Primero el contexto de este artículo. He dormido mal (el insomnio recurrente es lo que tiene), ayer tuve la desgracia de pasarme por X (como mirón) más tiempo del que debiera y, por desgracia, siento envidia sana al ver a divulgadores de determinados ámbitos que, a diferencia de la mayoría de los que divulgan sobre educación, saben de lo que hablan. Es por ello que hoy os vais a encontrar un redactado crítico con esos personajes del mundillo educativo, encumbrados a las tarimas que tanto critican, que se han convertido en verdaderos artistas del arte de no decir nada. Un arte de no decir nada basado en un arsenal de frases descontextualizadas, insultos a mansalva y una colección de investigaciones y libros sobre educación que jamás se han leído.
Voy a empezar con la farsa de las frases educativas descontextualizadas. Esta es la primera táctica de esos personajes. Que no tienen ni idea acerca de cómo articular un argumento coherente. No pasa nada. Agarran una cita de un autor conocido, que al igual que ellos tampoco conocía demasiado lo que sucedía en las aulas, y la sueltan como si fuera la solución a todos los problemas educativos. Es que hasta he visto a algunos tirar de citas de Belén Esteban como experta en educación para avalar sus planteamientos pedagógicos. Deben de pensar para qué necesitan un discurso argumentado cuando pueden confundir al personal con palabrería. Citas y mención a experimentos pedagógicos que, curiosamente, siempre obvian que fueron un fracaso. Qué más da. Lo importante es que vaya calando el discurso.
Si ven que no funciona el tema de las frases descontextualizadas, siempre les queda la opción de recurrir al discurso fácil. Si alguien no comparte su ideología, no tienen ningún problema en mandarles un par de adjetivos calificativos bien cargados de desprecio y odio. Total, ¿para qué deben molestar en discutir con datos y argumentos si pueden desacreditar al otro con un buen «no tienes ni idea»?
Que no funcionan las dos cosas anteriores… pues queda la pólvora mojada final: la imponente retahíla de investigaciones y libros sobre educación que jamás se han leído. Porque, como todos sabemos, lo mejor para aparentar que uno sabe de algo es tener una bibliografía que, en la mayoría de ocasiones eres incapaz de pronunciar. Lamentablemente para mí tengo una curiosidad insana para buscar las referencias educativas que me dan algunos y, en muchos casos dicen lo contrario de lo que dicen que dice. Ya no entro en aquellas referencias que no existen. Es que hasta he podido leer la tesis doctoral de alguno de los que va dando lecciones las veinticuatro horas del día en las redes sociales y, sinceramente, es lógico que cuestionemos las tesis doctorales si solo leemos la suya. El problema es que alguien le validó ese desastre. Pero bueno, aquí cada cual que aguante su vela.
Al final, lo de siempre. Un gran circo, en el que algunos payasos se han quitado la nariz y el maquillaje, para jugar a las frases huecas, a los ataques personales y a dar una falsa apariencia de erudición. Un circo del que no tienen la culpa esos payasos. Un circo del que tienen la culpa los que pagan entrada y siguen creyendo a pies juntillas todas las barbaridades que algunos son capaces de soltar (no solo) sobre educación.
¡Más argumentos y menos retórica vacía!
Finalmente comentaros que, como bien sabéis, hoy es mi día de postureo paelleril en X. No solo eso. También es el día en el que voy a dar una oportunidad a encontrar esas bridas que no encuentro en ningún armario (y que sé que tengo) para poder, finalmente, después de acabar de montar el calefactor a gas, disfrutar de un poco de calor en el lugar al que me han desterrado para trabajar y escribir esto.
Hago trampa. Bueno, la haría si me ahorrara el párrafo introductorio al artículo de hoy. Un artículo que ha estado escrito por una inteligencia artificial. Bueno, más bien por una combinación de tres herramientas de IA. Herramientas a las que les he pedido veinticinco mejoras que el sistema educativo necesita en función de unos determinados perfiles. Mejoras que he reducido a diez porque son en las que coinciden las tres herramientas a las que presionado con el mismo prompt.
¿Por qué esta lista en lugar de hacer uno de mis artículos made in Jordi? Pues porque el otro día, hablando de las potencialidades de la IA, me surgió una duda concreta acerca de si era capaz de captar cuáles podían ser las necesidades reales y ponerse en lugar de determinados profesionales. Se trata de un simple experimento. Otro más que hago con algo a lo que, en muchos sentidos, le debemos dar una vuelta en todos sus aspectos. Una vuelta tanto a nivel de uso, como a nivel de las aportaciones reales que puede tener tanto en el aula como en la gestión educativa a nivel macro. Pero eso sé que no tiene nada que ver con lo que viene a ser el post de hoy. E insisto, mi experticia con la IA se debe a ser un simple usuario al que le gusta cacharrear con casi todo lo que llega a sus manos.
Vamos a ver qué nos contesta la IA…
Hay algunas cosas que, seguramente, son bastante parecidas a lo que nos podríamos encontrar si, en lugar de preguntar a una máquina de algoritmos de procesamiento desconocidos, lo hiciéramos a esos profesionales, alumnado y familias. Otras que, sinceramente, no sé hasta qué punto serían las diez primeras que saldrían en las necesidades para la mejora que tienen esos perfiles. Eso sí, lo que supongo que queda claro es que, en ocasiones, hay necesidades que chocan o se priorizan de forma diferente en función del rol que uno ocupe. Y es lo que hace complejo el sistema educativo porque, al final, si cualquiera de las patas que lo sustentan (que son más de tres) falla, ello repercute acerca de todo el conjunto.
Finalmente deciros que ya sabéis, como me dice alguien muy cercano en varias ocasiones, que no doy puntada sin hilo. En este caso el artículo tiene mucho más de lo que dicen las palabras que lo conforman, escritas a duo entre la persona que está tras el teclado y la IA.
Hace días que no escribo. No es por falta de ganas ni temas acerca de los que escribir. Escribir sobre temas educativos es como tener a tu disposición un número infinito de cuestiones a poner sobre el tapete y, como dicen algunos, otras muchas debajo de él. Pero, por desgracia, los tiempos son los que son y, lamentablemente, hay momentos de mayor presión profesional y otros en los que, más relajado, puedes permitirte, con menos cansancio acumulado, dejar volar un poco los dedos por el teclado y sacar algunas cosas.
Hoy, escuchando de fondo la canción The Loneliest del grupo Måneskin, me he puesto manos a la obra para hablar de otro emocionante capítulo del espectáculo educativo. Un espectáculo formado, entre otros, por los que han decidido que la verdadera aventura educativa es dar la batalla cultural e ideológica en las aulas. Porque, para ellos, es mucho más sencillo adoctrinar que educar. Y, seamos sinceros, hay algunos que cuando les quitas su discurso ideológico tan solo existe la nada. No esa nada recuperable por Atreyu. Una nada sin posibilidad de ser recuperada.
Existen guerreros ideológicos, adalides de dar la batalla ideológica escondida bajo una supuesta batalla cultural, que han decidido que la escuela es su campo de batalla personal. Llegan armados con sus frases infladas y su retórica deslumbrante, listos para moldear mentes jóvenes con sus creencias. No es tan difícil imponer una ideología. Lo complicado, lo verdaderamente desafiante, es lograr que los alumnos aprendan de verdad.
Hablemos de la famosa pedagogía suflé. Esa maravillosa técnica de llenar el aire con palabras bonitas y conceptos vacíos. Estos gurús que, en su mayoría, nunca han pisado un aula real de esas de las que tanto hablan, mencionan y pontifican, se han convertido en los héroes de esta narrativa. Su misión: decorar la educación con frases impresionantes que, en el fondo, no significan nada. Porque, claro, citar a Freire es mucho más fácil que enfrentarse a la cruda realidad de la enseñanza diaria. Ya no digamos crear artículos para determinados medios ideológicos mediante chatGPT. Es que esos textos no es que huelan a inteligencia artificial. Es que hieden a ella.
Luego están los datos y las evidencias, esos pequeños detalles que algunos prefieren ignorar. En un mundo perfecto, la mejora educativa se basaría en investigaciones sólidas y muchos datos. Pero, ¿por qué complicarnos la vida con datos cuando podemos usar la pedagogía suflé? Una pedagogía que obvia los puentes sólidos hacia el conocimiento, no estructuras de papel maché que se desmoronan a la primera tormenta.
Al final del día, de la semana, de cualquier etapa educativa, la verdadera educación no es una batalla ideológica, sino una búsqueda de la verdad y el conocimiento. Lo fácil es imponer una ideología. Lo difícil es lograr que los estudiantes piensen por sí mismos y desarrollen un conocimiento profundo y duradero. El problema es que algunos están más centrados en imponer lo primero y dar supuestas batallas culturales, enarbolando banderas de ideologías residuales, que apostar por ese alumnado que necesita un presente de aprendizajes al margen de una camiseta con la cara de alguien que hace o hizo mucho daño en su momento.
Los muros cayeron en su momento. La gente siempre ha intentado escapar en la misma dirección. Y eso será por algo…
La batalla se da en el aula contando con toda la comunidad educativa. Una batalla que, para desgracia de algunos que ya se han bajado la careta, se pierde continuamente y lleva, por mucho que lo intenten, a una revolución de esas que no les gustan. Una revolución para devolver parte de lo que algunos llevan quitando desde hace mucho. Una revolución para que las familias puedan decidir, los docentes mejorar y el alumnado tener un futuro con independencia de su situación de partida. El ascensor social funcionaba mal cuando yo estudiaba pero, curiosamente, ahora se lo han cargado los mismos que llevan años pidiendo priorizar la batalla cultural e ideológica frente al aprendizaje.
Del resistir y del no pasarán se lo han apropiado unos. Otros nos debemos de apropiar de algo mucho más importante… del aprendizaje y del futuro de nuestro alumnado.
No L., por mucho que insistas que hable de ti no voy a hacerlo. Tengo algunas líneas rojas.
Hace nada hemos conocido el enésimo estudio que indica que la prohibición de los móviles en los centros educativos, tal y como se lleva haciendo en otros países, reduce los conflictos entre el alumnado, las agresiones y mejora el aprendizaje. Es que, salvo cuatro panfletos sin datos, TODAS las investigaciones, TODAS las encuestas, TODAS las observaciones dentro de las aulas (no solo de etapas obligatorias, ya que algunas Universidades en algunos países también los han prohibido) indican que esa prohibición del uso de los móviles ha tenido efectos muy positivos en el alumnado.
Pero, como ya sabemos todos los que trabajamos en el ámbito educativo, por mucho que algunas medidas tengan unos resultados tan claros, siempre va a haber alguien que las critique. Sí. Hay algunas personas (una minoría) que piensan que los móviles no son una distracción, que generan problemas entre el alumnado menor de edad y que todo se va a solucionar, por arte de magia, mediante «enseñar a usarlo». Ya sabéis que las dos grandes frases de algunos para justificar ciertas cosas son… «o no lo has aplicado bien» o «no has enseñado a usar la herramienta». La culpa siempre de un tercero. Eso sí, cuando les dices que lo pongan en práctica en sus aulas, siempre te encuentras con que no tienen aula o que, en la suya sí que están prohibidos porque sus consejos y recomendaciones solo valen para los demás.
No cuesta nada admitir que los móviles perjudican el aprendizaje. Todos sabemos que el alumnado va a estar más centrado en sus clases si no tienen un flujo constante de memes, notificaciones y vídeos a su disposición. Pero claro, hay ciertos personajes que siguen pensando que los móviles no afectan el aprendizaje. ¿Quizás necesitan ver un unicornio dando clases para convencerse? Bueno, creo que ni eso porque están convencidos de que los unicornios existen. Al igual que es imposible convencerles de que el alumnado necesita memorizar, dedicar esfuerzo y que el ambiente tranquilo en el aula es fundamental para el aprendizaje.
Va. Imaginemos el escenario de la prohibición: un aula libre de móviles. El alumnado, en lugar de mirar la pantalla cada cinco segundos, realmente escuchan a sus docentes. ¡Y vaya sorpresa! Sus competencias mejoran. Pero claro, esto no puede ser porque no tengan el móvil a mano, ¿verdad? Debe ser pura coincidencia. Que las calificaciones hayan mejorado por la prohibición de los móviles nada tendrá que ver con todo esto. Además, según dicen algunos, las distracciones van a ser las mismas porque van a coger un papel y se van a dedicar a dibujar. Incluso así habría diferencias a nivel cognitivo entre generación de caricaturas del docente con consumo de vídeos de Instagram. Pero bueno…
Luego está el tema de los conflictos entre el alumnado. ¿Será que la disminución de los problemas de bullying y distracciones constantes tiene algo que ver con no estar todo el día pegados a una pantalla? No, seguramente se debe a una alineación planetaria o a los chemtrails. Definitivamente, estoy convencido de que, para algunos, no tiene nada que ver con la prohibición de móviles.
Y por si fuera poco, varios estudios han mostrado que las escuelas que implementan estas medidas ven una mejora notable en el rendimiento académico. Pero claro, esos estudios deben ser fruto de algún complot internacional para fastidiar a los defensores de los móviles en clase.
Parece que la prohibición de los móviles es una medida que beneficia claramente tanto el aprendizaje como el ambiente escolar. Pero algunos personajes seguirán poniendo el grito en el cielo, buscando pruebas irrefutables en vez de confiar en lo que ya es evidente. ¿Quizás necesitamos más estudios? ¿O quizás, en este caso como en muchos otros, solo una pizca más de sentido común?
¿Qué opinas tú? Sí, me estoy dirigiendo a ti. Al que te pasas habitualmente por aquí o has caído, de rebote y por pura mala suerte, en este artículo. ¿Crees que la prohibición de los móviles es realmente beneficiosa o, tal y como dicen algunos, es simplemente una medida fascista y retrógrada para limitar las libertades de nuestro alumnado? Lo sé. Que también se prohíba también su uso en países comunistas (enlace), curiosamente, mucho antes que en otros países donde existe un modelo social más democrático, seguro que es solo casualidad. Será eso.
En ocasiones tengo la sensación de que hay algunos docentes que, o bien no son conocedores de la normativa o bien, conociéndola, prefieren incumplirla porque no se amolda a la normativa que «ellos creen que debería existir». Incluso hay una minoría de personajes en docencia que, por creencias ideológicas, solo cumplen la normativa que les interesa, justificando el incumplimiento de la misma por la existencia de un bien superior que les ha elegido como apóstoles.
Hace unos días se publicó en un medio de comunicación un artículo de un docente en el que compartía, sin ningún tipo de pudor, datos estadísticos de calificaciones de alumnado de su centro. Datos que, además de no ser de su posesión y no estar autorizado por normativa su publicación por parte de un docente, ya que se realiza como parte de su labor y están sometidos a unas determinadas reglas de difusión, comunicación y gestión, también presenta irregularidades a nivel de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) que los incluye como datos altamente sensibles.
Entonces, como hago habitualmente en varias ocasiones, recriminé esta publicación de esos datos (que, insisto, no son propiedad del docente y son altamente sensibles) en X. Soy un convencido de la protección de datos en menores.
Es que, como siempre he dicho cuando he hablado de normativa, por ejemplo a mí me puede gustar más o menos la LOMLOE pero estoy obligado a cumplirla. Otra cuestión es que pueda criticarla, realizar aportaciones para cambiarla o, simplemente votar en las próximas elecciones a alguien que dice que la vaya a derogar. Incluso se puede, tal y como sucedió en la agrupación de materias en ámbitos en la Comunidad Valenciana, llevarse ante los tribunales para que los mismos decidan si esa decisión se adecúa o no a la normativa vigente. Pero, al igual que en el caso de los ámbitos, previamente a la decisión judicial y a la nueva redacción normativa que modificó el tema de los ámbitos, hasta ese momento los docentes y los centros educativos estaban obligados a acatar esa normativa.
Entonces, ¿un docente no es libre de incumplir la normativa y publicar, por ejemplo, datos académicos de alumnado en un medio de comunicación, sin permiso de la administración y sin estar ceñido a un convenio de investigación con una Universidad? Claro que es libre de hacerlo. La normativa puede incumplirse. Uno puede decidir conducir a ciento cincuenta por hora en una autopista. Uno puede decidir libremente quemar una papelera. E incluso, en el ámbito educativo, uno puede decidir negarse a dar clase, insultar al alumnado, hacerles beber pis o, simplemente, dejar de dar su materia para pasarse el día hablando de las bondades de su ideología política. Esa libertad existe. Eso sí, siempre son sus consecuencias asociadas. Consecuencias que, en función de la gravedad de las actuaciones, va a tener un tipo de sanción u otra.
Siempre he dicho que no se trata de que la normativa nos guste más o menos. Se trata de que existe un determinado tipo de normativa. Y, en el caso en el que nos ocupa, frente a las ganas o las creencias de alguien por denunciar algo que cree que debe ser denunciado, hay una normativa que indica que los datos académicos del alumnado no son propiedad de los docentes. Son datos que, al igual que las imágenes del alumnado, solo pueden ser usados por la administración o bajo cesiones específicas para determinadas investigaciones y/o publicaciones.
En otros lugares, como es el caso de Inglaterra, sí que se pueden publicar las calificaciones que se reciben en las pruebas anuales que realizan. En nuestro país, por normativa, los datos de todas las pruebas de competencias básicas o diagnóstico (en función de la Comunidad, reciben un nombre u otro y se realizan en cursos diferentes) solo pueden publicarse de forma global y no por centro. Eso sí, los centros reciben esos resultados para poder establecer mejoras. No para que los difundan en sus páginas web o que alguno de sus docentes las publique en sus cuentas de las redes sociales.
Finalmente me gustaría, aunque ya lo hice en otra ocasión, adjuntaros de nuevo la Guía para educativos de la AEPD. Ahí se resuelven muchas de las dudas que, en cuanto a privacidad y protección de datos, puedan surgiros. Y si tenéis alguna duda, siempre os recomiendo dirigiros a inspección o a la persona encargada de la protección de datos de vuestra Comunidad ya que, os recuerdo que ni los directores de los centros educativos públicos son los propietarios de esos datos.
En el día de ayer, en uno de esos momentos en los que me apetece leer ciertas cuestiones relacionadas con la educación, llegó a mis manos el artículo titulado «Repetition: The Neurological Secret Sauce«, escrito por Stan Goldberg, y hoy, en este artículo, me he puesto a reflexionar acerca de la crítica que hacen algunos acerca de la repetición de tareas en el ámbito educativo.
Nadie cuestiona el valor de la repetición para adquirir destreza en cualquier deporte. Nadie se plantea jamás, en caso de aprender a tocar un instrumento musical, que sea necesario hacer repeticiones continuas para ser cada vez mejor en el uso del mismo. En cambio, algunos se plantean que, cuando se aplican los mismos principios de repetición, en el caso de las destrezas académicas, dicha repetición se llegue a plantear como algo innecesario. Y eso es algo que, como sabéis bien los que leéis noticias en los medios o las afirmaciones de algunos en las redes sociales, está pasando.
La repetición es fundamental para el desarrollo de habilidades. La práctica constante es esencial para mejorar el rendimiento y poder realizar tareas más complejas. La memoria muscular y la coordinación se ven afectadas positivamente cada vez que una actividad se realiza de forma repetida. Entonces, insisto, ¿por qué se desestima ese proceso de repetición en el ámbito educativo?
No tengo la respuesta. Quizás sea por desconocimiento. Quizás sea porque algunos, más allá de que vean la repetición como monótona y aburrida sean incapaces de ir más allá. Quizás sea porque algunos tienen que decir auténticas sandeces para seguir en el candelero mediático. Quién sabe. Eso sí, el problema es que todas las investigaciones acerca de psicología cognitiva indican que la repetición es crucial para la adquisición y retención futura del conocimiento. Por ejemplo, para incorporaros alguna de esas investigaciones (que, por cierto, a diferencia de algunos me leo), según Brabeck y Jeffrey (2015), la práctica deliberada, que implica atención, ensayo y repetición, es necesaria para lograr un alto nivel de rendimiento.
Además, la repetición ayuda a consolidar el conocimiento en la memoria a largo plazo. Un estudio reciente de Walsh et al. (2022) encontró que distribuir las repeticiones de práctica en múltiples sesiones mejora la retención del conocimiento. Esto se conoce como el «efecto de espaciamiento» (disculpadme si la traducción no es del todo correcta), y es una de las estrategias más efectivas para mejorar el aprendizaje.
Entonces, ¿por qué no aplicamos estos principios en la educación más académica? Creo que la respuesta radica en la percepción de la repetición como una actividad tediosa y poco creativa. Sin embargo, la repetición no es el enemigo de la creatividad. Más bien sería al contrario ya que puede ser una estrategia poderosa que puede facilitar el aprendizaje y permitir a los estudiantes desarrollar habilidades complejas de manera más sencilla.
Sé que el discurso antirepetición está en su momento más álgido y que, por desgracia, cuenta con un nutrido grupo de acólitos. El problema es que va en contra de lo que dicen todas las investigaciones y, por tanto, lo lógico sería que dicho discurso fuera eliminado de la actuación que se da en las aulas de nuestro país ya que, al integrar la repetición de manera efectiva, podemos ayudar a los estudiantes a adquirir conocimientos y habilidades de manera más eficiente. La repetición, insisto, no es el enemigo de la creatividad… es su aliado más leal.
Finalmente y antes de poneros la bibliografía relacionada con este post, comentaros que he ilustrado el mismo con un cerebro porque me ha gustado la imagen aunque, como siempre digo, lo del uso indiscriminado de cerebros coloreados cuando alguien habla de temas educativos es algo que ya debería deciros… ¡HUID!
Brabeck, M. y Jeffrey, J. (2015). Practice for knowledge acquisition (not drill and kill). American Psychological Association.
Campitelli, G. y Gobet, F. (2011). Deliberate practice: Necessary but not sufficient. Current Directions in Psychological Science, 20(5), 280-285.
Walsh, M. M., Krusmark, M. A., Jastrembski, T. J., Hansen, D. A., Honn, K. A. y Gunzelmann, G. (2022). Enhancing learning and retention through the distribution of practice repetitions across multiple sessions. Memory & Cognition, 51, 455-472.
Cuando veo cosas interesantes por la red que, siempre según mi opinión, considero que pueden ser interesantes para los que os pasáis por aquí, lo incorporo como post.
Hoy os traigo un libro de acceso abierto en el que se discute por qué la estrategia aparentemente sencilla de enseñar a los niños a pensar profundamente no funciona y ofrece una alternativa para que el currículo logre estos objetivos.
A lo largo de los años, el papel del conocimiento en el currículo ha oscilado, como un péndulo, entre dos extremos, desde elementos de conocimiento muy visibles hasta prácticamente invisibles. Se utilizan ideas de la psicología cognitiva y educativa, la sociología y los estudios curriculares para respaldar el renacimiento del conocimiento que se está observando ampliamente en la educación.
Los autores proponen un currículo rico en conocimiento no solo como el camino más sólido para adquirir efectivamente conocimientos y habilidades cognitivas complejas en la escuela, sino también como una herramienta crucial para lograr oportunidades equitativas para todos los estudiantes. Al comprender cómo un currículo rico en conocimientos puede mejorar el aprendizaje, se discuten tres principios generales: (1) riqueza de contenido, (2) coherencia y (3) claridad. Estos principios se ilustran a través de ejemplos prácticos de escuelas y docentes que han integrado efectivamente currículos ricos en conocimientos.
Podéis descargar el libro en formato pdf o epub en el siguiente enlace.
Y por si tenéis alguna duda acerca de si vale la pena descargaros y leer este libro, tan solo mencionaros a sus autores: Tim Surma, Claudio Vanhees, Michiel Wils, Jasper Nijlunsing, Nuno Crato, John Hattie, Daniel Muijs, Elizabeth Rata, Dylan Wiliam y Paul A. Kirschner. IMPRESCINDIBLE para vuestra biblioteca digital si os interesa la EDUCACIÓN en mayúsculas.
Hoy, una vez finiquitado el documento que va a marcar, junto con todo lo que vaya surgiendo que no esté previsto, mi tarea profesional de estas próximas semanas, me apetece escribir acerca de relojes, tecnología y educación. Y lo voy a hacer aprovechando que, por lo visto he sido bastante bueno o he sabido fingirlo muy bien a lo largo del 2024 y que, por ello, los Reyes Magos me han traído un fantástico reloj. Un reloj de los de toda la vida. Sin conexión a internet, sin poderse sincronizar con el móvil y sin necesidad de cargarse cada dos días.
En mi última mudanza, de los tres relojes que tenía, perdí los dos clásicos y me apareció, tan solo el smartwatch. Un reloj que conectado al móvil me permitía visualizar todos los mensajes que me iban llegando, las interacciones de X, hasta un largo etcétera de aplicaciones que incluían hasta, por lo visto, poder usarlo para pagar en el supermercado. Eso sin olvidar que también contaba las calorías que iba quemando mientras iba andando al lugar en el que había quedado para almorzar. Una máquina tecnológica sin igual que, además cuando no se quedaba sin carga, me permitía saber la hora.
Pero, ¿para qué quería realmente un reloj? ¿Cuál era mi intención a la hora de disponer de un elemento que ponía en mi muñeca? Pues la de mirar simplemente la hora. No soy un deportista profesional. No soy alguien que debo estar monitorizado cardiácamente las veinticuatro horas del día. No necesito que, mientras estoy tomando algo con alguien, me empiecen a salir luces de navidad del móvil porque me ha llegado una notificación que tendré que usar el móvil para contestar. Un lastre para mí. Un lastre tecnológico porque, al final lo único que hacía era doblar el elemento tecnológico necesario: el móvil y el reloj ¿inteligente?
A veces la tecnología nos genera unas necesidades que no tenemos realmente. No llevar reloj, ni el smartwatch que no se perdió en la mudanza, me ha complicado la vida en muchas ocasiones. Es muy incómodo tener que revisar el móvil cada cierto tiempo para ver qué hora es. Un acto tan simple y necesario para todos los que trabajamos o, simplemente tenemos una vida con unos tiempos marcados, como es ver la hora se complica con un dispositivo que no tiene ninguna utilidad. Y, no lo olvidemos, esa inutilidad para el 99% de las personas hace que debamos tener otro cargador más en casa. Se nos descarga el móvil. Se nos descarga el reloj. Qué más se nos va a descargar en el futuro. ¿Las maravillosas gafas que se vendieron hace unos años como complemento fantástico y que han sido un auténtico fiasco? Gafas que, por cierto, también tienen una carga útil muy reducida en cuanto al tiempo porque como más cosas haga un dispositivo digital portátil menos tiempo antes de proceder a cargarlo.
La tecnología no es buena ni mala. Es inútil en ciertas ocasiones, complica la vida en otras y dota de características que, al final, no vamos a usar en nuestro día a día, aunque su simple capacidad de tenerlas hace que perdamos, en muchos casos, la capacidad de concentración que necesitamos para hacer determinadas tareas. Así que, imaginaos que pasándome esto a mí, qué es lo que implica para el alumnado. Dadle una vuelta.
Por cierto, no os lo he comentado, pero una búsqueda rápida en Google, me ha dicho que este reloj es mucho más económico que cualquiera de los smartwatch que han aparecido en muchísimas casas esta mañana. Ya no digamos si esos smartwatch tienen asociada una manzana mordida. Y me preguntaréis por qué he buscado el precio. Pues, simplemente, por el cromosoma catalán.
Un abrazo y espero que hayan sido buenos con vosotros. Especialmente, más que con vosotros que me leéis (a los que también os deseo que os hayan traído muchas cosas), con todos esos niños que han pasado muchos nervios esta noche y tienen muchas ilusiones cuando se despiertan.
Queridos Reyes Magos,
He sido muy, pero que muy bueno este año. Así que me imagino que esta noche me traeréis un camión de regalos. Si son una flotilla, tampoco voy a deciros que os habéis pasado. Pero no penséis que soy un egoísta materialista. No, no. Este año, mis propuestas de bondad y mis propósitos para el 2025 están orientados a convertirme en el defensor número uno de todo lo políticamente correcto y pedagógicamente cuestionable. ¡Venga, que hay que ser inclusivo y moderno!
Para empezar, voy a ser la persona más amable y dulce del planeta. Tanto, que me apuntaré a todas las jornadas de pedagogías truchas que se celebren. Sí, habéis leído bien. Esas pedagogías que, aunque no se sostienen ni con pinzas, tienen nombres tan rimbombantes y bonitos que (casi) nadie se atreve a criticar. Qué sería de nuestro sistema educativo sin un buen aderezo de teorías vacías y charlatanes con carisma. Pues ahí estaré yo, aplaudiendo con las orejas y defendiendo lo indefendible.
Además, he decidido que me uniré a un colectivo educativo inclusivo. Pero no a cualquiera, claro. Elegiré aquel que más se ajuste a mis ideales (o a la ausencia de ellos). Prometo ser el abanderado de todas las causas justas y nobles, aunque no tenga ni idea de lo que estoy defendiendo. La inclusión es lo más importante, aunque implique que tenga que tragarme sapos pedagógicos.
Y, por supuesto, no puedo olvidarme de mi gran defensa del mindfulness, el DUA y, por qué no, la paella con chorizo. Sí, amigos, porque si algo hemos aprendido estos últimos años, con la proliferación de gurús y la expansión del pedagogismo (des)ilustrado, es que cualquier moda educativa es bienvenida, aunque sea ridícula.
Prometo hacer sesiones diarias de mindfulness con mis compañeros de curro, aunque seguramente prefieran estar en cualquier otro lugar. Además, el Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA) será mi mantra. Lo aplicaré a rajatabla, aunque implique rellenar formularios infinitos y organizar actividades que nadie entiende. Y… qué decir de la paella con chorizo. La defenderé con uñas y dientes. Porque si hay algo más español que una buena paella, es una paella adulterada con ingredientes discutibles.
Pero eso no es todo. Este año, me comprometo a ser el azote de los escépticos. Aquellos que osen cuestionar las maravillas de las pedagogías truchas, el mindfulness, el DUA o la paella con chorizo recibirán mi crítica mordaz y nada fundamentada. El pensamiento crítico está sobrevalorado. Es mejor seguir ciegamente lo que dicen los gurús de la educación, que seguramente saben más que nosotros, simples mortales.
Así que, queridos Reyes Magos, espero con ansias vuestros regalos. Prometo ser tan bueno y políticamente correcto que ni los unicornios podrán igualar mi nivel de bondad. Y quién sabe, quizás este año me traigáis un poco de sentido común envuelto en papel brillante. Aunque, pensándolo bien, eso sí que sería un milagro.
Espero que seáis suscriptores de este blog o me sigáis en las redes sociales porque, por desgracia, no llego a tiempo para enviárosla por medios más tradicionales.
En el día de ayer, un poco más activo en X que en los últimos tiempos y aprovechando, al igual que voy a hacer hoy, para poner un poco de orden en algunos temas profesionales que tengo en mi cabeza y hacer un timesheet imprescindible de esos que tanto gustan a algunos, escribí un hilo acerca de algunos personajes relacionados con la educación que, sin ningún tipo de ética profesional, hacen pasar cosas escritas por IA como propias.
Conforme pasa el tiempo, cada vez veo a más personas relacionadas con la educación que escriben sus posts con inteligencia artificial. ¿Por qué lo sé? Porque la manera en la que escriben nada tiene que ver con cómo escribían. Y nadie puede cambiar tanto de estilo.
— Jordi Martí (@xarxatic) January 3, 2025
Entiendo que lo del cambio de estilo puede ser algo subjetivo, pero sí que hay cosas que hacen que sepamos fehacientemente que alguien ha escrito un texto usando una IA por mucho que, en su aplicación de IA generativa favorita, hayan puesto que les humanicen el texto o que lo hagan indetectable que haya sido escrito bajo una inteligencia artificial.
En primer lugar hay un error bastante habitual en algunos textos de determinados personajes relacionados con la educación que hacen encender todas las alarmas. Lo sé, me estoy centrando en el ámbito educativo pero, en este caso, lo podríamos extrapolar a otros ámbitos.
¿Cuál es ese error? Pues uno que es clave. El del cambio de tiempos verbales a lo largo del artículo. Lo sé, parece algo que pueda darse pero, si os fijáis en algunos artículos o mensajes en las redes sociales escritos por determinados personajes, veréis que hacen un popurrí de tiempos verbales y de persona. A veces hablan de ellos como si fueran terceras personas y, en el mismo texto o hilo de X, hablan como «yo». Y eso, si alguien escribe algo, es un error que no comete. O no lo comete habitualmente.
Otro error fundamental y que en algunos blogs o artículos en medios de comunicación aparecen es el de la bibliografía. He leído a un pedagogo que da clases en la Universidad mencionar en la bibliografía libros que no existen. Y ya no digamos la atribución de citas inexistentes, avaladas por una bibliografía que dista mucho de mencionar la frase que dicen en el artículo. Lo sé. Seguramente será un error, pero cuando esto se repite en casi todos sus últimos artículos es que hiede a IA que echa para atrás.
También podría hablar de aquellos cuyos libros no tienen nada que ver con el lenguaje usado en sus blogs. Uno no puede cambiar tanto de tono ni de manera de expresarse. Y no me vengáis con que escribir en un libro es diferente de hacerlo en un blog. A mí se me pilla a la legua en mi manera de escribir, tanto si escribo aquí como en los libros que he perpetrado.
Mi tipo favorito también es aquel que publica la copia en bruto del artículo que le ha generado la IA y que obvia que, por desgracia, cuando inspeccionas la página viendo su código fuente, te encuentras un montón de restos de código que te generan determinadas aplicaciones de inteligencia artificial. Es como aquellos que publican una imagen sin borrar los metadatos y la hacen pasar como propia. O que hacen retoques y creen que no se van a descubrir aunque desconozcan que las versiones de las imágenes, si no se borran bien, quedan visibles para todo el mundo.
La verdad es que no entiendo tanto abuso de la IA por parte de algunos. Menos todavía por personas dedicadas a la educación. Personas que deberían dedicarse a potenciar el fair play e intentar que la creatividad, según dicen la mayoría de estos perpetradores del plagio, se fomentara entre el alumnado.
Reconozco las potencialidades de la IA para servir de ayuda cuando te falta inspiración. Reconozco que puede ser una herramienta muy potente para, dentro del ámbito educativo, poder tener más facilidad a la hora de realizar determinada burocracia o hacer determinados tipos de revisiones de productos finales. Otro tema son aquellos que la usan para crear situaciones de aprendizaje en bruto, programaciones a peso o, en el caso más triste, los que faltos de capacidad de creación, acuden a ella para escribir sobre ciertas cosas de las que, en ocasiones, no deben tener ni idea.
Nada. No me hagáis caso. Seguramente hoy vais a leer algún post o algún hilo en X que algunos hacen pasar como propios cuando ha sido escrito por una IA. No pasa nada. Es lo único que les queda a algunos para que les hagáis casito. Eso sí, ni se os ocurra preguntarles si lo han escrito ellos o la IA. Se enfadan.
Finalmente deciros que la imagen que ilustra este post, a pesar de haber sido pillada de Pixabay, es de las que se han generado con IA. Y no pasa nada por reconocerlo.