Estoy leyendo Postguerra de Tony Judt, libro que aborda la historia de Europa en los años posteriores al final de la guerra mundial y abarca aproximadamente hasta 2005. Hay muchos temas relevantes pero quiero traer uno que me ha parecido de singular importancia, me refiero a cómo se llevó a cabo el proceso de desnazificación de Alemania Occidental, la que estaba bajo administración norteamericana y occidental, no la que estuvo bajo la administración soviética.
Me he quedado bastante sorprendido, de hecho era un tema que no dominaba, al conocer el proceso por el que se enfrentó a los alemanes a su pasado nazi. Se intento investigar y depurar a los elementos nazis presentes en la vida alemana de posguerra, pero la realidad es que la inmensa mayor parte de las personas relevantes en el campo de la enseñanza, judicatura, industria, funcionarios, miembros de la policía o el ejército habían sido nazis con mayor o menos responsabilidad, y había que levantar un país en ruinas -la derrotada Alemania- intentando saber quién había sido quién en el periodo nazi de doce años. Fue imposible por más cuestionarios que se pasaran para determinar responsabilidades y dichos cuestionarios eran objeto de burla llamándolos “persil” por el nombre del famoso detergente. A muchos civiles alemanes se los obligó a visitar los campos de concentración donde se habían cometido las mayores atrocidades nazis, pero aquellos no estaban interesados en conocer su pasado y más bien se sentían objeto de la venganza por parte de los vencedores y se veían a sí mismos cómo víctimas. Para obtener cartillas de racionamiento en algunos casos se los obligaba a ver documentales sobre los campos de exterminio de Dachau y Buchenwald pero los asistentes giraban la cabeza y no miraban durante la proyección del documental. No querían saber y una buena parte de los alemanes seguían creyendo que el nazismo era una buena idea pero que había sido mal llevado adelante, igual que muchos seguían rechazando a los judíos con los que no querían convivir, y entendían que se los hubiera perseguido igual que a los polacos. No sabían qué pensaba el mundo acerca de ellos y más bien eran conscientes de las dificultades de la posguerra -carencia de bienes básicos como alimentos, ropas, educación, asistencia sanitaria- más que preocuparse por su pasado. El futuro canciller alemán Konrad Adenauer expuso en 1946 que la desnazificación estaba siendo llevada demasiado lejos y que había que dejar de perseguir a los compañeros de viaje de los nazis, y dijo que podía conseguir un resultado contrario al pretendido porque fomentaba la victimización de la población alemana.
El caso es que la mayor parte de los nazis, incluso pertenecientes a las SS y la Gestapo, no tardaron en reincorporarse a la vida laboral en una Alemania nueva, y los empresarios de las industrias de la muerte, tampoco tuvieron dificultades para volver a la vida pública.
En una encuesta de 1946 un 37% de los que respondieron dijeron que el exterminio de judíos, polacos y otras razas no arias era necesario por el bien de Alemania. Pocos años después de la guerra, un 25% de los encuestado tenían una buena visión de Hitler y no comprendían por qué tenían que ser castigados cuando en realidad eran víctimas de los aliados.
La tarea de desnazificación fue prácticamente imposible, salvo los juicios de Nurenberg en que fueron juzgados jefes nazis con distinto resultado, y en los que frecuentemente las víctimas fueron objeto de acoso por parte de los victimarios.
La reconstrucción de la nueva Alemania Federal fue hecha con el ingrediente del olvido porque buena parte de la sociedad había sido nazi con entusiasmo y formaban parte del sistema que ahora se pretendía juzgar.
Cuando Primo Levi era repatriado se cruzaba con alemanes y los miraba a los ojos para preguntarse cómo lo habían hecho, por qué lo habían hecho, y se encontraba el vacío en sus miradas, más que nada porque la mayor parte no se arrepintió jamás de lo que había pasado. Otra cosa es que hubiera que iniciar otra historia diferente. Se tardaría bastante tiempo para que los alemanes fueran conscientes de lo que había sucedido. Al final de la guerra, nadie quería recordar. Se impuso el olvido.
Hace unos días hablaba con mi hija mayor -27 años- que es científica y trabaja en París sobre un espectáculo que iba a ver sobre Don Quijote, una versión que actualizaba al personaje literario. Le pregunté entonces si ella había leído El Quijote y me dijo que en el colegio pero de aquella manera. Entonces le pregunté si lo tenía entre los libros pendientes -ella es ávida lectora-, pero me dijo que ¡uf!. Con ese lenguaje antiguo que no hay quien lo entienda o siga... Y entonces me di cuenta de que ella es lectora, pero esencialmente de obras actuales, con un lenguaje de nuestro tiempo, y que no ha leído libros fuera de nuestro registro temporal presente. Y fui consciente de que esto es algo generalizado. El único lenguaje que se entiende es el esencialmente denotativo, sin demasiado estilo, y que tiende a explicar todo. Los libros del pasado, incluso de un pasado no demasiado lejano, se convierten en opacos para los lectores jóvenes -y no tan jóvenes-.
He sido profesor de literatura muchos años y durante buena parte de mi experiencia como docente hice leer a mis alumnos de dieciséis y diecisiete años libros como El Lazarillo, La Celestina, El cantar de Mío Cid, El libro de buen amor, obras de Lope y Calderón, La lozana andaluza... sin que eso supusiera un problema esencial. Me refiero en los años ochenta y noventa cuando existía el antiguo BUP. El lenguaje de los clásicos no era un problema para poder disfrutar, con la adecuada aportación del profesor, de su lectura.
Mi hija nació en 1997 y ya vivió en su adolescencia el mundo de los móviles inteligentes -se salvó en su niñez de ellos-. Pienso que esto fue un proceso general. La tecnología se ha impuesto como realidad existencial y ha desarrollado un lenguaje concreto muy simple, puramente explicativo, apoyado en emoticonos y avatares que evitan el recurso a la sutileza y el estilo. No se soportan registros complejos en cuanto a estructura de composición. Todo tiene que ser explícito y directo, además de esencialmente rápido. Y yo diría que transparente, no se admite la ambigüedad que incite a la perspicacia del lector para desentrañar el mensaje. Y, en tal caso, la literatura del pasado se hace ilegible tanto por el estilo como por los temas y tratamientos. Y todo se juzga estilística y moralmente desde la perspectiva única de nuestro tiempo en una suerte de presentismo absoluto. El mundo del pasado, que respondió a circunstancias diferentes del nuestro, se siente como ajeno y se lo juzga como lento, complicado, aburrido, además de machista, clasista y racista. Y deja de interesar a los lectores jóvenes que lo ven totalmente diferente del tiempo de vibración de un presente absoluto. Nos hemos distanciado en todos los sentidos de obras clásicas que resultan totalmente inabordables y anticuadas.
El criterio que se impone a todas luces es de que una obra no debe ser aburrida y tiene que ser clara y sin florituras estilísticas que nos distancien de un mensaje que también debe ser de nuestro tiempo, que responda a nuestras coordenadas vitales.
Los clásicos y la literatura de más de veinte años -y aun soy generoso- está alejada de los gustos actuales y no se lee por parte de lectores jóvenes -piénsese que me refiero a los que precisamente leen y no a los que no leen nada que es lo más común-.
Paralela y sorprendentemente, se da el fenómeno de que se publican más libros que nunca por medio de autopublicaciones, se utilizan los blogs como recurso expresivo, y hay plataformas como Wattpad, Scrivener, IA Writer, Ulysses..., que son utilizadas por creadores para dar forma a sus relatos de forma mayoritaria con un lenguaje actual y con referentes éticos, morales y de género que corresponden a lo que hoy se ha impuesto.
Son numerosos los talleres de escritura para escritores noveles que desean escribir su propia novela, aunque no sé si con una buena base de lecturas formativas. Me da la impresión de que no.
En conclusión, vivimos una realidad de aristas complementarias. Se lee poco, lo que se lee es rabiosamente actual, y por parte de muchos se intentan escribir narraciones o poemas en las redes sociales y plataformas citadas que se ofrecen a los lectores que desconocen las reglas básicas de la composición escrita fijadas por los clásicos. El mundo del pasado es un muermo lleno de aburrimiento por su fijación estilística y sus temas anticuados. Ahora se impone que hay que explicarlo todo y de forma transparente.
¿Leer El Quijote o La vida es sueño o La Regenta o Luces de bohemia?
Ni los más viejos del lugar ya lo intentan.
Hay una caminata estrella para mí, es la que lleva desde Sant Boi o Cornellà a Sitges. Hay varias rutas posibles y las he ensayado varias ocasiones. Probablemente la haya hecho más de una treintena de veces. Supone unas nueve horas y media de andadura y unos treinta y seis kilómetros. La he hecho en solitario el día dos de mayo y en compañía de mi amigo Jorge ayer jueves, veintitrés de mayo. Pasamos por varios tipos de paisajes que van desde el bosque a la desolada sierra del Garraf en que hay que caminar con cien ojos por lo abrupto del sendero por entre palmitos y lentiscos, endémicos de este territorio metafísico del Garraf.
Caminar treinta y seis kilómetros en una jornada sigue siendo un buen ejercicio tanto físico como anímico. Sea cual sea mi estado anterior de tensión -y ayer comencé abrumado por un problema de obras de comunidad que tengo que llevar adelante- cambia radicalmente. El cansancio es terapéutico y liberador. Tuvimos que subir varios ascensos de importantes desniveles que suponen un ejercicio típico del cardio, o sea, excelente para el corazón.
Esta excursión supone una prueba de mi estado físico y poderla realizar me proporciona la seguridad de que estoy en forma para soportar un esfuerzo importante. He dejado el gimnasio porque me aburre, pero una vez a la semana hacemos una caminata en que pasamos una serie de horas en animada conversación en la que está proscrita la política por común acuerdo. Las obras de la comunidad son también tabú por la extrema desazón que me producen. Nos quedan multitud de temas acerca de nuestras familias, hipotéticos viajes de verano, lecturas -mi amigo es un gran lector de novela policíaca, casi su único tema, mientras que yo frecuento literatura complicada y ensayo: ahora leo la exigente Las alas de la paloma de Henry James y una edición crítica de Cántico espiritual de San Juan de la Cruz-, reflexiones sobre el feminismo -habría que oírnos: decimos lo que no se puede expresar en casa con nuestras mujeres y nuestras hijas-, el debate ecológico y el coche eléctrico, etc, etc.
Al llegar a Sitges sobre las seis de la tarde, nos vamos a una heladería y nos zampamos helados de dos bolas y disfrutamos por haber conseguido una vez más nuestra pequeña proeza que nos pone a tono anímico. Y esa noche, el cansancio es de tal magnitud que se duerme profundamente, con una sensación de lasitud y de fatiga maravillosas. Y todo lo que me afligía se ha desvanecido. Espero seguir haciendo esta caminata varias veces al año muchos años todavía.
Ver el azul del mar más allá de la acre y adusta tierra del Garraf es un espectáculo que alimenta el alma. Y además no me da tiempo a pensar en nada porque es mi cuerpo físico el que ha de esforzarse y respirar, especialmente en los ascensos, con fruición. Al final del día me duelen las plantas de los pies. Cada vez es diferente aunque el paisaje sea siempre el mismo, pero cambia el cielo y las nubes, el horizonte, mi estado anímico previo, el viento, el calor, los trinos de los pájaros. Mola.
Leo en la terraza 1491 de Charles C. Mann, sobre el espinoso y complejísimo tema de la población en el hemisferio occidental -América- antes de la llegada de los españoles. Uno de los principales historiadores -Dolbys- la establece entre noventa y ciento doce millones de habitantes que en las sucesivas epidemias víricas -hepatitis, viruela, tifus, sarampión- redujeron la población en un 95%, entre noventa y cien millones de víctimas. Desde que pusieron un pie en el continente, en la isla de la Española, comenzó la debacle demográfica que llegó hasta lugares donde no habían llegado los europeos por su propia expansión interna. Los incas fueron destruidos y vencidos por su desunión y por las epidemias. La viruela ya los había alcanzado y murieron como moscas, lo que los debilitó y propició guerras civiles que los terminaron destruyendo. No fueron las armas o los caballos los que vencieron a los indios, según se creía. Hubo lugares donde los indios resistieron durante muchos años la llegada de los europeos.
La lectura de 1491 es apasionante. Se da cuenta de la indefensión genética de los nativos americanos ante las epidemias que vinieron del Viejo mundo que los llevaron cerca de la extinción, algo que era inevitable pues es imposible impedir la transmisión de patógenos en un tiempo que no había vacunas para las que faltaban varios siglos y se desconocía la idea de contagio. El caso es que las poblaciones americanas sufrieron una devastación humana cuyo alcance se discute intensamente. Los hay, investigadores, que niegan que la destrucción humana fuera de la dimensión que propone Dolbys lo que llevaría a suponer que el territorio de lo que después fuera América estaba apenas poblado y haría sólidos los argumentos de que los europeos se adueñaron de algo que estaba vacío con algunas excepciones de algunos salvajes que andaban por ahí. Los activistas indios niegan este extremo y sostienen que había verdaderas civilizaciones con decenas de millones de habitantes que fueron arrasadas por la llegada de los europeos fuera por la violencia o por los virus y bacterias. Es un debate en el que no hay cifras sino solo suposiciones y el silencio como trasfondo. Yo, como lector, me estremezco pensando en el momento de la llegada de Colón a las costas de La Española en 1492 y lo que iba a desencadenar. Ese encuentro entre dos mundos de que se ha hablado fue el inicio de la mortandad más terrorífica de la historia por la inmunodeficiencia de los indios ante las enfermedades que en Europa ya eran antiguas. Pensar que desaparecieron el noventa y cinco por ciento de los primitivos habitantes de América es terrorífico, pero surge la constatación de que esto era inevitable con los medios que había en aquel momento. Faltaban siglos para el descubrimiento de las vacunas y la llegada de la medicina moderna con los antibióticos. Nacer en el siglo XX ha sido vivir una época benévola con buena parte de la humanidad occidental frente a la realidad de las pandemias asesinas del pasado.
Nos echamos la siesta y leo Filosofía felina de John Gray. Los gatos son solitarios y no se pasan la vida pensando en sí mismos y en que han de morir. No tienen conflictos consigo mismos porque siguen su propia naturaleza. Los seres humanos muchas veces vivimos contrariando nuestra naturaleza y temiendo la muerte, y para luchar contra este miedo, existen las distracciones y la filosofía -y ahora la autoayuda-. Hay muchas distracciones para olvidar por un momento que vamos a morir: las relaciones sociales, el deporte, el arte, la comida, el alcohol y las drogas, el trabajo, el sexo, y también el amor. Los gatos no necesitan nada de esto porque no viven atemorizados por la muerte ni por el dolor que puede conducir a ella. Viven plenamente, sin necesidad de hacerse valer ni de buscar actividades o acciones que justifiquen su vida. No necesitan la acción ni el pensamiento creador o atormentador. No viven pensando en el momento que vendrá después ni temen el mañana. Son libres y no tienen dueño. Los humanos no somos sus dueños. Cualquiera que haya estado con gatos tendrá esa convicción a diferencia de los perros. Pueden cogernos afecto, pero si algún día faltamos porque nos hemos ido o morimos, no nos echarán de menos, y su vida seguirá igual. Son criaturas que nos fascinan porque se pasan la vida jugando como si esta fuera un parque de atracciones, y la mayor parte del tiempo se lo pasan durmiendo -se calcula que un gato duerme dieciocho horas al día-. Los seres humanos construimos de nuestra vida un relato para explicarnos y comprendernos pero los gatos no necesitan acceder a dicha explicación para existir. No se piensan a sí mismos como seres individuales, pero los que vivimos con gatos, sabemos que cada gato es un mundo radicalmente diferente al de otro gato. Su libertad nos cautiva, cuando nosotros vivimos encerrados en estereotipos y poses sociales para podernos conducir en sociedad.
En la edad media se los torturaba salvajemente de los modos más crueles y se los relacionaba con el diablo y con las brujas. Pero lo que los hombres temían más de ellos era su sentimiento de libertad cuando todos vivían atemorizados.
Son criaturas que expresan el taoísmo en el sentido de seguir la propia naturaleza, y la no acción, el Wuwei, el no tener que justificar la vida mediante acciones u objetivos que los humanos vamos trazando continuamente para intentar darnos sentido. Y nos podríamos preguntar qué es eso del sentido, por qué necesitamos imperiosamente dotarnos de sentido como escribió Viktor E. Frankl en su aclamada El hombre en busca de sentido. Los gatos no necesitan dicho sentido a la vez que son profundamente observadores y viven plenamente el momento presente sin angustia por lo que vendrá después. No se interrogan sobre sí mismos y viven desprovistos de culpa o de responsabilidad o de moral. No buscan ser mejores o altruistas. No tienen conflictos con su naturaleza. No tienen miedo de nada, solo buscan comer, jugar, dormir y aparearse si los dejáramos pero los castramos para adaptarlos a nuestra vida. A la vez siguen siendo gatos domésticos pero conservan el sentido salvaje de la libertad.
Los hombres muchas veces nos sentimos alejados de nuestra propia naturaleza a la que tememos y vivimos atemorizados de ser nosotros mismos. Los gatos nunca. Son ellos, sin sentido del ego, pero sin miedo de ser lo que son.
La maniobra de Pedro Sánchez es muy peligrosa para España. Pretende salir en defensa de su mujer, Begoña Gómez, acusada de corrupción y tráfico de influencias, además de tener una cátedra en la universidad sin ningún mérito académico. Pero Sánchez no ha dicho que su esposa es inocente de los cargos que se le imputan, no, ha dicho que quien la acusa es un sindicato ultraderechista. No ha negado los cargos sino la identidad de los denunciantes, como si este no fuera un país en que todas las tendencias políticas tienen el mismo derecho a existir y a plantear sus denuncias. ¿Por qué la ultraderecha tiene menos derechos que la ultraizquierda y los separatistas? ¿Por qué a unos se los considera parte del sistema y a otros se los excluye como si fueran apestados? No lo entiendo, pero lo que sí sé es que la figura de Sánchez divide profundamente a los españoles en tendencias fratricidas que se convierten en incompatibles. Sánchez es un presidente tóxico porque nos enfrenta y porque se hace eje absoluto de lo que es bueno y de lo que es malo. Necesitamos un presidente menos personalista, al que no haya que seguir como seguidores de un gurú que nos da identidad. Se pretende perseguido por la derecha y la ultraderecha y él se cree investido de una legitimidad que no le han dado las urnas, pero sí los pactos posteriores. Pienso que Sánchez es malo para la democracia porque es un elemento en el que estás con él o estás contra él, como si fuera un elemento moral incontrovertible que representara el progreso y las causas verdaderas de la izquierda, aplastando a la derecha que no tendría derecho moral a existir.
Sánchez anhelaría vivir en una Venezuela como la de Maduro o en Nicaragua o en Cuba, vivir sin oposición, pero todavía no puede aplastar al poder judicial calificado por sus adláteres como fascista. Más de media España es considerada fascista en su entramado mental, tan peligroso como fratricida. La oposición y la prensa contraria a él son considerados ultraderechistas, incluidos Felipe González o Alfonso Guerra que denuncian la realidad de nuestro momento histórico. Fernando Savater no se cansa de analizar el sanchismo y su conclusión es demoledora. Todos los que nos oponemos a Sánchez somos fascistas. Y sus partidarios en el partido socialista han de salir a defender al líder como si de un yogui se tratara.
Es un personaje siniestro que nos divide. Es un político tóxico que nos hace adorarle u odiarle. Y eso es malo para la democracia. El eje de todo esto, ahora es Begoña Gómez, el que se ha revelado el talón de Aquiles de un hombre que se cree investido para la ambición de cambiar la historia y de volver a enfrentarnos a los españoles.
Sánchez, vete.
"Soy votante del municipio de Orexa en Gipuzkoa, perdonen que no escriba en euskera pero este blog españolista, Cisne en llamas, se expresa en castellano y me han pedido que escriba mi punto de vista sobre las elecciones en un municipio de Euskalerría donde han arrasado los que representan la única opción válida y valiosa, EH Bildu.
Somos ochenta y cinco votantes en el pueblo y hemos votado sesenta. Todos hemos votado a EH Bildu y ni siquiera el miserable PNV ha sacado un voto. No ha habido ningún voto más a ninguna candidatura. Me alegro de vivir en un municipio donde todos somos iguales. Aquí no podría vivir alguien que no fuera como nosotros, que no sintiera como nosotros, que no se comportara como nosotros, los que nos encontramos en la casa del pueblo a tomar unos ardo zuria -vinos blancos para que los visitantes del blog entiendan-.
Me siento orgulloso de que todos seamos iguales, de que todos votemos al mismo partido, el que representa la continuidad de Euzkalerria entre el pasado y el futuro, aquellos que nos sentimos, seamos veinteañeros o sesentones, herederos de nuestro movimiento de liberación, la incombustible ETA que tanto dolor causó a los enemigos de nuestra patria. Y no puedo decir sino que ¡viva ETA!, la impulsora y base intelectual y patriótica de Bildu, nuestro partido que no renuncia a la lucha armada porque cada tiro en la nuca que disparaban nuestros gudaris -tengo veinte años, pero soy consciente de ello- era una bala que nos aproximaba a la liberación de nuestro pueblo. El charco de sangre de los invasores, de los españoles que eran ejecutados en nombre del pueblo, ahora en Orexa cobra sentido porque todos somos iguales y nos sentimos orgullosos de ser vascos desde siempre en nuestra tierra verde y hermosa, en la que se habla únicamente euskera, el idioma anterior a los romanos y que da identidad a nuestro pueblo, aunque en las ciudades pútridas y adocenadas de Bilbo, Donosti y Vitoria todavía hay hijos de puta que votan a opciones que no son euskaldunas.
Odio a los españoles, odio a España y mi odio festivo sirve para humillar desde una tierra fértil y rica a esos miserables maketos, como los llamó Sabino Arana, que vinieron a contaminarnos y a aplastarnos. España, tierra de pobres y miserables, cuyo ADN es infinitamente inferior al vasco que es puro, sin contaminación judía o mora. Solo los catalanes, compañeros de desdicha de soportar una opresión inicua española, se identifican con nosotros y escupimos y vomitamos igualmente cuando nos hacen escuchar el himno nacional español, melodía casposa y ridícula pero cargada de simbolismo opresor.
Pero nuestro camino está próximo a su desembocadura y Euskal Herria se acerca a su cenit glorioso a partir de estas últimas elecciones donde los meapilas del PNV han sentido el aliento del pueblo de Gipuzkoa y de Araba en su cuello. Se entenderán con los maketos socialistas pero nosotros esperamos nuestro turno para demostrar que en Euzkadi solo pueden vivir los que son igual que nosotros, los que sienten como nosotros, los que viven como nosotros en una burbuja que nos da sentido. Y el resto que se vaya, que se esfume, que huya porque no son bienvenidos. En nuestra tierra solo pueden vivir como en Orexa los que son como nosotros, los que vivimos como en una colmena con una mente superior que nos da sentido. Somos vascos, no somos españoles ni franceses y nuestro odio inconmensurable va creciendo. Antes pegábamos tiros en la nuca o poníamos bombas de goma 2, pero ahora no somos menos audaces, aunque atendemos a criterios europeos pacifistas que despreciamos porque nuestros gudaris del pasado o del presente son nuestra alma. Cada tiro del pasado o cada bomba tenían su razón de ser. Nosotros somos herederos de ello y vamos ganando. Viva Euskal Herría y la lucha de Bildu-Sortu porque nos aproxima a la victoria de nuestro pueblo".
El municipio de Orexa existe y el resultado de las elecciones es que el cien por cien de los votantes ha votado por Bildu. Esto es una recreación de un hipotético votante, no demasiado lejos de la realidad.
Participo en los debates de un grupo joven que se ha constituido en España en defensa de la energía nuclear con el objetivo prioritario en este momento de que no se desmantelen las centrales nucleares que nos quedan, concretamente 5 -Almaraz I y II, Ascó I y II, Cofrentes, Vandellós II, y Trillo. Las centrales nucleares de Almaraz son protagonistas del próximo desmantelamiento si no se hace algo al respecto, y, por ello Econucleares, un grupo verde y ecologista a la vez que pronuclear hace una tarea de difusión en las redes sobre el gravísimo error que supondrá cerrar la central de Almaraz. El pasado 23 de marzo hubo una manifestación en la plaza de Sant Jaume en Barcelona de un centenar de personas que se presentaron en público para deshacer tantos mitos y leyendas sobre la energía nuclear, objeto de un tabú público que no se ha sometido a debate social en cuanto a inconvenientes y grandes beneficios. De momento, si se cierra Almaraz, será la condena de esta población que depende en gran medida de la central, y se prescindirá de los 2100 MW de potencia eléctrica que aportan los dos reactores.
La política del gobierno español, igual que del alemán y suizo entre otros es la del desmantelamiento de las centrales nucleares por un supuesto peligro que no es tal, y su cierre en países como España supondrá una dependencia en más del 20% de otras fuentes de energía como es el gas y el carbón. Sustituimos las centrales nucleares por la importación de gas de Argelia, país que se ve con la llave de control totalmente de nuestro suministro energético. Esto es lo que defiende Greenpeace: sustituir la energía nuclear por gas natural. ¿Es acaso verde el gas natural? ¿No es un hidrocarburo que produce cantidades ingentes de CO2 mientras que la energía nuclear es totalmente limpia? Lo que sale de las grandes chimeneas de los reactores no es radiación, es vapor de agua.
Países como Suiza quieren desmantelar sus tres centrales pero empieza a haber algún movimiento pronuclear que alerta de la dependencia que supondrá para el país helvético de la energía exterior.
Se han contado muchos bulos e inexactitudes sobre la energía nuclear, la fuente de energía más limpia que existe actualmente mientras que no se produzca la llegada de la fusión nuclear que no se sabe cuántas décadas tardará. Se alude a los accidentes de Chernóbil y de Fukushima como treta del terror para mover la psicología de la gente, pero Chernóbil no representa la realidad de las centrales nucleares europeas puesto que allí se llevaron a cabo pruebas inadecuadas a baja potencia y se ignoraron las medidas de seguridad totalmente lo que supuso la pérdida del control del reactor que se sobrecalentó y se derritió a través de las barreras protectoras. Todas las centrales existentes tienen medidas de seguridad de varios niveles lo que hace imposible dicha repetición, fruto de los errores más absurdos e inconcebibles.
Fukushima es otro caso que se alude pero aquello sucedió por un maremoto de fuerza incontenible y no por la seguridad de la central nuclear.
Otro tema en que se hace hincapié son los residuos nucleares pero es más la mala fama que la realidad de su peligrosidad puesto que dichos residuos son gestionados con total seguridad en cementerios nucleares como el del Cabril en España o en los depósitos de las mismas centrales nucleares.
En el grupo de Econucleares, no dependiente de ningún grupo de presión eléctrico, participan decenas de cooperantes con reuniones periódicas y grupos de discusión sobre el tema para intentar concienciar en la medida de sus posibilidades del grave error que supondrá el cierre primero de Almaraz y luego del resto de centrales nucleares como está previsto.
Por supuesto, no son una solución las energías eólica y fotovoltaica que no producen ni de lejos lo que dejaríamos de producir si se cierran las centrales nucleares y, además, por la noche no hay energía solar y los molinos de viento, rechazados en tantos y tantos sitios de España porque destrozan el paisaje, solo funcionan cuando hace viento. Son energías importantes pero que no pueden sustituir la producción eléctrica nuclear. Lo dicho, el único sustituto real es el gas del que ya dependemos y dependeríamos mucho más.
En los años ochenta se produjo un movimiento antinuclear que caló en la gente porque hablar de radiactividad es un elemento seguro para aterrorizar a la opinión pública desinformada. Y se hizo popular el famoso ¿Nuclear? No, gracias. Entonces, por motivos que relacionan las armas nucleares con la producción pacífica de energía atómica, se creó una corriente de opinión negativa que ningún grupo ha tratado de contrastar con datos seguros y fiables. Esta es la labor ingente que tiene Econucleares por delante. Con este grupo, no dependiente de ninguna plataforma energética, se empieza a difundir una imagen de energía limpia y productiva sin ningún peligro con las medidas de seguridad de alto nivel que existen.
Si alguien quiere contactar con Econucleares, hay un canal de whatsapp abierto a todos aquellos que quieren interesarse por el tema. Y hay una web https://www.econucleares.com/contact y un correo electrónico para saber más: contacto@econucleares.com
Bajo al Milenio a leer y acabo el libro prácticamente y he de decir que me ha conmocionado en su defensa de la tesis de que todo lo que somos está previamente en nuestra biología, nuestros genes y en nuestros orígenes en cuanto a ambiente, historia familiar, clase social... Es muy diferente nacer en Sudán del Sur a nacer en una buena familia aristocrática de Nueva Inglaterra. Todo está en los genes, en nuestra biología y nuestras circunstancias, es la tesis de Robert Sapolsky. No somos responsables por la altura que tenemos, ni por nuestra constitución física, ni por nuestras enfermedades físicas o psiquiátricas. No tenemos mérito por nuestro carácter, ni por nuestro atractivo físico o psicológico, ni por nuestras virtudes, ni por nuestros logros o inteligencia intelectual o emocional, todo lo recibimos en un paquete cuando nacemos y se conforma tras nuestro nacimiento en la clase social en que naces, en el país en que naces, el color de la piel que has tenido, y el desarrollo de la corteza cerebral, condicionado por la infancia y la adolescencia. Uno es como es y no puede sentirse culpable de lo que es, ni sentirse orgulloso de sus logros. Pero esto contradice nuestra concepción del ser humano que enfatiza el mérito, la virtud, el esfuerzo, la voluntad, nuestras conquistas... Es una percepción muy diferente de lo que es un ser humano menos épica y claramente desoladora pues pensamos que hay personas a las que admirar por sus conquistas y no entendemos que haya tantas que se hundan en circunstancias adversas, sean psicológicas, sociales, patológicas, de ambiente, o incluso de la mala suerte, factor no desdeñable. Todos nacemos, en esta concepción, determinados por x+1 factores que nos definen, no somos culpables de nuestros fracasos ni de nuestra obesidad, ni de nuestro carácter ni de nuestras enfermedades pero tampoco somos admirables por lo que conseguimos y que creemos que es fruto de nuestros esfuerzos, de nuestra inteligencia, de nuestra tenacidad, de nuestra fuerza de voluntad cuando todo esto está ya marcado en la biología y en la genética.
El otro día Daniel Fuente me hizo la siguiente observación y la explico tal como la recuerdo. Dijo que ciertamente el destino baraja las cartas que vamos a recibir, pero que somos nosotros quienes jugamos la partida. Esto díselo a un niño que nace en una familia negra, con una madre drogadicta y sádica, con esquizofrenia, en un barrio donde es casi imposible decir no a las drogas y a la violencia. Y si se diera el caso de que ese niño pudiera escapar a su destino marcado, ello no sería mérito suyo porque algo habría en su constitución cerebral o en su suerte que lo harían sobreponerse a algo que es prácticamente imposible hacerlo. No, la voluntad, la tenacidad, el carácter, la inteligencia es también algo que nos viene dado y que no imponemos con nuestro esfuerzo. Es terrible pensar esto, que no somos responsables de lo que somos en la vida, que no hay libre albedrío, que no es real que elijamos, todo viene determinado por una infinidad de factores que se nos imponen para bien o para mal.
Imagina haber nacido con esquizofrenia o autismo severo, imagina padecer depresiones profundas, o Trastorno Límite de la Personalidad, o síndrome bipolar, y es posible que algunas de estas personas se odien por ser lo que son y cómo son. Las he conocido, o algunas mujeres obesas patológicas cuando la obesidad es un trastorno de la Leptina en el que no interviene para nada la voluntad. No lo elegimos ni sería justo sentirse culpable por tener una enfermedad neurológica como un muchacho que padece dislexia severa y se odia trágicamente por ser diferente a sus compañeros.
¿De qué puede sentirse orgulloso un hombre blanco, nacido en una clase media, con padres bondadosos y justos, con una inteligencia destacada, y unos genes y una biología satisfactorios? Lo cierto es que de nada, pero esto nos cuesta aceptarlo, y lo entiendo, creemos que somos los capitanes de nuestro destino, pero eso es una ilusión.
Leo estos días libros que aborden la cuestión del libre albedrío y la responsabilidad moral unida a ello. El último post iba sobre esto. Dentro de esta perspectiva de considerar que vivimos en un universo determinista, he encontrado abundante información. Una que me ha parecido relevante es el libro de Neil Levy titulado Mala suerte. Cómo la suerte socava el libre albedrío y la responsabilidad moral en que se plantea el tema de la suerte como factor decisivo en la vida. Indaguemos en ello.
Hace pocos días, un camión arrolló un control policial en Sevilla y mató a seis personas, varios miembros de la guardia civil. El conductor fue detenido y enviado a prisión, pero poco después se le dejó en libertad, al no apreciarse riesgo de fuga. No dio positivo ni en alcohol o en drogas y todo parece que fue un despiste o negligencia en la conducción. El resultado fatídico de este hecho ¿a qué fue debido? ¿Es culpable el conductor? ¿En qué medida? ¿No hay continuamente en la carretera despistes o negligencias que no tienen necesariamente un resultado tan funesto? ¿Cuál es la clave de ello sino la mala suerte? ¿Hubo libre albedrío en alguna decisión del conductor que no sabemos en qué estado anímico estaba?
La mala suerte es un factor relevante en la vida. Hay personas que nacen con ella por sus orígenes, sus circunstancias familiares de todo tipo: enfermedades psiquiátricas o pobreza extrema de los padres, si es que no nace de madre soltera golpeada por la vida. Y este niño venido al mundo vive los primeros años en ambientes degradados por la miseria y la droga, o la guerra, o condenado por el color de su piel o su grupo étnico. No hay duda de que muchas personas nacen con las cartas marcadas para la desdicha, sea por todo lo que hemos mencionado o por su carácter determinado por la genética y la biología. Y hay personas que, con todo a su favor, en un momento dado de su vida son golpeadas por la mala suerte de una enfermedad terrible o desoladora. O una separación que los lleva a la ruina y terminan en la calle tirados entre cartones. Los sintecho podrían contarnos infinidad de historias de la mala suerte.
Yo he vivido varios momentos relevantes en mi vida en que todo podría haberse torcido -era muy fácil- y haber acabado en tragedia, pero hubo en dichas ocasiones algo que me favoreció y me libro de la muerte mía o de otras personas. Los riesgos fueron tan inmensos que todavía no me llega la camisa al cuello. Pero por razones equis no me golpeó la mala suerte, y sí todo lo contrario.
Pensémoslo. La vida es incierta y tendemos a creer en el libre albedrío, en la responsabilidad moral, en la culpa y en el mérito, pero en infinidad de casos, es un problema de suerte. Estar en el momento y el sitio adecuado, para bien o para mal.
No existe tal libre albedrío para muchas circunstancias. Hay infinidad de factores que no controlamos. Pensamos que las personas pueden elegir entre el bien y el mal, o entre el fracaso o el éxito, o encontrar a la persona y el trabajo que anhelaríamos.
Tener padres que te dejen una herencia, poseer la inteligencia suficiente -no es lo mismo nacer con 60 de CI o 130, y eso no se elige-, es la suerte y en muchos casos, la mala suerte que se ceba en unas personas y no en otras.
Una teoría frecuente es que la suerte se compensa, de modo que a unas circunstancias de mala suerte, siguen otras de buena suerte, pero no es así. Hay quienes nacen señalados desde el origen como hemos escrito y nunca son compensados por la vida. Hay otras personas que son favorecidas por la vida en la mayor parte de las circunstancias. Nacer en una familia rica, tener un origen genético que predispone a un carácter abierto y empático, no tener nunca que preocuparse por el trabajo ni por el dinero, ser inteligente, sociable, no padecer enfermedades trágicas, llegar a la vejez con una mente ágil y fresca, no depender de nadie. Hay personas así y alguna vez les hago reflexionar sobre la fortuna de su vida. Todo puede torcerse en el momento más inesperado, pero hay personas que parecen bendecidas por la buena suerte, y otras, es todo lo contrario.
Neil Levy subraya que la suerte socava el libre albedrío y la responsabilidad moral y en buena parte tiene razón, aunque se pueden aducir ejemplos que revelan que en la desdicha hay personas que son capaces de sacar lo mejor de sí mismas. El psiquiatra Viktor E. Frankl ideó en Auschwitz la base de su pensamiento de que el ser humano necesita un sentido para vivir y de ahí salió el superventas El hombre en busca de sentido. ¿Acaso la desdicha de estar en Auschwitz le impelió a pensar profundamente en el destino humano? Pero, ¿acaso no fue bendecido por la buena suerte a diferencia de cientos de miles que sucumbieron? ¿Por qué sobrevivió él y tuvo ocasión de exponer su concepción del ser humano para que nosotros la leyéramos y aprendiéramos? ¿No hubo, en cambio, millones que perecieron por la mala suerte?
No es la primera vez que en un post hablo de la cuestión del libre albedrío. Lo hice hace algunos años en Profesor en la secundaria a propósito de los planteamientos de Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus. Según él, el libre albedrío que es la esencia del cristianismo, el humanismo y el liberalismo, es radicalmente falso. Esa posibilidad de poder escoger entre el bien y el mal, desde el punto de vista de la neurociencia es más que cuestionable. Ahora leo un libro que incide sobre ello. Se trata de Decidido de Robert Sapolsky. Para él -y para muchos neurocientíficos- el universo en que vivimos es determinista y el libre albedrío no deja de ser una ilusión de la cultura, de la religión y de nuestra fe en la mente humana.
Nuestro cerebro es una máquina electroquímica condicionada y determinada en cualquier decisión que tomemos por los instantes previos a la misma -Benjamin Libet demostró que nuestro cerebro sabe instantes antes de la toma de la decisión consciente lo que vamos a elegir. Fue fruto de uno de los experimentos más importantes en la historia de la neurociencia y no ha sido invalidado-. Nuestro cerebro está condicionado en su Corteza Pre Frontal (CPF) por hormonas como la testosterona, la dopamina y los glucocorticoides que producen efectos decisorios sobre nuestro estado de ánimo y nuestra forma de estar en el mundo. Nuestra toma de decisiones, nuestro libre albedrío, se ve severamente condicionado por el aflujo de glucosa a nuestro cerebro. Se sabe que jueces americanos toman decisiones sobre la libertad condicional de los presos de modo muy diferente si es al comienzo de la mañana, cuando están frescos a cuando avanza el cansancio y tienen hambre, al final de la mañana. Al principio son generosos y aprueban gran número de libertades condicionales pero al final de la mañana, las deniegan todas. El hambre y el cansancio pueden influir decididamente en nuestra capacidad de tomar decisiones justas. Y no es solo eso, sino que actúan sobre nosotros infinidad de factores químicos fruto de la constitución de nuestra CPF en la adolescencia y en la niñez. Somos seres que se han formado por influencias de ambiente en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestra cultura, en nuestro pasado, en nuestra religión, que han grabado en nuestro inconsciente determinados rasgos en nuestro cerebro. Si fuimos queridos en nuestra niñez, si sufrimos malos tratos, si sufrimos acoso escolar, si vivimos una infancia y juventud dichosa... Todos son factores que crean un mundo electroquímico en nuestro cerebro que nos condiciona, uno detrás de otro, de modo que una decisión en un momento dado está condicionada por los segundos anteriores a la toma de dicha decisión, así como lo que está pasando en el día, y no solo eso, sino a nuestro pasado más cercano o lo más lejano que llega a alcanzar al periodo que pasamos químicamente dentro del claustro de nuestra madre, y sus tormentas de hormonas, sus miedos, sus angustias, sus incertidumbres...
Y detrás de todo esto está la cultura en que hemos nacido. No es lo mismo nacer en Burgos que en Olot o en Rentería, nuestra escala de valores es muy diferente a todos los niveles, y ya no digamos si hemos nacido en una sociedad occidental frente a una sociedad oriental o musulmana. Hay en realidad una serie de factores incontrolables que influyen totalmente en nuestra toma de decisiones desde lo más inmediato a lo más lejano.
El eje de nuestra vida anímica son las emociones, luego racionalizadas. Las emociones dependen de factores químicos y equilibrios o desequilibrios que están en nuestro cerebro. Las emociones crean estados de ánimo que nos dominan sin saber por qué. Pero la mayor parte de los condicionamientos son incontrolables, no tenemos ningún control sobre el noventa y nueve por ciento de lo que pasa en nuestro cerebro, aunque nuestra fe en la racionalidad nos hace pensar que sí que hay un hombrecito en nuestro cerebro que es el que toma las decisiones y nos hace sentir que existe un yo que decide, cuando el yo mismo, ilusión de la conciencia que se siente sugestionada por la supuesta continuidad de una forma de ser que creemos real, es fruto de nuestra inocencia. La conciencia depende de factores electroquímicos que se dan en nuestro cerebro, como hemos dicho. Y el yo es una alucinación controlada. En realidad, vivimos en un universo determinista en que el libre albedrío es el mito en que se sustenta una civilización, un sentido del derecho -culpable o inocente, responsable o no responsable, pecador o santo, criminal de guerra o héroe-. Pero en realidad no podemos decidir, nuestras decisiones en cierta manera están tomadas ya por nuestra química y nuestro pasado cerebral.
Son días pausados de semana santa en que se recrea la historia de Jesús de Nazaret, el mito de un hombre concreto e histórico -del que se sabe muy poco- y que fue reinventado posteriormente por escritos que asumieron el carácter de sagrados que ficcionaron su vida y lo convirtieron en un hombre-Dios transformando su realidad histórica de líder antirromano y representante de un renacer judío para traer el reino de Dios a su pueblo de Israel. Sus primeros seguidores, los ebionitas, no lo consideraron Dios, sino un hombre singular que seguía la ley mosaica. Negaban su divinidad y que preexistiera, aunque lo consideraban mesías. Era la congregación de los pobres y veían en la pobreza una bendición.
La derivación del mito de Jesús, totalmente reconvertida por Pablo de Tarso y sus evangelistas lo llevaron a ser antijudío y ocultaron su característica de líder de un movimiento político y religioso antirromano. En ese carácter antijudío se ha fundamentado la iglesia que derivó de su interpretación sesgada convirtiéndose en una institución antisemita. Pero la gran paradoja es que Jesús de Nazaret era judío hasta la médula y nunca pretendió romper con el judaísmo. Ni sus enemigos fueron los escribas y fariseos, sino los romanos que veían en él a un potencial enemigo que amenazaba la paz del imperio, y, por eso, lo crucificaron, no entre dos ladrones sino entre otros partidarios suyos.
La invención de Jesús de Nazaret como Dios fue construida posteriormente y declarada dogma de fe por el concilio de Nicea en el año 325 aunque en dicho concilio hubo una profunda división entre la corriente dominante y los arrianos que no consideraban Dios a Jesús. Los arrianistas fueron perseguidos sangrientamente por la iglesia vencedora en el concilio.
Jesús convertido en Jesucristo -que ha resucitado entre los muertos y Dios-Hombre, se convirtió en el mito más exitoso de la historia y ha dado forma a una civilización occidental, a sus creencias, a su arte y a su literatura.
En estas fechas, en una sociedad crecientemente arreligiosa, se celebran esos días entre la entrada triunfal en Jerusalem, la última cena, la detención y flagelación de Jesús, así como su muerte mitificada, y lo más sorprendente, su resurrección posterior que se celebra mañana.
Las interpretaciones de este mito han sido innumerables y su realidad histórica se ha olvidado totalmente recreada por sus exegetas y algunos de sus seguidores.
Su realidad es pura literatura y supone el triunfo absoluto de un mito que vertebra la historia de occidente y divide el tiempo histórico antes de su nacimiento y posterior a él. Las personas de cierta edad hemos sido educadas en torno a una religión que tenían como eje el pecado y la pulsión de castigo, algo que las nuevas generaciones han dejado atrás igual que es generalizado el desconocimiento de las bases de nuestra cultura, desde la Biblia, a los poemas místicos de Juan de la Cruz o los iconos medievales rusos o los pórticos de las catedrales e iglesias de los pueblos. Yo me crie con imágenes religiosas que me aportaron algo interesante además de la idea de pecado y castigo -que me afligieron gravemente- y es la idea de trascendencia, la concepción de que hay un mundo que está más allá del material y que da fondo y forma a una tradición artística, mística y espiritual que sin esa base, se queda en una civilización plana, hedonista y superficial.
Mal que nos pese, el mito de Jesús de Nazaret y su cristología, aun a pesar de su literaturización, ha creado algunas de las mejores páginas y obras artísticas de nuestra civilización. Por ejemplo, el cristo de Carrizo, por ejemplo, el cristo que subyugaba a Dostoievski, el de Holbein. Por no mencionar a Bach. El cristianismo, pese a su poder represor y sanguinario, ha alumbrado a seres hacia la luz, y fuera de esta, nos quedamos huérfanos de una tradición que conforme nuestra existencia, vaciados en la nada y en la banalidad.
Continúo con la apasionante biografía de Isaiah Berlin de Michael Ignatieff que fue su biógrafo durante muchos años de su vida, y la citada biografía se publicó tras la muerte del pensador liberal.
En Isaiah Berlin se da un dilema trágico como pensador liberal. Él fue el creador de los conceptos de libertad negativa -que el individuo pueda hacer lo que quiera sin restricciones siempre que no choque con la libertad negativa de otro ciudadano- y libertad positiva propia de los estados en que la libertad es condicionada por conceptos como la justicia, la solidaridad, el bien común, la moralidad pública, el estado, la seguridad, la salud...
Berlin señala que ambas libertades no son compatibles. Los revolucionarios de 1789 proclamaban en sus lemas ¡Libertad, igualdad y fraternidad! La libertad negativa no es compatible con la igualdad y la fraternidad, son contrapuestas.
Los marxistas han creado “paraísos” basados en la dictadura del proletariado en que la libertad ha sido abolida totalmente para -según ellos- conseguir la igualdad y la justicia social.
Pero no hace falta llegar a regímenes totalitarios para considerar que las tendencias socialistas, aun democráticas, laminan la libertad individual para adecuarla a fines superiores y de esta manera el estado vela por nuestros intereses para protegernos como ciudadanos, entendiendo que somos incapaces de elegir “correctamente” por nosotros mismos, sea en el ámbito político, social, sanitario, pedagógico..., y así se multiplican los métodos de educación y control en todos los órdenes por medio de propaganda o normativas y legislación que trunca la capacidad de libertad negativa de los ciudadanos y es siempre por nuestra seguridad
En China, un sistema comunista de partido único, se ha creado un carné por puntos en que se registra absolutamente toda la actividad de los ciudadanos, así como sus faltas o delitos ideológicos de todo tipo. Se argumenta que es por el bien del estado y por la seguridad de sus ciudadanos. Y se añade que el que no tiene nada que esconder, no tiene por qué sentirse intimidado.
En España, tenemos un gobierno progresista que vela por nuestros intereses y por nuestra seguridad lo que hace que la libertad de los ciudadanos sea cada vez más restringida supeditada a conceptos superiores establecidos por el gobierno y la política de turno.
Este es el dilema trágico para un político liberal. La libertad no hace a los individuos mejores -en sistemas fuertemente dictatoriales, hay personas que se enfrentan a la opresión heroicamente (pensemos en Nelson Mandela o Anna Ajmatova, por ejemplo), ni la verdad ha hecho necesariamente libres a los hombres. Pero para un pensador liberal, la llamada libertad negativa es esencial frente a la libertad positiva que coarta la primera de un modo decisivo.
Desde hace unas semanas, estoy inmerso en la lectura del primer tomo de la Historia de las creencias y las ideas religiosas I: De la Edad de Piedra a los misterios de Eleusis, escrito por Mircea Eliade. Voy leyendo lentamente y pensando lo que percibo en esta obra, considerada como una de las más grandes epopeyas intelectuales del siglo XX.
En las consideraciones previas retengo algunas ideas que me van a servir de base para una entrada en el blog.
Una de ellas es que, según Mircea Eliade, “la experiencia de lo sagrado constituye un elemento más de la estructura de la conciencia”.
La segunda idea que retengo se dirige "a la única, aunque importante, creación religiosa del mundo occidental moderno: la última etapa de la desacralización que viene a ilustrar el perfecto camuflaje de lo sagrado, o más exactamente, su identificación con lo profano.”
Estas ideas me sedujeron porque revelan algo muy presente en mí, la idea de lo sagrado en pugna con una civilización desacralizadora que condiciona toda experiencia a una trivialidad y banalidad sobrecogedoras.
En nuestro tiempo, desde el comienzo de la modernidad, hemos perdido el sentimiento de lo sagrado que forma parte, según Eliade, de la estructura profunda de la conciencia, algo que acompañó a la humanidad desde la Edad de Piedra en su sentimiento religioso y cósmico de la realidad hasta la era moderna en que se camufla lo sagrado con lo profano. Lo camufla pero sigue vivo en multitud de ritos o manifestaciones sociales.
Recuerdo que cuando era actor -una experiencia inolvidable- tenía el escenario como un espacio sagrado. Lo barría cuidadosamente antes de la función y lo tenía como un espacio espiritual en que se desarrollaba un hondo drama por la fusión de mi realidad como ser humano con la de personajes ajenos a mí con los cuales me iba a mimetizar.
En mi infancia en colegios religiosos tuve mucho miedo a esta dimensión sagrada que, aunque presentada con un tenebrismo y crueldad terribles, sobrepasaba aquellos condicionamientos para alzarme a una visión trascendente de las cosas. Porque la esencia de lo sagrado es la trascendencia, pensar que en esta realidad concreta y circunstancial en que vivimos, estamos conectados con una realidad invisible y sobrenatural, imposible de comprender por nuestra mente limitada.
Pienso que esa dimensión sagrada de la realidad se ha oscurecido temporalmente por el desarrollo del racionalismo y el cientifismo, todo parece haberse hecho profano, pero queda un hueco del sin sentido que nos cuesta llenar con otras cosas. Ya no hay templos que no sean los centros comerciales o las playas abarrotadas de bañistas o los estadios deportivos y la experiencia más sagrada que conocemos hoy es el pagar con la tarjeta de crédito o con el móvil. Pero hay algo que queda en la oquedad y que ha formado parte de la historia de la humanidad en infinidad de ritos, mitos y creencias desde las cavernas en que se pintaban escenas sagradas de caza. La mente del ser humano ha sido mitológica y mística, y la última transformación es precisamente la paradoja de negar dicho hecho.
La muerte misma, un hecho trascendente en nuestra vida, se despoja de sacralidad en funerales sin fe en la trascendencia, algo que ha acompañado a los seres humanos desde el origen de los tiempos. Es nuestra mente racional y analítica que quiere convertir todo en materia cognoscible la que depara una interesante pausa en el camino. Pero yo auguro que será la propia ciencia y razón las que con el tiempo llegarán de nuevo a la dimensión sagrada, olvidada en medio de fragmentos que no significan apenas nada y que reducen la existencia humana a algo simplemente material.
Hay un hueco que no notamos porque se nos ha hecho connatural, pero algún tiempo volverá a reclamarnos algo que tenemos dormido -aunque sigue latente-, a eso hace alusión Mircea Eliade. No sé qué forma adoptará, ni que fes responderán a ello, pero pienso que el espíritu del hombre desde sus orígenes volverá a hacerse presente.
Hace unos meses leí el libro sobre Teresa de Jesús escrito por Olvido García Valdés. Su lectura me llevó un par de semanas y tuve ocasión de entrar en la fascinante figura de una mujer singular, que padeció la persecución de la Inquisición y las intrigas de sus enemigos a muerte, los carmelitas calzados. Fundó muchos conventos en España tanto femeninos como masculinos con unas normas muy estrictas de devoción y de oración interior lo que suscitó muchas sospechas de iluminismo por parte de sus enemigos y la Inquisición. Teresa se enamoró espiritualmente de un fraile, Jerónimo Gracián, que era treinta años más joven que ella pero este no correspondió a su generosidad. Su relación con Juan de la Cruz fue conflictiva. Se respetaban pero representaban modelos diferentes de sentir la espiritualidad.
Al hilo de esta lectura, escribí esto que sigue sobre la fuerza de las corrientes místicas en la España del siglo XVI:
Me sorprende tan alta vida espiritual en la España del siglo XVI cuando el mundo, Europa, se encaminaba al racionalismo y el libre examen que abriría el camino a las concepciones modernas. En España se acendraba el misticismo y la espiritualidad basadas en la oración interior. España país de místicos frente a una Europa de los mercaderes y los filósofos. ¡Qué extraño!
La pasión religiosa en la España del siglo XVI es equivalente a la pasión gastronómica en la España actual. Es una broma, pero uno considera la distancia entre tiempos y las sociedades a que se ha dado lugar. No entiendo la efusión mística de este tiempo, tan en dirección contraria a lo que estaba pasando en Europa. Había cientos de conventos en una España caracterizada por el esplendor imperial y a la vez la bancarrota causada por las continuas guerras mantenidas, en defensa de la fe en Europa, que eran financiadas por las partidas de oro que llegaban de América. Era un tiempo de pícaros, comediantes, caballeros de medio pelo, clérigos y monjas, y todo ello condicionado por un sentimiento de la honra y la limpieza de sangre así como por el sangriento poder de la Inquisición para imponer una ortodoxia tiránica que impedía totalmente el ejercicio del libre pensamiento que era perseguido con violencia y saña. Esta España se hundió en una especie de sueño místico y entró en aguda decadencia, fosilizada ante el mundo moderno.
El pensador Isaiah Berlin (1909-1997), de origen letón aunque educado en Inglaterra donde seria profesor de Teoría Social y Política en Oxford, fue una de las mentes más destacadas del siglo XX y autor de numerosos ensayos brillantes que mantienen la fe en las ideas y en la influencia que tienen en la conducta de los individuos y las sociedades.
Traigo aquí una de sus propuestas que me parecen de especial interés: su división del género humano en dos clases, los erizos y los zorros. La fábula que le da origen a esta división aparece en el poeta griego Arquiloco en la que se recoge: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa”. La fórmula sirve para diferenciar a dos tipos de personas, de artistas, de seres humanos en general: aquellos que poseen una visión centralizada, sistematizada, de la vida, de acuerdo con un principio ordenador en torno al cual se organizan los acontecimientos históricos y los sucesos individuales. Son los erizos. El otro tipo de personas tienen una visión plural y dispersa, múltiple de la realidad y de los hombres. No integran todo lo que viven en una visión unitaria y coherente sino que ven todo como una compleja diversidad, en un todo tumultuoso, contradictorio, sin un centro unificador. Son los zorros.
Los erizos poseen una visión centrípeta, y los zorros, centrífuga. Isaiah Berlin identifica a diversos creadores en una u otra dimensión: Dante, Platón, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Proust fueron, según Berlin, erizos. Y zorros, Shakespeare, Aristóteles, Montaigne, Molière, Goethe, Balzac, Joyce.
Los zorros poseen una visión pluralista y abierta del género humano. Con ellos, se identificaba Isaiah Berlin. Poseedor de astucia e intuición que aplicaba en sus ensayos. Esta metáfora del erizo y el zorro aparece al principio de su genial ensayo sobre la teoría de la historia de Tolstoi, pero tras formularla, advierte contra los peligros de cualquier clasificación porque puede ser artificial y absurda. De hecho, considera a Tolstoi como una mezcla de erizo y zorro.
No obstante, esta división puede servir para entender a algunos personajes de la historia de la cultura y a personas en general, aquellos que poseen una visión totalizadora que llega a la raíz de todas las experiencias -san Agustín, Tomás de Aquino, Sade, Marx, Freud-. En ellos, el azar, lo accidental y lo gratuito desaparecen del mundo que es como si no existiera.
Los zorros están por contra en lo particular, lo general no existe, solo existen los casos individuales que no constituyen una unidad sino más bien una confusión vertiginosa, un cúmulo de contradicciones.
En todo erizo hay un fanático; en un zorro, un escéptico y un agnóstico.
Gracias a los erizos se han realizado profundos sistemas de pensamiento o literarios, son conquistadores de grandes empresas para las que hacen falta celo y heroísmo. Gracias a los zorros, ha progresado la visión centrífuga y liberal, la tolerancia, la diversidad, la libertad. Su visión múltiple permite contemplar un mundo más abierto y plural de formas.
Los zorros envidian la visión totalizadora y centralizada de los erizos, y los erizos envidian la pluralidad de enfoques y la libertad íntima de los zorros.
¿Con cuál te identificas, tú, lector? En mi caso, no cabe duda de mi dispersión y de mi multiplicidad zorruna. Y envidio siempre a los erizos.
(El enfoque e inspiración de esta entrada está en el ensayo La llamada de la tribu de Mario Vargas Llosa)
Estas reflexiones que siguen lo son a propósito del último libro de Susan Sontag titulado Ante el dolor de los demás (2004), escrito poco antes de morir. Trata sobre el efecto de las imágenes de guerra en conflictos terribles como el de Ucrania, Gaza, Tigray, Yemen... Los medios y las redes sociales llenan sus publicaciones de imágenes pavorosas de víctimas de los conflictos. Pero la pregunta es si estas publicaciones escalofriantes nos sensibilizan o saturan en un mundo en que recibimos ochenta mil imágenes al día. “Es como si la imagen hubiera perdido su poder como transmisora de la crueldad y el sufrimiento”. ¿Promueven la solidaridad del espectador anónimo que vive en un contexto fuera de contexto o lo insensibilizan todavía más? ¿No es acaso esto un voyeurismo aceptable en sociedad que experimenta el que recibe las imágenes y cambia de canal o pasa de noticia saturado por algo que en el fondo le es ajeno y sobre lo que no puede hacer nada a pesar de su simpatía por las víctimas? Y es que es cierto, a menos que caigamos en un utopismo infantil, no hay manera de obligar a los que están fuera a prestar la misma atención a las imágenes que las que le presta un ucraniano o un gazatí.
Las imágenes han perdido totalmente su capacidad de elocuencia, salvo que la foto retrate una causa especialmente predilecta. Al resto, las imágenes tarde o temprano, le terminan hastiando. No somos máquinas altruistas ni nuestra cabeza y corazón son mecanismos de producir solidaridad ilimitada.
Ser espectadores de calamidades, decía Susan Sontag, es una experiencia propia de la modernidad. En el pasado, sucedían masacres en todo el mundo y los humanos las desconocían. Ahora, el bombardeo psíquico es tan intenso que hasta la simpatía actual está enferma. Sontag condenaba la simpatía tal como se entiende convencionalmente porque cuando simpatizamos con una causa, con el dolor de un pueblo o nación, “sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento”. Es como si la simpatía proclamara nuestra inocencia así como nuestra ineficacia, a pesar de nuestras buenas intenciones.
Y es cierto que muchos de los que seguimos conflictos como el ucraniano -que ya lleva dos años de horror- y el que tiene lugar en Gaza, o en el Yemen o en Tigray- sentimos simpatía por las víctimas, pero no podemos hacer más. “La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se pierde. Pero si sentimos que no podemos hacer nada nosotros, entonces comenzamos a sentirnos aburridos, cínicos y apáticos”. Esa misericordia es autocomplaciente y es inducida por los medios de comunicación. La capacidad de infligir dolor a los demás es ilimitada y estas imágenes son prueba de lo que unos seres humanos pueden hacer a los demás. El infierno de Bucha en Ucrania nos estremeció pero rápidamente fue ahogado por nuevas noticias. No era sorprendente y sí era imperdonable.
La simpatía se encuentra en un callejón sin salida, no da una salida moral. Mirar fotografías que reflejan grandes crueldades “impone la obligación de pensar lo que implica mirarlas”. Constatar que hay un infierno, no nos dice nada sobre cómo sacar a la gente de dicho infierno, ni de cómo apagar sus llamas.
El libro de Sontag, comentado por su hijo David Rieff, no ofrece una fórmula para convertir la compasión en solidaridad activa, no es posible fingir al respecto sobre nuestra capacidad intelectual más allá de los buenos deseos que se convierten en impotencia y en la inmensa mayoría en indiferencia y pasividad.
Me interesan los temas de neurociencia especialmente los relativos a la exploración de la conciencia, cuestión que se enfrenta al problema mayor, de momento, irresoluble, pero ello no impide que nos encaremos a problemas menores para irlos intentando comprender mediante la investigación y la experimentación. Ahora estoy leyendo un libro fascinante titulado Cosas que nunca creeríais. De la ciencia ficción a la neurociencia de Rodrigo Quian Quiroga.En él hay una docena de capítulos que abordan películas de ciencia ficción famosas conectando sus intuiciones con la realidad de la neurociencia, sobre lo que sabemos actualmente.
Uno de ellos trata sobre la posibilidad de insertar recuerdos falsos en la memoria, cuestión que se aborda en la famosa película titulada Desafío total (1990), dirigida por Paul Verhoeven. Ello da pie para comentar algunas cuestiones sobre la memoria, eje de nuestra identidad, para saber cómo funciona. Y hay ideas en el libro que me han resultado sugestivas y que traigo aquí.
El hecho de recordar algo del pasado es un proceso dinámico que funciona mediante la consolidación del recuerdo que vuelve al presente en diversos momentos de nuestra vida -las memorias de unas vacaciones, por ejemplo-. Dichos recuerdos son frágiles, no solo cuando son adquiridos, sino también cuando cada vez que son evocados -reconsolidación-. Y el autor llega a la idea cenital de que “El hecho de traer una memoria al consciente implica cambiarla”. Y esto es fundamental porque, sin saberlo, cuando recuperamos un hecho del pasado -lo que creemos recordar- lo reelaboramos y cambiamos una y otra vez.
¿Es posible modificar dichos recuerdos? La respuesta es que sí. La famosa psicóloga Elizabeth Loftus en un famoso experimento demostró como la reconsolidación de la memoria puede llegar a la fabulación o a la formación de falsos recuerdos.
Todos tenemos -más o menos- recuerdos imprecisos de niñez que creemos recordar porque en nuestras neuronas hay asociaciones que nos llevan a ellos o porque nuestros padres o familiares nos los han traído repetidamente y creemos ya que forman parte de nuestra memoria.
Con mi hija fabulamos una historia de por qué ella de niña adoraba las olivas y por qué luego terminó odiándolas. Inventamos que un día se atracó de olivas, que le sentaron mal y por la noche empezó a dispararlas por el culo enteras como si fueran proyectiles. Aquello nos resultó gracioso y se lo hemos contado muchas veces. Nuestro proceso de sugestión le habrá hecho formar una idea que fue completamente una fabulación, basada en que esa noche tuvo cagalera y que echó las olivas enteras.
Ha habido psicoanalistas desvergonzados que hicieron uso de la sugestión y la reconsolidación para llevar a pacientes a creer que habían sufrido abusos sexuales. Me viene a la memoria la historia de una hija de Woody Allen que ha referido que sufrió abusos sexuales siendo muy niña por parte de su padre. La realidad es que se pueden insertar recuerdos falsos manipulando la memoria por parte de una madre rencorosa como Mia Farrow.
La memoria es en sí misma un proceso creativo, muy flexible y dinámico. Poseemos muy poca información que reconstruimos mediante inferencias, generando los esquemas de Barlett, la base de nuestros recuerdos. Los esquemas de Barlett fueron un descubrimiento de Frederic Bartlett (1886-1969). Él contaba a sus alumnos una historia sobre aborígenes norteamericanos y pidió que se la repitieran tras días, semanas e incluso años después. Bartlett observó que las historias tendían a ser mucho más cortas y simplificadas y que cada sujeto las modificaba de acuerdo con su interpretación personal, y más aún, los sujetos tendían a cambiar la historia cada vez que la repetían, y en muchos casos, no tenían nada que ver con la historia original. En resumidas cuentas, los estudiantes recordaban un esquema, el que se habían hecho, según la interpretación que se habían formado en el momento de oírla. Se olvidaban detalles y se inventaban otros tantos inconscientemente. La conclusión de Bartlett es que la memoria es un proceso creativo, que cambia el recuerdo mismo.
Y recordamos, según expresaron William James y Aristóteles, mediante asociaciones que son el mecanismo fundamental de la memoria. Tal vez no recordemos un hecho específico pero probablemente lo recordemos por un hecho asociado y a partir de allí podemos llegar al que estábamos buscando.
La clave de la memoria reside en el hipocampo en las llamadas “neuronas de concepto”, descubiertas por el autor del libro, Rodrigo Quian. Y así, simplificando, la memoria de nuestras experiencias está basada en asociaciones de conceptos. Y es posible que muchos detalles que creemos recordar no sean sino inferencias inconscientes que hacemos mediante el sentido común.
La película Desafío total propone la modificación electroquímica de las neuronas para insertar recuerdos falsos, como, por ejemplo, unas vacaciones fabulosas en el Caribe sin necesidad de ir allí. Y total lo que más nos hace disfrutar de algo es la huella que deja en el recuerdo.
La hipótesis de la película está lejos de poderse realizar pero la optogenética (1), ciencia nueva, puede proporcionar alternativas terapéuticas, por ahora experimentado en animales, para tratar la epilepsia, la esquizofrenia, la ansiedad, adicciones, depresión y Parkinson.
(1) La optogenética implica, por un lado, usar un virus para hacer fotosensitivas a las neuronas y, por el otro, la implantación de diminutas fibras ópticas dentro del cráneo para iluminarlas.
Nuestra civilización occidental promueve la comodidad como estilo de vida, y la mayoría de los productos se ofrecen para hacer nuestra vida más cómoda. Y de esta manera el sedentarismo -la vida de sofá- se impone por encima de otros modos menos estáticos. Si vemos unas escaleras mecánicas y unas normales, la inmensa mayoría elige las mecánicas. Es poco habitual elegir la incomodidad o un grado de adversidad voluntariamente aceptado. Sin embargo, en contra de esta filosofía del mínimo esfuerzo se impone que cada vez somos más lábiles y quebradizos porque esto no bueno para nosotros. Un grado importante de reveses nos mantienen alertas y vivos, a la vez que dinámicos y ligeros, y esto es aplicable a todos los órdenes de las cosas.
Si en un estanque solo hay peces dorados, se reproducen sin límite, pero terminan por enfermar al no tener amenazas que pendan sobre ellos, y mueren. Si en el estanque arrojamos peces rojos -que se alimentan de dorados- la especie sobrevive por la energía que hay que desarrollar para sobrevivir.
Últimas estadísticas vienen a confirmar el creciente uso de psicofármacos en nuestra sociedad -antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos- y el aumento de las bajas laborales por motivos de salud mental han aumentado geométricamente. Es una tendencia creciente el absentismo laboral por motivos anímicos, y, paralelamente, vivimos en la sociedad más cómoda de la historia pero no resistimos la adversidad o los infortunios, algo que antes formaban parte de la esencia de la vida que tenía sus zonas rocosas y abruptas.
Aunque tal vez habría que añadir que nuestra sociedad de la comodidad entraña peligros y complejidades nuevas que no conocían nuestros antepasados. Vivir es cómodo pero no es fácil, de ahí nuestras depresiones y angustias. Byung Chul Han ha escrito un interesante ensayo titulado "La sociedad del cansancio" y es cierto, vivimos cansados.
Los judíos son un pueblo abyecto desde el comienzo de la historia con la pretensión de tener un único Dios que les servía para aplastar a otros pueblos en los relatos de la Biblia, el libro más sobrevalorado de la historia. Su dios vengativo, su dios, únicamente suyo, su ley del Talión... Sufrieron justa opresión por el faraón de Egipto y posteriormente por el imperio romano que los terminó aplastando y disgregando para enviarlos a la diáspora. Antes habían condenado a Jesús de Nazaret con sus intrigas y terminaron haciéndolo crucificar tras gritar que querían que cayera su sangre sobre ellos y sus hijos. Y así fue, los judíos perdieron su tierra y vagaron por Europa, Asia y África padeciendo siempre leyes contra ellos por sus profesiones ominosas de prestamistas injustos y usureros algo que su nariz ya demuestra claramente, esa nariz ganchuda que evidencia sus actividades mezquinas y avariciosas. En todos los sitios donde estuvieron, fueron perseguidos y se les impidió poseer tierras. Envenenaban los pozos por pura maldad, igual que secuestraban bebés para guisarlos y comerlos después. Los pobres cristianos tenían que defenderse y de vez en cuando organizaban pogromos contra ellos y mataban a unos cuantos cientos. Por algo sería. Porque que haya tal unanimidad en las relaciones con todas las sociedades en que han estado... Se creen especiales y únicos. La estirpe maldita del pueblo deicida. Chocaron con todas las culturas con que estuvieron en contacto y estas tuvieron que perseguirlos desde la España medieval a Rusia. No eran de fiar. Eran malos y todos se daban cuenta de ello. Pero eran poderosos: el ejercicio de la usura les enriquecía a costa de los pobres cristianos que tenían que pagar intereses abusivos. Y lo que los distinguía era que no se integraban en ningún país donde estuvieran: eran antes judíos que españoles o franceses o polacos o rusos. Se aprendían de memoria la Torah y sus hijos sabían leer y escribir a diferencia de los otros pueblos con que trataban en que solo una minoría sabía hacerlo.
El protocolo de los sabios de Sion revelaba que los judíos tenían un plan para dominar el mundo. Se ha dicho que era un plagio, pero tenía mucho de razón porque las más importantes fortunas centroeuropeas eran judías. Y es evidente en nuestro tiempo que son los judíos los que controlan el mundo.
Los cristianos tenían que defenderse del poder judío y masas enfervorecidas por el odio y el miedo los atacaban y mataban no por maldad, sino como defensa.
Y la culminación de su malignidad, ya en el siglo XX, fue el tremendo plan del Holocausto, pactado con Hitler del que fueron aliados, para ser sacrificados una parte de ellos, para luego erigirse en víctimas y hacerse malvadamente con Palestina, y la ONU cayó en la trampa y les dio un trozo de tierra como estado de Israel, estado genocida y asesino que ha expulsado a los palestinos y los asesina salvajemente porque dicen que quieren acabar con ellos, lo que es cierto. Cientos de millones de árabes los odian desde Irán a Siria, desde Líbano a Egipto, desde todo el orbe musulmán... Y los judíos dicen que viven en una tierra en que no hay una segunda oportunidad y que si no se defienden acabarán con ellos. Israel es un estado genocida y racista defendido por el judaísmo internacional y las mayores fortunas de Estados Unidos donde son un poderoso lobby político y militar.
La izquierda española y europea odia dicho estado como execrable por su apartheid militarista antipalestino. Pero, a pesar de su maldad, los judíos no pueden dormir tranquilos en Palestina ni en Europa porque decenas de millones de musulmanes se defienden de ellos y sus barrios tienen que ser protegidos de la justa ira de los aplastados.
Ahora su expresión más sangrante es Gaza con la excusa de que los de Hamás entraron en Israel y sacrificaron a 1400 israelíes en octubre. No los mataron, se defendieron de ellos, de su poder, debido a la desesperación. Y Hamás, como todas las almas generosas del mundo, quiere acabar con ese estado y arrojar a los judíos al mar porque no habrá tierra que los acoja, nadie los querría, sus supervivientes serían víctimas como ahora son los palestinos sin tierra.
Y algunos aducen que los judíos son inteligentes porque la mayor parte de los premios Nobel en todos los órdenes han correspondido a judíos. Esto es la mayor prueba de su maldad: ocupan todos los ámbitos del saber desde Marx, Freud, Einstein, Kafka... y miles de correligionarios suyos que han impuesto en el mundo una cultura judía que nos aplasta. Incluso, uno de los suyos marca el tiempo en que vivimos. Los judíos son la mayor lacra de la tierra.
¿No hay mayor prueba de su perversidad que es que todos los odian, nadie los quiere y han chocado con todas naciones en que han vivido?
Me divierte la polémica ante este cartel sevillano de Salustiano García porque ello demuestra que cada uno proyecta sobre Jesús de Nazareth sus propias perspectivas y, en realidad, confirma que es un personaje inventado por nuestra imaginación y que ha sido transformado y moldeado por una evolución que comenzó tras su muerte infame, pero de ella volvió divinizado por sus seguidores en una suerte de segunda vida de una dimensión extraordinaria. Los sevillanos se toman su tradición religiosa muy en serio, la prueba es este cartel que ha levantado suspicacias y sentimientos ofendidos por el presunto efebo homoerótico que ha sido su referente. El gran problema es su belleza, su blancura, su erotismo que lo hace objeto del deseo, y más teniendo un modelo real al que vemos en la imagen que acompaña este comentario. Se trata de Horacio, el hijo del cartelista. No hay realidad por pequeña que sea que no levante tempestades y polémicas en este país alucinado y cainita. El escándalo es nuestra piedra de toque. No sé si otros países son iguales o es especialidad nuestra.
Pues a mí me gusta el cartel.
Pero el wokismo está muy próximo.
Parece que es un lugar común el pensar que todos buscamos la felicidad, aunque a veces nos boicoteemos a nosotros mismos proveyendo caminos para la desdicha. Pero eso no lo sabemos, en el fondo buscamos ser felices en cada uno de nuestros pequeños actos, sea con la comida, con los viajes, con las charlas amistosas, con nuestras diversiones, lecturas o aficiones musicales o deportivas. Nos atraen cosas que esperamos que nos hagan felices.
Sin embargo, no todo está tan claro porque en la crónica de las vidas, no sobresalen esos momentos de satisfacción benévola a que nos lleva nuestro instinto de la felicidad. En la vida, hay otros momentos los que se nos imponen y que muchas veces están unidos a una intensa adversidad. Recuerdo la conversación con una amiga que padeció un durísimo cáncer de pecho que recordaba la radio y la cruel quimio que vivió durante cerca de un año. Recordaba con una intensidad cenital la solidaridad entre las mujeres que se reunieron en la quimio para afrontar la dureza del tratamiento. Se creó un vínculo entre ellas de una dimensión muy profunda y mi amiga lo recordaba como un proceso luminoso que acabó, de momento, bien. Y en la misma dirección, he leído vivencias de prisioneras del gulag soviético al que fueron llevadas por Stalin en condiciones límite a más de cincuenta o sesenta grados bajo cero. Y cuando lograron salir de allí, lo que recordaban luminosamente era la experiencia de la solidaridad y la generosidad entre las prisioneras, todo vivido con una intensidad que no se volvió a repetir en sus vidas.
También en la guerra se da esa camaradería profunda entre combatientes, de modo que los momentos experimentados en acciones bélicas ocupan un lugar inenarrable e imposible de transmitir a nadie que no haya vivido aquello. Y, de hecho, los exsoldados no quieren hablar de lo que vivieron porque nadie lo podría comprender, y en consecuencia, la vida normal es anodina frente a acontecimientos de una fuerza inexplicable, y se vuelve a ellos de modo instintivo para reencontrarse con experiencias límite.
No ha habido en mi vida situaciones de tal envergadura, pero presiento por algunos pálpitos que en las vivencias extremas el ser humano se ahonda y llega a fronteras inexplicables, aunque muchas veces dichas fronteras están marcadas por el dolor más radical.
Parece que en la vida nos habituamos a la rutina y amamos la rutina como una experiencia tranquilizadora, no nos apetece salir demasiado de nuestros goznes vitales y tener la sensación de que podemos controlar nuestros parámetros. Sin embargo, son aquellas posibilidades que estallan con el dolor o la tensión extrema, o el miedo abismal o la desesperación más aguda, las que nos abren territorios inexplorados y abiertos a la profundidad más incierta. El riesgo nos hace vivir intensamente. Tal vez por eso, gustan experiencias que parecen ponernos en vértices intimidantes.
Los pasajeros del avión que cayó en los Andes y vivieron setenta y un días en el límite, jamás podrán olvidar aquello que vivieron y para ellos será el momento cenital de su vida, nada habrá que pueda comparárselo. Todo lo que han vivido después será un pálido reflejo de lo que pasó en la sociedad de la nieve donde tuvieron que elegir entre un tabú cultural -la antropofagia- y morir simplemente.
Hay etapas de mi vida que fueron inmensamente desdichadas. Muy de niño, tuve que soportar la presión de un dolor gigantesco. Sin embargo, no envidio lo que pudiera haber sido una infancia feliz porque tan pequeñito tuve la ocasión de entrar en una especie de Auschwitz emocional que me llevó a ver vértices de la vida inalcanzables para una experiencia normal. No reprocho nada a nadie, aquello fue así y me hizo ser como soy para bien y para mal.
El ideal de una vida placentera, sin extremos, parece ser nuestro norte existencial, y lo entiendo, pero la profundidad de la dimensión humana está más allá de estereotipos. Recuerdo la experiencia de la ilustradora Laurie Lipton que fue violada a los cinco años. Para ella aquello fue horroroso y supuso un dolor que ha trabajado en sus dibujos a lo largo de su vida, y estos tienen una fuerza cósmica aterradora. Laurie Lipton agradece a su violador porque le hizo artista, dice en una entrevista, le abrió un universo de sufrimiento y profundidad que no se le hubiera hecho patente de ninguna otra forma.
El mismo Dostoievski vivió una experiencia terrible cuando le pusieron ante el pelotón de ejecución y en el último momento le conmutaron la pena por la de presidio y deportación durante siete años. Aquello le cambió la vida, y le transformó profundamente. Ya no volvió a ser el mismo. El escritor que volvió de Siberia era profundamente cristiano porque había hallado en Cristo un ejemplo de sufrimiento extremo con el cual se identificó como ser humano.
Podría extenderme mucho más pero no quiero abrumar a los lectores de este blog. Solo quiero dejar claro que la vida en su dimensión profunda va unida a hechos o situaciones que no deseamos, ¿quién las va a desear? ¿Quién va a desear que lo deporten o tener cáncer o que le torturen o quedarse perdidos en los Andes? Sin embargo, la vida es enigmática y puede mostrar caminos en la más absoluta desolación y en el más agudo sufrimiento. Cuando alguien me exhibe sus placeres cotidianos, siento alegría por esa persona, pero sé que hay algo que está más allá.