNÁNDEZ
con la romanza de Rafael “La roca fría del calvario” de la zarzuela “La
dolorosa” del maestro Serrano, donde de nuevo salió luciendo un fraseo pulido y
personal, aunque se quedó solamente en la primera estrofa. Y aquí, fue mi
abuela la que me dio la otra mano y besó mi otra mejilla al escuchar la
zarzuela preferida de su padre.
Siguió ANA MARÍA MARTÍNEZ con la
entrada de Cecilia de la zarzuela cubana “Cecilia Valdés” del maestro Gonzalo
Roig, la única pieza que desconocía de esta gran velada. Como siempre, Ana
María desplegó su arte y gracia, y con una voz bonita de origen, dejó al Liceu
bien sorprendido.
Faltaba aún otra de las piezas emblemáticas del gran DOMINGO. En la primera parte había sido “La tabernera del puerto”,
y “Maravilla” y la romanza “Amor vida de mi vida” de Federico Moreno Torroba
reclamaba, a gritos, su ejecución. Sentida, emocionada, llena de recuerdos y a
la vez de nuevas sensaciones. El Liceu delirando y de pie. Así finalizaban
estas más de dos horas que parecieron poco menos de dos segundos.
Reza esta última romanza… “Adiós, mi
bien, adiós”. Adiós, Maestro,
adiós, y hasta la próxima. Y, del brazo de una concertina, sin pompa y con sencillez, Plácido Domingo, junto con
el resto de intérpretes abandonaban el escenario del Liceu. Un Plácido al que
tres horas antes había podido disfrutar para mi sola unos segundos en la
entrada de artistas. Escuchar su voz, ver su figura, mirarle directamente a los
ojos.
Plácido Domingo, un titán, un grande entre los grandes. Un gran artista. Un
gran señor. El más grande. El mejor. Así se lo grité en su último saludo cuando
se dirigía ya de nuevo a bambalinas.

Finaliza la temporada de ópera en nuestra ciudad. Y lo hace con sumo éxito
y con dos óperas populares del repertorio verista, la “Cavalleria Rusticana”
del maestro Pietro Mascagni y “Pagliacci” de Ruggero Leoncavallo.
Un binomio que asegura casi un teatro a rebosar y que se traduce en una
taquilla generosa, sirviendo al público una tarde de emociones, pasiones, celos
desmesurados, amores desesperados y, como no podía ser de otra manera en el
verismo, venganzas y muertes.
Dos montajes con una chispa de modernos, sobre todo en lo que se refiere al
vestuario, que acerca la acción, sino a los tiempos actuales, a tiempos que
todos los que llenábamos el teatro el domingo por la tarde éramos capaces de
reconocer. Trajes ellos y vestidos negros en ellas para la Cavalleria. Colores
sobrios, austeros y grises que cuadran a la perfección con el retrato de una
Sicilia rural y pueblerina, y que sabe alcanzar el toque de seriedad, de respeto
y de honor de sus habitantes.
La cosa cambia en Pagliacci. Aparece el color, la alegría y el calor de un
15 de agosto en Calabria. Sol sofocante perfectamente recreado por la genial
iluminación de NANI VALLS que se
rompe con la oscuridad de los momentos más trágicos de la obra. El vestuario,
variopinto y lucido. La disposición escénica del coro, perfectamente cuadrada.
Ambos montajes, son firmados por el tándem MIQUEL GÓRRIZ y PAU MONTERDE,
antecesores de Carles Ortiz y Jordi Galobart. Los primeros firman dos producciones
con un decorado único y ambivalente para recrear los dos ambientes: con más
seriedad la Cavalleria, y con más luminosidad en la segunda. Carteles de estrenos
de películas italianas que se han convertido en clásicos, como “Riso amaro” (Arroz
amargo, 1949), colgaban de la pared del fondo del escenario en Pagliacci, dejando
adivinar a una imponente Silvana Mangano como protagonista principal de este
inmortal film.
Dirigir… y algo más
Como siempre, un auténtico lujo y placer ver dirigir al sabadellense SANTIAGO SERRATE. Entrega y pasión,
alentando siempre a los intérpretes. No se dejó ninguna de las entradas para
los solitas protagonistas, pero tampoco para el Coro, que lució como
últimamente nos tiene acostumbrados.
El volumen orquestal justo en Cavalleria y quizás un poco demasiado en
Pagliacci, no afean una interpretación, a mi gusto excelente, a la que se puso
el pulso justo de apasionamiento en pasajes en los cuales hubiera preferido un
poco más, sobretodo en el “Intermezzo” de la Cavalleria. Aún así, me emocioné
en este instante y lloré. Mi pensamiento se trasladó a otro momento de mi vida
que hace que no pueda escuchar este inspirado fragmento sin que en mis ojos
aparezcan lágrimas.
Ver como un director se convierte en la sombra, en el protector, en el
amigo y en el cómplice del intérprete es extraordinario. Era uno más en el fosado,
pero, también fue uno más en el escenario. Y el público así lo percibió siendo
merecedor de un gran aplaudo al finalizar la representación. Las dos
representaciones, valga decir.
Mención especial para el CORO
dirigido por el maestro DANIEL GIL DE
TEJADA, que supo sacar un volumen nítido, aunado, fuerte y seguro. La
verdad es que es un gran placer ver la cantidad de gente joven que es
integrante de esta entidad. Jóvenes, con ganas, impetuosos, entregados y
felices de ser donde estaban y en el momento en que estaban. Sin dejar de ser
estáticos – suele ser el mal de todos los coros – se movieron bien, con una
distribución bastante simétrica y bien coordinada, que si bien, falta control
en cuadrar algunos mutis del escenario, por lo que respecta a la
interpretación, no hay nada que objetar.
Fortes bien ejecutados en la plegaria de Cavalleria dieron paso a la jovialidad
del Paglacci, y todo ello, con 25 minutos de diferencia entre una y otra para
cambiar de chip y adentrarse en un ambiente festivo que ha sido precedido de un
terrible asesinato en la primera. Bravo el Coro. Bravisimo.
Santuzza – Turiddu - Alfio
Esta tripleta de personajes son los primeros que nos saludaron en la tarde
del domingo. La muchacha deshonrada, el típico macho siciliano, y el marido
cornudo que, por venganza y celosía, se entera de que hace tiempo que lleva adorno
en la cabeza.
La Santuzza de EUGENIA MONTENEGRO
tiene una voz bonita y timbrada, pero a la que falta dramatismo, o pasión, o…
algo le falta para abordar un papel de esta envergadura y entidad. Empezó bien,
tanto en su “Voi lo sapete, o mamma” y siguió regular en la plegaria junto al
coro.
La cosa empezó a declinar en la segunda parte del dúo con Turiddu. La voz
estaba un poco resentida, pues la de Montenegro es para afrontar papeles con
una pizca más de lirismo y no tanto al extremo verista. La voz pierde corporeidad
en las notas más graves, que quedan opacas, casi inaudibles.
El declive llega en el dúo con Alfio, que salva, pero utilizando un
discurso poco trabajado, muy plano, sin matiz, de autómata. Como si le
estuviera relatando el engaño por pura gimnástica verbal pero sin sentirlo, sin
emocionarse.
Cierto es que su Santuzza no roza la locura o la desesperación de la mujer
traicionada de otras Santuzzas, cierto, y su enfoque es inicialmente válido,
pero, no suficiente. Quizás, un tanto reservada aquí para afrontar con notable
comodidad, el final de la obra que culmina con dos notas dificilísimas, que
deben ser casi gritadas a pleno pulmón.
Un gran “tour de force” es lo que le tocó al tenor ENRIQUE FERRER afrontando este pack Turiddu-Canio.
Dos personajes agotadores, escénicamente opuestos, pero que requieren de
inteligencia, fuerza y cambio de mentalidad.
Interpretar a lo largo de 2 horas, 2 horas y media un personaje que tiene
un arco de principio a fin de la obra es extenuante, pero, interpretar a dos y,
además, distintos, es para quitarse el sombrero. Del típico siciliano, joven, chulo
y macho al desesperado, viejo y abatido Canio, va realmente un abismo, y Enrique
Ferrer llegó y bien.
Sí que es cierto que en cuanto a vocalidad se refiere, estuvo mucho más
cómodo en “Pagliacci” que en “Cavalleria rusticana”, pero, en conjunto, firmó
un más que digno Turiddu. Seguro y entregado aunque el enfoque del personaje se
aleja de su esencia, y aunque se ha cansado de Santuzza, sus gestos, sus
miradas, denotan compasión por la campesina, escondiendo y no mostrando su gran
desprecio y, a la par, asco, para aquella con la que ha medio apagado el
incendio de pasión por otra mujer que aún quema en su corazón.
Su “Mamma, quel vino…” fue atacada con una pizca de dramatismo, quizás aquí
una siempre espera más, pero, con las notas asentadas y bien colocadas.
Caso a parte es el Alfio de TONI
MARSOL, que aunque defiende el personaje, vocalmente se le escapa y no deja
salir la robustez que luego manifestó en su Tonio, para mí, mucho mejor
ejecutado y con mucha más comodidad.
Su “Il cavallo scalpita” queda un poco a medio camino, aunque, ducho en su
oficio, sabe sacarle partido, artísticamente, para que no haya nada que
objetarle. Y en su escena final con Turiddu cumple con las expectativas.
En cuanto al resto del elenco correctos todos en su cometido.
Avanti, avanti, avanti, avaaaaaaanti….
Después de la obligada pausa, 25 minutos, llegó el momento de abandonar
Sicilia, y de poner los pies en Calabria.
Mezz´agosto.
Sobre el ambiente cae un calor infernal. La tarde avanza, lenta, sofocante.
El ambiente se torna pesado. Asfixiante. Saltos y brincos. Vestidos de flores,
de tirantes, gente arreglada y otros que simplemente van cómodos. Se avecina ya
nuestro verano. O es que tenemos ganas de verano, quizás sea esto y por ello
quizás la predisposición sea otra.
Nada. Nada de lo que vemos en el escenario delata que allí va a pasar algo
muy gordo. Violencia doméstica. Un nuevo crimen. Traiciones, celos.
Cuchilladas.
“Pagliacci” de Leoncavallo. Su obra maestra. Una de las grandes joyas del
verismo, fue la que pondría colofón a la tarde del domingo y a la presente
temporada.
De nuevo, el mismo decorado que habíamos apreciado en la Cavalleria y con
el cual ya estábamos familiarizados. Solo una hilera o dos de bombillas
incandescentes, los pósters de cine, y un toldo descorrido encima de unas mesas
y sillas en la parte izquierda del escenario marcaban territorio.
El maestro SERRATE daba inicio a
la ópera con unas pulsaciones seguras y marcadas seguidas de una imitación de
carcajada de los instrumentos de viento que, dieron paso a uno de los “hits”
de esta ópera: el “Prólogo”.
Un haz de luz recorre el escenario. Sabemos que está a punto de salir Tonio
y hacer una manifestación de todo lo que vamos a ver y a vivir a continuación,
matizando que nada de lo que vamos a ver es mentira. Al contrario. Simplemente
vamos a ser testimonio de un pedacito de vida de personas humanas, no de
personajes. Veremos amar, tal y como se aman lo seres humanos y como el fruto
del odio engendra maldad y crimen.
Todo esto y más, es lo que bordó el barítono TONI MARSOL, muy puesto – y mucho más cómodo- como Tonio, el payaso
desgarbado, lascivo y vengativo que desea a la mujer de su jefe.
Ya desde su primera nota, desde su “Si può?” se adivina que su Tonio va a
ser lo que se espera de un Tonio. Con él sabe fusionar, a la perfección la
parte vocal con la artística. Sí que es cierto que quizás el timbre de voz no
sea especialmente bello, pero, su fraseo, su gesto y su entrega pasan por
encima de este detalle cual tsunami que arrasa una playa. También es cierto que
no apostó por ninguna de las notas agudas del Prólogo. Fue a lo seguro y dónde
quizás se sentía más cómodo. Esta es la única espinita que me queda de su
Prólogo.
Choca ya de entrada su caracterización: ojos negros muy profundos sobre una
cara blanca rematada por una sonrisa roja casi de oreja a oreja. Vamos, que,
solo le faltaba la peluca verde y otra clase de vestuario, pero estoy segura
que todos reconocimos en el Tonio de Toni Marsol a uno de los personajes más
psicóticos del cine moderno. Claro está, me estoy refiriendo al Joker que
interpretó el tristemente fallecido Heath Ledger al lado de Christian Bale en “El
caballero oscuro” (2008).
Con esta perspectiva podíamos ya esperar cómo sería su Tonio. Acorrala a
Nedda, pero lo justo. Toda la maldad la manifiesta con gestos y sonrisas, con los
ojos, con ironía. Y claro está con la voz.
Firmó un excelente prólogo como decía pero también un gran dueto con Nedda “So
ben che difforme…” uno de los momentos más bellos de la ópera.
“Bravo!!!. Bravo il mio Tonio”, si se me permite parafrasear el personaje de Nedda,
aunque yo, en esta ocasión lo haga en sentido positivo.
La soprano SVETLA KRASTEVA dio
vida a Nedda, personaje que combinaba con la también soprano Montserrat Martí.
Descubrí a esta cantante el año pasado con su interpretación de Manon Lescaut.
Me gustó ya entonces y me gustó, obviamente, el domingo por la tarde.
Fraseo limpio y agudos bien atacados en todas y cada una de sus
intervenciones: con Tonio, con Silvio y con Canio. Sacó carácter y valentía con
el último; el más puro lirismo en el dueto de amor con Silvio, y el asco y
desprecio con Tonio.
Aunque su personaje se mueve un poco en arenas movedizas, se apasiona pero
tiene que esconderlo, tiene miedo pero tiene que vencerlo, encontré un punto,
solo un punto de frialdad que le va bien al personaje, tanto a Nedda, como a
Colombina en la pantomima que cierra la obra.
En definitiva una buena, buenísima apuesta por esta soprano de la que
esperamos gozar mucho más en Sabadell.
“Tu sei Pagliaccio”. Si, ENRIQUE FERRER
fue Pagliaccio. Y Canio. Dos personajes, quizás no tan distintos, y si un tanto
iguales. ¿La diferencia? La que cree Canio que es: una, solamente una y la
conocemos en los labios del propio Canio: “Il teatro è la vita non son la
stessa cosa…” Esto es lo que cree el feriante. Y lo cree firmemente, aunque el
público, ya desde un principio sabe que no es así porque así, ya nos lo ha
explicado Tonio en su prólogo.
Canio se da cuenta de ello tarde. La vida y el escenario es lo mismo. Canio
es a Pagliaccio, lo que Pagliaccio es a Canio. Y Enrique Ferrer, convencido de
lo contrario aunque acaba claudicando, así sabe reflejarlo en su personaje.
Vocalmente, y ya desde su entrada en escena está más cómodo, en una
tesitura que se amolda mucho mejor a sus posibilidades vocales. Una voz que ha
hecho desfilar por el escenario vallesano con Otello, Manon Lescaut, Carmen, y
ahora con este binomio de óperas cortas, pero, de una exigencia suprema.
Debutaba a Canio el día del estreno, por tanto, el del domingo era su tercera
representación. Cuando tenga el
personaje mucho más rodado, cuando se sienta seguro del todo en su piel y
también musicalmente, puede hacer de él una gran interpretación a la que faltó
un poco de dramatismo en el instante justo anterior a su “Vesti la giubba”.
El aria por antonomasia de esta ópera – junto con el Prólogo de Tonio – fue
afrontada más desde el hondo dolor del hombre traicionado que no desde el
histrionismo patético y llorón que, al largo de muchas décadas, ha quedado
incrustado e indisoluble en manos de muchos de los Canios que haya podido
escuchar en mi vida (aunque, sinceramente, prefiero esta visión).
Hace una introspección al personaje, y no solloza. Su canto liga porque no
imita el llanto ni la falta de respiración del que entra en cólera y no sabe
dominarse, y que tanta veracidad sugiere cuando todo el cuerpo y todo el
cerebro se encuentra en fase o estado de catarsis.
Esto, condiciona también la brutalidad con la que podía afrontar la
pantomima final, pero, Enrique Ferrer equilibra bien al personaje y no se le va
de las manos. Sigue la senda trazada y aunque furioso, intenta dominar al
personaje.
Su vocalidad se adecua y sale victorioso con creces de un cometido, para
nada fácil, brindando, no solo un buen Canio (apostando por todas las notas
altas ya desde el principio en la suicida “Ricordatevi…. A venti tre ore…”)
sino también un magnífico Pagliaccio con su dificil “Meretrice abbietta”.
Ahora por ahora, ENRIQUE FERRER
es nuestra mejor opción para afrontar en el teatro de nuestra ciudad este tipo
de repertorio, que tanto disfruto y que tan buena tarde de domingo me hizo
pasar.
Sí que llegados a este punto quiero hacer dos menciones especiales: la
primera para el Silvio de JOAN GARCIA
GOMÀ, un cantante al cual he visto nacer desde que cantaba en el Cor de la
Sarsuela de Maria Teresa Boix cuando aún era un chavalín, y que ahora, me ha
sorprendido corrigiendo aquella pizca de nasalidad de la que adolecía su voz.
También destacar la bonita y limpia voz de CÉSAR CORTÉS en su breve papel de Beppe y Arlecchino. Hay buen
material aquí.
“Il concetto vi dissi, or ascoltate com´egli è svolto….”
Cual dice Tonio en el final de su prólogo. Parafraseo de nuevo.
Yo solo he explicado una parte. Si queréis saber cómo todo esto se
materializa, se vive y se siente, no dejéis pasar la oportunidad de asistir a
cualquiera de las representaciones que podrán verse a lo largo de la geografía
catalana.
El espectáculo es mucho más que recomendable. Qué digo recomendable…. Es
imprescindible verlo.

Algunos la disfrutaron en vivo. Otros afortunados la siguieron en el cine. Otros, ni tan siquiera la pudimos disfrutar.
Pero siempre nos queda el soñar con que el MET la edite en DVD. Mientras esto ocurre, si es que llega a materializarse, gracias a mi ya colaboradora habitual, mi querida amiga MÓNICA MENCONI, hoy podemos tener una impresión en primera persona de lo que el sábado por la tarde ocurrió en el MET.
Desde el cine, en pantalla gigante, aquí tenemos qué es lo que dio de sí esta tan poco programada ópera y qué le hizo sentir a Mónica nuestro tan querido y apreciado Plácido Domingo.
Pura pasión es lo que supura en sus palabras.
Como siempre, agradecerle el esfuerzo dedicado a escribir estas cuatro líneas después de una intensa función.
¡¡Gracias Mónica!!
Había una vez o cuenta la leyenda……
Todos fuimos pequeños y hemos oído mil y una vez estas tres palabras, o
las otras tres, al inicio de un cuento. A partir de ellas todo podía suceder. Historias
mágicas y maravillosas hacían volar nuestra imaginación.
Crecimos. Fuimos viviendo la vida y perdiendo de vista ese mundo de los
cuentos. Pero la vida…la vida se encarga de darte tantas posibilidades como
sorpresas. Y un día uno descubre los deportes, el cine, el teatro y las artes
en todas sus manifestaciones.
A mi la vida me puso todo eso por delante, y más. Y como soy devoradora
y profundamente apasionada me incliné por aquello que más me fascinaba: el
ballet, la música clásica y la ópera. Vi todo y a todos los que pude en mi país
y fuera de él. Hasta que me hice “adicta” a ese arte que para mi reunía todo:
una historia (verídica a veces, o no), la escenografía, la actuación, el
vestuario, la iluminación, la coreografía, la música, y por sobre todas las cosas la voz humana
expresada a través del canto. Y con ese descubrimiento creo que recuperé todo
lo mágico que había ido perdiendo en el camino.
Pero no es que reseñaría Luisa Miller de G. Verdi? En eso estoy, créanme.
No les voy a contar lo que ya saben, porque los que leen este blog saben
de qué va la cosa. Al final, verán que todo tiene una explicación. O no.
La ópera
Luisa Miller es una ópera poco representada, estrenada en 1849 y fruto
del primer período productivo del compositor que venía a ser nexo entre el bel
canto y el verismo.
El argumento doy por sentado que lo conocen. Si así no fuera, Wikipedia
ayuda mucho. Digamos que muchacha del pueblo (plebeya claro) enamórase, siendo
correspondida, por un joven noble, condición ésta que oculta a su enamorada.
Padre de la muchacha: ex militar, honorable y respetado. Padre del joven: conde
de origen sospechoso y enemigo del anterior. El padre de ella sospecha del
joven, quien finalmente le confiesa a su amada su verdadero origen. Todo parece encausarse pero este amor estará
sujeto a los juegos maléficos del conde y su mayordomo (a la sazon enamorado de
Luisa), amenazas y malos entendidos que desencadenan una verdadera tragedia.
Ambos padres ven morir a sus hijos, y el conde además a su mayordomo.
Se le adjudica quizá escaso valor musical aunque yo no lo creo así.
Dícese que la historia es remanida y cae en lugares comunes, como si nunca se
hubiese hablado de amores no correspondidos o intrigas, traiciones y engaños en
otras óperas.
Luisa Miller es posterior a Macbeth y musicalmente es bella y gentil en
su inicio para ir tomando caminos tensos que derivan en drámáticos y fatales.
Sus personajes demuestran ser profundamente humanos en sus sentimientos y hasta
“políticamente incorrectos”. Esto se manifiesta claramente cuando Miller padre
declara que su hija se casará con quien ella ame, que el derecho a elegir
marido es sagrado. Y era el siglo XIX!!!
El elenco
Convocados a esta performance estuvieron Sonya Yoncheva (Luisa), Piotr
Beczala (Rodolfo, que otrora encarnara Domingo tenor), Plácido Domingo (Miller
padre), Alexander Vinogradov (Conde Walter, padre de Rodolfo), Dmitry
Belosselskiy (Wurm, mayordomo del Conde y enamorado de Luisa), Olesya Petrova
(Federica, Duquesa enamorada de Rodolfo) y Rihab Chaieb (Laura, aldeana amiga
de Luisa).
El elenco no podía ser mejor. Beczala (tenor) encaraba su primer Rodolfo
(que otrora cantara Domingo), Yoncheva (soprano) su primera Luisa y tercer rol
de la temporada en el MET y Plácido Domingo (hoy barítono) estrenaba su rol n°
149 (según se propia cuenta) como Miller padre. Los rusos Belosselskiy (debut)
y Vinogradov, ambos bajos.

YONCHEVA demuestra una
ductilidad asombrosa al encarar su tercer rol en una misma temporada. Y creo
que esta Luisa le va muy bien a su voz. No tiene la exigencia de una Elizabeth
de Valois, pero sí tiene momentos belcantistas que ella sortea con gran
solvencia y arias y dúos de notoria exigencia expresados todos con gran
sentimiento, compromiso y veracidad. Su voz siempre bien proyectada aunque en
la zona baja tenga una cierta tendencia al engolamiento. Su Luisa está muy
enamorada y lo manifiesta, también se angustia ante el posible engaño y se
muestra estoica cuando decide no ingerir alimento alguno. Los dúos finales,
primero con su padre y luego su enamorado son de enorme entrega y
magníficamente cantados.
(Aquí me detengo en dos pequeños detalles:
a) un gesto vulgar me llamó la atención, cuando le dicen que su
enamorado es noble, hijo del Conde Walter el enemigo de su padre, ella
manifiesta su incredulidad juntando la yema de los dedos y moviendo la mano
hacia arriba y abajo;
b) debe dejar de mirar tanto los monitores laterales, consideremos que
es la quinta función y va al mundo en HD).
PIOTR BECZALA se consagra a su Rodolfo y con su Rodolfo. Asi se lo demostró el
público con su ovación al término de la famosa aria “Quando le sere al placido”
y en el saludo final. Fue de menos a más pero siempre entregado, la voz
abierta, nítida, muy prolija dicción, agudos emitidos con absoluta limpieza
para irrumpir en el tercer acto con una determinación, potencia e
interpretación notables. Gran tarde para él!
Notable el bajo ruso VINOGRADOV.
Su Conde Walter fue malo, falso e indiferente según fue desarrollando su rol
hasta sufrir el castigo final viendo morir a su hijo. Posee una voz importante
que proyecta muy adecuadamente y se desenvuelve con soltura. Fue muy bien
recibido por el público.
DMITRY BELOSSELSKIY resultó una sorpresa por su gran desenvoltura, la potencia de su voz e
importante presencia escénica. No dudó en acomodar la carta y la pluma que
Luisa había desechado por los aires, ni descuidó detalles de cómo sentarse y
cruzar las piernas frente al Conde cuando éste le revela su plan. Muy
aplaudido. Para tenerlo muy en cuenta.
OLESYA PETROVA dotó a su Federica de los aires propios de una noble enamorada y
caprichosa dispuesta a todo para desposar a Rodolfo. Muy buena mezzo.
Un papel agradecido aunque pequeño es el Laura, la aldeana amiga de
Luisa. RIHAB CHAIEB lo cantó con
mucha ternura, su voz es dulce y ligera sin dificultades para llegar a los
agudos. Joven y bonita. También ella para tener en cuenta….
El coro tuvo un desempeño correctísimo si bien no tiene tanta presencia
durante la obra. Excelentes los niños de la aldea, como si jugaran y corrieran
en la suya propia.
La puesta
ELIJAH MOSHINSKY se caracteriza por su rigor, su extremo cuidado, su exquisitez en lo
sencillo. Impecable puesta.
La escenografía y vestuario fueron responsabilidad de Santo Loquasto.
Debería agregar algo más a su nombre? No lo creo….
Un excelente diseño de luces estuvo a cargo de Gregory Keller. Nada fue
descuidado en este aspecto.
Dirección y orquesta
Es notable cómo un gran director puede extraer de una partitura su
esencia, transmitírsela a sus músicos y a los cantantes logrando que cada momento
tenga la tensión necesaria. Un gran desempeño de BERTAND DE BILLY, su autoridad al servicio de la música de Verdi
hizo de esta Luisa Miller un verdadero disfrute.
Lo que creen que me olvido, no lo olvido: merece párrafo aparte
PLÁCIDO DOMINGO
Este señor de 77 años irrumpe en la escena con tal vigor que de entrada
ya te tira para atrás en tu butaca. Uno esperaría que comenzara tranquilo para de
a poco ir creciendo y no cansar demasiado su voz. De ningún modo! Canta y
parece que ya estuvo calentando hace horas. Su papá Miller posee toda la
dulzura por una hija única que sospecha ha sido enamorada por un hombre de poco
serias intenciones. La ama pero no le impone su autoridad sino que le da
libertad. Sufre por ella, enfrenta con fiereza a Rodolfo y a su padre que es su
enemigo, pero cede cuando comprende que el amor de Rodolfo es verdadero. Qué
prodigio vocal es Domingo! Qué actor consumado! Su entrega en la escena no
tiene límites, sinceramente no los tiene. Ese dúo final con su hija transmite
tan profunda emoción que es imposible contener las lágrimas. Y no he sido solo
yo, hubo varios en la platea en las mismas condiciones.
Al principio les hablé de las historia mágicas que nacían con “había una
vez” o “cuenta la leyenda” y de cómo la ópera me ayudo a recuperarla. Fue algo
más que la ópera…fue el señor Plácido Domingo cantando ópera.
Siempre digo dos cosas:
1) si Plácido subiera a un escenario y cantara “Mambrú se fue a la
guerra” seguramente todos lloraríamos por Mambrú debido a la credibilidad de su
interpretación.
2) Los que pasamos los 50, y más, no tuvimos la posibilidad de ver y
gozar de una María Callas; en compensación Dios nos permitió ser contemporáneos
de este señor. Del señor Plácido Domingo.
Cuando las generaciones que nos sucedan busquen, quieran saber o
simplemente investiguen en los libros (si para ese entonces existen claro), en
Wikipedia, Google o lo que fuera que haya, encontrarán que todo se inicia con:
“Había una vez…un tenor” o “Cuenta la leyenda que un tenor…..”.
Gracias a Dios es real, tan real que lo disfruté en vivo varias veces,
muchas veces. Hablé con él hasta por celular. Le di abrazos y besos. Era tan
real….en serio….pero claro…..se lo juro!!!!