Quienes
navegan por este blog regularmente habrán
observado cambios.
Primero
se modificó su apariencia clásica por un formato Magazine. Me gustaba ese
cambio porque presentaba en la página principal un alto número de entradas,
evitando el disuasorio mensaje de ‘entradas
antiguas’ (¿antigua si se publicó dos semanas atrás?).
Posteriormente,
sin venir a cuento, y, por supuesto, sin avisar ni ofrecer la posibilidad de
optar por alguna opción que lo evitase (incluso pasando por caja) Google
decidió tomar posesión del sitio para introducir publicidad de lo más bizarro
en ubicaciones insospechadas.
La
gota que colmó el vaso fue que la compañía alterase caprichosamente el formato interno
de los post para liberar un espacio en
el que colocar su publicidad.
Una
agresión manifiesta a la integridad del administrador conceptual de este blog, a su técnico (Luis Martínez
Gálvez) y, por supuesto, al bienestar psicofísico de sus lectores.
En
resumen, a partir de hoy este blog
seguirá publicando post –por ahora, y
hasta nuevo aviso, todos los viernes—pero en la siguiente dirección:
En
la nueva plataforma tenemos el control y permite incluir en la página principal
un buen número de post.
Otra
ventaja es que la versión para teléfonos móviles es magnífica.
Déjenme
aprovechar esta despedida/bienvenida para agradecerles sus visitas a este
espacio de libre intercambio cultural.
Saludos
cordiales,
Roberto
Colom

En
2011, Terrie E. Moffitt y sus colegas del Dunedin Study publicaron un informe en PNAS en el
que se subrayaba la relevancia del autocontrol, valorado en la infancia, para
predecir la salud física, el uso de sustancias, el nivel económico y la
conducta delictiva.
El
autocontrol se valoró –mediante observación por parte de los investigadores,
profesores, padres y los propios niños—a los 3, 5, 7, 9 y 11 años. Una de las
primeras observaciones fue que los niños con mayor autocontrol provenían de
familias socioeconómicamente aventajadas (r
= 0.25) y tenían un mayor nivel intelectual (r = 0.44).
Por
tanto, un peor autocontrol podría
explicarse por una menor clase social y una baja inteligencia, así que se
hicieron cálculos para averiguar si existía información relevante en el
autocontrol más allá de esas dos covariables. Eso sí, a partir de aquí ya no se
informa de correlaciones, sino de variadas ratios de incidencia y de porcentajes.
Van
más allá de la cohorte Dunedin echando mano del E-Risk (Environmental-Risk Longitudinal
Twin Study) para comparar hermanos, “una convincente investigación cuasiexperimental
que permite aislar la influencia del autocontrol. ¿Presenta el hermano con un
autocontrol más pobre peores resultados que su hermano más autocontrolado, a
pesar de haber crecido en el mismo ambiente familiar?”.
Aunque
la edad máxima de este grupo es de 12 años, ya se aprecia la misma tendencia
que la observada en el estudio Dunedin: más probabilidad de haber empezado a
fumar (b = 0.07), rendir peor en
el colegio (b = 0.13) y meterse en
problemas de corte antisocial (b = 0.09). Cuando se
controló el efecto del nivel intelectual, los valores de predicción no
cambiaron, salvo para el rendimiento académico (que bajó a una b de 0.006).
Los
autores concluyen que las diferencias que separan a los niños en autocontrol
predicen su futuro con igual eficacia que el bajo nivel intelectual y la
desventaja socioeconómica. Según ellos, el autocontrol puede entrenarse con
relativa facilidad.
Al
poco de revisitar este informe --ya comentado brevemente en este blog cuando se publicó hace seis años-- cayó en mis manos un artículo
en el que se exploraban las relaciones del autocontrol con la inteligencia.
Conclusión: un mayor nivel intelectual
predice un mayor autocontrol al usar modelos transversales y
longitudinales, incluso aunque se consideren covariables como el autocontrol
previo del chaval, su funcionamiento ejecutivo, el nivel intelectual de la
madre y el autocontrol de la madre.
Naturalmente,
en este artículo se hacen eco del informe Dunedin comentando antes.
En
esta investigación se estudian los casos registrados entre 1991 y 2007 por parte del ‘National
Institute of Child and Human Development’s Study of Early Chind Care and Youth
Development (SECCYD)’. En los análisis se consideran finalmente alrededor
de 1.000 familias en la que los niños han alcanzado los 15 años de edad.
En
general, los resultados son débiles, pero se observa que el nivel intelectual
predice el autocontrol futuro (b = 0.21). Las
covariables señaladas antes apenas poseen un efecto en esta relación:
“Esta asociación
persiste a través del tiempo y de distintos evaluadores, aunque se ajusten los
valores según el autocontrol previo, el nivel intelectual y el autocontrol de
la madre y el funcionamiento ejecutivo del niño
(…) nuestros resultados
subrayan la relevancia de la inteligencia en la etiología del autocontrol por
encima y más allá de la socialización”.
Desgraciadamente,
en este proyecto longitudinal solamente se estudia a un niño por familia.
Es
realmente llamativa la tendencia a olvidarse de que los niños de una misma familia no son clones, ni genética ni
ambientalmente. Vale mucho la pena estudiar atentamente las trayectorias
vitales de los hermanos que han crecido en la misma familia desde su
nacimiento. Sorprende que este diseño de investigación se use de poco a nada,
cuando sabemos positivamente que ofrece resultados súper informativos.
Un
excelente ejemplo de lo que podemos aprender se encuentra en el monográfico
publicado por Charles Murray (Income
Inequality and IQ) hace ahora casi veinte años.
El
diseño que usa Murray se basa en seleccionar hermanos según el criterio de que
uno de ellos se sitúe en un segmento de la distribución poblacional de CI (IQ)
y el otro pueda situarse en otro segmento, mayor o menor. A partir de aquí se
compara a esos hermanos que difieren por su nivel intelectual en una serie de
variables sociológicamente relevantes, tales como el nivel educativo alcanzado,
sus ocupaciones laborales o sus niveles de ingresos.
El
resultado sistemático es que las
diferencias del nivel intelectual que separan a los hermanos les ordena
linealmente, en un futuro, en esas variables sociológicas.
Nada
me gustaría más que averiguar si eso mismo se aprecia cuando se considera la
variable ‘autocontrol’. Ni valores Beta (b) ni correlaciones (r), sino
simplemente representar dónde se colocan en esas variables sociológicas los
hermanos ordenados según (a) su nivel intelectual y (b) su autocontrol.
Así
se sencillo.
Finalmente,
debo comentar que la declaración de los responsables del Estudio Dunedin sobre la supuesta facilidad para entrenar el
autocontrol es discutible. En un informe recientemente
publicado se critican las investigaciones en las que se ha observado un
poderoso efecto del entrenamiento del autocontrol.
En
ese informe se propone algo que me seduce: los individuos que presentan altos
niveles de autocontrol son buenos evitando la tentación, no inhibiendo los
impulsos cuando esa tentación está presente:
“Si se desea tener
éxito, entonces la estrategia más eficiente consistiría entrenar a la gente a
evitar proactivamente la tentación, en lugar de a inhibir esa tentación
reactivamente”.
Alejarse
de las situaciones de riesgo es lo que mejor hacen quienes se caracterizan por
un mayor autocontrol, y, por tanto, éste debe ser necesariamente resultado de
algún otro factor.
Es
fácil aventurar cuál puede ser ese factor, esa causa distal, dentro del cosmos
psicológico, ¿verdad?
-->
-->

Si estás leyendo este blog,
deberías sentirte un privilegiado. Formas parte del selecto grupo de habitantes
del siglo XXI que, apenas con un gesto
velado de su mano, puede acceder a un volumen ingente de experiencias.
Ahora estás aquí, pero dentro de diez segundos podrías estar aquí, descubriendo el trabajo de un ilustrador chino que vive a 10000 km de
ti, o aquí, disfrutando de la composición musical de otro ser humano que murió
hace casi 300 años.
En el “aquí virtual”
de la Red, las oportunidades para el ocio y el conocimiento son inabarcables a
través de aplicaciones como Google, Instagram, Twitter, Spotify, Netflix, YouTube,
Reddit o Facebook. Si el libre albedrío
se midiera al peso de la cantidad de elecciones posibles, tu y yo estaríamos
entre los humanos con más libre albedrío de la historia de la humanidad.
Y a pesar de ese privilegio, nos
toca bregar con una nueva demanda: la amplitud de la oferta. El exceso de
alternativas abruma porque el tiempo es limitado, tanto para valorarlas como
para disfrutarlas.
¿Qué perfil seguir?
¿Qué serie empezar?
¿Qué noticias merecen nuestra atención?
Necesitamos “filtrar” y la mejor manera
es saber qué piensan los demás. No es difícil. Vivimos
en la sociedad de los “Me gusta”. Lo
mismo se puntúa un restaurante que un libro, y no está lejos el día en que
puntuemos cruelmente a las personas, como en Caída
en picado.
Nuestras valoraciones sobre lo
que nos rodea ayudan, a unos y otros, a elegir. Aunque la verdadera clave es:
¿Qué piensan los que se parecen
a mí?
Por ejemplo, en filmaffinity,
no basta saber que “La caza del Octubre
Rojo” y “Canino” obtienen una
puntuación similar, ya que han sido valoradas por audiencias muy distintas, no
sólo en número, sino también en gusto. Por tanto, necesitaré una ayuda para identificar
qué muestra de valoraciones me representa mejor. Aquí entran en juego las
técnicas de Filtrado Colaborativo.
Encontrar nuestros semejantes digitales no entraña grandes
dificultades. Basta un algoritmo que busque a la persona o personas que más se parezcan a nosotros
en las valoraciones compartidas: nuestros “vecinos próximos”, nuestras “almas
gemelas digitales”.
Estos algoritmos de búsqueda y recomendación ya están por todas partes
y cada vez nos fiamos/fiaremos más de ellos para que nos digan qué
comprar, qué ver, qué leer, cuál es la noticia del día, con quién casarnos, con
quien contratar la hipoteca, qué regalar a la pareja y dónde viajar el próximo verano.
Porque acertará. El algoritmo nos
permitirá tomar mejores decisiones, porque dispondrá de más información y de mayor
potencia computación.
Ahora bien, como contrapartida hay un precio: que el filtro reduzca de
forma drástica el tipo de experiencias que nos llegan, dejándonos atrapados en “nuestra” burbuja.
Eli Pariser elabora con detalle estos
riesgos en su libro “El Filtro Burbuja” (2011) que, después de seis años, se acaba de publicar en castellano y
que es de lectura muy recomendable.
Da para el guion de la siguiente temporada de Black Mirror.
Algunos de los riesgos ya han sido muy repetidos, aunque no por ello
resultan menos reales. Permítanme seleccionar tres:
1. Para disfrutar de la personalización, hemos dejado de proteger
nuestra privacidad y quizás algún día nos arrepintamos. Nunca nuestra intimidad estuvo tan al descubierto.
2. El control del flujo de información está cada vez más peligrosamente
en manos de unas pocas grandes empresas, con sus propios intereses.
3. Los filtros empobrecen nuestras experiencias en variedad y
calidad: perdemos justamente las que nos harían cambiar, evolucionar y crecer.
La filosofía del “Me gusta” está
sobrevalorada.
Quizás
es una exageración más contra el extraño mundo que se nos viene encima, pero merece
plantearse si la
lógica del filtro puede acabar por eliminar las experiencias que más nos diferencian de los que se nos parecen.
Las que nos hacen más únicos y originales.
Les dejo con el mensaje de los Monty Python, que viene muy al caso:

Estuve
estudiando un reciente PrePrint que me
recordó mis primeros pasos en la investigación científica, cuando intentaba
contribuir a la marea que denunciaba lo inadecuado de intentar explicar la
conducta humana a partir de un solo modelo general.
Por
supuesto, este artículo, preparado por científicos del Instituto Max Planck, es mucho más sofisticado, pero el mensaje básico
es idéntico: es imposible identificar un
solo modelo que de cuenta de los procesos mentales usados por distintos
individuos para resolver la misma tarea.
Se
demuestra que un modelo obtenido a partir de datos grupales ni se mantiene ni
es significativo a nivel individual. También se denuncia que tanto la
psicología experimental como la neurociencia cognitiva ignoran este poderoso hecho.
“Es miope discutir
sobre una ciencia dirigida a descubrir las leyes generales de la mente y otra
orientada a las mentes individuales”.
El
ejemplo usado para demostrar que es posible obtener información fiable a nivel
individual y descubrir cuáles son los procesos cognitivos característicos de
cada persona corresponde al Paradigma de S. Sternberg de búsqueda en la memoria a corto plazo: se presenta
secuencialmente una serie de dígitos y se solicita decidir si un dígito que se presenta
posteriormente estaba entre los de la serie. La búsqueda puede hacerse de un
modo exhaustivo o auto-terminado.
Esta
investigación se hace con 32 individuos jóvenes. Primero se replican los
resultados habituales al usar ese Paradigma experimental y posteriormente los
participantes pasan por seis sesiones hasta llegar al nivel de asíntota (es decir, el momento en que no aumenta más la
eficacia con la que esos individuos pueden hacer la tarea). Se observa que 13
individuos usan una estrategia auto-terminada, mientras que otros 13 se sirven
de una estrategia exhaustiva:
“Los individuos
difieren fiablemente en su modo de buscar información en la memoria
(…) se adaptan a las
exigencias de la tarea optimizando sus recursos cognitivos y neuronales
(…) recomendamos que se
preste una mayor atención a las diferencias individuales que revela la
variabilidad de ensayo a ensayo al aproximarse a los niveles asintóticos de
rendimiento”.
Una
de las consecuencias más relevantes de esta excitante investigación supone
resaltar la evidencia de que los individuos pueden usar distintos procesos
cognitivos para llegar al mismo objetivo. Pero el único modo de apreciar la
generalidad de un determinado proceso es estudiarlo a nivel individual:
“Ni la significación
estadística ni la replicación a nivel grupal asegura la existencia y
generalidad de los fenómenos psicológicos”.
Los
psicólogos con una visión matemática han denunciada reiteradamente la
extraordinaria heterogeneidad de los datos grupales. Pero los psicólogos
experimentales han mirado para otro lado.
La
tendencia a la agregación es confortable, pero entraña peligros.
Los
individuos usan distintos procesos para satisfacer las mismas demandas, pero,
además, cada individuo también puede ir cambiando los procesos de los que se
sirve a medida que va resolviendo ensayos. Agregar las respuestas neuronales
representará una mezcla de configuraciones de procesamiento neurológico. El
resultado puede ser, en el mejor de los casos, frustrante, y, en el peor, altamente
engañoso. Al menos en parte, esa clase de prácticas puede estar detrás de la
situación denunciada
por nuestro equipo de investigación sobre las dificultades para reproducir
resultados en neurociencia cognitiva.
En
suma, los autores concluyen:
“Los procesos
cognitivos se identifican con mayor facilidad a nivel individual, y las
diferencias individuales que se observan al aproximarse al nivel de asíntota no
pueden despreciarse como ruido o error
(…) la proyección de los
procesos sobre la conducta no es unitaria sino variable tanto intra como
inter-individualmente”.
Un
sombrero no se cala adecuadamente en todas las cabezas.
Este
equipo del Max Planck ha estudiado 30 personas.
En
2002, estudiamos en mi
equipo de investigación a casi mil personas (N = 980) para contrastar cuatro
modelos de procesamiento propuestos en la investigación previa para explicar el
rendimiento de los individuos al resolver series de tres términos (razonamiento
deductivo).
Volvimos
a explorar el problema en 2003,
pero duplicando el número de casos (N = 1.968).
Conclusión:
olvídense de encontrar un modelo ganador.

Pude
disfrutar de la estimulante lectura de ‘Homo Deus. A Brief History of Tomorrow’ (Yuval Harari) aunque
de breve nada. El material que describe y discute este Profesor de Historia es
abundante e invita tanto a pensar como a posicionarse.
Este
es el mensaje esencial: los días de
dominio del Homo Sapiens están contados. El futuro será para un puñado de
humanos divinizados que colaborarán con máquinas súper inteligentes, mientras
que la mayor parte de la población mundial se convertirá en una variable irrelevante
del sistema.
Superados
los tres problemas que han perseguido a la humanidad durante siglos (el hambre,
las plagas y las guerras) los elegidos (the chosen people) mirarán hacia otro
lado para eliminar su tedio:
“actualmente, la
fuente principal de riqueza es el conocimiento
(…) es raro que los
humanos se contenten con lo que ya tienen
(…) los siguientes
objetivos de la humanidad serán la inmortalidad, la felicidad y la divinidad
(…) actualizaremos a los
humamos en dioses convirtiendo al Homo Sapiens en Homo Deus”.
Harari
argumenta que esa tendencia es imparable porque no se sabe dónde están los
frenos: “no one
is capable of connecting all the dots
and seeing the full picture”.
Es
más, aunque lo supiéramos sería absurdo intentarlo porque la sociedad
colapsaría. Cuando se pueda actualizar a los humanos, se hará, porque nadie
desea que sus retoños se queden rezagados. Subraya que “el conocimiento que no cambia la conducta es
inútil, pero el que lo logra pierde rápidamente su relevancia”.
La
obra se divide en tres partes. La primera explora las relaciones de los humanos
con el resto del reino animal (el Homo Sapiens
conquista el mundo), la segunda se centra en el bizarro mundo creado por el
sapiens durante el pasado milenio siguiendo la doctrina humanista (el Homo Sapiens le da sentido al mundo)
y la tercera se orienta al futuro (el Homo
Sapiens pierde el control).
“La gente teme el
cambio porque piensa que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer,
pero la mayor constante de la historia es que todo cambia”.
El Homo Sapiens Conquista el Mundo
Un
hecho sobrecogedor es que el 90% de los animales de cierto tamaño está
domesticado. La revolución de la agricultura aumentó la supervivencia de esos
animales, pero ignoró sus necesidades sometiéndoles a un ‘downgrade’. En ese periodo se originaron las religiones teístas,
siendo posteriormente sustituidas por las religiones humanistas en las que el sapiens ocupa el lugar de los dioses.
En
su análisis del contraste con los animales –dirigido a preparar el terreno de
lo que puede suceder en el futuro cuando unas máquinas súper inteligentes sin
conciencia decidan sustituir a los humanos—Harari se ceba con la idea de la
individualidad. La conciencia sigue siendo un enigma y la mente se nos antoja
tanto más redundante cuanto más sabemos del cerebro: “la conciencia puede ser una simple polución
mental producida por el disparo de redes neuronales complejas”.
Según
el autor, nuestra especie conquistó el mundo gracias a la capacidad para
conectarnos, para cooperar de un modo flexible a gran escala. Sin embargo, posteriormente
confiesa que las revoluciones son posibles gracias a una pequeña red de
agitadores con especiales dotes para la coordinación.
Existe,
a mi juicio, una cierta tensión en la mente del autor alrededor de los
conceptos ‘mucho y poco’. ¿Quién promueve esa conexión? O está descentralizada
desde el comienzo o no lo está, y si es que no, entonces la cosa es menos
etérea, o más carnal, de lo que se deja entrever en el texto.
Asertivamente
escribe:
“Algunos piensan que
si pudiéramos descifrar el código genético y generar un mapa de cada neurona en
el cerebro, accederíamos a todos los secretos de la humanidad
(…) pero las ciencias humanas
subrayan la crucial importancia de las experiencias intersubjetivas,
irreductibles a hormonas y neuronas”.
Recuerden
que Harari es Profesor de Historia.
El Homo Sapiens le da Sentido al
Mundo
La
escritura cambió el mundo porque los humanos superaron las restricciones de sus
cerebros y de sus círculos socio-temporales. Estimuló un mundo de fantasía permitiendo aceptar historias sobre cosas como el
dinero o los estados. Sin eso, las sociedades complejas son imposibles.
Harari
explora los vericuetos del humanismo: “el votante sabe (…) la belleza está en el ojo de observador
(…) el cliente siempre tiene razón”.
En
la Europa medieval la fórmula básica para el ‘Conocimiento’ fue ‘Escrituras x
Lógica’. Cambió durante la revolución científica a ‘Datos x Matemáticas’ y con
la llegada del humanismo a ‘Experiencias x Sensibilidad’. Recuerda que la
experiencia es un fenómeno subjetivo que incluye tres ingredientes:
sensaciones, emociones y pensamiento.
El
humanismo no tardó en dividirse en tres ramas: liberal (cada ser humano es un
individuo único), socialista (comunismo) y evolucionista (nazismo). El siglo XX
vivió el conflicto entre esas tres perspectivas, pero el liberalismo ganó el
partido por goleada:
“Actualmente no
existe una alternativa seria al paquete liberal del individualismo, los
derechos humanos, la democracia y el libre mercado
(…) el Islam radical no es
una amenaza real porque no comprende el mundo moderno y, por tanto, no tiene
nada relevante que decir sobre los nuevos peligros y oportunidades que suponen
las nuevas tecnologías
(…) los productos
principales del siglo XXI serán los cuerpos, los cerebros y las mentes, y el
abismo entre quienes sepan de ingeniería de los cuerpos y los cerebros y los
que no, será mayor que la que separa al sapiens del neandertal
(…) si Marx resucitase
usaría su tiempo para estudiar Internet y el genoma humano”.
El Homo Sapiens Pierde el Control
El
autor comienza a lo grande negando que
exista libertad individual para elegir. El humano se limita a constatar que
desea o quiere hacer algo, pero no tiene la más remota idea de por qué. Por
tanto, es perfectamente posible controlar esos deseos con drogas, ingeniería
genética o estimulación cerebral.
Pero
no se queda ahí. También rechaza la idea de individuo: “humans aren’t individuals. They are
‘dividuals’”. Recurre a los famosos experimentos de pacientes con el
cerebro dividido para persuadir al lector. Existe un intérprete interno, ubicado en el hemisferio izquierdo, cuya única
razón de ser es encontrarle sentido a las cosas que deseamos y hacemos, es
decir, construir historias. Observamos un yo que tiene experiencias y un yo que
se dedica a narrarlas (promediándolas, no agregándolas):
“Pero el yo es una historia imaginaria, igual
que las naciones, los dioses y el dinero
(…) las ciencias de la
vida dinamitan el liberalismo argumentando que el individuo libre es una
historia ficticia elaborada por una asamblea de algoritmos bioquímicos”.
El
liberalismo está obsoleto porque…
1.
Los humanos están perdiendo su utilidad económica y militar.
2.
El sistema encuentra relativamente útiles a los humanos en general, pero no a
los individuos.
3.
El sistema valora a algunos individuos
únicos o especiales.
A
día de hoy, las máquinas son más eficientes que los humanos al realizar muchas
actividades. Ellas puede procesar eficientemente ingentes cantidades de
información. Nosotros no:
“¿Qué harán los ‘conscientes’
humanos cuando algoritmos ‘inteligentes’ no conscientes pueden hacerlo todo
mejor?
(…) a medida que esos
algoritmos manden al paro a los humanos, la riqueza se concentrará en una pequeña élite dueña de esos
algoritmos, provocando una desigualdad social sin precedentes”.
Repasa
lo que sucede ahora con respecto a los datos que los humanos les ofrecen,
gratuita y gustosamente, a las máquinas. Se alimentan las redes sociales y los
algoritmos que hay detrás terminan por conocernos mejor que nosotros mismos:
“If we connect all the dots y le damos a
Google libre acceso a nuestros dispositivos biométricos, a nuestro ADN y a
nuestros registros médicos, obtendremos un servicio médico omnisciente que no
solamente combatirá las epidemias, sino que nos protegerá del cáncer, los
ataques al corazón y el Alzheimer”.
¿Quién
puede resistirse?
El
precio supone que los humanos abandonen su autonomía para formar parte de una descomunal
red global. Ya no tomaremos decisiones tintadas de sucias emociones, sino que
le preguntaremos a nuestro asesor robotizado (Siri, de Apple, Cortana, de
Microsoft, o Google Now, pueden servir):
“El individuo no
será destruido por el Gran Hermano, sino que se auto-disolverá”.
Viajamos
hacia un mundo post-liberal en el que una élite gobernará. Esos nuevos
súper-humanos cooperarán con los algoritmos. Las castas biológicas están
servidas:
“We may see real
gaps in physical and cognitive abilities opening between an upgraded upper
class and the rest of society
(…) people want superior
memories, above-average intelligence, and first-class sexual abilities”.
La
revolución tecnológica, capitaneada por el dataismo, deja atrás a políticos y
votantes porque son incapaces de seguir el vertiginoso ritmo:
“Nuestras
estructuras democráticas actuales no pueden registrar y procesar los datos
relevantes a la velocidad necesaria, y la mayor parte de los votantes no
comprenden la cibernética ni la biología necesarias para formarse una opinión
pertinente
(…) los gobiernos
gestionan los países, pero no los lideran”.
En
resumen
1.
La primera revolución cognitiva conectó
un inmenso número de sapiens en una red de proceso de datos (aunque los
europeos procesaban la información de modo distinto a los chinos).
2.
La segunda fase comenzó con la revolución
de la agricultura y continuó con la invención de la escritura y el dinero
hace 5.000 años.
3.
En la tercera fase, que se prolongó hasta la revolución científica, los humanos soñaron con una red mundial.
Comenzó a materializarse en 1492 cuando los
españoles conectaron Eurasia con América.
Por
tanto, durante los pasados 70.000 años los humanos surgieron, luego se
separaron en distintos grupos y finalmente han vuelto a unirse.
Back home.
Los
dataistas opinan que todas las cosas buenas dependen de la libertad de
información. Y la gente desea estar dentro del círculo, aunque eso suponga
abandonar su privacidad, su autonomía y su individualidad:
“El individuo se
está transformando en un minúsculo chip dentro de un sistema gigante que nadie
comprende realmente”.
El
mundo homo-céntrico se está convirtiendo al data-centrismo.
El
cerebro humano es incapaz de asimilar los algoritmos maestros que procesan los
miles de millones de datos que los sapiens cedemos sin contemplaciones. Harari
nos invita a examinar críticamente esta perspectiva, pero evita mojarse.
Sugiere que el dataismo hará con el sapiens lo mismo que este hizo con los
animales (un downgrade).
Alcanzar
alguna conclusión será difícil porque ahora la desinformación no se basa en la
censura, sino en inundar al sistema con información irrelevante. Actualmente el poder está en manos de quien
sabe qué información se puede ignorar.
La
obra se clausura con tres preguntas:
1.
¿Son los organismos simples algoritmos y la vida es solo proceso de datos?
2.
¿Qué es más valioso, la inteligencia o la conciencia?
3.
¿Qué le sucederá a la sociedad, la política y la vida cotidiana cuando
algoritmos no conscientes, pero muy inteligentes, nos conozcan mejor a nosotros
que nosotros mismos?
¿Preparando
el terreno para la siguiente entrega?
-->

Emil Kirkegaard me envía, amablemente,
un artículo que considera me puede
interesar. Una vez leído el resumen aventuro que así será, de modo que avanzo con
mirada decidida por las siguientes páginas. Durante ese proceso comienzo a albergar
reservas y al terminar concluyo que algo no fue bien.
El
equipo de Thomas Yeo se ha
juramentado para encontrar una ‘cognitive
ontology’ resumiendo los hechos observados en los estudios publicados y
haciendo también sus propios análisis a partir de bases de datos públicas. En
este caso usan datos del Human Connectome
Project (HCP) y de NeuroVault.
En
este informe se supone que aplican un modelo bifactorial sobre una variedad de
datos de activación y desactivación cerebral ante tareas tan distintas como el
cálculo, la cognición social, el procesamiento de rostros, el procesamiento
semántico, la memoria episódica y la inhibición motora. Es decir, un
batiburrillo de proporciones bíblicas.
Sostienen
que los mapas de activación se pueden reducir a un factor general (g) –que explica, él solito, más de la
mitad de la varianza (52%)—y una serie de factores específicos, cada uno de los
cuales no explica más de 3% de la varianza. Por tanto, encuentran algo similar
a lo que sucede al analizar los resultados obtenidos por las muestras de
baremación de los test de inteligencia más renombrados como el Wechsler. La
evidencia de la psicometría y de la neurociencia convergen –aunque, en este
estudio, en el segundo caso no solamente se incluye información sobre
rendimiento cognitivo.
Me
gusta que usen mapas de activación sin corregir y que apliquen un modelo
factorial que “extrae
los factores que mejor explican la covarianza en los datos, en lugar de estimar
las posibles fuentes independientes que subyacen a las asociaciones entre los
mapas de activación (ICA, Independent Component Analysis)”. Además, aplican
una rotación oblicua a los factores extraídos, lo que permite averiguar si se
encuentran correlacionados. Consideran
finalmente 108 mapas de activación que proyectan sobre una exhaustiva parcelación
del cerebro en 950 regiones.
El
gran problema, a mi juicio, es que el modelo bifactorial que contrastan no
tiene sentido conceptual. Se mezclan tareas de naturaleza demasiado diversa,
pero, además, los pesos en los factores de mayor generalidad se encuentran
definidos por todos los de menor generalidad. Materializan una extraña reducción de datos, o eso es lo que
parece.
Las
áreas en las que observan un mayor solapamiento respecto de la activación son:
posterior medial prefrontal cortex (pMPFC),
anterior insula (AI), superior parietal cortex (SPC), dorsolateral prefrontal
cortex (DLPFC) y áreas de la red visual (especialmente el fusiforme).
Las
áreas con mayor representación en la desactivación son: medial prefrontal
cortex (MPFC), precuneus/posterior cingulate cortex, y bilateral inferior
parietal cortices (IPC).
Los
resultados para el factor general (g)
del modelo son extraños: las regiones más relevantes se vinculan al
procesamiento emocional de rostros, la memoria operativa visual y la
comparación visual de patrones. Los resultados para los factores específicos
son bastante más interesantes. La siguiente figura presenta algunos ejemplos.
En
la discusión vuelven a la carga para destacar el papel del pMPFC, cuya activación se observa en el 90% de los mapas, aunque
también resaltan la presencia del giro fusiforme. Por tanto, sus resultados apoyarían una red
frontal-temporal-occipital. El parietal quedaría excluido, o eso es lo que parece...
A
pesar de enfatizar la relevancia del factor general (g) en distintos lugares del informe, al cerrar suavizan el mensaje:
“antes que un
único patrón de activación y desactivación, los resultados sugieren que existe
una pluralidad de manifestaciones de ese
patrón dependiendo del grado de procesamiento y del tipo de estímulo dominante”.
Personalmente
me parece más sólida una aproximación que comentamos aquí
hace algunos meses. Más modesta, pero también más limpia conceptualmente.
Como
llevamos defendiendo en mi equipo de investigación desde hace más de una
década, debemos combinar psicometría y neurociencia para mejorar nuestra
comprensión del rendimiento cognitivo. Pero se debe hacer cuidadosamente. En el
informe que me envía Emil se estruja demasiado un paquete de datos tan enorme
como deforme.
¿Qué
se puede esperar?
-->

¿Vivimos
en una sociedad libre aquí en Occidente?
Sobre
el papel así es, no hay duda.
Nuestra
constitución, por ejemplo, “garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de
los individuos”.
Además,
“se reconoce y
protege el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y
opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de
reproducción (…) el ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante
ningún tipo de censura previa”.
Sin
embargo, basta con abrir al azar un periódico (en el iPad), mirarse o escuchar
un rato –también aleatoriamente—la televisión o la radio, o brujulear unos
minutos por las redes sociales (Twitter o Facebook serán suficientes) para que
se imponga la sensación de que no es así, en absoluto.
Es
verdaderamente abrumadora el ansia que parecen albergar determinados individuos
y colectivos por imponer a los demás lo que consideran adecuado para ellos.
Optaron por determinadas cosas, las pusieron en práctica, gozaron y después
quisieron que el resto de la sociedad siguiera sus pasos. Si los demás no ven la luz, ya se
les colocará debajo de un potente foco para que terminen confesando que estaban
equivocados al no abrazar la fe verdadera.
Los
mecanismos de presión son, a veces, sutiles, pero no siempre es el caso, ni
mucho menos. Quien discrepa resulta primero marginado y después castigado, no
con el látigo de su indiferencia, sino con un garrote vil en la plaza del
pueblo.
El
veneno antidemocrático no suele provenir de una sola cobra social.
La
situación se parece más a una cacería en la que una jauría de lobos persigue a
una gacela.
Los
católicos son tildados de retrógrados, de medievales –asumiendo, gratuitamente,
que el calificativo es insultante—por quienes han leído –aunque casi seguro que
se limitaron a echarle un vistazo a un YouTube de 12 minutos—a los
intelectuales que han suscrito los mensajes de, por ejemplo, Richard Dawkins.
Los
exfumadores miran con un odio cerval a quien se sienta plácidamente en su
terraza a disfrutar del humo de su puro habano.
Los
veganos blanden sus pancartas para que los despiadados carnívoros depongan su
actitud de asesinar a sus semejantes en el reino animal.
Los
antitaurinos se untan de kétchup y se tiran en las calles para denunciar el
crimen contra la humanidad que supone el arte del toreo.
Algunos
universitarios, profesores y estudiantes, se sienten ofendidos porque un
científico exponga sus dudas sobre la eficacia de las políticas dirigidas a
reducir la violencia en la pareja.
Un
ciudadano, sensibilizado por el uso del cuerpo de la mujer en la publicidad,
visita el Museo de El Prado y eleva una protesta formal por la exposición de la
maja desnuda.
Los
ejemplos son abundantes. Elegí algunos al azar.
A
efectos prácticos ya no vivimos en una sociedad en la que dominen los valores
democráticos. Eso es así. Ahora unos desean imponerse a otros y nadie quiere
sentirse ofendido por las opiniones de los demás. Al decirlo abiertamente suena
ridículo, pero los hechos son contundentes.
Los
miembros de un grupo de personas sentados en un restaurante al que han acudido para
deglutir la paella de los jueves, miran cuidadosamente a su alrededor antes de comenzar
a bromear sobre lo divino y lo humano. Alguien con la sensibilidad a flor de
piel podría estar escuchando y, llegado el caso, denunciar los luctuosos
comentarios ante el correspondiente colectivo. Ahora siempre hay alguno.
Vivimos
en un mundo aterrador aquí en Occidente. Se nos están escurriendo de las manos
los logros alcanzados en el último cuarto del siglo XX. Aún estamos a tiempo de
cerrar el puño, incluso de recuperar lo que yace en el suelo y algunos
disfrutan pisoteando.
¿Tendremos
el valor de reclamar lo que es nuestro?
¿O
nos abandonaremos al albur de los caprichosos vientos sociales?
-->
---------------------
-->
Excelente conversación de Christina Hoff Sommers &
Camille Paglia sobre, entre otras cosas, el delirante control de
determinados colectivos sociales sobre la libertad de expresión.

La
plataforma ‘Quillette’ publicó el verano pasado un artículo sobre la ‘realidad de
las razas’ y sobre la ‘repugnancia hacia el racismo’.
Sostienen
los autores de ese artículo que el ciudadano de a píe no duda de la existencia
de razas dentro de la especie humana, aunque algunos intelectuales consideran
que se basa en una percepción ilusoria. En realidad, declaran estos últimos, la
diversidad humana es superficial, todos somos más o menos iguales.
Los
autores del artículo que comentaremos aquí mantienen que las razas existen. Las
categorías raciales no son construcciones sociales arbitrarias, sino que
corresponden a diferencias genéticas reales que separan a las poblaciones
humanas. Piensan que los científicos deben estudiar estas variaciones sin temor
a la censura o al ostracismo:
“El racismo no es
erróneo porque las razas no existan, sino porque viola gravemente los ideales
morales de las sociedades modernas en las que vivimos”.
La
percepción de los intelectuales y activistas sociales que niegan la realidad de
las razas humanas es peligrosa, según los autores. Y lo es porque abre la
puerta a pensar que si estuvieran equivocados y se demostrase que las razas
existen de hecho, entonces el racismo estaría justificado.
¿Cómo
se ha intentado negar la realidad de las razas dentro de la especie humana?
En primer lugar, se ha mantenido que la variación humana es gradual, no
discreta.
Sin
embargo, quienes consideran que el concepto de raza es útil concuerdan con ese
hecho: las diferencias son de grado.
Las concepciones platónicas sobre la raza son una persona de paja sin relación alguna
con la investigación científica.
En segundo lugar, se subraya que las
diferencias dentro de cada grupo son mucho mayores que la diferencia promedio
que separa a los grupos humanos o poblaciones. Por tanto, esa diferencia
promedio debe poseer escaso o nulo interés para la ciencia.
Sin
embargo, a pesar de que ese hecho es completamente cierto, es irrelevante para
la pregunta de si las diferencias poblacionales son biológicamente
significativas. Explorar genes aislados no es lo mismo que analizar la
estructura de múltiples genes relacionados. Patrones invisibles cuando se
consideran genes individuales, se manifiestan cuando se explora simultáneamente
una gran variedad de genes. Cada locus genético es poco informativo en sí
mismo, pero 200 o 300 loci son muy informativos. La etnicidad auto-informada se
corresponde de modo prácticamente perfecto con las agrupaciones de genes
obtenidas usando 326 marcadores. Los
grupos humanos pueden distinguirse según su pasado ancestral con una gran
precisión.
En tercer lugar, se ha dicho que las
clasificaciones raciales en humanos son arbitrarias.
Sin
embargo, las categorías grupales se
basan en principios aceptados como coherencia, parsimonia y predictibilidad.
La raza no es una esencia platónica y los grupos raciales no constituyen
categorías discretas. Es un constructo pragmático que recoge variaciones reales
presentes en nuestro planeta y que permite que los científicos hagan
inferencias útiles:
“Se puede comenzar
con cinco categorías basadas en los continentes (caucásicos, asiáticos del
este, africanos, nativos americanos y aborígenes de Australia) añadiendo
después más categorías para aumentar el nivel de detalle de los análisis
(judíos askenazi, judíos sefardíes, etc.)”.
Estas categorías no son reales en un
sentido metafísico, pero son útiles y poseen valor predictivo. Representan rasgos que pueden
cuantificarse, que se agrupan y que predicen determinados resultados.
El
racismo es erróneo porque viola la dignidad de los individuos. Y esa dignidad
no necesita de una supuesta uniformidad biológica de la especie humana.
Estudiar
seriamente las variaciones raciales es relevante, según los autores. Puede
promover, por ejemplo, el desarrollo de tratamientos médicos mejores, más
personalizados. También puede ayudar a comprender nuestra historia
evolucionista.
Además,
negar irracionalmente la realidad del concepto de raza abre la puerta a los
extremistas. Si los científicos se niegan a discutir abiertamente sobre ese
concepto, otros lo harán. Y es bastante probable que esos ‘otros’ sean
demagogos que usarán los conocimientos disponibles para apoyar peligrosas políticas sociales.
El
hecho es que la mayor parte de la gente piensa que las razas humanas existen.
La investigación sugiere que existen diferencias genéticas significativas que
se corresponden con las clasificaciones raciales comunes. El concepto de raza
es tan real como otros constructos de las ciencias sociales:
“La tolerancia y el
cosmopolitismo no requieren nivelar la diversidad sino celebrarla. Las razas
existen. El racismo no tiene por qué existir”.
Pienso
que este artículo es interesante y que vale la pena leerlo, tanto con
detenimiento como con la mente abierta.
Sin
embargo, a medida que leía me resultaba difícil no volver a la conclusión a la
que llegué hace veinte años cuando estuve trabajando en un libro sobre la diversidad humana que se publicó en 1996
por primera vez (y que se re-editó en 1997).
Entre
otros muchos temas, consideré allí el concepto de raza. Los siguientes son
ejemplos de algunas de mis conclusiones después de revisar y estudiar la evidencia disponible en aquel momento:
-. Las personas deberían ser consideradas como
individuos, no como
miembros de un determinado colectivo.
-. Valorar al individuo a partir de los grupos a los que
se supone que pertenece desnaturaliza la idea de democracia.
-.
La igualdad de derechos y oportunidades es la condición más beneficiosa para
cualquier sociedad. Aceptar la realidad de las diferencias humanas en las
capacidades básicas simplemente subraya la
necesidad de proporcionar una igualdad de oportunidades para permitir que cada
persona alcance su propia realización personal.
-. Si se intenta construir una sociedad en la que la
etnicidad no tenga importancia en los acontecimientos cotidianos relevantes,
resulta esencial que las etiquetas de prestigio tengan el mismo significado
para todos los grupos étnicos.
-. La tarea de cualquier gobierno democrático debería consistir en organizar a un conjunto de personas desiguales
según un sistema de leyes y procedimientos que permitan igualar sus derechos y oportunidades, respetando que las diferencias individuales
se puedan expresar con la mayor libertad posible.
-. El ideal igualitario de la teoría política
contemporánea subestima la importancia de las diferencias que separan a los
seres humanos. Fracasa al vérselas con la variabilidad humana y sobrestima la
capacidad de las intervenciones políticas para anular el carácter y las
capacidades humanas.
-. La persona no debe ser juzgada según el grupo al que
pertenezca, sino como tal individuo. Por ello, en adelante, las
diferencias grupales deberían jugar un papel insignificante.
En
suma, quise subrayar que la unidad de análisis más adecuada es el individuo, no
el grupo. Los grupos no son más que colectivos de individuos. El hecho de que
considerar esas agrupaciones pueda poseer algún beneficio instrumental para la
investigación científica, no implica que posea una mayor significación que el
individuo en la mayoría de las circunstancias.
La investigación reciente en
neurociencia está trabajando duro para cambiar el foco desde el grupo
hacia el individuo. Cada vez se habla menos, por ejemplo, de pacientes y controles, y más de
individuos concretos que pueden presentar una mayor o menor probabilidad de contraer
alguna clase de trastorno. Se subraya la extraordinaria variabilidad que
caracteriza a los pacientes, tan o más relevante que la que caracteriza a los
controles.
Los
autores del artículo que estamos comentando en este post caen en una contradicción, desde mi punto de vista. El
desarrollo de tratamientos médicos personalizados, por ejemplo, se basa en las características
del individuo, no del grupo poblacional (o racial) al que se supone que
pertenece. Un análisis de mi genoma puede revelar que mis orígenes ancestrales
se encuentran a caballo entre el pueblo judío y el escandinavo. Pero al comparar mi
genoma con el de otros individuos concretos de la especie humana, la mayor similitud se aprecia con un aborigen de Osaka.
Una
sociedad abierta como la nuestra así lo exige.
-->

Robert Hutchinson es un filósofo
californiano especializado en estudios bíblicos al que se le encargó preparar un
texto divulgativo dirigido a contrarrestar los ataques de autores ateos (“secular fundamentalists”) tan conocidos entre
las élites intelectuales modernas como Richard
Dawkins o Christopher
Hitchens.
A
mi juicio, el mensaje esencial que se deriva de su análisis es que nuestra civilización occidental es como es
gracias, en buena medida, a las
enseñanzas de la Biblia. Las virtudes de nuestra sociedad no pueden
comprenderse de otro modo. Damos por hecho cosas que no se encuentran en otras
sociedades, como la asiática o la islámica, pensando ingenuamente que
disfrutamos de ellas gracias a movimientos como la Ilustración. Nada más lejos
de la realidad:
“Al modelar la
civilización occidental –incluyendo la ley, el gobierno, la ciencia y la
educación—la Biblia modeló el mundo
(…) al vivir en medio del
bosque bíblico, somos literalmente incapaces de ver los árboles
(…) la gente que ha
crecido en un régimen comunista o en un país islámico, aprecia ideas como un
gobierno limitado, la separación de poderes, la libre expresión de ideas, los
derechos humanos universales, la dignidad de las mujeres o la ilegitimidad de
la esclavitud—ideas que provienen de la Biblia”.
Denuncia
Hutchinson los ataques al Cristianismo, de moda, desde hace años, en las
escuelas públicas, las universidades y los medios de comunicación. Sin embargo,
esos ataques no son algo novedoso, sino que pueden encontrarse versiones
similares ya cuando esa religión daba sus primeros pasos. Los secularistas
consideran que la religión es peligrosa porque impide remodelar la sociedad
según sus cánones no limitados por las restricciones éticas tradicionales. Según
su interpretación, para los secularistas la Madre Teresa solamente se
distinguiría de Osama bin Laden por sus métodos. Quienes se oponen al aborto no
serían diferentes de los terroristas islámicos.
El
autor detalla dónde han llevado las utopías antirreligiosas: el terror de la
Revolución francesa, del nazismo o del comunismo bolchevique:
“Los dictadores de
los regímenes ateos no dudaron en cometer asesinatos en masa para avanzar en la
consecución de lo que ellos consideraron logros sociales más racionales y
científicos
(…) es el ateísmo, no la
Biblia, el mayor peligro para la paz mundial”.
El
autor enumera una serie de variables en las que la religión de la Biblia se
distingue de las demás. No incluye una versión remasterizada de creencias
previas, como alegan los secularistas. Recurre a G. K. Chesterton para resumir esas diferencias:
“La Naturaleza no es
nuestra madre, sino nuestra hermana”.
No
existe un destino inexorable en la Biblia, y Dios no miente, ni engaña, ni
roba, y mantiene sus promesas, a diferencia de, por ejemplo, los Dioses del
Olimpo.
Critica
la concepción de que los seres humanos son accidentes químicos en medio de un
universo frío e indiferente, porque eso impide a) concebir el carácter
intrínsecamente sagrado de la vida humana y b) admitir que los humanos tienen
derechos más allá de las convenciones sociales. Acepta que Dawkins o Hitchens
tienen razón al declarar que no hay que se religioso para ser una buena
persona, pero subraya que la idea bíblica de que los humanos fueron creados a
imagen y semejanza de Dios es el motivo más poderoso que subyace a la
filantropía mundial (y ofrece datos para demostrarlo).
Me
interesaron sus argumentos sobre la Ciencia.
Ofrece
datos sobre el hecho de que fue en la Europa cristiana en la que comenzó el
estudio sistemático de la naturaleza que condujo a los descubrimientos de la
ciencia moderna. No me sorprendió porque ya había leído algo similar en ‘Human
accomplishment’.
Escribe
Charles Murray en 2003:
“Los griegos
pusieron las bases, pero fue la transmutación de esas bases por parte de la
cristiandad la que dio a la moderna Europa su ímpetu y distinguió los logros
europeos de los del resto de las culturas mundiales
(…) Fue la teología
cristiana la que resultó revolucionaria
(…) Tomás de Aquino
propuso el argumento, adoptado por la Iglesia (católica), de que la
inteligencia humana es un regalo divino, y aplicar esa inteligencia humana para
comprender el mundo no supone ofender a Dios sino agradarle
(…) El catolicismo de
Aquino es más entusiasta sobre el ejercicio de la autonomía humana que el
luteranismo o el calvinismo”.
Los
siguientes son los conceptos bíblicos que ayudaron al nacimiento de la ciencia
tal y como la conocemos:
1.
El mundo es real, no una ilusión.
2.
Dios creó un mundo bueno, interesante y digno de ser estudiado
sistemáticamente.
3.
El mundo es un jardín, no un dios. La naturaleza perdió, en la Biblia, su
carácter divinizado.
4.
Un Dios racional creó un mundo ordenado.
5.
Dios creó el mundo según una serie de leyes. Los cielos y la Tierra están
gobernados por las mismas leyes.
6.
El mundo se creó según un cuidadoso plan.
7.
Los humanos fueron creados a imagen de Dios, y, por tanto, pueden descubrir la
verdad. La religión de la Biblia impulsó la fe y el tesón de los primeros
científicos para perseverar en la búsqueda de respuestas que parecían
inalcanzables. El ejemplo de Kepler es
paradigmático.
Los
ateos más beligerantes han querido atribuirse un logro que no les corresponde
porque, entre otras cosas, nos recuerda Hutchinson, jamás han pisado un
laboratorio. En contraste, la mayor parte de los gigantes de la ciencia han
sido devotos cristianos (Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Bacon, Descartes,
Boyle, Faraday, Maxwell, Kelvin, Mendel, Pasteur). La religión de la Biblia facilitó, por tanto, el desarrollo de la
ciencia.
Como
Norteamericano, el autor repasa la historia de su país para subrayar la
influencia crucial de la Biblia en los Padres fundadores (Jefferson, Franklin):
los derechos humanos no son privilegios
que puedan ser otorgados o derogados por el Estado, sino regalos divinos que
nadie puede secuestrar:
“esta es la
verdadera revolución en Norteamérica, no la democracia o el gobierno de la
mayoría, que deriva de la religión de la Biblia, no de la filosofía secular
(…) el concepto de verdad
autoevidente no proviene de la ilustración francesa sino que se remonta a los
escritos de Pablo de Tarso
(…) la revolución basada
exclusivamente en la razón, sin la restricción moral de la experiencia
religiosa y la ausencia del temor a Dios en los gobernantes, originó el
nihilismo ateo, los cálculos fríos y las sangrientas masacres de la Revolución
francesa”.
Jesucristo
subrayó la igualdad fundamental y la dignidad innata de todos los seres humanos
a los ojos de Dios. Los pensadores cristianos desarrollaron una teoría de los
derechos humanos separados del Estado. Existe un orden moral objetivo más allá
de las leyes humanas. No es un contrato social, sino una ley divina que los
humanos no deben violar bajo ninguna circunstancia. Fue el cristianismo
medieval, no el Renacimiento, el que promovió los derechos humanos. La
perspectiva de los gobernantes ateos abre la puerta a la creación de una
sociedad a su imagen y semejanza, es decir, según el dictado de sus caprichos
personales.
Hay
mucho más material en las más de 250 páginas de este volumen, pero los ejemplos
revisados son suficientes para despertar la curiosidad del lector curioso e inquieto.
Se puede discrepar de algunos de los argumentos de Hutchinson, sin duda, pero
su texto tiene la virtud de hacernos reflexionar sobre cosas que damos por
hecho. A menudo estamos equivocados y admitir nuestros errores de
interpretación nos ayuda a mejorar nuestra comprensión.
Concuerdo,
sin reservas, con la sabia declaración de Aquino:
“La confianza en la
razón debería conducirnos a preferir perder una discusión, pero alcanzar la
verdad, que a ganarla y permanecer ignorante”.
-->

El
autor de este trepidante ensayo, Nick Lane,
confiesa en la segunda frase de su texto que no
sabemos por qué la vida es como es.
Eso
sí, algo creemos conocer como, por ejemplo, que todos los organismos complejos
provienen de un único ancestro que se manifestó hace dos mil millones de años
(el planeta tiene 4.500 millones de años de antigüedad y, por cierto, su
apariencia actual es similar a la de aquel entonces).
No
existe conexión entre las bacterias (procariotas, que carecen de núcleo celular)
y todos los demás seres vivos (eucariotas, que posee núcleo celular). Entre
ambos se abre un gigantesco agujero negro.
Descubrimos
las células hace más de trescientos años, pero seguimos sin tener respuestas a
por qué la vida es como es, aunque el autor apuesta por la ‘adquisición de
mitocondrias’ como suceso clave. La idea, relativamente reciente (1998), es de Bill Martin: la vida compleja surge a consecuencia de una
endosimbiosis con dos únicas células como protagonistas.
Las
células obtienen su energía del flujo de
protones. La energía resultante de quemar los alimentos en la respiración,
se usa para proyectar protones a través de la membrana celular, formando una
especie de embalse a un lado de la membrana. El flujo de protones que sale posteriormente
de ese embalse, se puede usar para obtener fuerza (power) del mismo modo en que se obtiene de una turbina en una presa
hidroeléctrica:
“El uso de
gradientes de protones es universal en la vida terrestre –la fuerza de protones
es una parte tan integral de la vida como el código genético”.
Lane
sostiene que comprender ese mecanismo energético es esencial para captar las
propiedades de la vida: “(esas propiedades) surgieron, necesariamente, del
desequilibrio de un inquieto planeta (…) la distinción entre un planeta vivo
–geológicamente activo—y una célula viva es solo una cuestión de definición”.
El ensayo desarrolla esta idea porque se encuentra en el límite de lo
desconocido, es decir, donde se hace la ciencia más interesante.
La
cuestión clave es que el paso de los organismos procariotas a los eucariotas
sucedió en un momento puntual durante la evolución (“todos los eucariotas están relacionados”)
y no tuvo nada que ver con restricciones ambientales (como la Gran Oxidación),
sino con propiedades físicas intrínsecas.
La variabilidad en las formas de vida que supuso la aparición de las células
eucariotas es simplemente extraordinaria:
“Sabemos mucho sobre
cómo los genes codifican los componentes físicos de las células, pero muy poco
sobre cómo las restricciones físicas dictan la estructura y evolución de las
células”.
Para
vivir, los organismos necesitan una enorme cantidad de energía. La moneda
energética que usan todas las células vivas es una molécula conocida como ATP.
Funciona como una moneda en una máquina tragaperras. Activa una sola vez una
máquina que se desactiva a continuación. Esa máquina suele ser una proteína.
Activarla de nuevo requiere otra molécula ATP:
“Imagínese la célula
como un gigantesco salón de juegos, repleto de proteínas alimentadas por
monedas de ATP.
¡Una sola célula consume
diez millones de moléculas ATP cada segundo!
La cifra te deja sin aliento
(…) solo tenemos en
nuestro organismo 60 gramos de ATP, por lo que sabemos que cada molécula ATP se
recarga una o dos veces por minuto
(…) la energía de la
respiración –liberada por la reacción del alimento con el oxígeno—se usa para
fabricar ATP
(…) respirar y quemar son
equivalentes; el ligero desfase intermedio es lo que conocemos como vida”.
Los
40 trillones de células de los que está compuesto un individuo (“el maravilloso
mosaico tridimensional que es un ser humano”) contienen al menos un
cuatrillón de mitocondrias. La superficie equivalente a esa cantidad de
mitocondrias es de cuatro campos de futbol y su tarea consiste en mover
protones. Ese número de mitocondrias mueve 1021 protones cada
segundo –tantos como estrellas hay en el universo. La proteína funciona como
una turbina hidroeléctrica. La transferencia de protones a través de la
membrana celular se resume con el término ‘quimio-osmótica’ (la respiración
empuja los protones a través de una delgada membrana, en contra de un
gradiente, y, por tanto, es quimio-osmótica).
El
origen de la vida necesita una cesta de la compra muy pequeña: rocas, agua y
CO2. Lane lo explica con un detalle que aquí está fuera de lugar, pero, en
esencia, supone admitir que la vida en la Tierra se sirve de los gradientes de
protones a través de membranas para impulsar el metabolismo del carbono y de la
energía. Por eso la vida en la Tierra se basa en el carbono. Todos los seres
vivos son ‘Carbon
Based Lifeforms’.
Las
eucariotas tienen 200.000 veces más energía por gen que las procariotas.
Solamente el 2% de la energía de la que dispone la célula se destina a la
replicación del ADN, mientras que un 80% se dedica a la síntesis de proteínas.
Cuantos más genes haya en el genoma, más alto será el precio de sintetizar
proteínas. A diferencia de las bacterias (procariotas), las eucariotas pudieron ganar complejidad gracias a las mitocondrias.
Las
mitocondrias perdieron la mayor parte de sus genes, pero una parte se
transfirió al núcleo de la célula sin que supusiese ningún coste para esa
célula. Todas las mitocondrias originales del individuo humano (100.000)
provienen de la madre para evitar que puedan competir con las del padre (y huir de un mal negocio molecular). El proceso respiratorio requiere de la
cooperación de los genes del núcleo celular y de los genes de las mitocondrias:
“Mejorar la salud
del individuo adulto requiere reducir la varianza de las mitocondrias de modo
que los tejidos que se crean reciban mitocondrias similares (y saludables)
(…) las mitocondrias
controlan la muerte celular (apoptosis), el cáncer y los trastornos
degenerativos”.
El
sexo (como intercambio) es necesario para mantener la función de los genes
individuales en genomas de gran tamaño, mientras que se requieren dos sexos
(pero no más) para preservar la calidad de las mitocondrias. Los genes del
núcleo celular se recombinan cada generación gracias al intercambio que supone
el sexo, mientras que los genes de las
mitocondrias (que evolucionan más rápido) pasan de la madre a la hija a través del óvulo (y raramente se
recombinan). El padre no tiene ningún papel en el juego mitocondrial.
El
potencial eléctrico que atraviesa la delgada membrana de la mitocondria produce
una fuerza de 30 millones de voltios por metro (¡equivalente a un rayo!). Se
necesitan genes para controlar esta colosal potencia en respuesta al cambio en
el flujo de protones, la disponibilidad de oxigeno o el número de proteínas
respiratorias:
“Los genomas no
predicen el futuro sino que recuerdan el pasado: reflejan las exigencias de la
historia”.
Los
genes del núcleo y de las mitocondrias deben actuar coordinadamente o el
proceso respiratorio fallará y se producirá apoptosis. Esta muerte celular no
es una cuestión de todo o nada: fallecen primero aquellas con mayor demanda
metabólica (cerebro y corazón, por ejemplo). La rapidez con la que evolucionan
los genes de las mitocondrias tiene ventajas adaptativas (p. e. fertilidad),
pero también desventajas (enfermedades consecuencia del desajuste con los genes
del núcleo celular).
Son
interesantes las recomendaciones de Lane para atenuar el deterioro que se
produce con la edad. Los antioxidantes no solamente no funcionan, sino que son
nocivos porque reducen la disponibilidad de energía. El ejercicio aeróbico es
positivo porque reduce el número de radicales libres. Finalmente, recomienda la
restricción calórica y una dieta baja en hidratos de carbono porque se promueve
una respuesta fisiológica de estrés que facilita la eliminación de células
defectuosas con mitocondrias comprometidas:
“Desde la simple
consideración de las exigencias que impone la presencia de dos genomas, podemos
suponer que nuestros ancestros aumentaron su capacidad
aeróbica, redujeron la fuga de radicales libres, se auto-indujeron
problemas de fertilidad y aumentaron su esperanza de vida”.
El
autor considera algo demencialmente extraño la vida compleja que observamos en nuestro
planeta. Por razones energéticas, la evolución de esa vida requiere la
endosimbiosis entre dos procariotas y este es un “suceso aleatorio rarísimo, un ‘freak
accident’, que aún se complica más por el conflicto interno de las células. Si
se acepta que eso sucedió, entonces podremos recuperar la mecánica de la
selección natural”.
En
las frases finales de su ensayo se asombra Lane de que la máquina más
improbable del universo, es decir, nuestra mente, pueda preguntarse ahora por
qué la vida es como es.
-->

La
frase “Sea una
función continua y derivable…” encabeza el enunciado de muchos
teoremas matemáticos y es algo que, normalmente, asumimos sin analizar.
¿Por
qué?
Porque
la naturaleza evita las discontinuidades y, en la práctica, se cumple siempre
en la vida real. Al menos para la realidad macroscópica, de lo que se mueve fuera del ámbito de la
mecánica cuántica.
Desde
que Einstein formulara su teoría de la relatividad en 4 dimensiones, considerando
t como una dimensión más, muchos
ensayos, libros y películas se han escrito sobre la posibilidad de desplazarse
en el tiempo.
Teorías
científicas y pseudocientíficas han intentado explicar las posibilidades de
viajar al pasado o al futuro, pero en ninguna de ellas se ha considerado el
tema de la continuidad. Las personas
se meten en máquinas, más o menos complejas, en un punto del espacio-tiempo,
desaparecen y al instante siguiente vuelven a aparecer en otro tiempo y lugar
diferentes.
En
la frase anterior he usado la expresión “al instante siguiente” y “aparecer en otro tiempo” sin que se
aprecie como una contradicción, a pesar de que ese “instante” podría estar a años o
siglos de distancia. Y es porque al leerlo estamos
asumiendo la existencia de dos tiempos diferentes: el del universo, un
continuo espacio-tiempo que compartimos con el resto de la realidad, y otro
subjetivo y propio de cada persona que siempre avanza hacia adelante.
Viajar al futuro consistiría en
hacer que nuestro tiempo subjetivo avance más lento que el tiempo del universo,
mientras que un viaje al pasado ocurriría solo si conseguimos que ambos tiempos
avancen en sentidos contrarios.
¿Y
qué ocurre en estos casos con la continuidad?
Cuando
un cuerpo se mueve en el espacio desde un punto A a otro B, no desaparece de A
para aparecer de la nada en B, sino que va ocupando progresivamente todas las
posiciones intermedias entre ambos puntos. Para conservar el principio de
continuidad, debe ocurrir lo mismo cuando ese movimiento se realiza en el
espacio-tiempo. Aunque nuestro viajero no lo aprecie, en cada instante del
tiempo objetivo ocupará físicamente un lugar entre A y B, y el resto de
personas que no participan del viaje lo verían presente a lo largo de todo el
proceso.
La
descripción más fiel de un viaje al futuro la he visto en la película ‘El
tiempo en sus manos’ (The Time Machine), tanto en su
versión original de 1960
como en la nueva de 2002.
En ambas, el protagonista, George Wells, se sienta, enciende su máquina, y ve
cómo la realidad cambia a ritmo acelerado conforme viaja al futuro.
En
este caso no cambia su posición en el espacio, pero comparte todo lo que ocurre
a su alrededor y ve cómo el tiempo avanza y va cambiando la realidad. Puede que
la máquina le proteja en su viaje y evite así el daño de verse aplastados por
las rocas que en la ficción sepultan Londres en el futuro, pero da la sensación
de que si no fuera por ello, compartiría el mismo destino que todo lo que le
rodea.
-->
En
teoría, y manteniendo el requisito de continuidad, ya existen escenarios que permiten un viaje al futuro.
Uno
clásico, y tratado en varias películas como la reciente Interstellar, se
basa en la Teoría de la Relatividad y la ralentización que experimenta el
tiempo en un cuerpo sometido a un movimiento acelerado o a un fuerte campo
gravitatorio.
Sin
embargo, hay otro escenario que nunca se ha presentado como viaje en el tiempo,
pero que tiene el mismo efecto, y es la hibernación.
En ella una persona detiene (o ralentiza) su tiempo subjetivo, de forma que
aparece en otro lugar (suponiendo que alguien lo traslade hasta allí) y tiempo
del futuro. Resulta menos glamuroso, pero es la mejor aproximación de lo que
puede experimentar una persona viajando al futuro.
¿Y
qué ocurre con un viaje al pasado?
En
este caso sería necesario que la flecha del tiempo subjetivo invierta su
sentido respecto al tiempo del universo. Se ha escrito mucho sobre las
paradojas que esto podría ocasionar, la posibilidad de cambiar un pasado ya
conocido, o la creación gratuita. La necesidad de continuidad también limita este
desplazamiento.
Si
suponemos que voy a empezar un viaje al pasado sentado en la mesa de mi oficina
hoy a las 12 de la mañana, a las 12 menos un minuto apareceré como dos personas
diferentes, porque entre el momento de iniciar mi viaje hasta mi destino, debo
ocupar todas las posiciones intermedias del continuo espacio-tiempo.
Existe
incluso la imposibilidad física para realizar este desplazamiento, porque en el mismo instante de iniciar el viaje
atrás tendría que ocupar una posición del espacio que ya está ocupada (por mí
mismo). Igual que una pared nos impide movernos a través suyo, mi propio
cuerpo me impide volver atrás en el tiempo.
Las
posibilidades de viajes a través de agujeros de gusanos y otras irregularidades
del espacio-tiempo son atractivas para las novelas, pero además de quedar muy
lejos de nuestras posibilidades, presuponen la existencia de discontinuidades que
nunca se han observado en objetos de un cierto tamaño fuera del ámbito de la
mecánica cuántica.
Por
su parte, la exigencia de movernos con
continuidad nos abre el camino de viajar al futuro, aunque de una forma
diferente a lo que hemos pensado hasta ahora, y nos da otra razón para restringir
el viaje al pasado.
-->

Hace
unos meses, Nelson Cowan
publicó un artículo
on-line revisando las definiciones que, según él, se han usado, a menudo
sin confesarlo abiertamente, en la investigación sobre la memoria operativa (working memory). Después de considerar
la evidencia a la que tuvo acceso durante más de una década de darle vueltas a
este espinoso asunto, decidió describir y discutir nueve definiciones en este
breve artículo.
Sostiene
Nelson que es muy relevante ser claro con respecto a cómo se define una
determinada función psicológica, entre otras razones porque a menudo parece que
los investigadores discrepan cuando en realidad no es así. Personalmente no me
sorprende esta proliferación de definiciones. Las ciencias cognitivas son famosas
por la habilidad de sus practicantes para proponer algo ‘nuevo’ sirviéndose de
términos diferentes, para vender vino viejo en botellas nuevas.
Las
definiciones que enumera Cowan van desde las concepciones originales basadas en
el funcionamiento de los ordenadores hasta los modelos inclusivos que combinan
procesos atencionales y memoria a largo plazo, pasando por los modelos de
múltiples componentes, ecológicos o de propósito general (generic).
Una
de las partes más interesantes del artículo se basa en comentarios –que deben
leerse entre líneas—sobre la investigación del grupo de Randy Engle. Primero fue absolutamente necesario recurrir a la
atención para comprender la elevada correlación de la memoria operativa con la
inteligencia, pero cuando los hechos contradictorios comenzaron a amontonarse
en la puerta se tuvo que producir –casi ad
hoc—una concepción que incluyera a la memoria a largo plazo. El margen de
maniobra del grupo de Randy parece no tener límite. Los modelos están al
servicio de los caprichos del destino.
A
Nelson se le ve el plumero, aunque evitar mojarse abiertamente. Se muestra
partidario de la definición de propósito general (definición 6) que, por
cierto, mi propio
equipo de investigación lleva defendiendo, desde hace más de una década,
para el caso de la relación de la inteligencia con la memoria operativa. Esta
definición…
“Evita
cuidadosamente cualquier declaración sobre mecanismos o funciones que se alejen
de la retención temporal de información.
Las únicas declaraciones
que suscribe señalan a) que esa memoria está limitada (en cantidad), b) que la
información presente temporalmente en esa memoria está más disponible que el
resto de la información memorizada y c) que esa información es útil para el
procesamiento”.
Nelson
escribe que esta definición “sería atractiva para los investigadores con un enfoque
diferencial (e.g., Colom, Chuderski, & Santarnecchi, 2016) que
han observado altas correlaciones de la memoria operativa con la inteligencia
general, incluso cuando se consideran tareas que subrayan el simple almacenamiento
–siempre que se mida adecuadamente”.
Totalmente
de acuerdo. “Simplicidad,
agente Starling”—que diría Lecter.
Otra
de las notas interesantes discutidas por el autor de esta revisión es que la
combinación ‘almacenamiento + procesamiento’, que algunos han considerado crucial
para valorar la memoria operativa, en realidad es innecesaria. Por ejemplo, la
tarea de Running Span (que se basa
exclusivamente en el almacenamiento temporal) predice igual de bien el nivel
intelectual que las tareas duales (p. e. Operation
Span).
Al
compartir este artículo en Twitter, Guido Corradi llamó mi atención sobre
un post
escrito por Nelson en respuesta a comentarios de Oberauer o Morey, entre otros,
sobre su artículo centrado en las definiciones de la memoria operativa.
Klaus
Oberauer sostiene que aunque no haya una definición clara, lo relevante es que los
científicos saben cómo se mide la memoria operativa. Además, una definición
útil debe incluir detalles suficientes para estimular la investigación. Ninguna
de las que discute Cowan se adecúa a ese criterio de utilidad, según Oberauer.
El
comentario de Candice Morey confirma mi sospecha de que la definición que
Nelson favorece es la de propósito general. Aún así, insiste en que no es
necesario que la comunidad acuerde cuál es la mejor definición. Basta con que
su elección se haga explícita.
Estoy
de acuerdo con Klaus en que es más relevante consensuar cómo se debe medir la
memoria operativa que devanarse los sesos en producir una definición
universalmente aceptable –aunque Nelson lo niega, en realidad le encantaría
llegar a ese clímax cognitivo.
Y,
aún más importante, una vez exista ese consenso sobre cuáles son las medidas
estándar de memoria operativa, se deberían obtener pruebas sobre su validez
convergente y discriminante.
Los
científicos que se dedican a explorar los secretos de la memoria operativa
deberían poner un psicómetra en nómina.
Menos
cháchara y más números.
-->

Estuve
visitando el Instituto Fay y su
director, Carlos Gardeta, tuvo la amabilidad de dejarse entrevistar. Charlamos
durante casi dos horas sobre el pasado, el presente y el futuro de su centro,
así como los tratamientos que en él se materializan.
Roberto (R). Tengo entendido que llegaste a dedicarte a estos menesteres de
reconstruir el cerebro usando programas de estimulación por motivos personales.
Tu antigua dedicación era el derecho y la administración de empresas.
Carlos (C). Así es.
Colgué esta actividad cuando decidí dedicarme a ayudar a mi segundo hijo. Nació
con medio cerebro a consecuencia de una toxoplasmosis prenatal. Los médicos me
ofrecieron un diagnóstico que pronosticaba un futuro para él que yo me negué a
aceptar. No quise resignarme y me puse a investigar quién podría ayudarme. Así
acabé en el centro que había heredado uno de los discípulos de Temple Fay.
R. ¿Quién es Fay? Para mi es un
completo desconocido.
C. Fue un Catedrático
de Neurología y Neurocirugía que, inspirándose en Piaget y Cajal, desarrolló un
método para reconstruir cerebros dañados –por cualquier causa—mediante métodos
de Estimulación Multisensorial.
R. ¿Podrías explicarme en qué consisten
esos métodos?
C. Un normal
desarrollo durante la ontogenia supone recapitular nuestro pasado filogenético.
Desde los niveles más simples, que ya comienzan en el útero materno, hasta el
dominio de los sistemas básicos necesarios para un adecuado desenvolvimiento en
nuestro medio terrestre y cultura particular.
Nos basamos en un perfil evolutivo de la Organización Neurológica
como el que puede verse en la figura. El individuo se va desarrollando desde el
primer mes hasta el mes 72 de su vida, es decir, entre los 0 y los 6 años –más otro
año para madurar la lateralización. Ese desarrollo comienza por los centros que
comandan el sistema nervioso periférico y progresa hacia el sistema nervioso
central: cerebro medio y corteza (inicial, temprana, media y sofisticada).
Además, el programa general de intervención distingue claramente
las rutas de entrada y de salida de la información. Nuestras pruebas
observacionales valoran dónde se encuentra el individuo para deducir cuál es el
estado de cada una de sus redes cerebrales. Evaluamos aproximadamente 100 de
esas redes neuronales y actuamos según el perfil que obtenemos en cada caso.
R. ¿100 redes neuronales? ¿Quiere eso
decir que lo que se deriva de la investigación sobre ‘neural networks’, en la que se identifica un número bastante más
reducido del que tu señalas, puede andar desencaminada?
C. Es probable.
Nuestro programa de intervención adaptado al individuo logra unos resultados
que son consistentes con los supuestos de nuestro marco de referencia.
Aprovecho para comentarte que ese programa se ha ido simplificando en nuestro
centro con respecto al original de Temple Fay, que era demasiado engorroso y,
también, bastante caro. Nuestra versión es mucho más manejable, y, por
supuesto, razonablemente más económico para una familia de clase media.
R. ¿En qué se traduce lo de
‘razonablemente económico’?
C. Entre 200 y
250 € mensuales.
R. Dices que vuestro programa logra
resultados, pero ¿siempre?
C. Tu pregunta
toca hueso. Desde sus comienzos, allá por 1995, por nuestro centro han pasado
más de 4 mil personas. Todas han mejorado sensiblemente. Sin embargo, solamente
han completado el exigente programa en su totalidad alrededor de 130 pacientes.
Programa que, no lo dije antes pero vale la pena señalarlo ahora, es
generalmente aplicado por la madre del paciente, que es la persona más
programada por nuestra especie para llevarnos a la maduración de forma
incondicional y amorosa.
Pero, desgraciadamente, una abrumadora mayoría carece de la paciencia exigida para continuar con el programa el tiempo
necesario para que sea efectivo. El programa funciona, pero cuando se
aplica correctamente y se siguen fielmente los programas adecuados prescritos.
R. Si mis cálculos son correctos, eso
significa que la adherencia estricta al programa se encuentra alrededor del 3%.
O, lo que es lo mismo, un 97% no termina lo que empieza.
C. Es así. Me
temo que la gente prefiere soluciones rápidas y ejecutadas por terceras personas
para sus problemas y los de sus seres más queridos. Dedicar un tiempo todos los
días a estimular a tu niño siguiendo unas estrictas consignas de actuación,
requiere esfuerzo y sobre todo una persistencia a prueba de bombas. Hay que sudar la camiseta para alcanzar
resultados. En realidad no es distinto a, por ejemplo, lo que se le exige a
un deportista de cierto nivel. La
disciplina es fundamental, pero escasea.
R. ¿Por qué se estropea el cerebro del
individuo?
C. Por algún
exceso (p. e. estrés intenso y continuado) o por algún defecto genético (que
afecte al metabolismo de la célula) y por muerte suficientemente extensa de
neuronas (p. e. falta de oxígeno al nacer). Esos factores influirán tanto en el
número de neuronas como en el número de conexiones. Y las variaciones afectarán
en el estado de las 100 redes comentadas antes. Nuestra exploración clínica
comienza con un anamnesis, es decir, un análisis de las causas del problema.
Seguidamente hacemos la valoración funcional de cada una de las redes
neuronales y diseñamos el programa terapéutico adaptado a las deficiencias de
estas y las necesidades de cada paciente en particular.
R. ¿Te atreverías a decir que vuestro
programa es mejor que lo que se hace en otro tipo de centros?
C.
Absolutamente. Y eso por una simple razón: habitualmente se atacan los síntomas ignorando su origen, sus causas, que se
encuentran en las redes del cerebro que se han estropeado. Nuestro programa
aplica la estimulación para modificar las redes, de modo que una vez modificada
la causa los síntomas desaparecen.
R. ¿Significa eso que si pudiéramos
hacerle una resonancia a tus pacientes antes y después de la intervención
veríamos los cambios que se supone que se producen, por ejemplo, en las
conexiones entre regiones cerebrales?
C. No veo por
qué no debería ser así en el estado actual de la aparatología.
R. ¿Y por qué no lo has hecho?
Serviría para convencer a los escépticos de que el método funciona.
C. No tuve
oportunidad de hacer una investigación de ese tipo, pero se admiten sugerencias
para conseguir la financiación necesaria.
R. Quién sabe, a lo mejor un
benefactor con recursos lee esta entrevista y se anima.
C. Ojalá,
porque estoy plenamente convencido de que los resultados serían clarísimos.
La
entrevista incluyó muchos más detalles porque Carlos es un gran conversador y
basta con darle una mínima excusa para que siga hablando, pero estas pinceladas
pueden dar una idea de lo que se hace en Institutos Fay.
Comparto
la inclinación confesada en una ocasión por un
periodista norteamericano que se dedica a la divulgación científica, es
decir, la de ser un ‘cabrón escéptico’
(con perdón, pero son palabras literales), así que le pedí a Carlos que me
permitiera asistir a algunas sesiones en su centro. Aceptó encantado, así que
allá que iré para ver una sesión de primera toma de contacto y otra que se
encuentre en sus fases finales.
Seguiremos
informando.
-->

Hay
elementos de ese post que me gustan.
Por ejemplo, la denuncia de la pérdida de autonomía de los profesores, la
constante injerencia de las autoridades para modificar compulsivamente los
planes de estudio o el uso de dudosas metodologías docentes.
Pero
hay otros aspectos que me disgustan. Por ejemplo, la obsesión con los
estudiantes que presentan dificultades de aprendizaje y el olvido de los del
otro extremo de la distribución. Escribe Marta que se deberían usar “exclusivamente las
intervenciones que han demostrado ser eficaces”, pero no encuentro
nada en su documento que dé pistas sobre cuáles son esas intervenciones.
Se
insinúa, tímidamente, que los estudiantes a los que intenta enseñar un profesor
difieren según sus “inquietudes, conocimientos previos, capacidades, etc.”,
pero ahí queda la cosa.
Tengo
que discrepar asertivamente de la conclusión a la que parece llegar Marta:
“los maestros son
los responsables máximos de que el aprendizaje sea lo más enriquecedor y
fructífero posible”.
En
este blog nos ocupamos, de cuando en
cuando, de la educación. Las líneas maestras de la perspectiva que se adopta
aquí, basada en la evidencia, se pueden encontrar en este post
(aunque quien esté interesado en saber más puede introducir en el buscador la
palabra ‘educación’ para obtener un
buen puñado de resultados).
En
la pasada primavera invitamos a Douglas
K Detterman, Editor de la revista ‘Intelligence’
durante cuatro décadas, a un Seminario
internacional que se celebró en la Universidad Complutense. Dejamos que
eligiese libremente sobre qué hablar. Eligió la educación. Aquí tienen el YouTube de su
intervención. Vale la pena invertir los 55 minutos. Para mayores detalles puede
leerse este artículo
derivado de esa intervención.
Una
vez revisada la evidencia disponible, este es el mensaje principal de Doug:
“solamente el 10%
del rendimiento escolar puede atribuirse a las escuelas y a los profesores,
mientras que el 90% restante se debe a las características de los estudiantes.
Los profesores dan cuenta
de entre el 1% y el 7% de la varianza a todos los niveles educativos.
En el caso de los estudiantes,
el nivel intelectual explica el 90% de la varianza asociada al aprendizaje”.
Se
puede decir más alto, pero no más claro.
Fracasaremos
al intentar mejorar la educación si seguimos ignorando la importancia crucial de las características del estudiante, si
continuamos mirando hacia el lugar equivocado.
Detterman
nos recuerda que su tesis, basada en la evidencia, ya estaba presente en la
obra del patrón de los psicólogos españoles –Juan Huarte de San Juan—allá por el
Siglo XVI, pero –añado yo—es mucho más cool
dejarse seducir por Gardner, Goleman & Co.
Probablemente
se ignora la evidencia porque existe la tendencia a concentrarse en las cosas
que se supone se pueden cambiar con facilidad y a despreciar aquellas que se
supone no son manipulables en el momento actual. Pero cambiar algo cuyo efecto
es minúsculo apenas tendrá efectos visibles. Todo seguirá igual.
En
1999 escribí para ‘Papeles del Psicólogo’
un comentario
a raíz de un delirante monográfico que se había publicado sobre ‘educación’.
Llegaba en aquel entonces a la misma conclusión que llegó Detterman el año
pasado. La evidencia era y sigue siendo rotunda.
Sé
que es predicar en el desierto, pero puede que en alguno de estos intentos los
usuarios tomen nota y pidan responsabilidades.
Doug
nos invita a pensar en los siguientes escenarios:
1.
Calidad del profesor: seleccionemos
aleatoriamente 20 grupos de estudiantes y asignémosles al azar a una serie de
profesores diferencialmente laureados por su calidad docente.
2.
Calidad del estudiante: ordenemos 20
grupos de estudiantes según su nivel intelectual (IQ) y asignémosles al azar (según
su calidad docente) a una serie de profesores.
Seguidamente
preguntémonos quiénes obtendrán mejores resultados escolares:
¿los estudiantes con mejores
profesores o los profesores con estudiantes mas brillantes intelectualmente?
Sabemos
lo que tenemos que hacer, pero carecemos de la valentía necesaria para actuar.
-->

No hay día
en que no veamos una noticia de las que te hacen pensar:
“que paren el mundo,
que me bajo”.
Corrupción,
violencia, asesinatos, desigualdades. Una locura.
Es
difícil intentar encontrar el equilibrio en el día a día ante esa avalancha de
barbaridades. A veces le da a uno por pensar que hay que escaparse a Nepal, como
si fuésemos Eddy Murphy en “El chico de
oro”.
El caso
es que hace poco leí un reportaje que me dejó descolocado. Trataba sobre los
escaladores que suben al Everest. Naturaleza, peligro y esfuerzo. Contemplar el
mundo desde su cima, espiritualidad.
Pues va
a ser que no.
Básicamente,
el Everest está lleno de basura y de cadáveres.
Y no, no me refiero a cadáveres perdidos en mitad de una avalancha, si no a
cadáveres que están ahí, en mitad del camino, y que, en algunos casos, se
utilizan como balizas, sirven para señalar que se va por un camino o por otro.
Pregunté
a un amigo alpinista y me dijo que sí, que como la densidad del aire es tan
baja a esas alturas, el rescate es prácticamente imposible. Los helicópteros no
llegan. Alguno lo ha intentado y se ha estrellado, causando más muertes. Se
puede ver un reportaje en…
Si casi
no hay oxígeno ni para el rescate, estará la cosa como para recoger
desperdicios y llevarlos al punto limpio. Hasta donde habrá llegado la situación
que el Gobierno de Nepal obliga a los alpinistas que suben al Everest a bajar ¡8
kilos de basura!
No me quiero imaginar lo que puede ser una
escapadita en busca de ‘El Equilibrio’ al Everest.
Casi
mejor me quedo con mi amada “Fuerza”
de Star Wars.
El
equilibrio, el lado oscuro y eso que hace tiempo renegué de cualquier película
que no fuera de la trilogía original. Casi me da un sincope cuando se cargan a
Han Solo en la última entrega. Pero no acaba ahí la cosa.
¿Qué
pasaría si nuestro idolatrado ‘Star Wars’ se convirtiese en un musical tipo ‘La
La Land’?
No es
que quiera asustar al personal, pero hay una película de 1978, titulada Star
Wars Holyday Special, en el que el imperio invade el hogar de
Chewbacca, sale la mujer de éste último y se van mezclando las apariciones de nuestros
queridos protagonistas. Un engendro de límites legendarios. No puedo borrar de
mi mente la escena de Leía cantando.
Se puede
ver la película completa en youtube:
Y ya
puestos a seguir con el desconcierto, “que la fuerza te acompañe” es una frase que no se
dice en ningún momento en las películas. Se pueden escuchar frases del tipo “The Force will be
with you... always” o “Use the Force”. Otro caso como el de “elemental, querido
Watson”, que jamás usa Sherlock, o el “tócala otra vez Sam” de Casablanca.
Tras
este desconcierto, cuando uno cree que no hay forma humana de encontrar el
equilibrio, se descubre, esta vez en positivo, que hay algunas personas que
logran reorientar su vida y equilibrarse algo más gracias a “Ikea”.
Por lo
visto, la compañía sueca ha ganado uno de los más prestigiosos premios de “Arquitectura”, el Beazley Design Awards, al
mejor proyecto de 2016.
En 4
horas, los refugiados pueden construir una casa con capacidad para cinco personas,
con paredes, ventanas, una puerta con cerradura y una altura que les permite ponerse
de pie.
Miles
de refugiados han podido recuperar “parte
de su vida” y ACNUR ya las utiliza en campamentos de refugiados de Irak,
Chad, Djibouti, Grecia y Serbia. Se han suministrado más de 30.000
viviendas. Esta iniciativa me parece espectacular y me lleva a preguntarme:
Si Ikea puede hacer casas, ¿qué cosas
podrían hacer el resto de compañías?
Aquí
les dejo, con congelados en el Everest, con Leia cantando y con Ikea haciendo
casas.
Elementos
clave para encontrar el equilibrio en siglo XXI.
-->

Acabo
de terminar la lectura del excelente ensayo de M. Elvira Roca Barea, ‘Imperiofobia
y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español’
(Siruela, 2016).
El
nivel documental de la autora es apabullante, y, por tanto, sus rotundas
declaraciones pueden ser cotejadas por quien tenga reservas. No hay más cera
que la que arde. Lo demás son artificios que, desgraciadamente, pueden llegar a
ser aterradoramente influyentes, tanto humana como económicamente.
Roca
revisa los casos de Roma, Rusia y los Estados Unidos de América para demostrar
que España (casi) no ha sido una excepción al recibir el odio acumulado por un
buen puñado de naciones (o regiones del planeta).
A
mi juicio, el mensaje esencial de esta obra es que las identidades europeas se construyeron por oposición al único Imperio
de éxito de la región, es decir, el materializado por España:
“molesta sobremanera
saberse en la segunda división de la historia
(…) este complejo de inferioridad
busca alivio en la imperio-fobia
(…) el católico Imperio español representó la defensa
de una Europa unida y plurinacional que los protestantes nacionalistas
procuraron destruir
(…) las naciones y las
religiones que se formaron contra el Imperio español no pueden prescindir de la
leyenda negra porque se quedarían sin Historia”.
La
tradición de convivencia entre distintas culturas en la península durante
siglos (católica, musulmana y judía) capacitó a los españoles para tejer, en estrecha colaboración con las gentes aborígenes, un
eficaz e interesantísimo entramado después de la conquista del Nuevo Mundo:
“(en el Norte) se
critica a los españoles por su excesiva tolerancia con moros y judíos, y por no
haberse recatado de mezclarse con ellos”.
Los
nuevos territorios se integraron a la corona española que, por aquel entonces,
incluía también –por derecho, no por conquista de ninguna clase—algunas
regiones del continente europeo (Flandes o Nápoles, por ejemplo).
Lo
que hoy conocemos como Alemania y Reino Unido orquestaron movimientos de
oposición al Imperio español para estimular
los sentimientos nacionalistas entre sus habitantes. La estrategia de separarse
de la iglesia católica –un seña de identidad del Imperio español—estuvo al
servicio de la política. Nada que ver con una supuesta intolerancia impuesta
por los representantes de San Pedro en Roma. De hecho, como Roca demuestra con
detalle, los niveles de intolerancia del
mundo protestante superaron sobradamente cualquier práctica presente en la
esfera católica. Mientras que para los católicos el concepto de libre albedrío constituía un pilar
básico de su doctrina, para los protestantes el destino de los individuos estaba sólidamente prefijado. Por eso
sostuvieron, por ejemplo, que solo ellos estaban destinados a dominar el mundo,
mientras que estaba escrito que el Imperio español era una aberración destinada
a autodestruirse. Ellos eran la luz, los otros la oscuridad.

Los
españoles construyeron su Imperio con exquisita habilidad, negociando con los pueblos de aquellas regiones del planeta, y con un esmerado tesón. No
se deben confundir…
“las circunstancias
con las causas
(…) ni las minas de plata
de Hispania crearon el imperio romano ni las minas de plata de América crearon
el imperio español
(…) una expansión territorial no es nada si no se sabe
qué hacer con ella”.
Hubiera
sido materialmente imposible mantener una razonable armonía dentro de un
territorio tan extenso durante tres siglos, si sus gentes hubiesen tenido que
vivir bajo las condiciones que el mundo protestante le atribuyó al Imperio
Español. Las pruebas sobre la positiva naturaleza de la empresa española eran
rotundas, pero la negativa propaganda de los protestantes y de la ‘Santa
Ilustración’ ganó por goleada.
Hasta ahora.
Confiesa
Roca que no ha escrito este ensayo para aclarar el pasado sino el futuro:
“la Unión Europea
debe servir para crear un espacio de convivencia donde puedan habitar en paz,
prosperidad y solidaridad pueblos muy diversos, y no para que unos prosperen a
costa de los otros, logrando por medios poco éticos y poco visibles una
hegemonía que no lograron por otros procedimientos”.
Nuestros
compañeros de viaje en este viejo continente han actuado pérfidamente contra
nosotros, ignorando u ocultando nuestros logros y resaltando sus sobredimensionadas
virtudes. El mecanismo ha supuesto alumbrar y alimentar el crecimiento de una leyenda negra absolutamente
deleznable, basada en hechos falsos:
“la hispanofobia
pertenece a una clase de racismo que, por su nacimiento vinculado a un Imperio,
vive bajo el camuflaje de la verdad y arropado por el prestigio de la
respetabilidad intelectual”.
El
único modo de que Europa pueda convertirse en un espacio en el que valga la
pena con-vivir, pasa por matar activamente esa leyenda que tanto ha influido a
los pueblos que estuvieron integrados en el Imperio español. Dejar de alimentar
esa leyenda para que tenga una merecida muerte no debería ser un acto pasivo,
sino que, igual que han hecho ya algunos intelectuales del ‘otro bando’
(William S. Maltby, Philip W. Powell, Edward G. Bourne, Archer Milton
Huntington, Gustav Henningsen, James Stephen, Marc Simmons, Charles F. Lummis Lewis
Hanke, Inga Clendinnen), se reconozca la
injusticia cometida y se pidan públicamente las obligadas disculpas. Algunos
pensamos que no es una exigencia desmesurada o irracional.
El
proyecto paneuropeo que muchos de los ciudadanos actuales del continente vemos
con buenos ojos estuvo en la bandeja de Carlos V, el nieto de los Reyes
Católicos:
“comprende que está
en condiciones de modificar las estructuras políticas de la mayor parte de
Europa y concibe un proyecto colosal de unidad
europea
(…) pero no cuenta con la
férrea oposición de los pueblos germánicos a integrarse en una unidad superior
en la que, a su juicio, predominen los latinos”.
Erasmo
de Rotterdam era un entusiasta del proyecto de integración de Carlos, pero el
protestantismo lo dinamitó. De hecho, nació para matar al bebé:
“sólo los españoles,
que acababan de levantar el primer esbozo de Estado, parecen dispuestos a
seguir a un emperador extranjero en una aventura sin precedentes”.
Carlos
abrió América al comercio y a la emigración de alemanes y holandeses, pero su
hijo tuvo que cerrar el grifo por el empecinamiento de los chicos del Norte.
La
autora nos explica por qué tienen éxito algunos Imperios:
1.
Destruyen las viejas y esclerotizadas estructuras locales de poder.
2.
Son meritocracias, es decir, permiten una movilidad social que ignora las redes
clientelares.
3.
Protege a naciones pequeñas amenazadas por sus vecinos más poderosos.
4.
Posee un carácter multinacional en el que sus ciudadanos se integran y se
mezclan generando una identidad compartida.
5.
Mejora objetivamente las condiciones de vida de sus ciudadanos.
Roca
establece una ilustrativa distinción entre ‘imperial’ y ‘colonial’.
“el imperio se distingue del
colonialismo porque avanza replicándose a sí
mismo e integrando territorios y poblaciones
(…) el imperio que se
levantó fue fruto del esfuerzo de los españoles y los indios
(…) la prosperidad fue el
resultado de la Administración imperial y del mestizaje
(…) el imperio es
expansión incluyente que genera
construcción y estabilidad a través del mestizaje cultural y de sangres.
El colonialismo no produce
ni mestizaje ni estabilidad.
Es excluyente y basa su
estructura en una diferencia radical entre colonia y metrópoli”.
También
distingue entre nacionalismo y patriotismo.
“(el primero) suele
servir de trampolín a un grupo que por medio de él consigue riqueza y renombre
social
(…) la dinámica del
nacionalismo es perversa: o gana e impone su criterio, eliminando la
disidencia, o pierde, y entonces convierte la pérdida en ganancia, es decir, en
agravio y excusa para la confrontación
”(el segundo) no reporta
beneficios sino más bien disgustos y esfuerzo”.
También
repasa el fantasioso mundo de la inquisición, recuperando elementos que ya
visitamos en este espacio:
“la investigación
histórica ha conseguido desmontar el mito casi por completo
(…) los inquisidores eran
abogados y apoyaban sus conclusiones en pruebas, no en rumores ni acusaciones
anónimas
(…) no fue nunca un poder
en la sombra ni tuvo capacidad para controlar la sociedad”.
Según
el nada sospechoso Henry Kamen, el
comportamiento de la inquisición española es impecable.
El
capítulo sobre el Nuevo Mundo es sencillamente magnífico:
“nadie con un mínimo
de cultura niega ya el papel pionero que tuvieron los legisladores y la
maquinaria imperial española en el reconocimiento de los derechos de los
pueblos indígenas
(…) muchísimo antes de que
Thomas Jefferson escribiera, desde su hermosa plantación de esclavos, en la Declaración
de Independencia aquella frase inmortal y universalmente conocida ‘Sostenemos
que…todos los hombres son creados iguales e independientes’, el jesuita
Francisco Suárez había escrito: ‘todos los hombres nacen libres por naturaleza,
de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro (…) toda sociedad
humana se construye por libre decisión de los hombres que se unen para formar
una comunidad política’”.
El
humanismo y el protestantismo crearon la leyenda negra, pero la ‘Santa
Ilustración’ promovió el mito con entusiasmo: España (y su Imperio) a) es un
país de ignorantes, b) está atrasada, c) la inquisición y el catolicismo son
responsables de su retraso, y d) no forma parte de la civilización:
“un enemigo es un
aliado inapreciable.
Los muros invisibles
dentro de los que viven las auto-justificaciones del protestantismo, la
superioridad indiscutible de las razas nórdicas y el ego social de Francia
están construidos con los ladrillos de la leyenda negra”.
Para
demostrar que la leyenda negra sigue viva, Roca discute la coyuntura europea en
la actualidad. Los chicos del Norte, con sus tradiciones
protestantes/calvinistas, se consideran el culmen de las virtudes, mientras que
los del Sur (católicos) son vagos y corruptos como poco. Los norteños pagan los
platos que rompen (supuestamente) los sureños. Por supuesto, los hechos dicen
otra cosa, algo que la autora demuestra discutiendo los casos de Islandia,
Alemania, Gran Bretaña o Grecia. Los islandeses actuaron de un modo similar a
lo que deseaban hacer los griegos para solucionar su precaria situación económica,
pero nadie les confundió con los del sur, no se convirtieron en PIGS.
Alemania
tiene un prestigio que no merece de ningún modo. Jamás ha pagado sus deudas,
pero no pasa nada. El caso de Gran Bretaña tampoco es envidiable. La segunda
parte de los años 70 fue terrible para el Reino ‘Unido’ y el FMI tuvo que
rescatarlo porque no levantaban cabeza. Pero tampoco pasaron a las filas del Sur.
Los
países del Norte son protestantes y eso les blinda contra cualquier tropiezo, mientras
que los del Sur son católicos y eso les convierte en presuntos culpables, no
solo de los que les pasa a ellos sino también a los demás:
“nunca, desde el fin
de la guerra de Cuba, ha dejado España de pagar sus deudas.
¿Por qué tiene que asumir
entonces un sobrecoste de financiación como si fuera un mal pagador indigno de
confianza?”
Los
europeos deben tener cuidado con la especulación de los grandes bancos. No
puede permitirse que la deuda privada se convierta en soberana. Los créditos
fáciles fomentan el endeudamiento privado, se genera una burbuja de crédito y
los gobiernos deben inyectar dinero para evitar que los bancos quiebren.
Quienes provocan la crisis resultan beneficiados y son quienes la padecen los
que pagan el pato.
Si
queremos una nueva Europa en el siglo XXI, conviene hacer examen de conciencia
con luz y taquígrafos, y, seguidamente, proceder al borrón y la cuenta nueva, pero sin caer en la selectiva ley del silencio que denuncia Roca.
-->

Estuve
en Nueva Orleans allá por el año 2000. Asistía al encuentro anual de la Psychonomic Society que se celebra en el
mes de noviembre en distintos lugares de los Estados Unidos. Suelen ir
cambiando de Norte a Sur y de Este a Oeste. Las jornadas científicas son interminables
y el sistema nervioso de los investigadores se resiente después de escuchar las
enrevesadas ideas que se les ocurren a los psicólogos para exprimir a sus
sujetos experimentales.
Pero
como no solo de ciencia vive el hombre, planifiqué mi estancia en la famosa
ciudad del sur de ese país norteamericano para rentabilizar el tiempo de ocio.
Una
de las actividades que estaba seguro materializaría suponía asistir a un
concierto en el Preservation Hall, para
disfrutar de música jazz en estado puro. Una de las características de la Preservation Hall Jazz Band es que los
músicos poseen un cargo vitalicio. Solamente son re-emplazados cuando abandonan
este mundo –o existe alguna otra causa mayor que les impida actuar.
Recuerdo
este hecho porque me parece oportuno para el diagnóstico al que estoy llegando
sobre una cuestión relacionada con la universidad actual en nuestro país. En
cierto sentido, nuestra universidad se está convirtiendo en un Preservation Hall con la pasiva, y seguramente bienintencionada, complicidad de las autoridades competentes.
Los
profesores universitarios se resisten activamente a jubilarse, a retirarse de
la circulación para dejar vía libre a los jóvenes. ¿Será que no se fían de su
competencia? ¿Será que piensan que aún acumulan acné cognitivo? ¿Será que resulta demasiado duro que se suelten las amarras y ver
cómo el barco en el que tu ya no estás se aleja de la costa?
Esos
profesores ‘resilientes’ –creo que
ahora se dice así—alcanzan la edad cronológica a la que podrían retirarse
dignamente después de una larga (y quizá provechosa) carrera universitaria,
pero optan por prolongar su estancia en el lugar que han calentado durante tres
o cuatro décadas de sus vidas. Es probable que consideren que su edad mental no
casa con la que reza en su ID y piensen que, si se retirasen de la circulación,
la humanidad que les rodea sentirían un irreparable desgarro existencial,
caería en un pozo sin fondo, a una profundidad abismal de la que ninguna cuerda podría
sacarla. Seguramente se consideran moralmente responsables de que algo así
pueda llegar a suceder. Intolerable.
No
estoy hablando de algo que me hayan contado, sino que lo estoy viviendo en los
últimos años a mi alrededor. Ya sabemos que los humanos somos egoístas, pero el
caso de algunos profesores universitarios supera la peor de las expectativas. Les resulta irrelevante seguir ocupando
espacio a pesar de que su tiempo se haya agotado. Parecen disfrutar de
seguir pululando por las estancias universitarias tratando de influir en quienes
toman las decisiones. Sin su guía y su lumbre el edificio se derrumbaría.
Cuando
se produce el caso, raro, de que fracasan al optar al título de Profesor
Emérito, experimentan un drama de griegas dimensiones. Me pregunto si estos
compañeros no tienen vida más allá de la universitaria. Por el tesón con el que
se agarran a su antigua posición, me inclino –con un punto de tristeza—a pensar
que la respuesta es negativa.
Lejos
de mi la intención generalizar porque soy consciente de que de todo hay en
la viña del señor. Igual que veo compañeros que son incapaces de desengancharse
de su vida profesional, observo con admiración cómo otros hacen números para
calcular con precisión el día en el que podrán colgar los hábitos e irse a pasear
a la playa, escribir sin presiones sobre lo que nunca pudieron porque estaban demasiado ocupados con su productividad, y, quizá, disfrutar de sus nietos. Pero los síntomas que observo me hacen temer
que los segundos son minoría.
Confieso
que, en realidad, no sé qué piensan en su fuero interno, pero sé lo que hacen.
Quieren
seguir como si tal cosa ostentando roles que ya no les corresponden. En lugar de dejar paso a las nuevas
generaciones, a aire fresco que renueve el inevitable rancio olor de la estancia, se
aferran a lo que fue.
Es
una pena que las autoridades no sean más asertivas. Las decisiones firmes
destinadas a alejarles de lo que ya no les corresponde no contradicen el
respeto que esos compañeros merecen por los servicios prestados. Pero su
tiempo pasó y deben tener la sabiduría para encajar, con la madurez que se les
supone, esa nueva realidad.
Esto
es lo que yo les diría a quienes persisten en emular a la Preservation Hall Jazz Band:
“Abandonen el barco
para que sean otros quienes lo gobiernen. Las nuevas generaciones merecen la
oportunidad de la que ustedes han disfrutado ya. Sean generosos y se lo
agradecerán. Persistan en su egoísmo y los jóvenes se olvidarán activamente de ustedes. Es elegante retirarse a tiempo, tenebroso retrasar lo
inevitable”.
-->

Un
supuesto de los modelos evolucionistas es que los rasgos que contribuyen a la
supervivencia deben estar correlacionados. En los humanos se han observado
correlaciones positivas (aunque relativamente débiles) entre la capacidad intelectual
y, por ejemplo, la calidad
del esperma y la estatura.
Las
respuestas a la pregunta de por qué se producen esas correlaciones pueden ser
directamente genéticas (existe una correlación entre los alelos que influyen
sobre los rasgos fenotípicos) o no-genéticas (condiciones del ambiente como los
patógenos o la nutrición poseen un impacto similar compartido sobre los rasgos
fenotípicos).
El
conocido como emparejamiento
selectivo también puede tener algún papel. Desde esta perspectiva, en la
medida en la que el atractivo general resulta de la combinación de varios
rasgos sometidos a selección sexual, el emparejamiento de los miembros de la pareja
en ese atractivo supondrá, necesariamente, correlaciones positivas entre los
rasgos que contribuyen al atractivo.
Es
razonable esperar una correlación genética positiva entre capacidad intelectual
y belleza porque
a)
Ambos factores están influidos por un extenso número de genes, y, por tanto,
algunos de ellos pueden solaparse
b)
Los dos factores son valorados positivamente en las relaciones románticas, y,
por tanto, pueden estar sometidos a los efectos habituales derivados del
emparejamiento selectivo (el individuo inteligente elige parejas más bellas y
viceversa).
Se
han publicado algunos meta-análisis sobre la relación de la inteligencia con la
belleza, pero el valor resumen (r =
0.10) parece verse afectado por demasiados artefactos en los estudios
originales (distintas medidas de dudosa calidad, sesgo de publicación, etc.).
Un
artículo publicado
en 2015 en el que se usa un diseño genéticamente informativo intenta poner
orden. Se estudian dos muestras, la primera de casi 400 casos (LTS –Longitudinal Twin Study, Colorado, USA) y
la segunda de más de 1.300 (BATS –Brisbane
Adolescent Twin Study, Australia). El nivel intelectual se valora con test
estandarizados, como el Wechsler o la MAB. El nivel de belleza se valora a
partir de las fotografías de los individuos de ambas muestras. Los mismos jueces,
tanto varones como mujeres, valoran los casos del LTS y del BATS.
En
los análisis estadísticos se controló un gran número de covariables como, por
ejemplo, el índice de masa corporal, el nivel socioeconómico, el año de
nacimiento, el sexo o la presencia de acné, pero ninguna de ellas resultó relevante.
Para
rentabilizar la comparación de individuos que variaban por su parentesco
(gemelos idénticos versus fraternos) se descompuso la correlación fenotípica en
sus componentes genéticos y no-genéticos.
¿Cuáles
son los resultados?
1.
La semejanza en belleza para los 296 pares de gemelos idénticos –expresada por
el índice de correlación—fue de 0.54, mientras que para los 585 pares de
gemelos fraternos esa correlación fue de 0.28 (obsérvese el extraño valor de la semejanza en belleza de personas idénticas).
2.
En el caso de la inteligencia (IQ) el valor de correlación para los gemelos
idénticos fue de 0.83, mientras que para los fraternos fue de 0.43.
3.
La correlación entre belleza e inteligencia fue de 0.02. Las estimaciones de la
influencia de los factores genéticos y no-genéticos (solamente del ambiente
específico, porque el familiar resultó irrelevante) también produjeron
resultados nulos.
La correlación fenotípica, tanto para la belleza como para la inteligencia,
es el doble en gemelos idénticos que en gemelos fraternos, hecho consistente con el nulo
efecto del ambiente compartido.
Los
autores reconocen que no se esperaban ese resultado. Si existe una relación de
la estatura con la inteligencia, por ejemplo, es llamativo que no la haya entre
ésta y la belleza facial. También reconocen el que personalmente considero
principal problema de esta investigación, es decir, el uso de fotografías para valorar la belleza. Mi reserva también se basa en el reducido valor de correlación para la semejanza en belleza de personas idénticas comentado antes.
Critican
el estudio
de Kanazawa del que me serví para responder la pregunta que me hizo un
medio de comunicación aquí en España sobre si las personas más inteligentes
son también más atractivas. Satoshi encontraba un patrón, débil pero real, en
sus datos, en los que se consideraron más de 15 mil personas. Según los autores
de este estudio lo que observa Kanazawa puede estar influido por alguna clase
de efecto halo. Los evaluadores interactuaban con los evaluados.
En
lugar de admitir que la estrategia empleada por Satoshi es claramente más
adecuada, puesto que en el mundo real
los individuos interactúan a distintos niveles para llegar a sus valoraciones
sobre los demás, el equipo que firma el artículo que estamos comentando se
embarca en una serie de explicaciones bastante bizarras para encontrar alguna
clave que de cuenta de sus nulos resultados. Por ejemplo, “las fuerzas evolucionistas que ejercen una
influencia positiva sobre la correlación genética de la inteligencia y la
belleza son anuladas por las fuerzas que ejercen una influencia negativa”.
What?
En
suma, a mi juicio, la estrategia para averiguar si existe o no una relación
significativa entre inteligencia y belleza requiere usar una aproximación
similar a la de Kanazawa. Basarse en una valoración centrada en fotografías me
resulta inadecuado. Es como comprarse una prenda de vestir en Amazon. Demasiado
arriesgado si no te lo has probado antes en una tienda.
-->

Las
universidades fueron concebidas para profesionalizar a los artesanos, formar a
futuros científicos y ser referentes en una sociedad que salía del oscurantismo
medieval. Las Universidades se convirtieron incluso, en algún momento, en
centros que intentaban transformar el status
quo.
Las universidades fueron zonas
cognitivas transgresoras visibles y vivas, en un entorno dinámico y bullente
–cual crisol social cognitivo—y, como tales, con el potencial de devengar y
gatillar importantes agentes de la esfera pública, iniciando el cambio social y
no sólo respondiendo a él. Esta fue una de las aristas de importancia esencial
de la Universidad al asumir el reto de encender
la llama de la novedad y las nuevas ideas en un mundo casi ciego y en
incertidumbre. Allá por los siglos XVIII, XIX y XX.
Hoy, el futuro de la Universidad es una
tautología. Ya ha nacido una nueva estructura, imperfecta, producto de la
anterior, a la que se podría llamar “Universidad-Multiuso”.
¿Cómo llegamos a este estado?
Estas son algunas preguntas
pertinentes: 1) ¿Es la universidad de hoy en día un negocio?, 2) Si no lo es ¿es aún un concepto cuyo ecosistema
es creador de conocimiento y avance social?, 3) ¿Qué elementos llevaron el concepto original a
la situación actual? 4) ¿Es posible rescatar/mejorar/relanzar el
concepto y objeto original de la Universidad?, 5) ¿Hay ejemplos en el mundo que nos sirvan de
referente para recuperar el objetivo original?, 6) ¿O hemos llegado al punto sin retorno y está
emergiendo un nuevo paradigma?
Estas
preguntas se plantearon en Diciembre de 2014 a un thin-tank, desde un grupo de Universidades peruanas privadas, que
serían sometidas en 2015 al primer proceso articulado de acreditación
académica. Proceso urgente ante la proliferación de centros de estudio sin
ningún aval ni corpus académico, sólo dedicado al negocio de matricular y
esquilmar alumnos, con el cuento del título universitario. Ante ello planteamos
una batería de evaluación del proceso que suponía 1) Identificar el presente y el futuro del
negocio, 2) Identificar la sistémica del entorno
universitario y general peruano, 3) Diagnosticar el potencial de mejora o
regresión, 4) Identificar los aspectos mejorables y
recomendar desechar los prescindibles, 5) Comparar el resultado contra otras experiencias
mejores en el planeta, 6) Emitir recomendaciones basadas en evidencias y
casos en marcha.
El trabajo no fue sencillo y nos propusimos
tomar como referencia las estadísticas más consistentes desde 1960. De ahí
partió el estudio cuyos resultados se pueden encontrar en el link adjunto: https://goo.gl/9bhDEP
El siguiente paso fue hacer un poco de historia
de la evolución del concepto y uso de la palabra “Universidad”.
EVOLUCIÓN MODERNA DE LA UNIVERSIDAD: 10 HITOS.
Veamos la evolución de lo que entendemos por “Universidad”.
1. En ‘La tensión
entre cosmopolitismo y nacionalismo. Las universidades eran agentes muy importantes
de cosmopolitismo y de ideas universalistas, de C. Kerr (1963) se afirma: “la sociedad del conocimiento ha traído como
resultado nuevos e influyentes modos de pensar: en efecto, nuevas ideologías
—postmodernismo, neoliberalismo, tercera vía—que son visibles en la educación
superior. Las siguientes seis contradicciones culturales resultan de esas
ideologías: 1) la contradicción entre enseñanza e investigación, 2) la
contradicción entre eficiencia y saber avanzado especializado, 3) la contradicción
entre masificación y democratización, 4) la contradicción entre gerencia y
liderazgo, 5) la contradicción entre opinión y conocimiento, y 6) la
contradicción entre ciencia y tecnología.”
2. En ‘Las
contradicciones culturales de la educación superior en la sociedad del
conocimiento, de F. Ringer (1969) se escribe: “la
educación superior siempre ha estado asentada sobre contradicciones culturales,
el viejo modelo de educación superior, que generalmente se cree ha llegado a su
fin. Pero las universidades fueron también agentes importantes en la creación
de las culturas nacionales. Los académicos desempeñaron papeles preeminentes en
la codificación de las culturas nacionales desde principios del siglo XIX. Otra
contradicción en el viejo modelo de la universidad que se pudiera mencionar es
la contradicción entre el papel de la universidad como productora de nuevo
conocimiento y como reproductora del conocimiento existente. Esta contradicción
corresponde aproximadamente al doble papel de la universidad como agente
progresista de innovación y portador de nuevas ideas y modelos, mediante los
cuales la sociedad pudiera ser transformada, y, del otro lado, la universidad
como bastión conservador del ‘ancien régime’”.
3. La función
primaria de la sociedad profesional era el entrenamiento y la acreditación del
saber experto (Collins, 1979). La Nueva Clase es más amplia que la
clase profesional del período anterior y las profesiones ahora ingresan desde
los márgenes de la sociedad para tomar el liderazgo moral, político, social y
económico. La teoría de la Nueva Clase venía a ser una teoría de la sociedad
del conocimiento, la cual ha sido desafiada en años más recientes por una nueva
concepción.
La teoría de la sociedad de la
información ha provocado una revisión de la idea de la sociedad del
conocimiento. En esta conceptualización se ve la sociedad del conocimiento como un nuevo tipo de sociedad que es
impulsada por los nuevos acontecimientos en la tecnología de la comunicación y
la información. Algunos de los más importantes procesos de desarrollo
económico en el capitalismo global están relacionados con la aplicación del
conocimiento en las tecnologías.
4. La
tercerización de la enseñanza (Parsons & Platt, 1973). Aunque
la tradición inglesa de educación universitaria asociada con Oxbridge le daba
prioridad a la enseñanza, también allí persistió el supuesto de que había una
unidad de funciones. Hasta en el gran estudio de la universidad estadounidense
de Parsons, el supuesto también era que había una unidad de funciones, aunque
estaba confinada a los cursos de posgrado. Hoy estamos en una situación
diferente. El número de universidades y, lo que es más importante, el número de proveedores de educación
superior ha aumentado. En verdad, la mayor parte de la educación superior
ya no es proporcionada por las universidades. En los Estados Unidos de América,
por ejemplo, existen más de tres mil instituciones de educación superior. Sólo
unos pocos cientos son reconocibles como universidades, y de éstas, no más de
doscientas están basadas en la investigación.
5. Pero, desde los 60, la sociedad
industrial estaba dando paso a una sociedad postindustrial en la que la mayoría
de la población trabajadora estaría más bien en los servicios que en la
industria (Gouldner, 1979).
En la formulación más conocida de esa idea, surge una «Nueva Clase» que abarca
una intelectualidad definida con amplitud. Esta Nueva Clase es más amplia que
la clase profesional del período anterior y las profesiones ahora ingresan
desde los márgenes de la sociedad para tomar el liderazgo moral, político,
social y económico.
6. La
ideología postmoderna condujo a nuevas ideologías que disimulaban varias
contradicciones. Las ideas de Lyotard venían a ser una visión de la educación
como una forma de dominación en la que el principio del ‘performance’ se vuelve
omnipresente (Lyotard, 1984). Es el viraje del pensamiento
postmoderno hacia la recuperación del yo, la comunidad, la religión y la
política. En la academia, la ideología postmoderna condujo a nuevas ideologías
que disimulaban varias contradicciones.
7. Surge
una nueva idea de Universidad, la McUniversidad, la Multiversidad. Aunque es
improbable que la Universidad pueda recobrar el papel que ha perdido, eso no
significa que no puede servirse de una idea nueva (Habermas,
1987). Como institución, la
universidad ha perdido su rumbo en la sociedad del conocimiento. Los grandes
cambios han sucedido en respuesta a las presiones externas y al mero peso de
las contradicciones que han sido generadas por las ideologías nacientes.
8. En la McUniversidad están cobrando forma nuevas
formas burocráticas de administración universitaria (Parker
& Jary, 1995). Se debe reconocer que no puede haber un principio
fundamental, una sola «idea» legitimadora que le dé rumbo a la universidad. La
universidad tendrá que vivir con el hecho fundamental de la complejidad de la
sociedad, como sostiene Ron Barnett (Barnett, 1999). Las universidades pueden
desempeñar un papel importante en la sociedad del conocimiento si aceptan lo
que pudiéramos llamar el principio de la transgresividad, que disminuyen la
autonomía de los académicos y transforman
la universidad en una organización fordista para la producción masiva de
educación superior. En la empresa racionalizada de la McUniversidad
neoliberal existe mayor poder gerencial, centralización estructural, mayor
acogida de estudiantes, la ocasionalización del trabajo y la eliminación de la
ineficiencia. Como ocurre con la ideología neoliberal en general, la legitimidad ha de ser lograda a través
de la eficiencia. Existe también la ideología adicional de la obligación de
rendir cuentas, la cual, en realidad, es cuestión de un aumento de la
contabilidad. La ideología de la tercera vía ha reemplazado la versión más
extrema de la ideología neoliberal, combinándola con un compromiso básico con
el programa de bienestar social y la idea del Estado responsable.
9. La cada
vez más ausente función del liderazgo científico. Para
que las Universidades desempeñen un papel central en la esfera pública (Slaughter &
Leslie, 1997) deben ser capaces de suministrar liderazgo para la sociedad
como un todo, así como para sí mismas. Las
normas de la gobernanza externa se están volviendo cada vez más importantes y
están conformando los regímenes de la gobernanza interna hasta un punto en el
que esta última ha perdido la autonomía
asociada con la idea de auto-gobernanza académica, la cual es a lo sumo un
mito anacrónico. En el esfuerzo por ser más eficiente, una de las más grandes
contradicciones está en el conflicto
entre los valores del mercado y los valores de la ciencia y el saber avanzado
especializado. Eso es particularmente evidente en el creciente
involucramiento de las universidades en la industria.
Con el creciente tamaño de las
universidades y la creciente complejidad de sus sistemas organizacionales, la gerencia se torna cada vez más
importante. Es evidente que la
presente generación de líderes universitarios es incapaz de suministrar
liderazgo social. En el pasado muchos líderes universitarios desempeñaron
un papel central en la conformación de valores cívicos y orientación para
sectores más amplios de la sociedad. Hoy
día los líderes universitarios han llegado a no diferenciarse de los
principales ejecutivos de cualquier gran compañía, carentes de visión y de
creatividad.
10. Recrear
la Universidad. El impacto de las nuevas ideologías de la
sociedad del conocimiento puede ser resumido como un factor que trae consigo
nuevas relaciones entre la educación superior, el Estado y el mercado. Pero lo
que surge de eso no es un nuevo tipo de universidad. La «McUniversidad», la
«Multiversidad», la «Universidad Virtual» es, de hecho, un sitio muy
contradictorio de fuerzas. Parecería que la
universidad como institución ha perdido su rumbo en la sociedad del
conocimiento. Los grandes cambios han sucedido en gran medida en respuesta
a las presiones externas y al mero peso de las contradicciones que han sido
generadas por las ideologías nacientes. Es
de importancia esencial el reto de aprender a vivir con la posibilidad de escoger
en un mundo global de incertidumbre (Barnett, 1999) (10). El presente período se caracteriza por una
posibilidad de escoger aparentemente
infinita.
EPÍLOGO
Las universidades fueron concebidas
para profesionalizar artesanos, formar futuros científicos y ser referentes en
una sociedad que salía del oscurantismo medieval.
Las universidades fueron, también,
zonas cognitivas transgresoras en un entorno dinámico y bullente, capaces de iniciar
el cambio social en lugar de limitarse a responder a él.
La Universidad encendió la llama de la
novedad y las nuevas ideas en un mundo casi ciego y en incertidumbre, pero eso
en historia.
El futuro de la Universidad es una
tautología.
Están naciendo nuevas estructuras bajo
el rótulo “Universidad-Multiuso”.
La Universidad clásica ha muerto.
--------------------------
REFERENCIAS
1. KERR, C.
(1963), The Uses of the University, Cambridge, MA, Harvard University Press.
2. RINGER, F.
(1969), The Decline of the German Mandarins: The German Academic
3. COLLINS, R.
(1979), The Credential Society, Nueva York, Academic Press.
4. PARSONS, T. y
G. PLATT (1973), The American University, Cambridge, MA, Harvard. University
Press.
5. GOULDNER, A.
(1979), The Future of Intellectuals and the Rise of the New Class,Londres,
Macmillan.
6. LYOTARD, J. F. (1984), The Postmodern Condition: A
Report on Knowledge, Manchester, Manchester University Press.
7. HABERMAS, J.
(1987), «The Idea of the University —Learning Processes», New German. Critique,
41, pp. 3-22.
8. PARKER, M. y D. JARY (1995), «The McUniversity:
Organization, Management an Academic Subjectivity»
9. Slaughter &
Leslie, 1997; Etzkowitz & Leydesdorff, 1997; Curie & Newson, 1998.
10. BARNETT, R.
(1999), Realizing the University in an Age of Supercomplexity, Buckingham, Open
University Press.

Se
acaba de publicar un artículo en el que se estudia la
relación de las diferencias de personalidad de un grupo de más de 500 personas
participantes en el Human Connectome Project (HCP) con sus
variaciones en una serie de propiedades de la corteza cerebral (área de superficie
y grosor cortical, entre otras).
Cuando
se miran los resultados se llega a una conclusión chocante: evidencias
heterogéneas y abundantes que obligan a los autores a aplicar una sustantiva
interpretación creativa.
Aún
así, se esfuerzan por resumir de la siguiente manera:
1.
La extraversión se asocia a un mayor grosor del precúneo y a una menor área del lóbulo temporal superior.
2.
La cordialidad (agreeableness) se asocia a un menor grosor
de la corteza prefrontal y a una menor área del
giro fusiforme.
3.
La responsabilidad (conscientiousness) se asocia a un mayor grosor y a una menor
área de las regiones prefrontales.
4.
El neuroticismo se asocia a un mayor grosor y una menor área
de las regiones prefrontales y temporales.
5.
La apertura a la experiencia (openness) se asocia a un menor grosor y una mayor área
de las regiones prefrontales y parietales.
Los
autores concluyen que una gran parte de los efectos observados se localizan en
la corteza prefrontal: “este hecho puede significar que los rasgos básicos de la
personalidad humana se encuentran asociados a habilidades socio-cognitivas de
alto nivel, así como a la capacidad para modular las respuestas afectivas
básicas”.
Ignoro
cómo les suena a ustedes esta declaración, pero a mi me sorprende
negativamente. Quizá porque soy un dinosaurio en el campo de la Psicología
diferencial, disciplina científica que lleva explorando las diferencias
individuales de personalidad desde hace un siglo –década arriba, década
abajo—pero lo que cabe esperar es que los
rasgos básicos de la personalidad humana se encuentren más asociados a
habilidades socio-cognitivas de bajo
nivel.
La
neocorteza tendría algún papel, si acaso, en el control de las respuestas de la
paleocorteza. Pero no veo ningún intento en este artículo de explorar esa clase
de mecanismos interactivos, extensamente estudiados por autores clásicos en el
campo como H. J. Eysenck.
Así,
por ejemplo, las diferencias individuales en el rasgo neuroticismo se podrían
explicar –al menos en parte—por el éxito o el fracaso del mecanismo de control que
ejercen los procesos de alto nivel sobre los impulsos provenientes del sistema
límbico.
Todos
los individuos experimentan la emocionalidad que suscita la vivencia directa de
un grave accidente de tráfico, pero las reacciones varían extraordinariamente.
Algunos quedarán paralizados porque son inundados por un torrente emocional
(son emocionalmente inestables o neuróticos), mientras que otros serán capaces de
sobreponerse y socorrer eficientemente a los accidentados (son emocionalmente
estables).
Las
diferencias entre neuróticos y emocionalmente estables serán irrelevantes
cuando las circunstancias vitales sean neutrales, carezcan de tinte emocional.
Sin embargo, cobrarán un extraordinario protagonismo cuando la balanza se
desequilibre. Será entonces cuando se revelen, en toda su magnitud, las
diferencias latentes de personalidad.
Algo
similar a la mayor o menor relevancia que pueden tener las diferencias
individuales de fuerza muscular. Cuando el peso que se debe levantar es leve,
esas diferencias serán irrelevantes. Pero serán verdaderamente importantes
cuando se tenga que desplazar un objeto pesado.
Finalmente,
lo que los resultados observados en esta investigación pueden significar se
relaciona con algo que insinúan los propios autores: “nuestro trabajo se basa en auto-informes que,
inevitablemente, expresan cómo los individuos valoran su propia conducta. La
investigación futura debería usar distintos informadores para valorar la
personalidad de los individuos”.
Es
decir, los individuos responden a preguntas sobre su personalidad sirviéndose,
lógicamente, de procesos cognitivos de alto nivel. El hecho de que sean aquí
masivos los resultados asociados a la corteza frontal y parietal, puede estar
relacionado con que son precisamente esas regiones las que usualmente soportan
las funciones mentales superiores.
Finalmente,
permítanme comentar que hubiera sido realmente interesante explorar las
conexiones entre las regiones identificadas usando algún método de tractografía
basado en el análisis de la sustancia blanca.
En
este sentido, acabamos de terminar una investigación en nuestro equipo sobre
estos rasgos básicos de la personalidad humana, pero, en nuestro caso,
combinamos evidencias de sustancia gris y de sustancia blanca. Ambos índices
ofrecen una relevante información.
En
concreto, observamos que la extraversión se asociaba al área de superficie en
la corteza occipital, mientras que el neuroticismo se asociaba al grosor
cortical en el lóbulo parietal. Por otro lado, la apertura mental se asociaba a
las diferencias individuales en la integridad de la materia blanca que conecta
las regiones posteriores y anteriores del cerebro.
Por
tanto, la variaciones de sustancia gris en regiones que codifican (occipital) e integran (parietal) información se vinculan a rasgos temperamentales básicos (extraversión
y neuroticismo), mientras que las conexiones estructurales de larga distancia que llevan la información desde las regiones posteriores a las anteriores (frontal) del cerebro se asocian al rasgo de personalidad más vinculado a los procesos de alto nivel
(apertura mental).
El
campo de la neurociencia de la personalidad (personality neuroscience) está todavía en pañales, como reconocen
los autores del artículo que estamos comentando: “la relación de las diferencias individuales en
los rasgos de la personalidad y la variabilidad en la estructura y
funcionamiento cerebral se nos sigue escapando y se encuentra mal caracterizada
(…) los resultados observados en distintos estudios son fragmentarios (p. e. no
valoran sistemáticamente los correlatos cerebrales de los cinco rasgos básicos
de la personalidad) y son a menudo conflictivos”.
Aún
así, no cabe duda de que se irán afinando las aproximaciones al problema básico
de investigación. Espero que sean progresivamente menos exploratorios y más
orientados por sólidas teorías y modelos conceptuales como la propuesta por el
Profesor de la UB, J. M. Lluis Font.
La
claridad de ideas es fundamental.
-->

Sabrina Schuck y Francis Crinella publicaron en 2005 un artículo sobre el que
llamó recientemente mi atención D. K.
Detterman.
Me
interesó su conclusión de que los niños con TDAH (ADHD) presentan un bajo
funcionamiento ejecutivo (EF) y una
capacidad intelectual general (CI)
dentro del rango de la normalidad. Es decir, ambos factores psicológicos se encuentran disociados.
Naturalmente,
esta conclusión contrasta con las entusiastas declaraciones de que, en
realidad, el CI se puede explicar por el EF. Hace unos meses revisamos aquí
críticamente una nueva propuesta teórica que seguía fielmente esa corriente: Process
Overlap Theory.
Schuck
y Crinella se basan en el masivo estudio del MTA Cooperation Group en el que se
observó que el CI medio de niños con TDAH era de 101 (SD = 15). Este resultado
me sorprendió porque conocía un meta-análisis en el que
se concluía que los niños con TDAH presentaba un CI nueve puntos por debajo de
la media de la población. Por cierto, en ese meta-análisis, las dos medidas de
EF que usan Schuck y Crinella producen una diferencia de dos puntos (Wisconsin)
y de quince puntos (CPT, Continuos
Performance Test) respectivamente.
El
contenido conceptual del artículo que estamos comentando es excepcional.
Revisan
cuáles son los subtest del Wechsler que suelen revelar mayores diferencias en
los TDAH: ACIDS (Arithmetic, Coding, Information, Digit Span,
Symbol Search). Sin embargo, en su estudio la correlación entre esta
puntuación ACIDS y el CI está por encima de 0.7, lo que impide que tenga un valor
diagnóstico diferencial.
El
EF implica el ‘dónde’ (where)
y el ‘sí’ (whether) de la conducta,
mientras que el funcionamiento no-ejecutivo implica el ‘qué’ (what) y el ‘cómo’ (how)
de esa conducta.
Se
revisa también la evidencia neurobiológica que puede ser relevante para
comprender el TDAH, incluyendo la investigación con animales. Las estructuras corticales más relevantes
son el núcleo caudado, la corteza dorsolateral frontal y los ganglios basales.
Se discuten los datos farmacológicos (“el tratamiento con estimulantes mejora el EF de los TDAH”)
y genéticos (“la
heredabilidad llega hasta el 90%”).
Se
subraya la relevancia que tienen los
procesos de desinhibición para comprender los síntomas del TDAH
(impulsividad, distracción, perseverancia, escasa persistencia, insensibilidad
al feedback, ausencia de
planificación y pobre modulación del afecto). La corteza frontal no es esencial para ninguna acción en concreto,
sino para ejecutar, de modo ordenado y con un propósito, las conductas
complejas, eso que Karl Lashley
describió en los años 50 como “la sintaxis de la acción”.
En
su propio estudio consideran 123 niños de entre 7 y 13 años de edad. Completan
el WISC-III, el test de Raven (SPM), el CPT (errores en el control de impulsos)
y el Wisconsin (inhibición de la tendencia a perseverar y capacidad para
perseguir un objetivo).
El
CI obtenido en el Wechsler por parte de este grupo con TDHA,
socioeconómicamente selecto, fue de 106, igual que su rendimiento en el Raven.
Pero
la parte más interesante es el análisis de las correlaciones entre las medidas.
El rendimiento intelectual no se asoció a las medidas de EF, pero, además, las medidas de EF no correlacionaron entre
sí --¡marca de la casa del EF medido con tareas conceptualmente simples!
Seguidamente
calcularon un análisis de componentes principales considerando las 15 medidas,
incluyendo las 3 de EF. Al revisar los valores del primer componente observaron
que eran minúsculos para las medidas de EF: “g y EF son dimensiones independientes del
rendimiento cognitivo”.
Los
autores rechazan el protagonismo del
lóbulo frontal. El rendimiento cognitivo recluta regiones distribuidas por
toda la corteza. La inteligencia fluida y cristalizada se encuentran altamente
correlacionadas, y, por tanto, es dudosa la tesis de autores como John Duncan, quien sostiene que la
primera depende de los lóbulos frontales mientras que ese no es el caso para la
segunda.
Hacia
el final del artículo se discute la investigación
con animales hecha por el equipo de los autores firmantes de este artículo.
Una
de las conclusiones esenciales es que las
lesiones que producen un mayor impacto negativo sobre los test de
laboratorio que valoran el rendimiento
cognitivo (g) en roedores (parietal, occipito-temporal, dorsal
hippocampus, posterolateral hypothalamus, subthamalus, anterior thalamus) no se solapan con las estructuras
responsables del EF (substantia
nigra, caudatoputamen, ventral tegmentum, pontine reticular formation, globus
pallidus, ventrolateral thalamus, median raphe, superior colliculus):
“El sistema
neuroanatómico que apoya los procesos de EF no es suficiente para convertirse
en el sustrato biológico de g”.
Cuando
se encuentra una correlación sustantiva del EF con la capacidad intelectual es
porque las tareas de EF se complican, yendo más allá de los procesos básicos
que definen ese EF (control de impulsos, cambio y mantenimiento de los
objetivos).
¿Cuáles son las implicaciones de esta
investigación?
Por
un lado, a nivel clínico permite averiguar por qué los niños TDAH pueden
mostrar un rendimiento adecuado en el laboratorio, pero pobre en la escuela:
“El ambiente menos
estructurado de la escuela aumenta el riesgo de sabotaje debido a su frágil EF
(…) los síntomas más
preocupantes no se deben a un bajo CI, sino a la inestabilidad de los procesos
de control que gobiernan las adaptaciones cotidianas al ambiente”.
Por
otro lado, a nivel teórico el estudio de los TDAH permite distinguir la
resolución de problemas elementales (EF) y complejos (g). Se lamentan de que los científicos se empeñen en reinventar la
rueda. Hace mucho tiempo que se conoce la disociación del EF y de g, gracias a la excelente investigación
de autores clásicos como Hebb o Halstead:
“Sadly, the views of
these early investigators are periodically rediscovered with scarce
acknowledgement of their origins”.
No
les voy a aburrir con la realidad de ese hecho. Los psicólogos somos
especialistas en éstas prácticas caracterizadas por una amnesia inducida por la
pereza y por el ansia de vender vino viejo en botellas nuevas.
En
resumen, ¿qué pienso sobre este interesante artículo?
Que,
aunque los análisis puedan mejorarse –por ejemplo, a) su cálculo de componentes
principales puede ser mucho más informativo calculando un análisis factorial
jerárquico (Schmid-Leiman) que permita ver cuáles son los factores primarios
además del general y b) las medidas de EF pueden elegirse con mayor respaldo
teórico—el hecho de que la capacidad cognitiva general (g) y el EF se encuentren disociados posee cruciales implicaciones para
nuestra concepción teórica y nuestra rumiación sobre por qué las personas
presentan distinto rendimiento cognitivo. Los procesos básicos del EF,
incluyendo la atención –y esta idea la añado yo ahora—pueden ser unos pobres
candidatos para dar cuenta de esas diferencias cognitivas.
Aunque
los autores son taxativos al concluir que los TDAH no presentan un menor CI
promedio que la población, el meta-análisis que comentamos antes les contradice.
En
un revelador estudio que tuve oportunidad de explicar en unas jornadas sobre
TDAH celebradas en Barcelona
se observó que el patrón de desarrollo cerebral de pacientes de alto y bajo CI
era marcadamente diferente. Si la diferencia promedio de CI es real, entonces un
desarrollo cerebral atípico podría caracterizar a estos pacientes. Y si es así,
no podemos ignorar la evidencia.
-->

Richard J. Haier acaba de publicar un ensayo en Cambridge University Press. Sus 250 páginas son apasionantes.
Recomiendo sin reservas a los jóvenes psicólogos que se encuentran en proceso
de decidir a qué quieren dedicar su carrera científica, que hagan un hueco para
leer esta breve obra. Ellos no se arrepentirán y seremos beneficiados quienes
pensamos que resolver los misterios de nuestro principal atributo psicológico
–es decir, la inteligencia—rendirá enormes beneficios a la humanidad.
Sus
contenidos se basan en un curso de 18 lecciones que el autor preparó para ‘The Great Courses’ titulado ‘The
Intelligent Brain’, que, por supuesto, también recomiendo.
El
ensayo no es simplemente una puesta al día sobre la investigación de la
inteligencia desde la neurociencia. Es el equivalente al ‘Cosmos’ de Carl Sagan,
es decir, un viaje personal por la
neurociencia de la inteligencia. Sus cuarenta años dedicados a la
investigación científica le permiten extraer la esencia de lo que supimos, sabemos y, probablemente, sabremos.
El
primer capítulo se dedica brevemente a la definición de inteligencia, su
estructura, su medida y su validez predictiva. El segundo revisa el impacto de
la genética sobre las diferencias de inteligencia. Los capítulos tres y cuatro exploran
la neurociencia de la inteligencia en sentido estricto, separando los estudios
clásicos y más recientes. El pivote entre ambos periodos es la publicación del
modelo P-FIT en 2007. El capítulo cinco revisa
críticamente los intentos de mejorar la inteligencia (“el propósito último de la investigación de la
inteligencia es mejorar esta facultad humana (aunque) mi declaración de que la
mejora es un objetivo importante no es compartida por todo el mundo”).
Finalmente, el capítulo seis aventura qué puede suceder en el inminente futuro.
En la web del ensayo se encuentra material
gráfico y videos que se pueden descargar para completar el material impreso.
Es
un viaje personal en sentido estricto. Desde el comienzo avisa de que el ensayo
“no es neutral
(…) la perspectiva que subyace a cada capítulo es que la inteligencia es un fenómeno 100% biológico, sea genético o no,
ambiental o no, y que la biología
relevante tiene lugar en el cerebro (…) el modo en que valoro la evidencia
puede no ser del gusto de algunos paladares, pero eso es lo que hace que un
libro como este provoque conversaciones, abra mentes, y, si hay suerte,
promueva algún insight”.
En
las primeras versiones de este ensayo, el autor propuso tres leyes en algún
lugar recóndito de sus páginas. Fue sensible a mi sugerencia y, en la versión
final, las puso en el lugar en el que les corresponde estar, es decir, en el prefacio.
Son las siguientes:
1. Ninguna historia sobre el cerebro
es simple.
2. Ningún estudio es definitivo.
3. Son necesarios varios años para
poner orden en los resultados conflictivos e inconsistentes, así como para
establecer una evidencia sólida.
No
tengo intención de desvelarles los entresijos de lo que el autor va relatando a
medida que avanzan las páginas. Pero puedo garantizarles que se divertirán
aprendiendo.
Venimos
manteniendo una relación profesional y personal desde que nos conocimos en
2005, cuando hice una estancia de tres meses en su departamento de la University of California at Irvine
(UCI).
Una
de las facetas destacadas de su personalidad es un británico sentido del humor.
Este ensayo es una nueva demostración. En varias ocasiones no pude reprimir una
carcajada y predigo que otros compartirán esa sensación.
Aquí
va un listado de comentarios que no tienen desperdicio:
“Es poco probable
que conozcas a un verdadero genio, aunque muchos padres aseguran que ellos
conoces al menos a uno”.
“Uno de mis
profesores solía decir que la mayor parte de la gente define una pregunta como justa
cuando ellos saben responderla correctamente”.
“Aunque creas que
has conocido a una persona con un nivel de inteligencia de cero, seguro que no
es así”.
“Los investigadores
llamaron a esa camada (prodigiosa) de ratones ‘Doogie’, inspirándose en un
personaje televisivo que representaba a un adolescente precoz en una escuela de
medicina. Este logro (los ratones, no el
programa televisivo) se basó en una investigación previa que reveló que un
receptor sináptico (NMDA) estaba relacionado con la memoria y el aprendizaje”.
“Por un lado, China
invierte enormes sumas de dinero en esta caza –de genes asociados a la
inteligencia—y, por otro lado, la mayoría de los congresistas estadounidenses
no creen en la evolución. En serio”.
“Las agencias federales se inclinan a financiar la investigación sobre trastornos (y la estupidez sigue sin ser una categoría
reconocida por el NIH, por lo que no existe un instituto para estudiarla)
sobretodo si el proyecto menciona el CI (IQ)”.
“La adquisición masiva
de máquinas de resonancia por parte de los departamentos de psicología con el
cambio de siglo fue un hecho predicho por al menos un investigador clarividente
(Haier, 1990)”.
“El lenguaje cuenta.
Nadie se escandalizaría al sustituir ‘razonamiento’ por ‘inteligencia’, aunque
algunas instituciones que financian la investigación puedan pensarlo”.
“Las tres
condiciones experimentales fueron escuchar la Sonata para dos pianos en D mayor
de Mozart, escuchar una cinta de relajación y escuchar el silencio (sé que no
puede usted escuchar el silencio, pero la frase exige una construcción
paralela)”.
“Estimularte el
cerebro con dispositivos eléctricos comerciales o caseros puede tener
consecuencias no deseadas. Por favor, no compitas por un Premio Darwin”.
“Las pesadillas de
los neurocientíficos son los motores del progreso”.
“Un nuevo método para
editar el genoma humano se conoce como CRISPR/Cas9. Yo tampoco entiendo qué
significa, pero el método usa bacterias para editar el genoma de células vivas
cambiando determinados genes”.
“¿Qué sucedería si
un gobierno se olvidase de la exploración del espacio y anunciase que su
principal objetivo es encontrar el modo de aumentar una desviación típica el
nivel intelectual de sus ciudadanos?”
“Suena a ciencia ficción,
pero está pasando ahora en un laboratorio cerca de tu casa. Guionistas, presten
atención”.
Les
aseguro que leer a Haier estimulará su pasión por la investigación científica
en general, y por el estudio de la inteligencia humana en particular.
Quiero
comentar, para cerrar esta reseña, que durante mi estancia en su universidad, él y Rex Jung estaban trabajando en la formulación del modelo P-FIT.
Originalmente, el título que deseaban darle a ese modelo era algo así como ‘The Einstein Hypothesis’ porque querían subrayar
el protagonismo del lóbulo parietal sobre el frontal (una característica destacada del físico alemán). Discutimos algunas ideas
sobre ese modelo en directo y, más adelante, fui invitado a comentar la versión final del
artículo publicada en 2007.
Como
se explica en este ensayo, la publicación de ese modelo constituye
un antes y un después en el estudio de la inteligencia humana desde la
neurociencia. El interés ha ido creciendo, para mayor beneficio del avance en
nuestro estado de conocimiento.
Aún
queda mucha tela por cortar. La pregunta de ‘por qué hay personas más
inteligentes que otras’ sigue sin respuesta. Pero se van construyendo
patrones que nos llevarán a diseñar vestidos cada vez más ajustados. Comparto el
optimismo y el entusiasmo de Haier.
Háganse
con un ejemplar de su ensayo y lean. Se lo pasarán genial.
-->

Recientemente
tuve la oportunidad de ver de un tirón la vieja película La Parada de los Monstruos (Freaks), dirigida por Tod Browning en 1932. Guardo un
recuerdo difuso de mi infancia acerca de esta película, probablemente imágenes
del anuncio de su emisión de madrugada en algún oscuro espacio de La 2.
Harry Earles, un
amigo alemán del director que sufría un trastorno del desarrollo por el que
tenía una eterna apariencia infantil (¿le conocería Gunter Grass?) le sugirió
la posibilidad de adaptar el cuento La
espuela al cine. El resultado sería Freaks.
La
historia transcurre en un circo ambulante que incluye entre sus artistas a
numerosas personas con graves discapacidades que sirven como atracción para un público cruel. Uno de ellos es Hans
(interpretado por el propio Earles), que está a punto de casarse con su
prometida Frieda (su hermana en la realidad).
Pero
Hans es seducido por la pérfida Cleopatra, una trapecista manipuladora que
finge amarle para sacarle el dinero, con la ayuda del forzudo Hércules. Cuando
descubren que Hans ha recibido una sustanciosa herencia, deciden que Cleopatra
ha de casarse con Hans y posteriormente asesinarle.
En el
banquete de boda, la comunidad de artistas discapacitados ofrece a Cleopatra
ser “uno de ellos” bebiendo champán de una gran copa, a modo de rito
iniciático. Ella explota, se ríe de todos los presentes, les humilla.
Tras la
boda comienzan un envenenamiento progresivo que es finalmente descubierto por
Hans y sus amigos.
Una
noche de tormenta, mientras que los carromatos se trasladan a otro pueblo, la
familia circense lleva a cabo su venganza. Lo que hasta ese momento era una
fábula plagada de personajes con interpretaciones afectadas, se convierte
durante sus últimos minutos en una película de terror.
La
comunidad de rarezas emerge de la oscuridad, arrastrándose en el lodo con
cuchillos en la boca, dispuestos a convertir a Cleopatra en una de ellos pero
esta vez de forma definitiva. La trapecista corre hacia el bosque, pero
pequeñas figuras le siguen veloces.
El
reparto está compuesto por artistas de circo reales, como los hermanos Earles (que formaban el grupo The Doll Family), el guayano Prince Randian que carecía de brazos y
piernas, John Eck (conocido como Half Boy), o Schlietzie (que sufría una grave microcefalia y que es una de las
imágenes icónicas de la película).
La
película fue un fracaso de crítica y taquilla. Sus imágenes perturbadoras
desagradaron al público de la época. De hecho durante mucho tiempo estuvo
prohibida en Inglaterra.
No es
una película fácil de ver, pese a que dura apenas una hora.
-->

Los medios de
comunicación se han hecho eco de un estudio publicado en ‘Nature Neuroscience’ concebido por tres científicas –Susanna
Carmona, Erika Barba y Elseline Hoekzema.
Susanna expuso los
entresijos del estudio en un completo post de ‘madri+d’ que les recomiendo.
La investigación es
elegante y los resultados sorprendentes.
Es elegante porque
compara los cerebros de un grupo de 25 mujeres antes de quedarse embarazadas,
después de haber sido madres y dos años más tarde. Esos cambios son evaluados
con respecto a un grupo control de 20 mujeres y a los padres de los bebés.
Observan una robusta reducción del volumen de
materia gris en el cerebro de las mamás, ausente en los otros dos grupos,
tanto después del parto como en el seguimiento hecho 24 meses después. Las madres pierden materia gris y, al
menos en el periodo considerado, no
vuelven a recuperarla.
Cuando leí esta
información en la prensa me sorprendió que se interpretase esa pérdida de
volumen cerebral como algo positivo, así que me fui al artículo original para
estudiarme los detalles. El número de regiones en las que se apreciaba la
pérdida, tanto de volumen como de superficie y de grosor cortical, era
sustancial. Además, esas regiones son conocidas por apoyar funciones cognitivas
de alto nivel: a) medial frontal and prefrontal cortex, b) anterior and
posterior cingulate, c) precuneus, d) superior, medial and lateral temporal.
Ante este panorama
cabe preguntarse cómo se puede interpretar positivamente el hecho de que las
madres dispongan de menos potencia de procesamiento, tanto después del parto
como dos años después. Pero si hay algo que nos caracteriza a los científicos
es nuestra habilidad para encontrar respuestas. En eso consiste el avance del
conocimiento.
Los autores comparan
el bien conocido proceso de poda sináptica que se produce en la adolescencia,
necesario para afinar nuestras conexiones cerebrales, con el efecto de
reducción que ellos observan. A efectos prácticos, el cerebro de las mamás se comportaría como el de los adolescentes.
Esa reducción de la materia gris permitiría sintonizar, de alguna manera, el
cerebro de las madres para desempeñar con mayor eficacia lo que la evolución
dictamina.
Usan una poderosa
comparación con las regiones que se han identificado como responsables de la llamada
‘Teoría de la Mente’, es decir, la
capacidad de los humanos para ponerse en el lugar (de hecho, en la mente) de
sus semejantes. Esas regiones se corresponden razonablemente bien con las que reducen
su volumen en el estudio que estamos comentando.
Pero los autores van
más allá, explorando los niveles de activación ante escenas de los bebés de las
madres y de bebés no relacionados con ellas. La respuesta funcional más acusada
se aprecia en las regiones en las se observó la pérdida de materia gris. Niquelado.
Finalmente, se intenta
averiguar si se pueden distinguir inequívocamente los cerebros de las mamás de
los individuos de control. Aplicando un análisis de clasificación multivariado
relativamente complejo, se observa que esos cerebros se puede discriminar con
una eficacia perfecta (100%).
¿Demasiado bonito para
ser verdad?
El tiempo lo dirá. En
ciencia ese tiempo se traduce en estudios de replicación, naturalmente.
Los cambios hormonales
que se producen durante el embarazo están bien establecidos. Y las hormonas
influyen en el cerebro. Pero la comparativa con la adolescencia para explicar
el carácter positivo de esa potencia de procesamiento me resulta atrevida. Si
regiones cerebrales que se encuentran involucradas en procesos cognitivos de
alto nivel experimentan una pérdida de materia gris, es razonable esperar un
efecto negativo en determinadas funciones mentales, aunque pueda ser positivo
para el mundo emocional.
¿Se pierde ‘razón’ para ganar
‘co-razón’?
Carmona explica que la
poda sináptica elimina las conexiones débiles y subraya las importantes para mejorar
la comunicación en el cerebro. Y se pregunta si durante el embarazo se produce
el mismo fenómeno. Responde que, a su juicio, así es: “creemos que estas reducciones reflejan un
mecanismo parecido a la poda sináptica que ocurre durante la adolescencia y que
esta poda, al igual que en la adolescencia, está inducida por el efecto de
hormonas esteroideas en el cerebro”.
Ignoro por qué no se estudió la
conectividad del cerebro de las mamás, tanto a nivel estructural como
funcional, algo que hubiera permitido confirmar esa sospecha. Se hubiera podido
comprobar, por ejemplo, si mejora la integridad de la materia blanca que
conecta las regiones identificadas como susceptibles de reducción volumétrica.
Pero no se informa al respecto en este artículo.
Hace algunos años
hicimos un estudio en mi equipo de investigación para intentar averiguar si el rendimiento en los test
estandarizados de inteligencia fluctuaba según la etapa del ciclo menstrual
en el que se encontraban las mujeres. Los niveles de estradiol y progesterona
cambian durante el ciclo, pero la investigación previa había producido
resultados inconsistentes: mejor capacidad de razonamiento abstracto cuando el
nivel de progesterona es bajo, mejor capacidad verbal cuando el estradiol está
alto, o mayor capacidad visuoespacial cuando el estradiol está bajo.
Para aumentar el
interés del estudio –o eso pensábamos—comparamos a las mujeres con un grupo de
varones. Observamos que no existía una diferencia de sexo significativa en
nivel intelectual cuando los niveles de progesterona y estradiol estaban en su
punto más alto.
Usamos las fases del
ciclo menstrual usualmente identificadas: 1)
menstrual (días 1 a 5), folicular (días 6 a 12), ovulatoria (días 13 a 17),
midluteal (días 18 a 24) y premenstrual (días 25 a 28). El nivel de estradiol
alcanza el valor más alto durante la fase folicular, mientras los niveles más
elevados de progesterona y estradiol se alcanzan en la midluteal.
No les voy a aburrir con los numerosos
detalles de este estudio, pero observamos que la diferencia promedio en rendimiento
intelectual (IQ) cambiaba sustancialmente según la fase del ciclo: era máxima
en la fase menstrual y mínima en la midluteal. Por tanto, el rendimiento intelectual de las mujeres era sustantivamente mejor
cuando los niveles de progesterona y estradiol eran elevados.
Por cierto, como se recuerda en el artículo
que estamos comentando en este post,
los altos niveles de estradiol en chicas adolescentes predicen una mayor
pérdida de materia gris en bastantes de las regiones que aparecen también en la
comparativa de las mamás con los individuos de control.
¿Por qué recupero ese viejo estudio?
Porque es consistente con la tesis de
los autores con respecto a la influencia de las variaciones hormonales sobre el
cerebro, y, más en concreto, sobre uno de sus productos, es decir, el
rendimiento cognitivo.
Sin embargo, ellos no observan ningún
cambio en las (escasas) medidas cognitivas que consideran (memoria verbal y
memoria operativa). Por tanto, las mamás experimentan una pérdida de materia
gris, pero eso no se refleja en su rendimiento cognitivo, tal y como se valora
aquí.
Me resulta sorprendente, pero los datos
son los datos.
Espero ansioso una réplica de este
estudio, aunque no será fácil. Los integrantes de este equipo han trabajado
mucho y bien, con paciencia y tesón, características difíciles de encontrar en
nuestro competitivo mundo. La predominante hiperactividad actual casa mal con
virtudes como la paciencia –quizá porque no se encuentra entre las cardinales.
-----------
Para
ver comentarios sobre el artículo original:
-->
-->

En
2015 Charles Murray publicó este
ensayo destinado a promover una revolución pacífica de la población en los
Estados Unidos de América.
¿Contra
qué o contra quiénes?
Contra
un sistema que ha perdido el Norte (¿de América?) porque en lugar de promover
lo que debe se dedica a hacerle la puñeta a los ciudadanos.
Este
intelectual puede llegar a resultar cansino en su
defensa libertaria, es decir, en su reiterado mensaje sobre la necesidad de
minimizar la presencia del Estado en los asuntos privados de los ciudadanos (“the less government
the better”).
En
‘By The People’ vuelve a la carga
autodenominándose, esta vez, ‘Madisonian’.
En
su entusiasmo reformador llega a proponer la creación de una institución (‘Pro Bono’) que ayude a los ciudadanos a
defenderse del acoso del estado (Madison
Fund). La rebelión no debe ser individual, sino colectiva. Los habitantes
de USA que lleguen a la conclusión de que la actual coyuntura es ridícula y que
se sientan literalmente amenazados por el Estado, deben poder recurrir a una
organización privada que apoye y secunde sus legítimas reivindicaciones.
David debe defenderse de Goliat
usando sus propios medios.
Atribuye
el crecimiento exponencial de las regulaciones que gobiernan los más minúsculos
detalles de la vida de la gente al ansia recaudatoria del Estado. Los
representantes de los representantes (burócratas)
han producido una sistema que no se distingue en lo esencial de los países más
corruptos del planeta. Los Estados Unidos de América se han convertido, a
efectos prácticos, en “una república bananera”. Se debe sobornar a los
funcionarios y asesores legales para obtener los permisos necesarios para, por
ejemplo, montar una pequeña o mediana empresa. Además, las miles de páginas de
regulaciones permiten que sea siempre posible encontrar algún defecto que conlleve
alguna clase de sanción económica.
El
Estado se comporta como una cleptocracia,
roba en beneficio de los gobernantes –en un sentido extenso, claro. Siempre
existe algún motivo. Se negocia con las grandes compañías a las que se pilla en
algún renuncio –realmente sencillo—para obligarlas a abonar una multimillonaria
multa si desean evitar ir a los tribunales y exponerse a los usualmente
carroñeros medios de comunicación.
Las
arcas del Estado se van llenando para luego despilfarrar los dineros en absurdas
políticas sociales, según Murray.
Además
de su tendencia al saqueo más rastrero, el Estado se esclerotiza porque la
sangre deja de circular por sus venas, peligrosamente obstruidas por las miles
de normativas reguladoras.
El
ensayo se divide en tres partes: dónde estamos, abriendo un nuevo frente y un
momento propicio (para el cambio). En la primera parte se diagnostica el
problema, en la segunda se sugiere qué se podría hacer según lo que ya se hizo
y se clausura explicando por qué nos encontramos en un momento idóneo para que se
obre el milagro y la sangre vuelva a fluir por el sistema.
Como
es habitual en este intelectual, invita a recuperar la ilusión de la primera
época de los USA (The American Project),
eso que hizo de su país un lugar
realmente especial del planeta:
“Se puede liberar a
los seres humanos como individuos, como familias y como comunidades para que
vivan sus vidas como consideren oportuno, siempre que permitan el mismo margen
de libertad a los demás, mientras el gobierno se limita a salvaguardar las
reglas generales que ayudan a alcanzar ese objetivo”.
Y,
por encima de todo, los ciudadanos
norteamericanos deben alejarse del modelo europeo socialdemócrata.
Naturalmente,
la complejidad del sistema desborda a los representantes legítimamente elegidos
por los ciudadanos, y, por tanto, deben rodearse de cientos de asesores que,
por supuesto, deben justificar su puesto (y sus elevados salarios). Una vez
dentro del sistema es realmente difícil librarse de ellos porque actúa la
famosa ‘puerta giratoria’. ¿Les suena
de algo?
Esos
asesores y burócratas complican el panorama porque esa estrategia les hace imprescindibles.
Sin ellos, los políticos no saben qué hacer. Con ellos, los ciudadanos están
perdidos. Las regulaciones son tan complejas que es imposible seguir el ritmo
sin contratar a alguien que vele por los intereses de cada uno de los
ciudadanos:
“Los oficiales del
gobierno federal no celebran que los ciudadanos vivamos honradamente y nos
preocupemos de nuestros negocios. Al contrario, nos hacen saber que somos
egoístas, avaros, racistas u homófobos, aunque no tengamos la más remota idea
de por qué”.
¿Cuáles
serían reglas sociales razonables?
1.
Las reglas deberían limitarse a principios fácilmente comprensibles.
2.
Las reglas deberían ser mínimas, sucintas y estar redactadas en ‘cristiano’.
3.
Las reglas deberían prohibir actos intrínsecamente malos que perjudican a los humanos
desde el principio de los tiempos: asesinato, homicidio imprudente, violación,
asalto, robo, atraco, fraude, incendio provocado, destrucción de la propiedad
privada y secuestro.
4.
Las reglas debe ser descritas objetivamente y los castigos debe estar definidos
con claridad.
5.
Las agencias regulatorias deben limitarse a los casos que persiguen y a los
cargos que imputan.
6.
El sistema legal debe operar de un modo eficiente.
7.
La desobediencia civil será inaceptable porque el sistema es sólido y actúa en
beneficio de los ciudadanos.
Murray
se muestra encantado con una analogía deportiva: “no harm, no foul”. Es decir, si se
viola alguna regla, pero las consecuencias son invisibles, se debe hacer la
vista gorda. Esa sería una estrategia para combatir la estupidez del estado
regulador. Se debe permitir que los
ciudadanos puedan jugar.
La
Madison Fund que el autor propone
tendría 3 funciones:
1.
Defender a la gente inocente de los cargos que se le imputan.
2.
Defender a la gente que es técnicamente culpable de violar alguna regla que no
debería existir.
3.
Generar tanta publicidad como sea posible para que los ciudadanos tomen
conciencia de que comparten el acoso del estado (“el Estado se ha convertido en una amenaza
natural similar a los incendios o a las inundaciones”).
Hacia
el final de este estimulante ensayo, Murray sostiene que su país es muy
heterogéneo desde sus orígenes, desde la llegada de los primeros ‘peregrinos’
(la semilla de Albión, es decir, Yankees, Quakers, Cavaliers y Scots-Irish).
Sus primeras diferencias eran tan profundas como las que separan en la
actualidad a los grupos étnicos que pueblan Norteamérica.
Reconoce
que su sociedad se encuentra segregada
y hay poco que hacer para fomentar la integración:
“(Esa segregación) fue
dirigida por la aparición de una nueva clase que surgió en los 80. Se le ha
dado distintos nombres. Robert Reich les denominó ‘trabajadores simbólicos’;
Richard Herrnstein y yo les llamamos ‘élite cognitiva’”.
La
meta del autor es modelar el futuro, no
recuperar el pasado.
Una
vía regia para alcanzar esa meta es la tecnología. Discute cómo Amazon, Airbnb,
Uber, y, por supuesto, las redes sociales, permiten liberar a la gente. Los
modelos clásicos de negocio se están convirtiendo en tan escleróticos como el
sistema regulador de los estados.
Por
otro lado, le repugna la demagogia relacionada con los políticos y activistas
sociales que proclaman que los ricos deben sostener a los pobres. Los ciudadanos
situados en el cuartil superior de ingresos son quienes soportan casi el 90% de
la carga del presupuesto del estado, pero distan de ser ricos. Son ciudadanos
que, gracias a su esfuerzo, viven de un modo acomodado. Merecen una recompensa,
no un castigo sistemático. El estado actúa de un modo mafioso con estos
ciudadanos y eso es injusto.
Recuerda
la posibilidad que desarrolló en una de sus anteriores obras (In
Our Hands) para encontrar soluciones presupuestarias en una sociedad en
la que se premia a las élites cognitivas (quienes manipulan símbolos) y en la
que los trabajadores manuales cada vez lo pasan peor para encontrar una
ocupación que les permita llevar una vida digna. Subraya lo ridículo que resulta que haya gente que no pueda vivir
decentemente en un país tan rico como el suyo.
Por
otro lado, y desgraciadamente, aunque los extremistas son una minoría se
comportan como los protagonistas del panorama político. Considera Murray que la
mayoría de los políticos –y de los ciudadanos—son centrados, pero se ven arrastrados
a inclinarse hacia uno u otro lado para satisfacer las ansias de polarización.
Debería evitarse ese destructivo error. Obviamente, lo que Murray denuncia para
su país, vale para los europeos también, ¿verdad? Si deseamos huir de los
extremos, debe notarse de alguna manera evidente. En lugar de inhibirnos,
deberíamos exponernos.
En
suma, concluye el autor de este ensayo:
“Algunas de nuestras
características no son valoradas por todos, pero yo las adoro todas. Nuestra
apertura. Nuestra pasión por ir en cabeza. Nuestra pasión por averiguar qué hay
detrás de la siguiente colina. Nuestro igualitarismo. Nuestro patriotismo.
Nuestra buena vecindad. Nuestra energía. Nuestro orgullo. Nuestra generosidad.
Y todo ello arropado por nuestro individualismo
(…) el gobierno federal se
creó para cumplir una misión esencial: permitirnos vivir libremente y a nuestro
aire, siempre que diésemos el mismo margen de libertad a los demás. Pero ha
traicionado esa misión
(…) no me asusta un futuro
en el que se haya perdido la grandeza de América. Me asusta lo cerca que
estamos de perder nuestra alma”.
Bastante
poético y evocador, no voy a negarlo.
Quiero
finalizar esta reseña señalando que, como español y como europeo, me incomodan
algunos de los clichés que usa Murray. Puedo vivir con ello, por supuesto, pero
me satura, por ejemplo, que hable constantemente de ‘América’ al referirse a su país. Es posible que le convenga
recordar que América es un continente que incluye muchos países. El suyo es uno
de ellos, pero eso es todo. Perú, Argentina y Méjico son tan americanos como
los USA, diantre.
En
ese mismo sentido, es desazonador su uso del término ‘Latino’. Admite el crecimiento exponencial del número de ciudadanos
provenientes de los países de Centroamérica y de Sudamérica, pero se niega a encajar
que ese hecho puede modificar la intocable y excelsa cultura de los pioneros
(la semilla de –la Pérfida—Albión). Celebra la diversidad de su país, pero mete
en el mismo saco a esos ciudadanos. Son Latinos y no se hable más. Sobretodo no
se mencione, aunque sea de pasada, que antes que los pálidos rostros de los
pioneros estuvieron por aquellas tierras los mestizos del sur, a quienes se
expolió de un modo impropio.
Por
lo demás, lean, si pueden, este ensayo. Estoy seguro de que les resultará refrescante.
Su llamada a que los ciudadanos recuperen el protagonismo que nunca debieron
perder me recuerda a nuestro 15-M. Es una lástima que su luz se esté apagando
por la oscuridad narcisista de quienes, sin pedir permiso, se han apropiado de
su alma.
-->